Domingo III del Tiempo Ordinario (C)



27-1-2013                              DOMINGO III TIEMPO ORDINARIO (C)
Queridos hermanos:
            El viernes, 25 de enero, hemos terminado la semana de oración por la unidad de todos los cristianos para unirnos bajo la única y misma Iglesia de Cristo Jesús. Voy a decir algunas ideas sobre ello, pero sobre todo de la Iglesia:
            - En esta semana, que he estado en cama de gripe, aproveché para leer un libro sobre la historia el siglo pasado, concretamente desde 1933 hasta 1949. Se hace un relato novelado del nazismo y de la 2ª Guerra Mundial. Se trata de una ficción en lo que fue realidad: con unos personajes de novela se muestran hechos reales de aquellos tiempos. En alguna de las páginas del libro se narra la decisión de Hitler de matar a todos los discapacitados físicos o psíquicos y cómo se empezó a realizar esto en hospitales alemanes. Algunos de los protagonistas acuden a un pastor protestante para que denuncie estos hechos. Así lo hace este pastor y escribe a uno de los ministros de Hitler pidiéndole cuentas y que pare esas acciones. Pero enseguida el pastor protestante recibe la visita de la Gestapo, que humilla y aterroriza a los cinco hijos del pastor y a su mujer. El pastor es obligado a escribir otra carta al ministro pidiendo disculpas. Los feligreses del pastor dicen que no volvió a ser el mismo: era un hombre derrotado, hundido y asustado. Poco tiempo después los protagonistas de la novela acuden con pruebas irrefutables del asesinato de los discapacitados a un sacerdote católico de 27 años y le vuelven a confirmar la historia. Este sacerdote inmediatamente predica en la Misa de su parroquia sobre el quinto mandamiento de la Ley de Dios: No matarás, y denuncia estos crímenes horrendos. Un obispo católico se hace eco de esta homilía y predica también sobre ello y se hacen copias de la predicación del obispo, la cual se reparte por toda Alemania. Al joven sacerdote católico lo detiene la Gestapo y le torturan para que delate a quienes le dieron las pruebas. Le ponen electrodos en las partes más sensibles de su cuerpo, pero él no delata a nadie. Finalmente, lo matan con las descargas eléctricas. Sin embargo, Hitler da orden de parar el programa de aniquilamiento de discapacitados.
            - ¿A qué viene este relato? ¿Para destacar la fuerza y la supremacía del sacerdote católico sobre el pastor protestante? NO. Ambos forman parte de la única Iglesia de Dios, del mismo Cuerpo de Cristo Jesús. En distinta medida, pero son de la misma Iglesia y del mismo Cuerpo. Uno queda amedrentado en el relato de la novela, y el otro toma el relevo. En otras ocasiones no podrá seguir el sacerdote católico y lo hará por él el pastor protestante. (Y lo que digo con este ejemplo novelesco, se puede afirmar en tantos casos reales a lo largo de la historia, de los tiempos y de los lugares). Sí, en aquellos clérigos alemanes se cumplió el maravilloso texto de San Pablo sobre la Iglesia de Dios, sobre el Cuerpo de Cristo, al que nosotros pertenecemos por especial regalo de Dios. “Los miembros son muchos, es verdad, pero el cuerpo es uno solo. El ojo no puede decir a la mano: «No te necesito»; y la cabeza no puede decir a los pies: «No os necesito»”. Y un poco más adelante dice: “Cuando un miembro sufre, todos sufren con él; cuando un miembro es honrado, todos se felicitan. Pues bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno es un miembro”. Los sacerdotes católicos necesitamos a los pastores protestantes, los pastores protestantes necesitan a los sacerdotes católicos. Si cada uno de nosotros buscamos que crezca nuestro ego o nuestro grupo (es lo mismo), entonces no nos entenderemos ni estaremos en línea con Cristo Jesús. Pero si cada uno de nosotros buscamos que crezca Dios y el hombre, entonces sí que nos entenderemos; entonces sí que nos alegraremos y entristeceremos con los demás, aunque no piensen como nosotros.
            - A modo de reflexiones finales:
            1) Dios nos ha elegido para formar parte de su maravilloso Cuerpo-Iglesia. Nos ha elegido Él, y no hemos sido nosotros los que simplemente hemos elegido ser parte del Cuerpo, de la Iglesia.
            2) En este Cuerpo y en esta Iglesia todos somos necesarios y todos tenemos una función. Nadie es más importante que nadie. No es más importante el párroco que el monaguillo o que la mujer del quinto banco. No es más importante el obispo que el párroco. No es más importante el catequista que el niño que acude al catecismo de 1ª Comunión. Todos nos necesitamos y todos debemos cuidarnos. Hay una imagen preciosa sobre las flores y los santos en la Iglesia que se me quedó grabada la primera vez que leí Historia de un alma, de Santa Teresita del Niño Jesús. Escribe ella: Comprendí que todas las flores que Él ha creado son hermosas y que el esplendor de la rosa y la blancura del lirio no le quitan a la humilde violeta su perfume, ni a la margarita su encantadora sencillez; comprendí que si todas las flores quisieran ser rosas la naturaleza perdería su gala primaveral, y los campos ya no se verían esmaltados de florecillas”. Lo que quería decir Santa Teresita, como nos dice hoy San Pablo en la segunda lectura, es que Dios se complace en lo más grande y en lo más pequeño. Lo uno realza lo otro y no podemos ni debemos prescindir de nada ni de nadie en la Iglesia de Cristo.
            3) Finalizo hablando un poco más de la Iglesia[1], a la que amo y a la que necesito. En mi vida como cristiano y como católico he comprobado que las personas de fe tenemos nuestra propia trayectoria y que Dios nos va haciendo descubrir en distintos momentos y etapas lo que importa en la fe y lo que nos ayuda a llegar a Él. TODOS los componentes de lo que importa en la fe y lo que nos ayuda a llegar a Dios lo tienen los santos. Nosotros sólo tenemos, de momento, algunas de estas cosas y son regalos de Dios. Voy a ir diciendo algunos de estos componentes para que los podamos reconocer y agradecer (se pueden expresar de otros modos): a) el amor a Dios Padre, b) la cercanía a Jesús, c) el descubrimiento del Espíritu Santo, d) María nuestra Madre, e) la Sagrada Escritura como Palabra de Dios y fuente de Vida, f) el amor y el respeto al hombre concreto como criatura de Dios, g) la necesidad de la oración y del silencio, h) el sentimiento de nuestra propia miseria y, a pesar de ello, de que Dios nos tiene de su mano, i) la certeza de la Vida Eterna, j) la necesidad de la Iglesia como madre que nos acoge… Esta última es de las más difíciles de descubrir en estos tiempos que vivimos. Termino con la frase de un autor católico inglés, Chesterton: “Quien no ama a la Iglesia, ve los defectos de sus hijos e hijas. Quien la ama, los ve mejor: pero no ve solamente los defectos, ve también sus virtudes”.


[1] La Iglesia son mis feligreses de la UPAP de La Peña, las personas que se acercan con problemas y con alegrías, las personas que no se acercan, los que han muerto y gozan ya de Dios, los que han muerto y no gozan aún de Dios y tantos más.