Asunción de María a los cielos



15-8-2014                   ASUNCION DE LA VIRGEN MARIA (A)
                                     Ap. 11,19a;12,1.3-6a.10ab; Slm. 44; 1 Co. 15,20-27a; Lc. 1,39-56

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Queridos hermanos:
Cuando María llegó a casa de su prima Isabel, ésta le dijo: “¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?” Sobre esta frase quisiera articular la homilía de hoy.
- Existen personas que tienen una gran sensibilidad y otras no tanto. Las primeras son personas a las que es muy fácil hacer felices o darles una alegría, pues cualquier pequeño detalle, gesto o palabra de cariño o de atención que se tenga con ellos les aporta una gran alegría. También sucede al contrario: a estas personas con tanta sensibilidad cualquier pequeño detalle, gesto o palabra de menosprecio o de dureza puede herirlas. Recuerdo que en una ocasión me contaba una mujer, a la que le había fallecido su abuelo, con el que estaba muy unida, que su marido no había acudido al funeral de dicho abuelo (tampoco había ido nunca este marido a visitar al abuelo de su mujer cuando estuvo ingresado en el hospital). La razón que dio el marido para no ir al funeral fue que había quedado anteriormente con sus amigos para ir en ese momento de caza.
“Cuenta una historia que un hombre trabajaba en una planta empacadora de carne en Noruega. Un día terminando su horario de trabajo, fue a uno de los refrigeradores para inspeccionar algo; de improviso, se le cerró la puerta con el seguro y se quedó atrapado dentro del refrigerador. Golpeó fuertemente la puerta y empezó a gritar, pero nadie lo escuchaba. La mayoría de los trabajadores se habían ido a sus casas, y era casi imposible escucharlo por el grosor que tenía esa puerta. Llevaba cinco horas en el refrigerador al borde de la muerte. De repente, se abrió la puerta. El guardia de seguridad entró y lo rescató. Después de esto, le preguntaron al guardia a qué se debió que se le ocurriera abrir aquella puerta, si no era parte de su rutina de trabajo. Él lo explicó: ‘Llevo trabajando en esta empresa 35 años; cientos de trabajadores entran a la planta cada día, pero él es el único que me saluda en la mañana y se despide de mí en las tardes. El resto de los trabajadores me tratan como si fuera invisible. Hoy me dijo «hola» a la entrada, pero no escuché «hasta mañana». Yo espero por ese «hola, buenos días», y por ese «ciao o hasta mañana» cada día. Sabiendo que todavía no se había despedido de mí, pensé que debía estar en algún lugar del edificio, por lo que lo busqué y lo encontré”.
¿Qué aprendemos de esta historia? Pues que los detalles de educación, el cariño y la sensibilidad de unos se pueden enseñar a los otros, y que los otros pueden aprender de los unos.
- Pero la sensibilidad no sólo se aprende o se enseña, igualmente se recibe, bien por la predisposición con la que uno puede nacer hacia ella, bien por ser un don y un regalo de Dios. Nos dice el evangelio que acabamos de escuchar que Isabel se llenó de Espíritu Santo y esto le aportó una gran sensibilidad para captar las cosas de Dios. Por ello mismo, Isabel captó entonces que vino a visitarla, no sólo su prima María, sino y sobre todo captó que en el vientre de su prima estaba el Hijo de Dios. Por eso dijo: “¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?”. Además, con la sensibilidad que le dio el Espíritu Santo Isabel igualmente percibió que su prima ya no era simplemente su prima, sino que era además “LA MADRE DE MI SEÑOR”.
- En estos días de atrás, mientras celebrábamos la novena de la Virgen del Carmen en Tapia de Casariego y sobre todo en la Misa del día del Carmen y la posterior procesión, creo que todos, casi todos o muchos fuimos capaces de captar cómo nos visitaba la Madre de nuestro Señor Jesucristo. Sí, ésta es una verdad de fe y de experiencia religiosa:
Si nos visita la Madre, nos visita el Hijo. Si nos visita el Hijo, nos visita la Madre.
Quien ama al Hijo, ama a la Madre. Quien ama a la Madre, ama al Hijo.
No pueden estar el Uno sin la Otra, ni la Una sin el Otro.
La Virgen María visitó a Isabel, pero también nos visita a todos nosotros. Pidamos a Dios que nos dé la sensibilidad del Espíritu Santo, como lo hizo en su día con Isabel, para que también nosotros captemos la presencia en nuestras vidas de María y de su Hijo. Cuando eso sucede, enseguida nos damos cuenta porque aumenta en nosotros la emoción, crece la fe, la alegría, la fuerza, la paz y el amor a Dios, a su Madre y hacia el resto de los hombres. Y quienes han perdido la fe, cuando les visita en su corazón Jesús y su Madre, esa fe florece de nuevo en su interior.

¡Señor, danos la sensibilidad del Espíritu Santo para que sepamos captar tus palabras y gestos para con nosotros y para con los demás!
¡Señor, que podamos captar cómo, en tantas ocasiones de la vida, nos visitan en nuestras casas y en nuestros espíritus tu Hijo Jesús y tu Madre María!
¡Señor, que nosotros también visitemos, como lo hicieron, lo hacen y lo seguirán haciendo Jesús y su Madre, los espíritus cansados, heridos y solitarios de tantas personas que nos necesitan!