Domingo III del Tiempo Ordinario (C)

24-1-2010 DOMINGO III TIEMPO ORDINARIO (C)

Nehm. 8, 2-4a.5-6.8-10; Slm. 18; 1ª Cor. 12, 12-30; Lc. 1, 1-4; 4, 14-21

Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

Las lecturas de hoy nos invitan a reflexionar sobre varios puntos:

- Nosotros creemos en un Jesús liberador. Así se presenta El en el evangelio de hoy: Dios Padre “me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista. Para dar li­bertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor”. Por lo tanto, la misión de Cristo es la de anunciar una Buena Noticia a todos los hombres y también la de liberar a todos los hombres de diversos males, pero esta liberación que nos promete y que nos da Jesús es integral. El otro día entrevistaron a Monseñor Munilla, el obispo de San Sebastián, y con ocasión del terremoto de Haití dijo que había desgracias tan grandes o peores que ésta. La gente se escandalizó, algunos salieron enseguida a atacarle y le llamaron el “obispo sin alma”. Entonces Monseñor Munilla publicó un comunicado en el que decía que sus palabras fueron tergiversadas, manipuladas y sacadas de contexto. Cuando decía que hay desgracias tan grandes o peores que el terremoto de Haití, hablaba en un plano teológico en el que el pecado es mucho peor aún que la enfermedad física[1] o que la misma muerte física y terrena[2]. Pues ésta acaba ahí, y el pecado nos puede llevar a la muerte eterna y a apartarnos para siempre de Dios. Y ya sobre la situación vivida en Haití, se ha de recordar que Monseñor Munilla había dado instrucciones a Caritas diocesana de San Sebastián para que donasen 100.000 € para las victimas de Haití. Igualmente os recuerdo el caso que os narraba el domingo del Bautismo del Señor, hace 15 días: Contaba una misionera, a la que una vez la invitaron a hablar en una universidad estatal de la India sobre Cristo y sobre los Evangelios, que al terminar le dijeron: “Conocemos misioneros que trabajan en la enseñanza o en hospitales; Vd. se ocupa de las mujeres del campo. Admiramos esto. Pero no trabaje sólo para mejorar el nivel de vida de otras personas. Por favor, transmítales la energía que toma de Jesu­cristo y su Mensaje. Ayúdeles a caminar hacia ese mismo Dios, para que también ellas tengan esa misma fuerza interior”.

Por lo tanto, hemos de repetir que la liberación de Cristo es integral. Jesús nos salva de la esclavitud del pecado, pero también de las miserias físicas del hombre como las enferme­dades, de las miserias sociales como la pobreza y la cárcel, de las miserias psicológicas como la depresión, etc. Ante todas estas mise­rias Jesús se presenta como el liberador. La libertad o la liberación siempre ha sido un mensaje atrayente para todos los hombres. En la primera mitad del siglo XX Hitler se presentó ante los alemanes como un libertador en medio de su miseria y de su humillación. Luego Hitler usó a los alemanes para sus fines de megalomanía, de odio y de destrucción.

Jesús libera realmente al hombre de todas sus ataduras, de sus esclavitudes. Pero no se aprovecha de él ni le pasa factura. La prueba de que Jesús no se aprovechó de nadie es que prefirió morir El a que cayesen algunos de sus compañeros, por ejemplo, en el huerto de los Olivos. Jesús no es como el capitán Araña que enrola una tripulación para el barco y él se queda en el puerto, mientras son los demás los que tienen que arrostrar los peligros y tormentas. Jesús es el que libera a costa de su propia vida.

Bien, Jesús nos ofrece a nosotros la libertad verdadera, total e integral. Pero, ¿nosotros nos sentimos necesitados de la liberación de Jesús? He tratado algo con personas que padecen trastornos psicopatológicos (neurosis o psicosis) y ¿sabéis qué es lo peor?, pues que, cuando tratas de llevarlos a un médico o especialista, dicen que no lo necesitan, que no están enfermos. Dicen que ellos están bien, que vayamos los demás. Igual pasa con los alcohólicos y con los drogadictos. Vuelvo a preguntar: ¿Nos sentimos necesitados de la liberación que nos ofrece Jesús? ¿Me siento esclavo de algo, de mi físico porque me gusta o porque no me gusta; de mis miedos, de mis inseguridades, de lo que diga la gente, de la moda, de mi trabajo, de mis depre­siones, de mis pertenencias, de mi mujer o marido o hijos, de mi enferme­dad, del alcohol, del tabaco? ¿Cómo sé si yo soy esclavo de algo? Muy fácil: si yo no soy feliz, eso significa que yo soy esclavo de algo. Pues bien, os anuncio que CRISTO ES EL UNICO QUE PUEDE LIBERARNOS DE TODAS NUESTRAS ESCLAVITU­DES.

b) En la segunda lectura se nos dice que los cristianos formamos un mismo cuerpo. Todos somos miembros de un mismo cuerpo (la Iglesia); todos somos diferentes y necesa­rios. Nadie es más importante que nadie. Todos necesitamos unos de otros. Como dice S. Pablo, cuando uno sufre, todos sufren. Pensad en un dolor de muelas: una muela con caries y tocando el nervio puede derrumbar al más pintado. Es sólo una pequeñísima parte del cuerpo, pero todo éste está mal. De la misma manera, cuando un miembro sana (la muela), todos se alegran con él. Pues lo mismo pasa con la Iglesia. Somos un cuerpo, en el que cada uno tiene su misión (pensad en una parroquia): está el sacerdote, los catequistas, la comisión económica, las limpiadoras, los lectores, los monagui­llos, el sacristán, el coro, los que se preocupan de visitar a los enfermos en la parroquia, etc. Cada uno tenemos una misión y todos somos necesarios. Si un cristiano que viene con frecuencia a Misa hace un acto malo, entonces desacre­dita a todos los cristianos de la parroquia; y al revés, si uno que viene a Misa con frecuencia y hace un acto bueno como cristiano, entonces honra a la parroquia, a Cristo y a su mensaje.

Con alguna frecuencia, cuando una persona descubre a Dios dentro de su corazón, quiere enseguida hacer algo por los demás, por la Iglesia, por anunciar a Jesucristo, y preguntan en qué pueden colaborar o actuar. Primero hay que ver cuáles son los carismas que Dios da a cada persona, sus circunstancias personales y, a partir de aquí, descubrir la tarea a la que Dios llama a cada uno. Todos tenemos nuestro lugar en este Cuerpo maravilloso que es la Iglesia de Cristo y este mundo que Dios ha creado.

¡¡Señor, te pedimos que cada vez nos sintamos más unidos entre nosotros, los cristianos; que nos demos cuenta que nuestros actos, buenos o malos, repercuten en los demás; y muéstranos la tarea para la que tú nos has llamado en tu Iglesia y en tu mundo desde la creación del mismo!!




[1] Recordad el pasaje del evangelio en que cuatro hombres presentan a Jesús un paralítico en una camilla para que lo curara y lo que se le “ocurre” a Jesús decirle al paralítico es lo siguiente: “Hijo, tus pecados quedan perdonados” (Mt. 9 2). Estas palabras pueden parecer un sarcasmo; también se podría decir aquí que Jesús es un hombre sin alma o un Dios sin alma. ¿Por qué Jesús habrá perdonado los pecados al paralítico antes de curarlo de su parálisis? Pues porque, para Jesús, era mucho más grave su situación espiritual que su situación física: un hombre postrado en una cama para el resto de sus días.

[2] En otro lugar del evangelio dice Jesús: “No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no puede quitar la vida; temer más bien al que puede destruir al hombre entero en el fuego eterno” (Mt. 10, 28).