Domingo XXIV del Tiempo Ordinario (B)



16-9-2012                    DOMINGO XXIV TIEMPO ORDINARIO (B)
                                           Is. 50, 5-10; Sal. 114; Sant. 2, 14-18; Mc. 8, 27-35
Homilía de audio en MP3
Queridos hermanos:
            En este domingo del tiempo ordinario escuchamos y oramos el salmo 114. En una de sus frases dice así: “Caí en tristeza y angustia”.
            - “Caí en tristeza y angustia”. Sí, ante tanta muerte como acontece a nuestro alrededor o entre nuestros familiares y amigos, podemos caer en el pozo negro de la tristeza y de la angustia. Tenemos el caso de Diego: un chico de 13 años, que fue al cine la semana pasada con sus amigos y, al regresar a casa, un accidente de tráfico segó su vida y en gran medida la vida de sus padres y hermanos. Tenemos el caso de Santiago (35 años), que fue ordenado sacerdote en mayo de este mismo año y, pocos días antes de tomar posesión de sus parroquias, murió de forma sorpresiva dejándonos a todos con el corazón encogido y a su madre viuda, y que sólo tenía en la vida a este hijo único, totalmente desamparada.
            - “Caí en tristeza y angustia”. Sí, ante tantos matrimonios y parejas que se rompen y que malviven en una relación frustrante y en la más espantosa de las soledades, y de cuya relación no pueden escapar por falta de medios económicos, por los hijos o por falta de fuerzas, se puede caer en el pozo negro de la tristeza y de la angustia y no ver más fin y solución que la muerte, bien del otro cónyuge o de uno mismo.
            - “Caí en tristeza y angustia”. Sí, ante tanta situación de miseria, de pérdidas de trabajo, de embargo del piso o de los propios bienes…, se puede caer en el pozo negro de la tristeza y de la angustia. Supe el otro día de un matrimonio, de unos 65 años, que lucharon toda su vida por sacar adelante su familia. Tenían un pequeño negocio, las cosas empezaron a ir mal, hipotecaron su piso y otros bienes para conseguir más dinero del banco en la confianza que estos malos tiempos pasarían en unos meses, pero… las cosas no sólo no mejoraron, sino que empeoraron. En definitiva, a fecha de hoy han perdido el negocio, su piso con todo el contenido, y sólo pudieron salir con lo puesto y ahora, por suerte, han podido ser recogidos por una hija del matrimonio, que les cedió una habitación. Este matrimonio en la actualidad no tiene casa propia, no tiene recuerdos materiales juntados en tantos años (ropas, adornos, muebles…), no tiene coche, no tiene dinero (deben aún al banco, pues el valor del piso no alcanza a satisfacer la deuda contraída). Sólo tiene, este matrimonio, un pequeño espacio prestado de unos pocos metros cuadrados, pero el marido tiene una cosa más que la mujer: una tremenda angustia y sentimiento de culpabilidad, pues suya fue la idea de hipotecar la casa pensando que pronto cambiaría todo a mejor.
            - “Caí en tristeza y angustia”. Sí, ante la vejez, ante las enfermedades que van viniendo con los años y ante los problemas de cada día, se puede caer en el pozo negro de la tristeza y de la angustia, pues no se ve ningún futuro y la depresión se adueña de uno. Sólo se quiere uno morir o no levantarse nunca de la cama. Os leo el caso de un chico de 23 años y su experiencia: “Siempre he intentado hacerme el duro, el fuerte, pero en realidad eso no era más que una mascara social que me he puesto. Por dentro estoy masacrado, consumido; perdí todos los amigos, la familia me dejó de lado, nadie intentó entender mis problemas. Aunque sea muy triste decirlo, lo único que me sigue atando a esta vida son los tristes videojuegos. Me paso las horas delante de la tele y el ordenador, deseando que me entre el sueño para poder dormirme, y olvidarme de todo. Cada día me siento más solo; hay días que me los paso enteros llorando, en compañía de mi más leal y ÚNICO amigo: mi perro; si no fuera por él... Los pensamientos suicidas rondan mi cabeza cada vez más frecuentemente, y aunque no quiero hacerlo, tampoco veo la salida del pozo…”
            ¿Cómo salir de este pozo negro de tristeza y de angustia en el que hemos caído, o han caído algunos amigos, familiares o conocidos nuestros? ¿Podemos ayudarles y ayudarnos? Yo diría que hay dos formas de ayudar a estas personas y de ayudarnos a nosotros mismos cuando estamos caídos: Existe una ayuda remota y otra próxima.
            La ayuda remotaes aquella que significa la preparación que todos hemos de tener a lo largo de nuestra vida para cuando estemos metidos en el pozo del dolor. Si no vamos cogiendo “músculo” desde el principio, es fácil que después los acontecimientos nos desborden y sobrepasen, y que todo esté por encima de nuestras fuerzas:
- Una de las primeras cosas que hemos de aprender y de enseñar en esta vida es que el dolor (igual que la alegría y el placer) forma parte de nuestra existencia. Escuchad lo que nos dice una mujer de sí y de su vida: “Cerca de seis años después de la muerte de mi hijo -de un añito- y de haberme separado. Recibí el tercer golpe, uno de los más grandes que he tenido en mi vida: Mi hermano de 34 años, con el que estaba muy unida, al que yo adoraba y al que siempre trataba de cuidar, se suicidó. En ese momento se me paralizó la vida. Por primera vez dije: ‘de ésta ya no salgo’. Me fui hasta el fondo del pozo. Estuve cerca de cinco meses en la oscuridad más profunda. Lloraba mañana, tarde y noche. Con la ayuda de un amigo psicólogo fui saliendo de ese pozo en el que estaba caída. Después de todo lo que he pasado en mi vida, yo les diría a las personas que están viviendo un duelo, que el dolor es parte de la vida, al igual que la alegría. Cuando una le pierde el miedo al dolor, aprende a vivir en paz. El dolor hay que tocarlo, sentirlo y caminar con él. Después de eso, una se vuelve a enamorar de la vida y de todo lo maravilloso que ella nos regala cada día”.
- La fe en Dios, cuyo trato frecuente nos hace percibir la presencia amorosa y tierna de un Jesús que se preocupa por nosotros. La fe en Dios no puede significar solamente la práctica de unos cultos, de unos rezos, de una determinada forma de comportarse, de aceptar una serie de verdades dogmáticas. La fe en Dios es… ese Padre cariñoso en nuestra vida, ahora y siempre. Quien vive esto, se vuelve invencible. Ya lo decía San Pablo: “¿Quién podrá entonces separarnos del amor de Cristo? ¿Las tribulaciones, las angustias, la persecución, el hambre, la desnudez, los peligros, la espada? […] Porque tengo la certeza de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni los poderes espirituales, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra criatura podrá separarnos jamás del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor” (Rm. 8, 35.38-39).
Cuando ya estamos caídos (o han caído otros) en ese pozo negro de angustia y de tristeza, entonces hemos de recurrir a la ayuda próxima:
- Hablar y desahogar con familiares y amigos, pues el amor y la amistad nos defienden y nos sostienen contra el dolor. “Amigo fiel es refugio seguro, el que lo encuentra, encuentra un tesoro; un amigo fiel no tiene precio ni se puede pagar su valor” (Eclo. 6, 14s).
- También se puede acudir a psicólogos, psiquiatras o médicos. Ellos, desde su ciencia, nos pueden ayudar a superar la situación por la que estamos pasando, o nos pueden facilitar el sobrellevarla mejor. Aunque en este ámbito, hay experiencias para todos los gustos.
- Y, finalmente, podemos acudir a Dios. Ese amigo que está en todo momento con nosotros, en lo bueno y en lo malo. Por eso, el salmo 114 nos dice: “Caí en tristeza y angustia. Invoqué el nombre del Señor: ‘Señor, salva mi vida’. Verdaderamente el Señor nos salva. Ésta es mi experiencia y la que hoy os quiero transmitir a todos vosotros.