Epifanía (B)

6-1-2009 EPIFANIA DEL SEÑOR (B)
Is. 60, 1-6; Sal. 71; Ef. 3, 2-3a.5-6; Mt. 2, 1-12
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Queridos hermanos:
Celebramos hoy la festividad de la Epifanía (que significa “manifestación”) o popularmente conocida como la fiesta de los Reyes Magos.
Sabéis que siempre se dice que los Magos de Oriente eran 3: Melchor, Gaspar y Baltasar. Según nos cuenta el evangelio de S. Mateo, estos Magos en sus países de origen habían visto salir una extraña estrella que anunciaba la aparición de un niño que sería el Rey de los judíos y, además, estaba llamado a cumplir una misión entre los hombres. Estos Magos se pusieron en caminos desde sus lugares de residencia para conocer a este niño. Fueron guiados por la estrella hasta donde estaba el niño con sus padres. Allí lo adoraron, le ofrecieron oro, incienso y mirra, y se volvieron a sus países. Seguramente ya nunca más volvieron a ver sobre la tierra a este niño.
Pues bien, yo hoy quisiera hablaros del cuarto Rey Mago: Akín. De éste no se dice nada en el evangelio, porque él no se acercó a adorar al niño. Akín en su país también vio la estrella y le llamó mucho la atención. Aquella estrella le hizo arder su corazón, le dio ilusión y esperanza. Sin oír palabras, aquella estrella parecía que le hablaba de parte de Dios y era como la señal de algo más grande que estaba a punto de aparecer. Akín veía que la estrella no se estaba quieta, sino que caminaba en una determinada dirección y era como si le animase a seguirla. Pero… seguirla significaba dejar la tranquilidad y el sosiego de su casa; significaba hacer unos gastos de desplazamiento; significaba exponerse al peligro del camino; significaba el que tal vez fuera simplemente una imaginación suya el que aquella estrella lo invitase a seguirla y que su trayectoria no llevase a ningún sitio. Akín era vecino de Melchor y supo que éste también había visto la estrella y que se estaba preparando para seguirla. Finalmente, Akín decidió quedarse en casa, pues era lo más prudente. Melchor se marchó y cuando, al cabo de una temporada regresó, fue hasta Akín y le contó todo lo que le había pasado: como se había ido encontrado con otros dos personajes (Gaspar y Baltasar), como pasaron sed y hambre, como habían muerto algunos de sus sirvientes durante el camino a causa de las enfermedades, como estuvieron en peligro por Herodes y como un sueño les había salvado, pero lo más maravilloso –le decía Melchor- fue cuando en un establo de animales habían encontrado, gracias a la estrella, a un niño con sus padres y allí le habían adorado y ofrecido sus regalos. Enseguida tuvieron que marcharse y retornar a sus países. Akín se quedó estupefacto: todo ese viaje, todos esos peligros, toda esa estrella “maravillosa” para ver simplemente un niño recién nacido con sus padres en un establo. Para eso no hacía falta tanta molestia. Akín podía ver cuando quisiera a los niños recién nacidos de sus criadas y sin falta de salir de sus posesiones ni de gastar dinero, ni de pasar por peligros. Akín no se rió delante de las barbas de Melchor por prudencia y respeto, pero pensó que qué bien había hecho no moviéndose de casa por una simple corazonada y por una estrella un tanto extraña que había aparecido una vez en el firmamento.
¿Os ha gustado el cuento? Pues entonces vamos a sacarle la moraleja, pues ya sabéis que todos los cuentos tienen su moraleja. Este cuarto Rey Mago es la figura de muchos hombres y mujeres de nuestro tiempo. Akín es figura de las personas que no creen en Dios o viven de espaldas a Dios. El sábado 3 de enero leí la siguiente noticia en Internet: “Dos autobuses de Barcelona lucirán desde el próximo lunes, 5 de enero, y durante dos semanas, una inscripción publicitaria ateísta, que dice así: ‘Probablemente Dios no existe. Deja de preocuparte y disfruta la vida’. Esta iniciativa ha sido realizada por la Unión de Ateos y Librepensadores. Ante la llegada a Barcelona de esta campaña ateísta, que ya se ha llevado a cabo en Londres, el arzobispado de Barcelona ha emitido un comunicado en el que subraya que para los creyentes en Dios ‘la fe en la existencia de Dios no es motivo de preocupación, ni es tampoco un obstáculo para gozar honestamente de la vida, sino que es un sólido fundamento para vivir la vida con una actitud de solidaridad, de paz y un sentido de trascendencia.’” Akín es figura de los creyentes no practicantes, los cuales en ocasiones sienten en su corazón algo de fuego divino, de llamada de Dios a una mayor entrega..., pero la comodidad, la “prudencia humana”, el egoísmo les lleva a no iniciar ningún movimiento y buscar más profundamente en su vida. Akín es también figura de tantos creyentes practicantes que vegetan con su fe: total para qué exponerse a más peligros, burlas, si al final la recompensa es simplemente algo que no es tangible, que no se ve, que no se oye. Y a lo mejor es sólo un autoengaño que nos hacemos a nosotros mismos.
Sigamos con el cuento: Han pasado los años; la vejez y la muerte han alcanzado a Melchor, a Gaspar, a Baltasar (los buscadores de Dios) y también a Akín. Ahora, tras su muerte, se han encontrado con ese niño que anunciaba la estrella. Melchor, Gaspar y Baltasar vieron que mereció la pena vivir en la pura fe: oscura, pero cierta. Ellos vieron la estrella unos pocos días de su vida, vieron un niño durante unas horas y de eso vivieron en su fe el resto de sus vidas. Para ellos mereció la pena. Pero ¿qué dirá Akín ahora de su prudencia?
Nosotros podemos aún ver la estrella del niño Jesús y ser, como los 3 Magos, buscadores de Dios. Ellos nos dicen que mereció la pena.

Domingo 2º después de Navidad (B)

4-1-2009 DOMINGO SEGUNDO DESPUES DE NAVIDAD (B)
Eclo. 24, 1-4.12-16; Sal. 147; Ef. 1, 3-6.15-18; Jn. 1, 1-18
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Queridos hermanos:
El día 1 de enero prediqué sobre la paz y puse como ejemplo iluminador un hecho narrado en la vida de San Francisco de Asís. Para el día de hoy, segundo domingo del tiempo de Navidad, he pensado continuar profundizando en la vida y en las palabras de San Francisco. Para mí él fue un padre y un maestro durante mi vida del Seminario. Yo leía su doctrina y su vida, y veía cómo iba enseñando el camino de Dios a los que tenía a su alrededor. A mí me hizo mucho bien y sé que a otras personas también se lo hizo, se lo está haciendo y se lo hará.
El jueves pasado os decía que la paz y el amor sólo podía poseerlos quien los recibía de Dios. San Francisco de Asís sabía esto y por eso él procuraba estar muy unido a Dios. Pues bien, hoy quiero leeros dos hechos de cómo San Francisco enseñaba a sus hermanos, cómo su palabra era capaz de llegar al núcleo del corazón humano y cuáles los frutos de su acción.
El primer episodio nos cuenta cómo Francisco iba con Egidio, un de sus primeros discípulos, y lo que les pasaba al anunciar a Jesús por el centro de Italia: “A cuantos se le cruzaban en el camino, el hermano Egidio se abría en una ancha sonrisa, levantaba la voz y decía: ‘El Señor te dé la paz.’ Cuando veía campesinos cortando pasto o escardando maíz, desde la vereda o aproximándose a ellos, les gritaba jubilosamente: ‘El Señor te dé su paz.’ Los aldeanos se quedaban sin saber qué responder. Por primera vez oían semejante saludo. Varias veces repitió Egidio la misma escena. ‘Este está chiflado –dijeron por fin unos segadores, y sintiéndose burlados, comenzaron a replicarle con palabras gruesas. Egidio se asustó al principio. Después le dio vergüenza. Más tarde sintió desfallecer momentáneamente su entusiasmo por este género de vida. Se aproximó atemorizado a Francisco y le dijo: ‘Hermano Francisco, no entienden el saludo. Creen que estoy burlándome de ellos. ¿Por qué no me permites saludar como todo el mundo?’ En un abrir y cerrar de ojos mil pensamientos se cruzaron en la mente de Francisco: ‘Tirar por la ventana la bolsa de oro es cosa fácil. Recibir sin pestañear treinta nueve azotes es bastante fácil. Caminar hasta la otra parte del mundo a pie y descalzo, azotado por los vientos y pisando la nieve, es cosa relativamente sencilla. Y, con la ayuda del Señor, hasta es factible entregar el cuerpo a las llamas o a la espada, ofrecer la cerviz a la cimitarra, ser torturado en el potro o arrastrado por los caballos o devorado por las fieras, e incluso besar en la boca a un leproso… Pero mantenerse en calma cuando aparece el monigote del ridículo, no perturbarse cuando le arrastran a uno por el suelo la túnica del prestigio, no ruborizarse cuando se es vilipendiado, no tiritar cuando a uno lo desnudan del nombre social y de la fama…, todo eso es humanamente imposible, o es un milagro patente de la misericordia de Dios’” (I. Larrañaga, El hermano de Asís, Ed. Paulinas, Madrid 198014, 137s).
De aquí concluimos que la paz del Señor sólo la podremos alcanzar si Dios nos la regala… y cuando estamos desasidos de cualquier cosa, de cualquier persona, e incluso de nosotros mismos. En definitiva, lo que nos quiere enseñar San Francisco de Así es que sólo el que está vacío de sí mismo puede llenarse de Dios y de su paz.
Veamos ahora el segundo caso. Está tomado de las “Florecillas del hermano Francisco” y nos dice cómo se comportó Bernardo, el primero que siguió a Francisco. Advierto que es muy duro y que sólo lo pueden entender quienes tienen este don de Dios: “Sucedió en los comienzos de la Orden que San Francisco envió al hermano Bernardo a Bolonia con el fin de que lograse allí frutos para Dios. El hermano Bernardo, haciendo la señal de la cruz, se puso en camino con el mérito de la santa obediencia y llegó a Bolonia. Al verle los muchachos con el hábito raído y basto, se burlaban de él y le injuriaban, como se hace con un loco; y el hermano Bernardo todo lo soportaba con paciencia y alegría por amor de Cristo. Más aún, para recibir más escarnios, fue a colocarse de intento en la plaza de la ciudad. Cuando se hubo sentado, se agolparon en derredor suyo muchos chicuelos y mayores; unos le tiraban del capucho hacia atrás, otros hacia adelante; quién le echaba polvo, quién le arrojaba piedras; éste lo empujaba de un lado, éste del otro. Y el hermano Bernardo, inalterable en el ánimo y en la paciencia, con rostro alegre, ni se quejaba ni se inmutaba. Y durante varios días volvió al mismo lugar para soportar semejantes cosas. Y como la paciencia es obra de perfección y prueba de la virtud, no pasó inadvertida a un sabio doctor en leyes toda esa constancia y virtud del hermano Bernardo, cuya serenidad no pudo alterar ninguna molestia ni injuria; y dijo entre sí: ‘Imposible que este hombre no sea un santo.’ Y, acercándose a él, le preguntó: ‘¿Quién eres tú y por qué has venido aquí?’ El hermano Bernardo, por toda respuesta, metió la mano en el seno, sacó la Regla de San Francisco y se la dio para que la leyese. Cuando la hubo leído, considerando aquel grandísimo ideal de perfección, se volvió a sus acompañantes lleno de estupor y admiración y dijo: ‘Verdaderamente éste es el más alto estado de religión que he oído jamás. Este hombre y sus compañeros son las personas más santas de este mundo, y obra muy mal quien le injuria, siendo así que merece ser sumamente honrado, porque es un verdadero amigo de Dios.’ Y entonces, dicho juez, con gran alegría y caridad, llevó al hermano Bernardo a su casa; y en adelante se hizo padre y defensor especial del hermano Bernardo y de sus compañeros. El hermano Bernardo comenzó a ser muy honrado de la gente por su vida santa; en tal grado, que se tenía por feliz quien podía tocarle o verle. Pero él, verdadero y humilde discípulo de Cristo y del humilde Francisco, temió que la honra del mundo viniera a turbar la paz y la salud de su alma, y un buen día se marchó, y, volviendo donde San Francisco, le dijo: ‘Padre, ya está hecha la fundación en Bolonia. Manda allá otros hermanos que la mantengan y habiten, porque yo no tenía ya allí ganancia; al contrario, por causa de la demasiada honra que me daban, temía perder más de lo que ganaba’” (De las Florecillas del hermano Francisco).
¡Que, en estas fiestas del Nacimiento del Hijo de Dios, Dios Padre nos conceda aprender de Jesús, Príncipe de la Paz, y de su discípulo aventajado, Francisco de Asís, dónde está la verdadera riqueza y la verdadera paz!

Santa María, Madre de Dios (B)

1-1-2009 SANTA MARIA, MADRE DE DIOS (B)
Num. 6, 22-27; Sal. 66; Gal. 4, 4-7; Lc. 2, 16-21

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Queridos hermanos:
En el día de hoy celebramos la Jornada mundial de la paz. Debemos rezar por la paz entre Israel y los palestinos de la Franja de Gaza; paz en Afganistán, en Pakistán, en la India, en Guinea, en Georgia, en Irak, en Méjico, en Colombia, en Zimbabwe, y en tantos y tantos sitios. Hemos de orar y trabajar por la paz en los países y en las personas.
En estos días de atrás escuchábamos en las lecturas de la Misa de Navidad que el Niño que nacía sería conocido como Príncipe de la Paz, y es que los discípulos de Jesús debemos de ser portadores de paz. Por eso Jesús llamará bienaventurados a quienes son portadores de la paz o a los que trabajan por la paz, “porque ellos se llamarán hijos de Dios” (Mt. 5, 9).
Veamos a continuación un ejemplo concreto de un hombre que siempre ha trabajado por la paz: San Francisco de Asís. Entre los hechos que le sucedieron hay uno que a mí siempre me llamó la atención: un soldado, Ángel Tarlati, dejó su oficio y se hizo franciscano. El, con otros frailes, estaban en un monte llevando una vida de oración y de penitencia. Merodeaban por aquellos parajes tres bandoleros, que se dedicaban a asaltar a los transeúntes. No teniendo nadie a quien asaltar y, muertos de hambre, se presentaron con no muy buenas intenciones en la choza de los franciscanos. Al verlos Ángel Tarlati se encendió en ira y los increpó: “Asesinos y holgazanes; no contentos con robar a la gente honrada, ¿ahora queréis engullir las pocas aceitunas que nos quedan? Tenéis edad para trabajar. ¿Por qué no os contratáis como jornaleros?” Ante estas palabras los bandoleros no se inmutaron y persistían en sus intenciones. Entonces Ángel les dijo de nuevo: “Es bueno que sepáis que soy un viejo soldado y que más de una vez he partido de un tajo a canallas como vosotros. Y lo haré ahora con este garrote”. Y agarrándolo comenzó a golpearles, por lo que los forajidos escaparon precipitadamente. Los frailes se divirtieron y se rieron de buena gana con el episodio. Esta es la actuación normal de los hombres normales. Si el hermano Ángel no hubiera sido un antiguo soldado, los frailes habrían sido despojados de lo poco que tenían, pero, como él era fuerte y diestro con las armas, consiguió ahuyentarlos. Es la ley del más fuerte: es lo que imperaba en la sociedad de entonces… y de ahora.
Veamos ahora qué pasa cuando interviene un santo en este hecho. Sigo con el relato y lo tomo literalmente de un libro sobre San Francisco: “Al caer la tarde, regresó Francisco de pedir limosna, y los hermanos le contaron regocijadamente y entre risas lo ocurrido. Mientras se lo contaban, Francisco no esbozó ni la más leve sonrisa. Ellos percibieron que el chascarrillo no le hacía ninguna gracia. Entonces ellos también dejaron de reírse. Acabada la narración, Francisco no dijo ni una palabra. Se retiró en silencio y salió al bosque. Estaba agitado e intentaba calmarse. ‘¡Un soldado! –comenzó pensando-. Todos llevamos un soldado dentro; y el soldado es siempre para poner en fuga, para herir o matar. ¡Victoria militar! ¿Cuándo una victoria militar ha edificado un hogar o un poblado? La espada nunca sembró un metro cuadrado de trigo o de esperanza.’ Francisco estaba profundamente turbado. Evitaba, sin embargo, que la turbación derivara mentalmente en contra de Ángel Tarlati, porque eso sería igual o peor que descargar golpes sobre los bandidos. ‘Sácame, Dios mío, la espada de la ira y calma mi tempestad’ –dijo Francisco en voz alta. Cuando estuvo completamente calmado y decidió conversar con los hermanos, se dijo a sí mismo: ‘Francisco, recuerda: si ahora tú reprendes a los hermanos con ira y turbación, eso es peor que dar garrotazos a los asaltantes.’ Convocó a los hermanos y comenzó a hablarles con gran calma. Ellos, al principio, estaban asustados. Pero, al verlo tan sereno, se les pasó el susto. ‘Siempre pienso –comenzó diciendo- que si el ladrón del Calvario hubiese tenido un pedazo de pan cuando sintió hambre por primera vez, una túnica de lana cuando sintió frío, o un amigo cordial cuando por primera vez sintió la tentación, nunca hubiese hecho aquello por lo que le crucificaron.’ Francisco hablaba bajo, sin acusar a nadie, con la mirada en el suelo, como si se hablara a sí mismo. ‘A todos los ajusticiados –continuó- les faltó en su vida una madre. Nadie es malo. A lo sumo frágil. Lo correcto sería decir, enfermo. Hemos prometido guardar el santo Evangelio. Y el Evangelio nos dice que hemos sido enviados para los enfermos, no para los sanos. ¿Enfermos de qué? De amor. He aquí el secreto: el bandolero es un enfermo de amor. Repartid un poco de pan y un poco de cariño por el mundo, y ya podéis clausurar todas las cárceles. ¡Oh, el amor, fuego invencible, chispa divina, hijo inmortal del Dios inmortal! ¿Quién hay que resista al amor? ¿Cuáles son las vallas que no pueda saltar el amor y los males que no los pueda remediar? Y ahora –añadió despacio y bajando mucho la voz-, yo mismo iré por las montañas buscando a los bandoleros para pedirles perdón y llevarles pan y cariño.’ Al oír estas palabras, se sobresaltó el hermano Ángel y dijo: ‘Yo soy el culpable, hermano Francisco; yo soy quien debe ir.’ ‘Todos somos culpables, querido Ángel –respondió Francisco-. Pecamos en común, nos santificamos en común, nos salvamos en común.’ Ángel se puso de rodillas y dijo: ‘Por el amor de Dios permíteme esta penitencia.’ Al oír estas palabras, Francisco se conmovió, y le dijo: ‘Está bien, querido hermano, pero harás tal y como te voy a indicar. Subirás y bajarás las cumbres hasta encontrar a los bandoleros. Cuando les divises, les dirás: «Venid, hermanos, venid a comer la comida que el hermano Francisco os preparó con tanto cariño». Si ellos distinguen paz en tus ojos, enseguida se te aproximarán. Tú les suplicarás que se sienten en el suelo. Ellos te obedecerán, sin duda. Entonces, extenderás un mantel blanco sobre la tierra. Colocarás en el suelo este pan y este vino, estos huevos y este queso. Les servirás con sumo cariño y alta cortesía. Cuando ya estén hartos, les suplicarás de rodillas que no asalten a nadie. Y lo restante lo hará la infinita misericordia de Dios’ Y así sucedió. Diariamente subían los ex bandoleros al eremitorio cargando leña a hombros. Francisco les lavaba frecuentemente los pies y conversaba largamente con ellos. Una lenta y completa transformación se operó en ellos” (I. Larrañaga, El hermano de Asís, Ed. Paulinas, Madrid 198014, 234-237).
La paz de corazón está muy unida al amor, como nos enseña San Francisco de Asís, y la paz y el amor sólo pueden poseerlos quien los recibe de Dios, el cual es origen de toda paz y de todo amor. San Francisco de Asís sabía esto y por eso él procuraba estar muy unido a Dios. En Dios lo tenía todo y era un perfecto transmisor de de todo lo que Dios le daba.
Para empezar este año 2009, un año que se anuncia muy duro en el ámbito económico y social, quiero, de la mano de María y de su Hijo Jesucristo, invocar sobre todos nosotros la bendición de la primera lectura y que San Francisco tanto usaba:
“El Señor te bendiga y te proteja,
ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor.
El Señor se fije en ti y te conceda la paz.”

AMEN (Así sea)

Domingo de la Sagrada Familia (B)

En el día de hoy no voy a colgar una homilía nueva, puesto que voy a ir a celebrar la Misa en una parroquia rural de Asturias y predicaré la que hice el año pasado por estas fechas. La tengo "colgada en el blog" en diciembre de 2007.

Navidad (B)

25-12-2008 NAVIDAD (B)
Is. 9, 1-7; Sal. 95; Tit 2, 11-14; Lc. 2, 1-14

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Queridos hermanos:
- En el día de hoy celebramos el nacimiento del Hijo de Dios. Hace muchísimos años Dios Padre creó este universo y, como nos dice la Biblia, “todo era muy bueno” (Génesis 1, 31): el aire, las estrellas, las aguas, los montes, las plantas, los animales; hasta el ser humano era muy bueno, pero… el mal y el pecado hicieron que la creación se desestabilizara y se corrompiera en gran medida. Mas en ese momento Dios Padre hizo una promesa a toda la humanidad. En efecto, dijo Dios a la serpiente que, cuando ella hiriera en el talón al hombre, éste le pisaría la cabeza (cfr. Génesis 3, 15b). ¿No os fijasteis en las imágenes de la Inmaculada Concepción, en donde aparece una serpiente con la manzana en su boca mientras la Virgen María le pisa la cabeza? Pues eso significa que ella, la Virgen María, acaba con el poder del pecado y del mal. ¿Cómo? A través del nacimiento de su Hijo. Por lo tanto, vemos cómo la Navidad representa el cumplimiento de la promesa de Dios Padre a la humanidad al principio de la creación. Desde siempre y por siempre los hombres estábamos esperando este día, y hoy, día de Navidad, celebramos que Dios ha cumplido su promesa.
Las lecturas que acabamos de escuchar nos dicen todo esto. Así en la segunda lectura leemos que Jesucristo es el Salvador nuestro, el que trae la salvación a todos los hombres. En el evangelio se lee que el ángel anunciaba a los pastores que un Salvador había nacido, y la señal de ello era un niño recién nacido, envuelto de pañales y acostado en un pesebre. Lo mismo se dice en la primera lectura del profeta Isaías.
- Pero ¿en qué consiste esta salvación? Ante todo se ha de decir que la salvación no es una cosa ni es algo etéreo. La salvación es Dios mismo en la tierra en la persona de Jesús. Por lo tanto, si queremos la salvación, si buscamos la salvación, hemos de encontrar, coger y no soltar a Jesús.
* Jesús nos trae luz, una luz grande en medio de tantas tinieblas como tenemos.
* Jesús nos trae alegría y gozo en medio de tanta tristeza como nos rodea.
* Jesús rompe la vara del dictador y quema la bota que aplasta a los demás.
* Jesús nos trae la paz a todos los hombres, porque Dios ama a todos los hombres.
* Jesús nos purifica de nuestros pecados… por muy viejos que sean, por muy grandes que sean, por mucho daño que hayan hecho. Y es que este perdón y esta purificación de Dios harán que nuestra piel envejecida y arrugada quede como la de un bebé. Dios hará que nuestras manchas de pecados desaparezcan y quedemos más limpios que cuando usamos el mejor detergente del mundo. Dios hará que los recuerdos del pasado, que denuncian nuestros errores, pecados y malos hechos, que nos aplastan y nos martillean la conciencia una y otra vez, queden asumidos en la paz de Dios.
- ¿Cómo sabré yo que la salvación de Jesús, que Jesús mismo está en mi vida? ¿Cuáles son y cuáles deben ser los frutos de esta salvación en mi vida? * La salvación de Jesús estará en mí cuando yo sea instrumento de Jesús y de su salvación para los demás.
* Jesús estará en mí, como dicen las lecturas de hoy, cuando renuncie de verdad y de una vez por todas a una vida sin religión y sin Dios, pero no sólo teórica, sino y sobre todo prácticamente. ¿De qué me sirve ser católico creyente y no practicante?
* Jesús estará en mí cuando renuncie a los deseos mundanos.
* Jesús estará en mí cuando lleve una vida sobria, honrada y dedicada a las buenas obras.
* Jesús estará en mí cuando sea un hombre de paz, y transmita paz a los que me rodean.
- Voy a poner tres ejemplos de esto último que acabo de decir. Sabéis que yo grabo las homilías y, tanto escritas como habladas, las mando por correo electrónico y las cuelgo en Internet (en un blog). Pues bien, algunas personas escriben sus comentarios en Internet sobre las homilías. Hay un chico, David, que se está acercando a Dios y a su Santa Iglesia desde hace poco y sigue las homilías por Internet. El miércoles, 23 de diciembre, puso este comentario: “Buenas a todos. Gracias, padre, por esta homilía tan maravillosa. Estoy de acuerdo en que la Virgen María vela por todos nosotros en todo momento… Es nuestra madre y se comporta como tal. Estos días para mí han sido muy difíciles; he estado ingresado una semana en el hospital, y ¡ay! en la soledad del mismo me sentía acompañado de mi otra madre, la Virgen. Aunque parezca mentira me sentía acompañado por ella y cuidado; sentía como si alguien me estuviese cuidando cuando mis familiares se iban del hospital. Me decía que ojalá algún día pudiese entregarme a Dios con tanta plenitud como se entregó María a la voluntad de Dios sin poner ningún obstáculo. Hoy miércoles hemos ido a cantar una misa a la cocina económica de Oviedo para toda la gente desfavorecida y para los voluntarios, y en esta Misa, siempre estaba muy presente la Virgen María; nos estaba guiando y cuidando. Aprovecho este blog para animaros a que este fin de semana acudáis todos a Madrid al Encuentro de las familias. Yo es el primer año que voy a ir, y estoy muy orgulloso de ello, tengo ganas de decir a los cuatro vientos que...¡¡Quiero pertenecer a la familia Cristiana!! Un saludo para todos y Feliz Navidad a todos”.
También quiero contaros el caso de José Ángel. Es un padre de familia de unos 42 años. Tiene 3 hijos. Trabaja como profesor de religión y dedica su tiempo libre a estar con su familia, a atender como voluntario y con alumnos suyos el albergue de transeúntes “Cano Mata”. Por si fuera poco esto, los sábados por la noche coge un termo de chocolate caliente, que le prepara su mujer, y sale por Oviedo a dar conversación y un poco de chocolate caliente a los hombres y mujeres sin techo. Pasa también un poco de tiempo en la iglesia de las Esclavas para hablar con Jesús, su Salvador. Su mujer le espera despierta para escucharlo y darle ánimo.
Finalmente quiero reseñar aquí algunas palabras de un chico de Oviedo, Tino, que falleció hace unos 12 años. Tenía poco más de 30 años; murió de enfermedad y en los últimos meses de vida Dios se acercó a él a pasos agigantados. Para Tino su enfermedad fue su Navidad, es decir, Dios naciendo en su ser: “¡Bendita el alma que sufre, cuando se está haciendo buena!; también el cincel que esculpe hace sufrir a la piedra. Sufrir para conseguir una figura perfecta en la piedra, la escultura, en el alma, la belleza, que refleja al sonreír su bello rostro princesa […] ¡Bendita el alma que sufre, cuando se está haciendo buena…!” (8/95). “Ayer me sentí morir. La tremenda desintoxicación a que me estoy sometiendo llegó ayer al límite. Por momentos sentí que mi vida se consumía y tuve miedo, mucho miedo. Afortunadamente me encontraba rodeado de mi familia. Mientras por mi cabeza surgían alucinaciones, mi padre y Pablo (un hermano) intentaban tranquilizarme. Parecía el final, cuando miré a mi padre, rodeé mi mano por su cuello y le dije: ‘Papá, te quiero’. Milagrosamente mi corazón volvió a latir con normalidad y mi cabeza dejó de dolerme. Fue como si expulsara en ese momento el veneno del resentimiento, que nunca quise expulsar. Dios ha querido o creído conveniente esa situación de pánico para que de una vez abriera mi corazón a quien más me quiere, me quiso y me querrá siempre: MI PADRE” (6/4/96). “Nunca supe responder con precisión la cuestión: ‘anote su profesión’ […] industrial o comercial, técnico deportivo, animador recreativo, cualquiera puede valer. Pero ninguna mejor que la que voy a poner a partir de este momento. ¡Qué va, no me la invento! De profesión… PENITENTE” (29/4/96).