Domingo XX del Tiempo Ordinario (C)



18-8-2013                   DOMINGO XX TIEMPO ORDINARIO (C)
                                 Jr. 38,4-6.8-10; Slm. 39; Hb. 12,1-4; Lc. 12,49-53

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Homilía de audio en MP3
Queridos hermanos:
La primera lectura de hoy nos habla del profeta JEREMÍAS. Para mí fue él la puerta que me introdujo en la riqueza maravillosa del Antiguo Testamento. Hasta entonces éste había sido un cúmulo de historias, de narraciones, de batallas, de un Dios terrible y extraño, pero, a partir de conocer un poco al profeta Jeremías, descubrí un Dios cercano, cariñoso, amigo de los hombres y que acompañaba a los creyentes de todos los tiempos: los del Antiguo Testamento y los del Nuevo Testamento, los de entonces y los de ahora.
Vamos a conocer y profundizar en algunas cosas del profeta Jeremías:
- Jeremías fue llamado por Dios a realizar una labor profética siendo aún muy joven. Por eso, en un primer momento se resiste y pone excusas a Dios: “¡Ay, Señor! Mira que no sé hablar, porque soy demasiado joven”(Jr. 1, 6). Pero el Señor le deja sin esas excusas, ya que Jeremías no tendrá que profetizar basado en sus fuerzas o conocimientos, sino en la fuerza y en la sabiduría de Dios y, además, le dice cuál va a ser su tarea: “El Señor me dijo: ‘No digas: ‘Soy demasiado joven’, porque tú irás adonde yo te envíe y dirás todo lo que yo te ordene. No temas delante de ellos, porque yo estoy contigo para librarte –oráculo del Señor –’. El Señor extendió su mano, tocó mi boca y me dijo: ‘Yo pongo mis palabras en tu boca. Yo te establezco en este día sobre las naciones y sobre los reinos, para arrancar y derribar, para perder y demoler, para edificar y plantar’” (Jr. 1, 7-10).
- Jeremías era un joven sensible y tímido, pero Dios lo sacó con fuerza de su vida tranquila para ser su voz en medio de las desgracias y de los pecados de su pueblo. Jeremías se sentía en medio de una tempestad, de un huracán que tiraba de sí y lo desgarraba interiormente: Por una parte estaban su propia timidez y sensibilidad que lo impulsaba a lo bueno, a congraciarse con la gente; por otra parte tenía ante sí los pecados e idolatrías de sus coetáneos, que lo herían en lo más profundo de su ser; y, finalmente, estaba Dios que tiraba de él para que fuera su voz, su denuncia ante los judíos.
            - En tantas ocasiones Jeremías tuvo que denunciar los pecados a la cara de sus vecinos: Denunció a los labradores, a los comerciantes, a los sacerdotes, a los falsos profetas, a los gobernantes, a los reyes y se enemistó con todos ellos. En cierta ocasión Jeremías se enfrentó con el profeta Ananías. Dios le había dicho a Jeremías que se pusiera un yugo sobre sus hombros para simbolizar que el pueblo iba a ser esclavizado por extranjeros (Jr. 27, 2). Así lo hizo, pero entonces Ananías “quitó el yugo del cuello de Jeremías y lo rompió” y negó que esto fuera a ser cierto (Jr. 28, 10). A esto respondió Jeremías: “‘¡Escucha bien, Ananías! El Señor no te ha enviado, y tú has infundido confianza a este pueblo valiéndote de una mentira. Por eso, así habla el Señor: Yo te enviaré lejos de la superficie del suelo: este año morirás, porque has predicado la rebelión contra el Señor’. El profeta Ananías murió ese mismo año” (Jr. 28, 15-17). Otro caso de denuncia nos los narra la primera lectura de hoy. Él hablaba en nombre de Dios y muchos tergiversaron sus palabras y lo acusaron de desmoralizar a los soldados que luchaban contra el enemigo. Como castigo a Jeremías lo echaron a un pozo lleno de barro para que se muriera de hambre y sed.
            - Todos los profetas nos han dejado, al lado de sus profecías, algunas experiencias íntimas de su relación con Dios y/o de lo que sentían en su interior. Pero el que más escritos íntimos nos ha dejado ha sido Jeremías. Por ellos podemos conocer lo que él sintió, lo que sintieron otros profetas y cualquier creyente que se relaciona con Dios de un modo serio y profundo:
            a) Jeremías se sentía odiado y repudiado por tanta gente de su pueblo, al que él amaba y para el que buscaba todo bien. Sí, Jeremías buscaba el bien de la gente y ésta reaccionaba con ira y odio: ¡Qué desgracia, madre mía, que me hayas dado a luz, a mí, un hombre discutido y controvertido por todo el país! Yo no di ni recibí nada prestado, pero todos me maldicen […] Yo no me senté a disfrutar en la reunión de los que se divierten; forzado por tu mano, me mantuve apartado, porque tú me habías llenado de indignación (Jr. 15, 10.17).
            b) Pero lo que más le dolió fue el comprobar que sus familiares y sus mismos amigos más íntimos lo habían traicionado: Oía los rumores de la gente: ‘¡Terror por todas partes! ¡Denúncienlo! ¡Sí, lo denunciaremos!’ Hasta mis amigos más íntimos acechaban mi caída: ‘Tal vez se le pueda seducir; lo podremos y nos vengaremos de él (Jr. 20, 10).
            c) Por eso, de sus labios surgió un grito desgarrador, que en tantas ocasiones ha sido imitado por muchos hombres a lo largo de la historia: ¡Maldito el día en que nací! ¡El día en que mi madre me dio a luz jamás sea bendecido! ¡Maldito el hombre que dio a mi padre la noticia: ‘Te ha nacido un hijo varón’, llenándolo de alegría! […] ¿Por qué no me hizo morir en el seno materno? ¡Así mi madre hubiera sido mi tumba y nunca me habría dado a luz! ¿Por qué salí del vientre materno para no ver más que pena y aflicción, y acabar mis días avergonzado? (Jr. 20, 14-15.17-18).
d) Algunas de las consecuencias de ser fiel a Dios fueron su soledad, la incomprensión, el rechazo y el odio de la gente. Al sentirse solo y desamparado, Jeremías se vuelve y se entrega por entero a Dios, y se establece entre los dos un diálogo maravilloso: Cuando encontraba tus palabras, yo las devoraba, tus palabras eran mi gozo y la alegría de mi corazón (Jr. 15, 16). Y Dios le respondía: Si vuelves a mí, yo te haré volver, y estarás a mi servicio; si separas lo precioso de la escoria, tú serás mi portavoz. Que vuelvan ellos a ti, no tú a ellos. Yo te pondré frente a este pueblo como una muralla de bronce inexpugnable. Lucharán contra ti, pero no te vencerán, porque yo estoy contigo para salvarte y librarte (Jr. 15, 19-20).
            e) Sin embargo, hubo tantos momentos en los que Jeremías dudó, tuvo miedo y quiso abandonar su misión y a Dios. ¡Tú me has seducido, Señor, y yo me dejé seducir! ¡Me has violado y me has podido! Soy motivo de risa todo el día, todos se burlan de mí. Entonces dije: ‘No lo voy a mencionar, ni hablaré más en su Nombre’. Pero había en mi corazón como un fuego abrasador, encerrado en mis huesos: me esforzaba por contenerlo, pero no podía (Jr. 20, 7.9). Por eso, Jeremías fue fiel a Dios durante toda su vida hasta que el último aliento salió de su boca y cerró los ojos para siempre.
            Por todo ello, la Iglesia hoy nos pone estos textos para animarnos en estos tiempos difíciles en los que estamos. Así, en la segunda lectura nos dice San Pablo: “Una nube ingente de testigos nos rodea: por tanto, quitémonos lo que nos estorba y el pecado que nos ata, y corramos en la carrera que nos toca, sin retiramos, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe: Jesús […] No os canséis ni perdáis el ánimo”.