Domingo IV de Pascua (A)

15-5-11 DOMINGO IV DE PASCUA (A)

Hch. 2, 14a.36-41; Slm. 23; 1 Pe. 2, 20b-25; Jn. 10, 1-10



Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

En este Domingo IV de Pascua celebramos al Buen Pastor. Jesús es en realidad el Buen Pastor y el único Pastor. Los demás somos buenos pastores en la medida en que estamos injertados en Jesús y somos obedientes y dóciles a la Iglesia de Dios, la cual nos marca el camino a seguir y las tareas a realizar.

El Concilio Vaticano II ha resaltado en su enseñanza que Jesús fue sacerdote, profeta y rey. Como sacerdote (misión de santificar) realizó un culto espiritual y divino para acercarnos a Dios y para acercar a Dios a todos los hombres. Como profeta (misión de enseñar) nos habló de parte de Dios y nos enseñó quién y como es Dios y lo que le agrada. Como rey (misión de gobernar) fue nuestro servidor y nos gobernó desde la humildad, como cuando nos enseñaba con su ejemplo a lavar los pies (un trabajo de esclavos y de sirvientes) a los otros.

Todos los cristianos, por el solo hecho de haber recibido el sacramento del Bautismo, hemos sido constituidos en sacerdotes, en profetas y en reyes. E igualmente, por el sacramento del Orden, los sacerdotes o presbíteros, en nombre de Cristo, hemos de cumplir con las tres misiones arriba reseñadas: la de santificar, la de enseñar y la de gobernar, y las tres misiones las hemos de realizar al modo de Jesús. Es decir, 1) ningún presbítero o párroco o cura puede santificar a los fieles, si antes no es santificado él mismo por Dios. 2) Ningún presbítero puede enseñar a los fieles, si antes no es enseñado él mismo por Dios. 3) Ningún presbítero puede gobernar a los fieles, si antes no es él mismo manso y humilde de corazón como Jesús, si antes no está él mismo como el que sirve ante sus hermanos. En efecto, para Jesús, gobernar es servir y dar la vida por los otros.

No sé si sabéis que tengo encomendada por el obispo la responsabilidad de impartir clases de derecho canónico a los seminaristas. En un determinado momento, les explico en clase todas las leyes y normas relativas a los párrocos, y existen unos cánones de la ley universal de la Iglesia (Código de Derecho Canónico) en donde se nos dice a los párrocos qué y cómo debemos actuar en nuestras parroquias y tareas. Y estos cánones están distribuidos según la trilogía que tengo explicado más arriba. Veamos cuáles son las tareas de un presbítero para así comprender mejor cuáles son también las responsabilidades de los fieles laicos:

- Misión de enseñar: El párroco está obligado a procurar que la palabra de Dios se anuncie en su integridad […]; cuide por tanto de que los fieles laicos sean adoctrinados en las verdades de la fe, sobre todo mediante la homilía[…] y la formación catequética; ha de fomentar las iniciativas con las que se promueva el espíritu evangélico, también por lo que se refiere a la justicia social; debe procurar de manera particular la formación católica de los niños y de los jóvenes y esforzarse con todos los medios posibles, también con la colaboración de los fieles, para que el mensaje evangélico llegue igualmente a quienes hayan dejado de practicar o no profesen la verdadera fe (Canon 528 § 1).

- Misión de santificar: Esfuércese el párroco para que la santísima Eucaristía sea el centro de la comunidad parroquial de fieles; trabaje para que los fieles se alimenten con la celebración piadosa de los sacramentos, de modo peculiar con la recepción frecuente de la santísima Eucaristía y de la penitencia; procure moverles a la oración, también en el seno de las familias, y a la participación consciente y activa en la sagrada liturgia (Canon 528 § 2).

- Misión de gobernar: Para cumplir diligentemente su función pastoral, procure el párroco conocer a los fieles que se le encomiendan; para ello, visitará las familias, participando de modo particular en las preocupaciones, angustias y dolor de los fieles por el fallecimiento de seres queridos, consolándoles en el Señor y corrigiéndoles prudentemente si se apartan de la buena conducta; ha de ayudar con pródiga caridad a los enfermos, especialmente a los moribundos […]; debe dedicarse con particular diligencia a los pobres, a los afligidos, a quienes se encuentran solos, a los emigrantes o que sufren especiales dificultades; y ha de poner también los medios para que los cónyuges y padres sean ayudados en el cumplimiento de sus propios deberes y se fomente la vida cristiana en el seno de las familias.

Reconozca y promueva el párroco la función propia que compete a los fieles laicos en la misión de la Iglesia, fomentando sus asociaciones para fines religiosos […] esforzándose también para que los fieles vivan la comunión parroquial y se sientan a la vez miembros de la diócesis y de la Iglesia universal (canon 529).

También hoy Jesús, en el evangelio que acabamos de escuchar, nos dice con palabras sencillas en qué consiste esa labor del párroco: “Las ovejas atienden a su voz, y él va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera […] Camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz: a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños”.

Y termino ya con un texto de San Juan de Ávila, patrono de los sacerdotes españoles y cuya festividad celebrábamos el martes pasado. Este texto es un trozo de una plática a los sacerdotes: “Mirémonos, padres, de pies a cabeza, alma y cuerpo, y vernos hemos hecho semejables a la sacratísima Virgen María, que con sus palabras trajo a Dios a su vientre, y semejables al portal del Belén y pesebre donde fue reclinado, y a la cruz donde murió, y al sepulcro donde fue sepultado. Y todas estas cosas santas, por haberlas Cristo tocado; y de lejanas tierras van a las ver, y derraman de devoción muchas lágrimas, y mudan sus vidas movidos por la gran santidad de aquellos lugares. ¿Por qué los sacerdotes no son santos, pues es lugar donde Dios viene glorioso, inmortal, inefable, como no vino en los otros lugares? Y el sacerdote le trae con las palabras de la consagración, y no lo trajeron los otros lugares, sacando a la Virgen. Relicarios somos de Dios, casa de Dios y, a modo de decir, criadores de Dios; a los cuales nombre conviene gran santidad”.

Pidamos por los sacerdotes para que llenos de Dios y de su santidad amemos y atendamos a sus hijos, aquellos que Él mismo puso en nuestras manos.