Domingo XXV del Tiempo Ordinario (B)



23-9-2012                        DOMINGO XXV TIEMPO ORDINARIO (B)
Homilía de audio en MP3
Queridos hermanos:
- En este templo, ¿quién es el más importante de los que aquí estamos? ¿Quién es el primero entre nosotros? ¿Será el cura? ¿Será el feligrés más anciano o el más joven, o el que más sabe, o el más rico…? ¿Quién es el más importante de entre nosotros?
            El evangelio de hoy nos dice que los discípulos, a espaldas de Jesús, habían estado discutiendo quién era el más importante de todos ellos. Cada uno sacaba a relucir sus méritos y sus cualidades, su sabiduría y la posible preferencia de Jesús hacia ellos por encima de otros discípulos. ¡Claro, y no se habían puesto de acuerdo!, pues cada uno pensaba que sus razones eran mejores que las de los otros y nadie estaba dispuesto a ceder. Jesús, que sabía todo lo que “se cocía” a sus espaldas les dio (a sus discípulos, pero también a nosotros) la solución “final y total” para llegar a ser el más importante “en el mundo mundial”: Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos.
El tema que deseo exponer en esta homilía es de rabiosa actualidad y asimismo es un tema siempre presente en nuestro mundo, desde que el hombre es hombre. Nos lo planteamos nosotros; se lo plantearon en tiempos de Jesús; y también en tiempos de Adán y Eva. En efecto, ya en el paraíso Adán y Eva querían ser importantes; querían ser tan importantes como Dios. El pecado original no consistió simplemente en comer una manzana o en desobedecer a Dios. No. El pecado original fue un pecado de soberbia. Satanás se acercó a Eva y le dijo que, si comían del árbol aquel, “serían como Dios” (Gn. 3, 5); sí, tendrían todo el poder de Dios, toda la sabiduría de Dios, todas las cualidades y atributos de Dios; en definitiva, “serían como Dios”.
- En nuestro mundo, en la sociedad en la que estamos los que quieren ser primeros han de luchar y esforzarse por destacar en algún aspecto o en varios: ser los mejores futbolistas o sobresalir en cualquier otro deporte; ser buenos cantantes o músicos; ser buenos actores; ser los más listos, hasta poder llevar un premio Nobel o, al menos, alcanzar una cátedra universitaria; tener mucho dinero; tener mucho poder; tener belleza; poseer muchas cosas materiales y permitirse todos los caprichos. Si logramos esto, entonces seremos importantes y de los más importantes.
En la sociedad en la que estamos los que quieren ser primeros, pero no pueden triunfar en los aspectos anteriores, han de luchar y esforzarse por llevar la voz cantante en casa o entre sus amistades o en otros sitios: a estas personas les cuesta trabajo admitir sus errores; que les llamen la atención; pedir disculpas; que les dejen en ridículo. Estas personas saben de todo; pueden decir todo de los demás, pero no se puede decir nada de ellos; lo suyo es lo mejor y les cuesta trabajo reconocer públicamente los logros y virtudes de los demás. El otro día me llamaba por teléfono una mujer, que tiene una hija estudiando en la Universidad. Esta chica se presentó a unos exámenes en septiembre y, de cuatro asignaturas, aprobó tres. Cuando lo supo, esta chica se hundió. ¿Por qué? Se hundió sólo pensando que otro alumno, que también se presentó a la asignatura que ella suspendió, haya podido aprobar y, de este modo, ella quedará de menos ante él. Sí, tiene miedo a quedar como una tonta, como una fracasada, como una perdedora, como la última mona… ¿En qué hemos convertido este mundo, nuestra sociedad para que la gente tenga miedo de aceptar que no somos mejores ni peores por quedar por delante o por detrás de otras personas? Ya sabéis el famoso refrán: “Más vale ser cabeza de ratón que cola de león.”
- Lo que está claro es que, quien quiera ser el primero o el más importante ante el mundo, no lo será ante Dios. Lo que está claro es que, quien quiera ser el primero o el más importante ante Dios, no lo será ante los demás o ante el mundo. Nosotros decidimos: o luchamos y nos esforzamos por ser importantes ante Dios o luchamos y nos esforzamos por ser importantes ante el mundo. Pero, por favor, no nos engañemos más a nosotros mismos: o seguimos a Dios o seguimos a este mundo y su soberbia.
¿Cómo podemos hacer para ser los primeros ante Dios y no ante los demás y ante el mundo? Nos lo dice el mismo Jesús en el evangelio de hoy: Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos.
* Si queremos ser los primeros ante Dios, hemos de luchar y esforzarnos por ser los últimos, o sea, que hemos de luchar porque los demás no nos consideren ni nos tengan en cuenta.
* Si queremos ser los primeros ante Dios, no hemos de esconder nuestros defectos ni nuestras carencias. Tampoco hemos de presumir de ellas. Somos como somos y hemos de aceptarnos así: con nuestro físico, con nuestro carácter, con nuestra historia personal, familiar, social y laboral. No hablo de estancamiento. Hablo de partir de la realidad que somos y, sólo a partir de conocer, aceptar y amar esta realidad nuestra (que Dios mismo conoce, acepta y ama), podemos empezar a caminar hacia Él. Si no nos aceptamos tal y como somos, tal y como estamos, entonces viviremos en la irrealidad y huiremos a un pasado que no volverá o a un futuro que esperamos mejor, pero que quizás nunca lleguemos o, al menos, tal y como imaginamos.
* Si queremos ser los primeros ante Dios, no protestaremos ni nos quejaremos continuamente de Dios, de los demás, de nosotros mismos. La queja continua nos hace creernos las victimas de todos o convertirnos en unos resentidos. Y esto nos aparta de Dios, pues nos impide aceptarnos tal y como somos, y aceptar a los demás tal y como son.
* Si queremos ser los primeros ante Dios, cogeremos (como Jesús) a un niño entre nuestros brazo y lo acogeremos. En los tiempos de Jesús, los niños eran los que no valían, los que no contaban…, eran los últimos. Lo que Jesús nos pide es que nos quitemos nosotros del centro de todo y pongamos a los otros como centro. Los otros son un compañero de trabajo, un vecino, un familiar, cualquiera que pasa a nuestro lado. Al poner al otro o a los otros en el centro de nuestra vida, nos convertimos en sus servidores. Al ser servidores suyos, nos convertimos en los últimos. Al ser los últimos y los servidores de todos, nos convertimos en los primeros ante Dios. Y al ser los primeros ante Dios, seremos los más importantes ante Dios.
* Sin embargo, todo esto que acabo de decir no puede ser logrado solamente con el esfuerzo personal. NO. Sobre todo es don y regalo de Dios, al cual hemos de suplicar diariamente por ello. ¡Dios nos lo conceda! ¡Así sea!