Domingo de la Ascensión del Señor (C)



12-5-2013                               DOMINGO DE LA ASCENSION (C)

Homilía de audio en MP3
Queridos hermanos:
            Hoy celebramos una de las afirmaciones del Credo: Jesús “subió a los cielos”. Es decir, celebramos la ascensión de Jesucristo, en cuerpo y alma, a los cielos. ¿Y qué significa esto? ¿Nos afecta a nosotros de alguna manera? Hemos de escuchar atentamente todo lo que Jesús nos dice y ver lo que hace, pues de Él aprendemos a cada instante.
            - Supongo que os acordáis del cuento del patito feo: Una familia de patos había tenido patitos y todos eran blancos e iguales, menos uno. Éste era distinto físicamente a los otros y sus ‘hermanos’ se burlaban de él y le hacían la vida imposi­ble. Este patito feo lo pasaba muy mal al verse desplazado. Los padres del patito feo trataban de darle todo su amor, pero aún así el pobre patito feo sufría mucho al verse despreciado por sus propios ‘hermanos’ y por el resto de la bandada de patos con la que estaba. Pasado el tiempo aquel patito feo creció, como el resto de sus hermanos y como el resto de los otros patitos de la bandada, y se hizo el más hermoso de todos, pues no era verda­deramen­te un pato, sino un cisne.
            A medida que va transcurriendo la vida me estoy dando cuenta que nuestra existencia, en tantas ocasiones, se parece a este cuento del patito feo: podemos llevar palos o sentir desprecios o indiferencia de los demás en diversos momentos de nuestra vida. En sí mismo, no es bueno recibir esos desprecios o indiferencia de otros (y mucho menos es bueno el hacerlo sobre los demás), pero sí es cierto que estos hechos forman parte de nuestra vida y de la vida de quienes nos rodean. Por lo tanto, hemos de aprender a integrarlos en nuestras personas: no con complejos de inferioridad, ni con resentimientos o amarguras, ni tampoco con la ira de la venganza[1]. Si logramos integrar -no digo que sea fácil- esos desprecios e indiferencias con los que nos encontramos en cada momento de nuestra existencia y no devolver mal por mal, o desprecio por desprecio, entonces podremos romper la espiral y la cadena de maldad en nosotros y en los que nos rodean. Podremos ser personas sanas interiormente y no buscar venganza ni transmitir amargura o resentimiento.
            Hace un tiempo me encontré con una oración a Dios que hizo el general Mc. Arthur (el cual combatió en la segunda Guerra Mundial) y viene bien para el tema que estamos comentando. Dice así: “Dadme ¡oh Señor¡ un hijo y que sea lo bastante fuerte para saber cuándo es débil y lo bastante valeroso para enfrentarse consigo mismo cuando sienta miedo. Dadme un hijo que nunca doble la espalda cuando debe erguir el pecho; un hijo que sepa conocerte a Ti y conocerse a sí mismo, que es la piedra fundamental de todo conocimiento. Condúcelo, te lo ruego, no por el camino fácil, sino por el camino áspero, aguijoneado por las dificultades y los setos. Allí déjale aprender a sostenerse firme en la tempestad y a sentir compasión por los que fallan[…] Entonces, yo, su padre, me atreveré a murmurar: ‘no he vivido en vano’”.
- En definitiva, de lo que os estoy hablando es de la resiliencia: una virtud muy necesaria para vivir y convivir. Creo que este concepto surgió al constatar cómo algunas personas que habían sufrido muchísimo (por ejemplo, en los campos nazis de concentración o niños que habían pasado por orfanatos horrendos) eran, sin embargo, capaces de sobreponerse y llevar después una vida normal y equilibrada. La resiliencia sería, por tanto, la capacidad para afrontar la adversidad y lograr adaptarse bien ante las tragedias, los traumas, las amenazas o el estrés severo. Ser resiliente no significa no sentir malestar, dolor emocional o dificultad ante las adversidades. La muerte de un ser querido, una enfermedad grave, la pérdida del trabajo, problemas financieros serios, etc., son sucesos que tienen un gran impacto en las personas, produciendo una sensación de inseguridad, incertidumbre y dolor emocional. Aún así, hay personas que logran sobreponerse a esos sucesos y adaptarse bien a lo largo del tiempo. Pero, ¿cómo lo hacen?
El camino que lleva a la resiliencia no es un camino fácil. La resiliencia no es algo que una persona tenga o no tenga, sino que implica una serie de conductas y formas de pensar que cualquier persona puede aprender y desarrollar. Las personas resilientes poseen tres características principales: 1) saben aceptar la realidad tal y como es; 2) tienen una profunda creencia en que la vida tiene sentido; y 3) tienen una inquebrantable capacidad para mejorar. Además, estas personas presentan las siguientes habilidades: * Son capaces de identificar de manera precisa las causas de los problemas para impedir que vuelvan a repetirse en el futuro. * Son capaces de controlar sus emociones, sobre todo ante la adversidad y pueden permanecer centrados en situaciones de crisis. * Saben controlar sus impulsos y su conducta en situaciones de alta presión. * Tienen un optimismo realista. Es decir, piensan que las cosas pueden ir bien, tienen una visión positiva del futuro y piensan que pueden controlar el curso de sus vidas, pero sin dejarse llevar por la irrealidad o las fantasías. * Se consideran competentes y confían en sus propias capacidades. * Son empáticos. Es decir, tienen una buena capacidad para leer las emociones de los demás y conectar con ellas. * Son capaces de buscar nuevas oportunidades, retos y relaciones para lograr más éxito y satisfacción en sus vidas.
            - Para los que somos creyentes sabemos que la resiliencia es una tarea, pero sobre todo es un don-regalo de Dios. Sin Él nada podemos. Jesús es nuestro modelo y maestro en todo, y en esto también: En la última etapa de la vida de Jesús todo el mundo se burlaba de él, le escupían, le mal­trataban, le tenían por un malhechor y, finalmente, fue ajusticiado en una cruz. Al cabo de tres días resucitó y 40 días después de su resurrección ascendió a los cielos. Dios Padre lo atrajo hacia sí y lo sentó a su derecha. A nuestros ojos, aquel espantajo de hombre colgado de la cruz, se nos presenta, como en el cuento, como ese patito feo despreciado por los hombres, pero al que Dios convirtió en un hermoso cisne, el más hermoso de todos. En efecto, Jesús, como el cisne del cuento, no se ensaña desde su situación privilegiada (desde el cielo) para machacar ni vengarse de los hombres que no le hicieron caso, que le hicieron daño, sino que extiende sus alas grandes y fuertes para recogernos a todos y llevarnos con Él. Los cristianos debemos ser personas con esperanza en todas las ocasiones.
            La persona resiliente, o hablando en cristiano, la persona que ha sido redimida y resucitada y en esta vida por Jesús es inmune a todo deseo de venganza, a toda amargura y a todo resentimiento. Es más, el cristiano transfigurado por Cristo Jesús ya en esta vida es un hombre lleno de la alegría del mismo Jesús. Por eso nos decía el salmo que acabamos de escuchar: Pueblos todos batid palmas, aclamad a Dios con gritos de júbilo”. Y en el mismo evangelio se nos habla de la alegría de los apóstoles después de la Ascensión de Jesús a los cielos: “Ellos se postraron ante Él y se volvieron a Jerusalén con gran alegría”.


[1] He leído que, con frecuencia, los más dañinos con las novatadas que se hacen en el ejército o en el tiempo de estudios podían ser aquellos que más sufrieron con ellas.