Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario (A)

13-11-11 DOMINGO XXXIII TIEMPO ORDINARIO (A)

Prov. 31, 10-13.19-20; Slm. 127; 1 Tes. 5, 1-6; Mt. 25, 14-30


Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

Hace un tiempo hablaba con una mujer que se preguntaba en voz alta: “¿Qué he hecho mal para que mis hijos de 28, 26 y 23 años no practiquen la fe, esa fe en que yo les he educado, esa fe de la que he querido ser y quiero ser testigo cada día de mi vida?” Aunque con diferentes palabras y en otros aspectos de la vida, esta misma pregunta la he oído formular a otras personas: “¿En qué me he equivocado para que mi hijo haya caído en la droga, o nos maltrate a nosotros sus padres (de palabra y de obra), o haya salido un vago al que hay que levantar de la cama a las 2 de la tarde y luego darle unos euros para salir y volver a las tantas de la madrugada y no haya acabado ninguna carrera ni le dure más de un mes un trabajo? ¿En dónde han quedado aquellos proyectos e ilusiones que de novios nos hacíamos mi mujer (o mi marido) y yo, pues ahora estamos convertidos en dos perfectos extraños, que dormimos bajo el mismo techo, comemos en la misma mesa, pero que llevamos dos vidas paralelas?”

Creo que en diversas ocasiones es conveniente hacer un alto en el camino para repasar y reflexionar sobre la vida que estamos llevando en los ámbitos familiar, laboral, personal, de amistades, etc. ¿Ha merecido la pena nuestra vida hasta ahora y como hasta ahora? Aún estamos a tiempo para cambiar algunas o muchas cosas.... Pero también es conveniente que hagamos un alto para meditar sobre nuestra trayectoria espiritual, pues, si no lo hacemos, corremos el riesgo de seguir languideciendo y en la mediocridad, y dentro de 10 años estaremos como ahora, sólo que 10 años más viejos. Vamos hoy a pensar un poco en ello de la mano del evangelio que acabamos de escuchar.

- Dos ideas a destacar en la parábola:

1) El evangelio empieza diciendo que un hombre dejó a tres empleados suyos todo el dinero y toda la riqueza que tenía (“los dejó encargados de sus bienes”). El hombre del que habla la parábola es Dios y no deja simplemente cosas a sus “empleados”, a sus hijos, que somos nosotros, sino que nos deja todos sus bienes, toda su riqueza. Pone la creación entera en nuestras manos; pone a su Hijo Jesús en nuestras manos; pone todas las cualidades divinas en nuestras manos. 2) Sí, a nuestro nacimiento, nos dice el evangelio de hoy, Dios nos ha entregado a cada uno de nosotros una serie de talentos, de cualidades, de carismas, de misiones a realizar. Dios nos ha dado una tarea a desempeñar en este mundo. Los talentos de uno no son mejores o peores que los talentos de otros. Son talentos simplemente distintos, pero, además, son los talentos adecuados para la misión, para la vocación, para la tarea a la que Dios nos ha llamado.

- Reflexiones y consecuencias personales de esta parábola:

Mirando para atrás y contestando sinceramente: ¿Cuál ha sido el uso que hemos hecho hasta hoy de esos talentos que un día Dios puso en nuestras manos? ¿Nos parecemos más a aquellos dos primeros empleados que recibieron cinco o dos talentos y los pusieron a producir, o nos parecemos más a aquel otro que recibió un único talento y lo enterró bien hondo y ha vivido una vida casi totalmente para sí?

Ha habido mucha gente en el mundo, y la hay, que han puesto y ponen a producir sus talentos y su vocación según la voluntad de Dios: como la M. Teresa de Calcuta, como tantos hombres que se esfuerzan en vivir con el evangelio en la mano. Veamos un ejemplo: Hace poco murió en accidente de circulación una chica joven. Y el día anterior al terrible accidente que le costó a vida, había escrito en su diario estas palabras, que ella se esforzaba por vivir (como veréis son cosas que están al alcance de todos nosotros):

"Bienaventurados los dulces, los que no se irritan, los que acogen la crítica propia en silencio, los que saber corregir sin hacer daño, los que devuelven bien por mal, los que saben descu­brir a Dios en los demás.

Bienaventurados los que tienen la valentía de defender a una persona que es criticada injustamente, los que se arriesgan a decir la verdad delante de quien sea, los misioneros que son expulsados de un país, los fieles a un compromiso.

Bienaventurados los que saben definirse como personas de fe, aunque con ello pierdan el aprecio de los demás". A través de estas palabras podemos percibir cuáles eran los talentos que Dios había entregado a esta chica: Los talentos de la paciencia, de la amabilidad, de la mansedumbre, de la comprensión, del perdón, de la fe, de la valentía, de la justicia, de la fortaleza, del compromiso, del amor a Dios por encima de todo…

Ojalá que al presentarnos un día delante de Dios no oigamos esas palabras terribles con las que finaliza el evangelio: “Eres un empleado negligente y holgazán... A ese empleado inútil echadlo fuera, a las tinieblas; allí será el llanto y el rechinar de dientes”. Más bien pidamos poder escuchar las otras palabras del evangelio. “Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor”.