Domingo del Corpus Christi (B)


10-6-2012                                           CORPUS CHRISTI (B)

Homilía de audio en MP3
Queridos hermanos:
            El relato que nos hace hoy San Marcos sobre la institución de la Eucaristía es muy sencillo. Se limita a reproducir las palabras de la consagración por las que Jesús convierte el pan y el vino en su Cuerpo y en su Sangre. Así se da lugar al sacramento central de nuestra salvación: Jesús se sacrifica por nosotros y por nuestros pecados, y nos sirve de alimento: “Tomad, esto es mi cuerpo [...] Ésta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos”.
            - En el Nuevo Testamento se nos narran, al menos, cuatro hechos en los que la Eucaristía, este sacrificio de Jesús y este alimento que Jesús nos entrega, es despreciada y manchada por las acciones del hombre pecador. Vamos a fijarnos en ellos para aprender cómo no hemos de hacer nosotrosen las Misas y en nuestra vida de cristianos:
            1) Judas Iscariote, nada más comulgar (es decir, después de comer el Cuerpo de Cristo y de beber la Sangre de Cristo), entrega traidoramente a Jesús (Lc. 22, 19-22; Jn. 13, 21-26). Así lo dice claramente Cristo durante la última Cena del Jueves Santo: “La mano del traidor está sobre la mesa, junto a mí” (Lc. 22, 21).
            2) San Pablo nos hace un retrato no demasiado agradable de cómo se desarrollaban las Misas de los primeros cristianos de Corinto: “No puedo felicitaros por vuestras reuniones, que en lugar de beneficiaros, os perjudican. Ante todo, porque he oído decir que cuando celebráis vuestras asambleas, hay divisiones entre vosotros […] Cuando os reunís, lo que menos hacéis es comer la Cena del Señor, porque apenas os sentáis a la mesa, cada uno se apresura a comer su propia comida, y mientras uno pasa hambre, el otro se emborracha. ¿Acaso no tenéis vuestras casas para comer y beber? ¿O tan poco aprecio tenéis a la Iglesia de Dios, que queréis hacer pasar vergüenza a los que no tienen nada?” (1 Co 11, 17-18.20-22).
            3) También San Pablo, en la carta a los Hebreos, alerta de aquellos cristianos que faltan habitualmente de las Eucaristías dominicales: “No desertemos de nuestras asambleas, como suelen hacerlo algunos”(Hb. 10, 25).
            4) Finalmente, el apóstol Santiago llama la atención sobre otro hecho que observó en las Eucaristías y lo denunció de una forma clara y contundente: “Hermanos, vosotros que creéis en nuestro Señor Jesucristo glorificado, no hagáis acepción de personas. Supongamos que cuando estáis reunidos, entra un hombre con un anillo de oro y vestido elegantemente, y al mismo tiempo, entra otro pobremente vestido. Si os fijáis en el que está muy bien vestido y le decís: ‘Siéntate aquí, en el lugar de honor’, y al pobre le decís: ‘Quédate allí, de pie’, o bien: ‘Siéntate a mis pies’, ¿no estáis haciendo acaso distinciones entre vosotros y actuando como jueces malintencionados?” (Sant. 2, 1-4).
            - A continuación veamos un caso concreto de lo que verdaderamente significa la participación en el sacramento de la Eucaristía, según la voluntad de Dios. Para ello leeremos un trozo de las actas de los mártires en tiempos del imperio romano, en que fueron perseguidos los cristianos. En este caso se les interroga por haber asistido a las Misas de los domingos. Los cristianos acudieron a las Eucaristías sabiendo que podían ser martirizados por ello: “Volviéndose después a Emérito, el procónsul preguntó: '¿En tu casa ha habido reuniones contra el decreto de los emperado­res?' Emérito, lleno del Espíritu Santo, dijo: 'En mi casa hemos celebrado la Eucaristía dominical'. Y el procónsul le dijo: '¿Por qué les han permitido entrar?' Replicó: 'Porque son mis hermanos y no podría impedírselo.' Entonces respondió el procónsul: '¡Tú tenías el deber de impedírselo!' Y Emérito dijo: 'No habría podido porque nosotros, los cristianos, no podemos estar sin la Eucaristía dominical...'
            A Félix el procónsul le dijo así: 'No nos digas si eres cristiano. Solamente responde si has participado en las reunio­nes.' Pero Félix respondió: '¡Como si el cristiano pudiera exis­tir sin la Eucaristía dominical o la Eucaristía dominical pudiese existir sin el cristiano! ¿No sabes que el cristiano encuentra su fundamento en la Eucaristía dominical y la Eucaristía domini­cal en el cristiano, de tal manera que uno no puede subsistir sin el otro? Cuando escuches el nombre de cristiano, debes saber que él se reúne con los hermanos ante el Señor y cuando escuchas hablar de reuniones, debes de reconocer en ellas el nombre de cristiano... Nosotros hemos celebrado las reuniones con toda la solemnidad y siempre nos hemos reunido para la Eucaristía domini­cal y para leer las escrituras del Señor”.
            - Dicho esto escribiré algunos criterios de comportamiento y de actuación de los creyentes en relación con la Santa Misa. Son cosas muy sencillas o básicas, pero totalmente necesarias para nosotros y para una lograr un mayor fruto de la Eucaristía del Señor. Si se tienen todas, bien, pero, en caso contrario, iremos poco a poco esforzándonos por vivirlas en nosotros:
            + Procurar llegar un poco antes al templo para entrar en oración y que nuestro espíritu se sosiegue de las prisas y de los asuntos del mundo.
+ No marcharse nada más recibir la bendición; esperar un poco en paz y en silencio a que los sagrados misterios vividos en la Misa se arraiguen más en nuestro espíritu.
            + Haber leído las lecturas de ese domingo previamente en casa y, si es posible, haber leído también algún comentario de tales lecturas, pues esto nos ayudará a profundizar un poco más en la Palabra de Dios que nos va a ser regalada.
            + Procurar estar en gracia de Dios y que ello nos permita comulgar en la Misa, es decir, alimentarnos del Cuerpo y de la Sangre de nuestro Señor Jesucristo.
            + Situarnos en un sitio de la iglesia que nos facilite la atención y la participación en la Misa. Cada uno sabrá qué sitio es el mejor o el menos malo para lograr estos fines.
            + Procurar participar en la Misa con los cantos, con las oraciones y con las respuestas en la liturgia.
            + Tener durante la semana o, al menos, en el fin de semana algún rato de oración y adoración ante el Santísimo.
            + Estar en paz con todo el mundo, según el mandato de Cristo: “Así pues, si en el momento de llevar tu ofrenda al altar recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelve y presenta tu ofrenda” (Mt. 5, 22-23). Pero si esto no es posible, por la razón que sea, ¿qué hacer? La solución nos la da San Pablo: “Haced lo posible, en cuanto de vosotros dependa, por vivir en paz con todos” (Rm. 12, 18).
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