Domingo VI del Tiempo Ordinario (A)



16-2-11                          DOMINGO VI TIEMPO ORDINARIO (A)

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Queridos hermanos:
            Dice el salmo 118 que acabamos de escuchar: Dichoso el que, con vida intachable, camina en la voluntad del Señor. Sí, nosotros queremos ser felices[1], aquí y siempre. Para lograrlo, como nos dice el salmo, debemos caminar al lado de Dios y de la mano de Dios, y al mismo tiempo, debemos procurar llevar una vida intachable.
            En los evangelios de estos días estamos leyendo el sermón de la montaña. Se trata de una recopilación de dichos y enseñanzas de Jesús; con estos dichos Jesús quiere enseñar a sus discípulos, es decir, a nosotros, a caminar al lado de Dios y a llevar una vida intachable. Veamos dos de estos dichos y procuremos profundizar en ellos y aplicarlos a nuestra vida en este año 2014.
            - Habéis oído que se dijo a los antiguos: ‘No matarás’, y el que mate será procesado. Pero yo os digo: Todo el que esté peleado con su hermano será procesado”. Los que estamos aquí: ¿Nos llevamos bien con todo el mundo? ¿Se lleva bien todo el mundo con nosotros? ¿Con cuántos estamos peleados? ¿Cuántos no nos hablan? ¿A cuántos no hablamos? ¿Cuántos ‘hemos matado’ en nuestro corazón y están muertos para nosotros? ¿Cuántos ‘nos han matado’ en su corazón y estamos muertos para ellos? Como todos sabemos, la convivencia humana es difícil. Los enfrentamientos, por desgracia, forman parte de las relaciones humanas. Una palabra, un gesto, una omisión pueden hacer que se rompan amistades de toda la vida o que los familiares no se vuelvan a hablar entre sí.
¿Qué tenemos que hacer los cristianos ante los problemas de convivencia? Como bien dice San Pablo, en lo posible y en cuanto de vosotros dependa, estad en paz con todos los hombres” (Rm. 12, 18). Es decir, nosotros, los cristianos, no debemos ser el origen de los problemas: los que protestamos, los egoístas, los amargados, los iracundos, los hipersensibles, los suspicaces…, sino que debemos tratar a los demás con amabilidad, con respeto, con comprensión, con paciencia… Cuando San Pablo dice: en lo posible y en cuanto de vosotros dependa, estad en paz con todos los hombres” (Rm. 12, 18), con ello quiere significar también que, ante los problemas de relación, el perdón y no agudizar las heridas deben formar parte del normal proceder de los cristianos. Sin embargo, con esta afirmación no quiero decir que debamos tragar por todo. NO. Cuando a Jesús lo interrogaban los judíos con intención de matarlo, sucedió esta escena: Jesús le respondió (a quien le preguntaba): ‘He hablado abiertamente al mundo; siempre enseñé en la sinagoga y en el Templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada en secreto. ¿Por qué me interrogas a mí? Pregunta a los que me han oído qué les enseñé. Ellos saben bien lo que he dicho’. Apenas Jesús dijo esto, uno de los guardias allí presentes le dio una bofetada, diciéndole: ‘¿Así respondes al Sumo Sacerdote?’ Jesús le respondió: ‘Si he hablado mal, muestra en qué ha sido; pero se he hablado bien, ¿por qué me pegas?’ (Jn. 18, 20-23).
            Ya sabéis aquel cuento en que dos personas amigas (José y Fernando) tuvieron una discusión y José insultó y maltrató gravemente de palabra a Fernando. Y Fernando escribió en la arena de la playa: ‘Mi amigo José me insultó y me hirió’. Pasado un tiempo José hizo mucho bien a Fernando y entonces éste escribió con un cincel en una roca: ‘Mi amigo José hizo una gran bien para mí’. Un tercero que había sido testigo de los dos sucesos dijo a Fernando no entender la razón de escribir en la arena el mal recibido y en la piedra el bien recibido, si los dos hechos (el bueno y el malo) se los había hecho la misma persona. A lo que Fernando contestó: ‘José es mi amigo y escribo lo malo en la arena de la playa para que, cuando suba la marea, borre ese mal entre nosotros para siempre, y escribo lo bueno en la roca para que siempre me recuerde de lo bueno que fue y es Fernando conmigo’. Como vemos aquí, José cumplió muy bien la enseñanza de Jesús.
            - “Habéis oído el mandamiento ‘no cometerás adulterio’. Pues yo os digo: El que mira a una mujer casada deseándola, ya ha sido adúltero con ella en su interior”. ¿Cuántos de los que estáis aquí habéis sido infieles a vuestro marido o a vuestra mujer[2]? Con esta frase entiendo que Jesús no sólo se refiere a  quien va con la vecina del tercero o con un hombre del pueblo de al lado. Jesús se refiere también a aquellos esposos que, no teniendo relaciones sexuales con otras mujeres o con otros hombres, sin embargo, no son fieles a sus palabras de consentimiento ante el altar: ‘Yo, N., te quiero a ti, N., como esposo/a y me entrego a ti, y prometo serte fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, y así amarte y respetarte todos los días de mi vida’.
            Cuando amamos más a nuestras aficiones que a nuestro marido o mujer, estamos siendo infieles y cometiendo adulterio.
            Cuando amamos más a nuestras familias de sangre que a nuestro marido o mujer, estamos siendo infieles y cometiendo adulterio.
            Cuando nos amamos más a nosotros mismos que a nuestro marido o mujer, estamos siendo infieles y cometiendo adulterio.
            Cuando no somos capaces de sacrificarnos por nuestro marido o por nuestra mujer, estamos siendo infieles y cometiendo adulterio.
            Cuando no somos capaces de perdonar a nuestro marido o a nuestra mujer, estamos siendo infieles y cometiendo adulterio.
            Cuando somos cobardes ante los gritos y amenazas de nuestro marido o de nuestra mujer, y callamos y aguantamos ‘por tener la fiesta en paz’, estamos siendo infieles y cometiendo adulterio. Sí, porque el amor verdadero corrige y enseña.

[1] ¿Cómo será esa felicidad que nos espera en el cielo? Dice San Pablo, que mucho más que nosotros conoce de esto, que no sabe, que no lo sabe él ni lo sabemos nosotros y lo dice con esta frase tan bella, tan profunda y tan llena de esperanza: “Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman”.
[2] Porque esta enseñanza de Jesús sirve tanto para los hombres como para las mujeres. Hace años hubo una señora de Taramundi, mayor y soltera, que, al oír la explicación de esta frase en una homilía, salió de la iglesia diciendo: ‘Mete medo, ahora as mulleres no podemos mirar a os homes’.