Domingo del Corpus Christi (A)

26-6-11 CORPUS CHRISTI (A)

Dt. 8, 2-3.14b-16a; Slm. 147; 1 Co. 10, 16-17; Jn. 6, 51-59



Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

En estos años pasados he hablado en el día de hoy de diferentes aspectos de la Eucaristía o de la Misa: por ejemplo, he hablado de la adoración, de la presencia de Cristo, el Hijo de Dios, bajo las especies del pan y del vino, del alimento para los cristianos, de la comunión entre Dios y los cristianos y entre los cristianos entre sí… En el día de hoy quisiera decir algunas palabras de otro aspecto o faceta de la Eucaristía: el sacrificio.

- Vivimos en un mundo que no siente ninguna atracción por el sacrificio. Se aprecia la vida, la felicidad, el placer, la comodidad, el disfrute de los bienes… Pero no se aprecia el sacrificio, el desprendimiento, el olvido de sí, el esfuerzo a favor de los demás, la renuncia a las propias apetencias o inclinaciones naturales… Se prefiere el optimismo de la salvación al pesimismo sacrificial.

Características del sacrificio: 1) Hay sacrificios que nos impone el propio peso de la vida, la propia condición humana, y que no tenemos más remedio que aceptar, sea de buen o de mal grado. Pero hay otros sacrificios que podemos imponernos nosotros mismos en la vida, porque dependen de nuestra voluntad. El sacrificio es una forma de encontrarse con uno mismo, ya que en él se descubre la propia limitación, se relativiza lo que es y lo que se tiene, se experimenta una nueva forma de disponer de sí, se aprende a valorar la capacidad personal para afrontar las situaciones difíciles de la vida. 2) Además, el sacrificio es una forma privilegiada de salir fuera de sí y de encontrarse con los demás. Por el sacrificio el otro comprende quién soy yo para él, y yo comprendo quién es el otro para mí. El sacrificio puede ser un encuentro con los demás, un aprendizaje del servicio, una forma de triunfar el amor sobre el egoísmo. Veamos un ejemplo sencillo: “Hace años vivía en un pueblo una familia. El niño tenía unos 5 años y, al ir por primera vez a la escuela, los niños le dijeron que su madre era muy fea y que asustaba. El niño, que nunca se había dado cuenta de eso, cayó en la cuenta de que su madre, efectivamente, tenía muchas arrugas por la cara: la tenía quemada. Por eso, un día el niño le dijo a su madre: ‘-Mamá, eres muy fea’. A lo que la madre replicó: ‘-Sí, hijo, soy muy fea y tengo la cara quemada. Y esto es así, porque siendo tú muy pequeño se incendió tu habitación y yo entré a salvarte y me quemé la cara y parte de mi cuerpo’. Y le enseñó el pecho, la espalda y los brazos con quemaduras, que el niño no había visto nunca, ya que ella lo solía tener cubierto. Al ver aquello y al conocer que su madre se había vuelto fea y se había quemado por salvarlo a él, le dijo: ‘-Mamá, para mí eres la más bella del mundo’”. 3) Asimismo, se ha de decir que el sacrificio no es tanto dar algo que le pertenece a uno cuanto darse a sí mismo.

- Una vez dicho esto sobre el significado general del sacrificio, pasaremos al sacrificio de Cristo, según nos es mostrado en la Sagrada Escritura. Jesús ha hecho un sacrificio total de su persona por los hombres: 1) Él ha asumido la misma naturaleza humana que nosotros al nacer, ha padecido en la cruz y ha muerto por nosotros y por nuestros pecados. Mi siervo salvará a muchos, porque cargó con los crímenes de ellos” (Is. 53, 11b). 2) Él ha hecho una donación total a todos los hombres. No nos ha dado cosas, sino que se ha dado Él mismo. 3) Con esta donación total, con este sacrificio que le ha hecho pasar por insultos, sentimientos de soledad y de traición, golpes, escupitajos, latigazos, horadación de pies y manos, sed y muerte en cruz…, Jesús nos ha manifestado el AMOR de Dios, la manera de luchar contra el pecado, el sentido del sufrimiento y de la muerte de los hombres y la esperanza a la que todos estamos llamados. Oigamos un testimonio de Julio Figar, O.P., que nos puede dar luz sobre el significado del sacrificio de Jesús: “Estaba andando solo y entré en una selva. Todo era muy oscuro. Iba solo y tenía miedo. Cada vez penetraba más adentro. Mi miedo y soledad iban aumentando. Al final de la selva vi una luz y encima de una montaña una cruz. Me acerqué y vi que Cristo estaba en la cruz. Junto a la cruz estaba María. María me dijo a la vez que me daba un papel: ‘Hijo, escribe en el papel las cosas que más te pesan y lo que más te hace sufrir’. Yo apunté allí mi miedo, mi soledad, mis pecados. Ella cogió el papel y lo puso al pie de la cruz. De Cristo cayeron unas gotas de sangre y cubrieron el papel. Hubo un terremoto, se abrió la tierra y se tragó el papel. María me miró y me dijo: ‘Ves hijo, mi Hijo ha muerto por esto. Ya no lo tienes que llevar’”.

- La Iglesia de Dios y los cristianos que la componemos estamos llamados a unirnos a este mismo sacrificio de Cristo. Unas veces este sacrificio será con nuestra propia sangre, como los mártires. Otras veces este sacrificio será espiritual. Así nos lo pedía San Pablo: “Os pido, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, que os ofrezcáis como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios” (Rm. 12, 1). Este “sacrificio vivo, santo y agradable a Dios” debemos vivirlo en la vida ordinaria. Y en esta misma línea un texto muy antiguo exhortaba a los primeros cristianos a participar en la Misa habiendo confesado primero los pecados para que su sacrificio fuera puro; y todo aquel que estuviera peleado con algún hombre, debía primero reconciliarse con él y luego acudir a la Misa, “a fin de que no se profane vuestro sacrificio” (Didaché). ¿Os acordáis que hace unos domingos os hablaba de los “muertos vivientes” que todos tenemos? Pues, al terminar de celebrar la Misa de ese día y salir del templo, se me acercó una mujer y me dijo- “¡Qué razón tiene, señor cura, con eso de los “muertos vivientes”! Fíjese que yo tengo una vecina que no trago, porque me hizo una muy gorda… y no se la perdono. Nunca se la perdonaré”. ¡Qué trabajo nos cuesta morir a nosotros mismos y a nuestro amor propio! Éste es el sacrificio que Dios le pide a esta señora, para que su espíritu pueda ser santo, puro, agradable a Dios y tenga vida.

- El lugar por excelencia, donde los cristianos somos testigos privilegiados e incluso actores de este sacrificio de Cristo, está en la Eucaristía, en la Misa: 1) Cristo es el Cordero que va a ser sacrificado sobre el altar. Él no viene a la fuerza o con desconocimiento. Él sabe muy bien lo que le espera y a lo que viene. 2) Cristo es a la vez el sacerdote que ofrece ese Cordero a Dios para la salvación de todos los hombres, por el perdón de los pecados de todos los hombres. 3) Este sacrificio se hizo una sola vez, por eso hay una sola Eucaristía o Misa. Las Misas que ahora celebramos son re-presentación[1] de aquella única Misa, de aquel único sacrificio.


[1] Esto puede ser entendido en el sentido de que Cristo nos traslada a aquel Jueves Santo, a la Santa Cena.