Domingo VI de Pascua (C)

9-5-2010 DOMINGO VI DE PASCUA (C)

Hch. 15, 1-2.22-29; Slm. 66; Ap. 21, 10-14.22-23; Jn. 14, 23-29


Homilía de audio en MP3
Queridos hermanos:
En estos días que pasé en Lourdes de peregrinación tuve ocasión de hablar con unos y con otros en diversos momentos. Cinco días dan para mucho. Una persona me decía que estaba pasando por unos momentos de mucho sufrimiento, de mucha soledad; me decía que en la peregrinación había experimentado la acogida y el cariño de los voluntarios y de los peregrinos; me decía que sabía que allí, entre aquella buena gente, tendría que haber problemas, como en todo grupo humano, que eso era inevitable, pero se sentía muy bien entre aquella gente. Y quiero detenerme hoy en esta última afirmación: en todo grupo humano existen tensiones, de una u otra manera, antes o después. ¿No habéis siempre escuchado que la convivencia con otros es lo más difícil? Por “grupo humano” entiendo una pareja de novios, un matrimonio, una familia, un centro de trabajo, una pandilla de amigos, una asociación deportiva o cultural, un partido político, una parroquia, una peregrinación a Lourdes, la Iglesia…
Y ahora voy a centrarme en los grupos humanos de fe. En un primer momento me escandalizó y me costaba entender que hubiera disensiones y discusiones en las parroquias, en un convento de monjas o frailes, entre los curas, o en la Iglesia. Sin embargo, con el paso del tiempo y adquiriendo más experiencia de la vida, de Dios, de los hombres…, he ido viendo que todos estos enfrentamientos son propios del ser humano, esté donde esté, o sea lo que sea. Así, me he fijado en el evangelio cómo Jesús discutía con los fariseos y con los sumos sacerdotes de los judíos; me he fijado cómo los apóstoles discutían entre sí por tener el mejor puesto al lado de Jesús, cuando éste fuese rey; me he fijado cómo los paisanos de Jesús en Nazaret discutieron con él y quisieron matarlo; me he fijado cómo Judas reñía a María Magdalena por haber desperdiciado un frasco de perfume carísimo, y cómo Jesús llamó la atención a Judas por esto. Y tantos otros ejemplos que podemos sacar del evangelio en este sentido.
También me he fijado, leyendo los Hechos de los Apóstoles y las cartas de San Pablo, cómo también había problemas y discusiones entre los primeros cristianos: San Pablo y San Bernabé riñeron por causa de San Marcos, sobrino de éste; San Pablo riñó a San Pedro por el modo de comportarse con los recién convertidos; San Pablo riñó en varias ocasiones con otros cristianos por la distinta manera de entender el evangelio de Jesús. Otro de los ejemplos de estas riñas entre cristianos es el que se nos relata hoy en la primera lectura. Y aquella bronca dio lugar a que se celebrase el primer concilio de la Iglesia: el concilio de Jerusalén. Veamos lo que nos dice la lectura: “En aquellos días, unos que bajaron de Judea se pusieron a enseñar a los hermanos que, si no se circuncidaban conforme a la tradición de Moisés, no podían salvarse. Esto provocó un altercado y una violenta discusión con Pablo y Bernabé; y se decidió que Pablo, Bernabé y algunos más subieran a Jerusalén a consultar a los apóstoles y presbíteros sobre la controversia”. Incluso en las palabras finales del concilio se alude al enfrentamiento: “Nos hemos enterado de que algunos de aquí, sin encargo nuestro, os han alarmado e inquietado con sus palabras”.
Bien, ya tenemos claro que siempre hay problemas entre los hombres, en sus relaciones humanas, incluso dentro de la Iglesia y con la cosas de Dios. ¿Qué tenemos que hacer cuando sucedan estos hechos? Pues unos dirán: encerrarnos en nosotros mismos y tener relaciones interpersonales sólo superficiales para evitar la ocasión de discutir. Bien. Esta es una postura, pero no creo que sea lo que Jesús quiere que hagamos. Entonces, ¿qué hacemos? En las lecturas de hoy se nos dan varias claves y modos de actuación. Yo os las voy a ir exponiendo, según la Palabra de Dios lo ha ido suscitando en mi espíritu:
1) Entiendo que para que no haya discusiones no es conveniente ni se puede exigir que traguemos por todo, que pasemos por todo. Vemos el ejemplo de San Pablo y de San Bernabé que no “tragaron” por lo que decían aquellos cristianos que venían de Jerusalén y que exigían a los nuevos cristianos varones que se circuncidaran, como exigía la Ley de Moisés. Pablo y Bernabé se preguntaron: ¿Qué nos salva: la circuncisión o la fe en Jesús? Y se contestaron que la fe en Jesús. Por eso, no “tragaron” lo que decían aquellos, pues sabían que había mucho en juego. Si la “paz” entre los hombres o en un grupo humano de los arriba aludidos[1] tiene que significar el perder o el pasar por alto cosas importantes, entonces Dios no quiere que tengamos esa paz, pues es la paz del sometimiento, del miedo. Ahí tenemos el famoso caso de Tomás Moro, que fue canciller o primer ministro del rey Enrique VIII de Inglaterra y no se sometió a sus órdenes de rechazar la fe de la Iglesia católica, cuando el rey creó la iglesia anglicana. Fue encarcelado, se le quitaron honores, posesiones y, finalmente, fue decapitado por su negativa. Sus últimas palabras fueron éstas: “Muero siendo el buen siervo del Rey, pero primero de Dios”.
2) San Pablo y San Bernabé no se encierran en sí mismos ni en sus razones. Buscan el diálogo con los que provocaron la confusión. Como no fue posible llegar a un entendimiento con ellos, entonces decidieron ir a Jerusalén ante el grupo de apóstoles que dirigían la Iglesia para que ellos pusieran luz en la cuestión debatida. Como veis, se trata de buscar un diálogo, pero que sea constructivo y se busca quién puede dar luz a aquello de lo que se habla.
3) En la Iglesia se debe invocar siempre al Señor..., cuando las cosas van bien y cuando las cosas van mal. No se trata de tener razón, no se trata de vencer unos a otros. Se trata de seguir la voluntad de Dios y la verdad de Dios. Por eso, se invoca al Espíritu para hacer caso al Espíritu. Así, las primeras palabras de lo acordado en el concilio dicen así: “Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros,…”
4) También me voy a fijar ahora en otras palabras del concilio y que para mí son muy importantes. Escuchad: “Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros, no imponeros más cargas que las indispensables”. Como veis los apóstoles deciden, en unión con el Espíritu de Dios, ir a lo fundamental. Jesús no nos llenó de cargas innecesarias, tampoco nosotros debemos hacerlo. A este respecto recuerdo una anécdota que le sucedió a Gandhi. El siempre comía en una escudilla muy pobre, de latón. Cuando le invitaban los ricos o poderosos a comer en sus casas o palacios, él siempre llevaba su escudilla y su cuchara para comer algo de lo que le dieran en su pobre plato. Esto lo sabía todo el mundo. Ahora viene la anécdota. Resultó que un día los ingleses le dieron la razón a Gandhi y le otorgaron la independencia de la India, creo que fue hacia 1948. Entonces el gobernador de la India le invitó a comer en su palacio y en esa ocasión Gandhi consintió en comer en la vajilla de oro. Esto fue sabido y mucha gente se lo echó en cara, a lo que él replicó: “Se consiguió la independencia de la India, ¿qué más da comer una vez en un plato de oro?” Es decir, se consiguió lo importante, ¿qué más da ceder en lo accesorio o accidental? Pues esto mismo nos dice Cristo: vayamos a lo que importa y no nos detengamos en lo que no es importante. (Caso mío en Taramundi y mi lucha porque los niños hicieran la 1ª Comunión con trajes sencillos). En definitiva, no elevemos lo accidental a la categoría de fundamental. Desenfocaremos todo y crearemos conflictos innecesarios.

5) Para terminar os digo lo del evangelio. Hemos de buscar la paz de Jesús con todos para que esté presente entre nosotros. “La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde”.
[1] Parejas de novios, matrimonios, familias, centros de trabajo, pandillas de amigos, asociaciones deportivas o culturales, partidos políticos, parroquias, la Iglesia.