1-11-11 TODOS LOS SANTOS (A)
Ap. 7, 2-4.9-14; Slm. 23; 1 Jn 3, 1-3; Mt. 5, 1-12
Homilía de audio en MP3
Queridos hermanos:
Celebramos hoy la fiesta de todos los Santos. Cuando se nos habla de los santos, a nuestra imaginación vienen las imágenes de
También
¿Cuál es el camino de la santidad? Cumplamos la voluntad de Dios y para ser más explícito os diría que la voluntad de Dios no es sólo cumplir los mandamientos, como quería el joven rico. La santidad cristiana, la que Dios quiere para mí, es que viva en mi vida las bienaventuranzas. Pero no las del mundo: felices los ricos, felices los que ríen, felices los que están saciados, felices aquellos de los que habla bien todo el mundo, felices los famosos… El evangelio de hoy nos propone un mensaje maravilloso. Dice así:
- “Bienaventurados (dichosos) los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos”. Los pobres de espíritu no son los que no tienen dinero, a los que les da lo mismo ‘ocho que ochenta’, los que no tienen fortaleza de carácter o de ánimo. Pobres de espíritu son aquellos que no tienen puesta su confianza en los títulos, en la salud, en la riqueza, en el poder, en la fuerza, en la aceptación social, en su propia valía, sino únicamente en el Señor. Aquí nos viene muy bien unas palabras de S. Francisco de Asís, él que fue el pobre de espíritu por excelencia: un día de invierno iban Francisco y el hermano León [su compañero inseparable] por un camino lleno de barro y nieve. Tenían los hábitos empapados y embarrados. Anochecía y les faltaban unos kilómetros aún para llegar a uno de los conventos franciscanos. El santo preguntó a su compañero si sabía en qué consistía la perfecta alegría. El hermano León decía que si consistía en tener mucho amor a Dios, que si consistía en que todos los hombres se convirtieran y se salvaran, y Francisco le respondió que no, y añadió que la perfecta alegría consistía en que, si al llegar al convento, picaran en la puerta y no les quisieran abrir y les obligaran a pasar la noche a la puerta del convento llenos de frío, hambre y cansancio; si volvieran a picar en la puerta y pidieran, por amor de Dios, que les dejaran entrar y quedarse en cualquier esquina, y desde dentro les respondieran esta vez con malas palabras, y no les abrieran y los dejaran fuera; si de nuevo ellos dos tornaran a picar y a suplicar y, hartos ya de aquellos dos pesados, salieran algunos frailes a la puerta del convento y molieran a palos al hermano León y al mismo Francisco y los dejaran definitivamente fuera: hambrientos, cansados, llenos de barro, de frío y de heridas, y ellos dos no perdieran la paz de su corazón ni lanzaran, ni exterior ni interiormente, quejas o insultos contra los de dentro, entonces ellos dos tendrían
- “Bienaventurados (dichosos) los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra”. Los mansos son aquellos que están llenos de la paz del Señor. Paz que los serena. Paz que les hace desaparecer la ira, la impaciencia, la incomprensión, los gestos y las palabras hirientes. Los mansos no hieren, porque también es muy difícil que se sientan heridos por los demás. Así, S. Francisco de Asís en su cántico a las criaturas podía exclamar que había que alabar al Señor “por los que perdonan y aguantan por tu amor/ los males corporales y la tribulación:/ ¡felices los que sufren en paz con el dolor,/ porque les llega el tiempo de la consolación!”
- “Bienaventurados (dichosos) los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.” Son limpios de corazón aquellos que no ven doblez en las intenciones de los demás, quienes no están siempre buscando las posibles intenciones torcidas de los demás. Piensan que, si ellos no harían mal a nadie, por qué alguien querría hacerles mal o engañarlos a ellos. Es muy apropiado traer aquí el ejemplo de Sto. Tomás de Aquino, el cual siendo novicio era blanco de las bromas de los demás por ser muy crédulo o ingenuo (al menos, a los ojos de los otros). Así, en una ocasión en que estaban todos en el recreo, se le acercan a Tomás dos connovicios y le dicen señalando para el cielo: ‘Mira, Tomás, un burro volando’ Y Tomás levanta los ojos al cielo y pregunta: ‘¿Dónde, dónde?’ Hubo una gran juerga y, al final, le confesaron que era una mentira. A lo que Tomás replicó: ‘Creo antes que un burro vuele a que un connovicio, que quiere ser perfecto en este mundo por amor a Jesucristo, pueda mentir.’ Con estas palabras todos quedaron confundidos y con gran provecho espiritual. Por eso, el limpio de corazón puede ver a Dios, puede ver al hombre tal y como es, y no tal y como se viste de ropas, títulos, riquezas, harapos, ignorancias… Así, cuando Jesús (el limpio de corazón por excelencia) miró a María Magdalena no vio lo que los demás. Los demás vieron una prostituta para tocar y manosear; vieron a una mala mujer, que quitaba a las mujeres decentes sus maridos, o que “chupaba” los dineros a los incautos con su belleza o con placeres. Jesús (el limpio de corazón por excelencia) vio a una mujer que sufría, que tenía necesidad de afecto, de ser acariciada y no manoseada, de ser protegida y escuchada, de ser querida por sí misma y no por su belleza o por su sexo.
No puedo seguir explicando más bienaventuranzas por falta de tiempo. Las demás las dejo a la reflexión y oración personal. ¡Que Dios os conceda la luz para comprenderlas y vivirlas!
Nuestros difuntos, los que ahora no están aquí, saben qué es lo verdaderamente importante; pidámosles ayuda en nuestro camino a la santidad.