Domingo XXVII del Tiempo Ordinario (A)

5-10-08 DOMINGO XXVII TIEMPO ORDINARIO (A)
Is. 5, 1-7; Slm. 79; Flp. 4, 6-9; Mt. 21, 33-43

Homilía de audio en MP3
Homilía de audio en WAV
Queridos hermanos:
El trabajo en el campo, y en este caso el trabajo en las viñas era algo muy común en los tiempos de Jesús y entre las gentes a las que él hablaba. Por eso, Jesús para hablarles de Dios utilizaba parábolas en las que la siembra y las viñas estaban muy presentes. De este modo las gentes podían entender mejor a Jesús.
Ya adentrándonos en las lecturas de hoy podemos decir que nosotros mismos somos las viñas de Dios. El profeta Isaías tiene experiencia del amor que Dios nos tiene a cada uno de nosotros y lo escribe en una imagen poética muy bella: “Voy a cantar en nombre de mi amigo un canto de amor a su viña: Mi amigo tenía una viña en fértil collado. La entrecavó, la descantó, y plantó buenas cepas; construyó en medio una atalaya y cavó un lagar.” Así nos ha tratado y trata Dios a todos y cada uno de nosotros. ¿Cómo hemos respondido en tantas ocasiones y cómo respondemos a este amor de Dios? También nos lo dice Isaías: “esperó que (la viña) diese uvas, pero dio agrazones”, es decir, frutos amargos, que no sirven para nada. El jueves hablé con el párroco de Cudillero y me preguntaba él qué debía hacer, pues una persona le había pedido “borrarse” de la Iglesia Católica y este sacerdote no sabía cómo actuar. Hace poco comentaba D. Carlos, nuestro Arzobispo, que pide cada poco a la curia diocesana que se le pase una lista actualizada, con nombres y apellidos, de todos los que piden “borrarse” de la Iglesia Católica, de todos los que apostatan. Esa lista la pone D. Carlos sobre el altar de la capilla de su casa para orar por todos y cada uno de ellos, pues cada nombre es como una puñalada en su corazón de pastor y de padre.
Nos cuenta Jesús en el evangelio que Dios ha enviado a sus profetas e incluso a su propio Hijo para que los hombres diésemos frutos de verdad y de santidad, y no agrazones. ¿Cómo hemos reaccionado ante estos mensajeros de Dios? Pienso que principalmente hay cuatro formas de reaccionar:
El primer modo es la agresión. Así se nos dice en el evangelio: “Agarrando a los criados, apalearon a uno, mataron a otro, y a otro lo apedrearon. Envió de nuevo otros criados, más que la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo. Por último les mandó a su hijo […] Y, agarrándolo, lo empujaron fuera de la viña y lo mataron.” Cada vez que alguien se mofa de la Palabra de Dios, o de los Sacramentos, o de la Iglesia, o de los cristianos… se está cumpliendo este evangelio. El miércoles pasado vi por Televisión Popular, la cadena televisiva de la Iglesia, cómo en la India se quemaban iglesias católicas, se apaleaban a cristianos y sacerdotes, se destrozaban a palos las imágenes de Cristo crucificado o de la Virgen María… También así se está cumpliendo ese evangelio.
El segundo modo es la indiferencia. Lo que dice la Palabra de Dios o la Iglesia no interesa en manera alguna. Se “pasa” de ello. No interesa la catequesis, el recibir los Sacramentos, la resurrección, la oración… No nos es útil. Recuerdo que hace unos años le preguntaron a un deportista muy famoso en España y en el mundo si era creyente, a lo que respondió que no, que no necesitaba a Dios para nada. Era joven, era famoso, era rico, era el primero en su especialidad en el mundo… ¿Para qué quería a Dios entonces? PARA NADA.
El tercer modo es la pereza. Y para explicar esto me voy a servir de una poesía de Lope de Vega, un escritor que llevó una vida disoluta y hacia el final de su existencia se ordenó sacerdote católico. Dice así la poesía en la cual relata cómo respondió él ante los mensajes que Dios le fue enviando a lo largo de su vida:
"¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta, cubierto de rocío,
pasas las noches del invierno oscuras?
¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,
pues no te abrí!; ¡qué extraño desvarío,
si de mi ingratitud el hielo frío
secó las llagas de tus plantas puras!
¡Cuántas veces el ángel me decía:
'Alma, asómate a la ventana,
verás con cuánto amor llamar porfía'!
¡Y cuántas, hermosura soberana:
'Mañana le abriremos', respondía,
para lo mismo responder mañana!"
Con frecuencia así reaccionamos también nosotros y posponemos día tras día el abrirnos de todo y para siempre a las palabras y requerimientos de amor de nuestro Dios.
Finalmente, el cuarto modo consiste en la respuesta positiva a las llamadas de Dios. Y a esto os invito al inicio de este curso. Dios nos ama y nos ha cuidado desde antes de nuestro nacimiento. No podemos matar a los mensajeros de Dios o permanecer indiferentes o en la desidia y pereza ante sus palabras. Cada uno debe pensar cómo responder a la llamada de Dios. Yo os propongo una cosa concreta para este curso en esta Archidiócesis de Oviedo:
* Al final de 2009 se va a celebrar un Sínodo Diocesano en nuestra Iglesia diocesana. Nuestro Arzobispo nos llama en este curso 2008-2009 a participar en los grupos sinodales, es decir, en “grupos de oración, reflexión y trabajo acerca de los documentos que sobre los temas del Sínodo se enviarán con el fin de hacer propuestas para preparar la Asamblea Sinodal.”
* Los temas que se van a tratar en el Sínodo son: 1) Matrimonio y familia; 2) la iniciación cristiana de los niños; 3) los jóvenes; 4) el ejercicio de la caridad (para con los más necesitados); 5) la Iglesia y su relación con la sociedad y la cultura. Vamos a trabajar sobre estos cinco temas en las reuniones de los grupos.
* Los grupos sinodales estarán formados por un número no inferior a 8 personas ni superior a 12. Se reunirán cada 15 días, o sea, 2 veces al mes. Lo haremos en la parroquia de S. Tirso el Real, que nos deja gustosamente sus locales. Se nos van a proporcionar unos documentos sobre los cinco temas arriba mencionados con algunas preguntas para hacer propuestas operativas y que no se quede en mera palabrería. Se va a poder hablar libremente y a hacer propuestas libremente buscando a) el bien de la Iglesia, b) de nuestra sociedad y c) el anuncio de Cristo encarnado, muerto y resucitado por todos nosotros en esta época y lugar que vivimos.
* Pienso que la participación en estos grupos es una buena forma de que nuestra viña dé sus frutos, no sea que el Señor Jesús nos diga al final de nuestros días, como dijo a los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo de Israel: “Por eso os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos.”
* Pienso también que otras personas podrán atender la llamada de Dios de otros modos y ¡seguro que lo harán!, pero lo que no podemos hacer es quedarnos con los brazos cruzados.

Domingo XXVI del Tiempo Ordinario (A)

28-9-08 DOMINGO XXVI TIEMPO ORDINARIO (A)
Ez. 18, 25-28; Slm. 24; Flp. 2, 1-11; Mt. 21, 28-32

Homilía de audio en MP3
Homilía de audio en WAV
Queridos hermanos:
La primera lectura y el evangelio de hoy nos hablan de un tema muy importante: la responsabilidad personal y moral que cada uno de nosotros tenemos por nuestros propios actos, palabras u omisiones. Pero, antes de entrar a decir algunas cosas sobre esto, es decir, desde el punto de vista religioso, en relación con Dios, quisiera profundizar en este tema desde un punto de vista estrictamente humano.
- Es muy importante en la vida diaria de todas las personas aprender a asumir las consecuencias de los propios actos, es decir, a ser responsable de lo que decimos, hacemos u omitimos. Es más, pienso que el valor de la responsabilidad es algo tan básico, que debe ser enseñado a los niños, adolescentes y jóvenes como algo primordial.
En la vida ordinaria observo con demasiada frecuencia que los padres, educadores y la sociedad en general suplimos enseguida las deficiencias o errores de los niños, de los adolescentes, de los jóvenes, de los hijos, aunque tengan 40 años, etc. Y esto es muy peligroso, desde mi punto de vista, ya que no dejamos que estas personas maduren ni se hagan responsables de sus propios actos, puesto que pensarán que siempre habrá una persona mayor, o la sociedad, o los políticos, o los vecinos, o los otros, o Dios…, pero nunca ellos mismos, para tapar sus deficiencias o para poder echarles las culpas de todo lo que sucede o de todo lo que ellos pueden hacer, decir u omitir. Pongo algunos ejemplos:
* No entiendo que haya niños o niñas que tengan todo hecho en casa y no tengan ningún tipo de responsabilidad en las tareas del hogar: hacerse su propia cama, recoger el plato o la taza después de comer o de desayunar y ponerlo en el fregadero, hacer algunos recados… Sé que hay padres que les inculcan para que hagan estas cosas, pero los críos, que son muy listos, protestan y los padres, por no oírlos, acaban cediendo y haciéndolo ellos mismos. Con lo cual los niños han aprendido una cosa grave: protesta, que algo conseguirás.
* No entiendo cómo hay niños, adolescentes, o jóvenes que continúen comiendo los que quieren, o divirtiéndose como quieren, o gastando lo que quieren, cuando en su casa se pasa por una estrechez económica, y los padres no les ayudan a compartir y a ser conscientes de dicha escasez. Pienso que la austeridad, el conocer la situación familiar e ir a una todos juntos educa más que todos los sermones juntos que se puedan dar.
* No entiendo que un joven o una joven decida independizarse y vivir solo/a, o con su pareja, o con amigos/as, que tenga su propio sueldo, y que de modo sistemático la madre le tenga que hacer la compra (y pagarlo encima), hacerle la colada con plancha incluida, comprarle los muebles, enseres de la casa y hasta la ropa, y a veces hacerle hasta la limpieza de la casa. Además, con bastante frecuencia tiene que hacerle las gestiones del banco o del ayuntamiento, porque a la madre qué más le da… Creo que lo correcto es que, cuando un hijo decide irse de casa, tiene que hacerlo con todas las consecuencias, asumiendo lo bueno (la independencia, que no le controlen, que no le griten…) y lo malo (que tenga que administrarse y compruebe por sí mismo que el dinero le llega justo a final de mes; que la casa y la ropa esté sucia, porque ya no está mamá para hacer esas cosas; arreglar la lavadora que se estropeó…).
Cuando en 1989 estaba estudiando en Roma, ayudaba en una parroquia de los arrabales en donde el mundo de la droga estaba muy presente entre los jóvenes y, como consecuencia de ello, también en sus familias. Una familia me pidió ayuda y yo consulté el tema con un sacerdote canario que estaba haciendo una experiencia en Roma con Proyecto Hombre, ya que esta iniciativa surgió en la Iglesia italiana. Me decía este sacerdote que un drogadicto sólo se cura cuando él mismo ha tocado fondo. Mientras pueda seguir cayendo, siempre pensará que lo tiene todo controlado e igualmente pensará que saldrá de la droga en cuanto se lo proponga. Además, me decía este sacerdote que a estos drogadictos les hacen mucho daño los padres, familiares y amigos cuando les dan dinero para droga (“para que no roben”) o los sacan con fianza de la cárcel (“porque aquello es muy duro”), etc. Lo único que hacen estos familiares y amigos es retrasar la curación del drogadicto. Deben dejarlo que caiga y caiga por sus propias acciones, deben dejar que asuma todas y cada una de las consecuencias de sus propias acciones, incluso yendo a la cárcel. Así tocará fondo más rápido y podrá pedir ayuda él mismo y no los familiares y amigos, pues esto no sirve para nada, si el propio drogadicto no tiene asumido que quiere curarse.
Como veis tiene todo la misma base: hay que dejar que la gente tome conciencia de su situación y de la situación que lo rodean, en la medida de sus posibilidades y de su edad, y que asuma y se responsabilice de lo suyo, en la medida de sus posibilidades y de su edad. Esta educación la hemos de ejercer con palabras, pero también con hechos. Es lo que llamo yo “el lenguaje de los hechos”. Y aquí voy a poner un caso que me sucedió a mí hace ya mucho tiempo. Es duro lo que contaré y algunos ya me lo habéis oído alguna vez: Cuando yo tenía 17 años (hablo de 1976), veraneaba en León con mi familia. Allí vivía un tío mío, que tenía un taller de chapa y pintura de coches. Una semana en que tenía mucho trabajo nos pidió a mi hermano (16 meses más pequeño que yo), a su hijo mayor, que tenía unos 15 años entonces, y a mí, que le ayudáramos. Así lo hicimos y nos puso a lijar los coches. Tenía que ser a mano; era un trabajo pesado, duro y monótono. Al llegar el domingo comimos en casa de mi tío y a las tres y media fuimos mi hermano, mi primo y yo a dar una vuelta por León capital, que distaba unos 5 km de donde estábamos. Mi tío nos dio para los tres un billete de 500 pts. por el trabajo realizado. Entonces era mucho dinero para nosotros. Yo cogí el dinero por ser el mayor y estar acostumbrado a hacerlo así con mi hermano. Cogimos los tres el autobús y llegamos a León hacia las cuatro. Nada más bajar del autobús mi primo me dijo que quería comer un perrito caliente. Yo le contesté que no, que acabábamos de comer y que no podía tener hambre. El se enfadó conmigo y me dijo que de las 500 pts. una parte era suya y que con ese dinero podía hacer lo que quisiera. Entonces yo, sin mediar más palabras, le compré el perrito caliente con las 500 pts. Dos tercios de este dinero lo guardé para mi hermano y para mí (mi hermano no protestó) y el resto, descontado el coste del perrito caliente, se lo entregué a mi primo, pero le dije: “A las ocho cogemos el autobús para regresar a casa. Mira que te quede dinero, y luego no nos lo pidas a nosotros”. El cogió el dinero y lo gastó enseguida. A las seis ya no le quedaba nada. Mi hermano y yo echamos algunas partidas al futbolín y nos gastamos 25 pts. A las ocho cogíamos el autobús y mi primo nos pidió dinero para el billete. Yo le dije que ya le había avisado y que no le pagaba el billete, pues él tenía que haber reservado algo para el autobús. El se quedó en tierra y tuvo que venir andando durante 5 km. hasta casa. Mi primo había sido enseñado a hacer lo que quisiera; es verdad que los padres le decían cosas, o le reñían, o le pegaban, pero, al final, tapaban siempre las consecuencias de sus actos y “le pagaban siempre el billete de autobús”. Mi primo sabía que podía hacer lo que quería, pues al final, siempre le pagarían “el billete de autobús”.
Pienso que en tantas ocasiones “pagamos el billete de autobús” a los otros y no dejamos que asuman las consecuencias de sus actos, es decir, que caminen 5 km. al atardecer en dirección a casa y en la soledad. Eso les ayudaría tantas veces a reflexionar en su propia carne las consecuencias de sus actos.
- Pues bien también hoy la primera lectura nos enseña en esta misma línea: “‘Comentáis: "No es justo el proceder del Señor. Escuchad, casa de Israel: ¿es injusto mi proceder?, ¿o no es vuestro proceder el que es injusto? Cuando el justo se aparta de su justicia, comete la maldad y muere, muere por la maldad que cometió. Y cuando el malvado se convierte de la maldad que hizo y practica el derecho y la justicia, él mismo salva su vida.” Dios no manda a nadie al infierno. Dios no castiga a nadie. Son los propios actos de la persona los que lo apartan o alejan de Dios, o los que lo acercan a Dios.
Cuando una persona cultiva y frecuenta la oración, los sacramentos, las lecturas buenas, las obras de caridad y de solidaridad, la paciencia, la humildad, el perdón… esta persona se va acercando a Dios y, como nos dice el profeta, “él mismo salva su vida.” Sin embargo, cuando una persona se aparta de Dios y de sus bienes, vive para sí y piensa sólo en si, o en las cosas materiales, esta persona “muere (interiormente) por la maldad que cometió.” No puede echar la culpa a Dios o a los demás. Las circunstancias nos pueden influir tremendamente para actuar de un modo u otro, pero siempre hay una parcela de libertad y es ahí donde reside nuestra responsabilidad moral antes nuestros propios hechos, buenos o malos.
Que Dios nos conceda practicar el bien y la justicia para salvar nuestra vida.

Domingo XXV del Tiempo Ordinario (A)

21-9-08 DOMINGO XXV TIEMPO ORDINARIO (A)
Is. 55, 6-9; Slm. 144; Flp. 1, 20c-24.27a; Mt. 20, 1-16a

Homilía de audio en MP3
Homilía de audio en WAV
Queridos hermanos:
- Hoy es un día festivo para la ciudad de Oviedo, pues celebramos a S. Mateo. Mateo era un publicano, es decir, un recaudador de impuestos para los romanos y para su ejército invasor. Todo judío que trabajaba en esta profesión de publicano sabía que, materialmente hablando, iba a vivir muy bien y no le iba a faltar de nada, pero sería odiado por sus compatriotas, perdería sus amistades e incluso sus parientes se apartarían para siempre de él, los expulsarían de la sinagoga y no les darían a sus hijas o hijos en matrimonio para él o para sus descendientes.
El evangelio que nos relata su conversión nos dice que Mateo estaba cobrando impuestos sentado en su oficina y que Jesús lo llamó para que lo dejara todo y para que lo siguiera. Mateo era un hombre inteligente y sabía lo que significaba seguir a Jesús: dejar su seguridad económica, su casa y su familia por un futuro incierto. Además, tampoco iba a recuperar la simpatía de los otros judíos para quienes Mateo sería siempre un traidor a su pueblo y a Dios. Mateo perdió primero el aprecio de sus vecinos; luego, al seguir a Jesús, perdió a su familia y su seguridad económica, pero todo lo dio por bien empleado al tener a Jesús. Así, en Mateo se cumplió lo que S. Pablo narra hoy en la segunda lectura: “Para mí la vida es Cristo, y una ganancia el morir”. Y es que, quien conoce de verdad a Jesús, ya no pone este mundo ni las cosas materiales que pueda ofrecerle como lo más deseable.
Mateo escribió el primer evangelio y después de predicar durante unos 15 años por Judea fue hacia el sureste de Asia a seguir anunciando a Cristo y en una ciudad de esta zona fue martirizado.
Si leéis los evangelios veréis que en unos se le llama Leví y en otros Mateo. ¿Por qué estos nombres distintos para una misma persona? Cuando lo circuncidaron, que es como decir entre nosotros los católicos: cuando lo bautizaron, sus padres le pusieron el nombre de Leví, pero una vez que se convirtió a la persona y al mensaje de Jesús se cambió el nombre y se pasó a llamar Mateo. Para él todo era nuevo, incluso el nombre. Ya sabéis que esto mismo sucedió con Simón, que luego se llamó Pedro, o con Saulo, que luego se llamó Pablo. El cambio de nombre indicaba un cambio radical de vida en ellos, y no sólo de palabra sino con hechos.
- Llevo ya unos cuantos meses muy preocupado. ¿Por qué? Por la crisis económica en la que estamos inmersos. Es una crisis que afecta a la macroeconomía de las grandes empresas y de los estados de casi todo el mundo, pero lo que más me preocupa es que esta crisis afecta a la microeconomía de las gentes, es decir, a familias concretas y a personas con nombres y apellidos.
En un primer momento me he preocupado (y me preocupo) de la gente que trabaja en la construcción y sobre todo de los inmigrantes que han llegado a España en estos últimos años y que ven cómo sus trabajos desaparecen. Al no cobrar o cobrar menos, no tienen casi para mantenerse ellos mismos en España y tampoco tienen para mandar dinero a sus familias en sus países de origen, las cuales subsisten en gran medida gracias a esas remesas de dinero que se les envía desde aquí.
Estoy preocupado por aquellas personas que, después de años en sus puestos de trabajo, se ven en la calle y con una edad a la que ya no les va a ser fácil encontrar otro trabajo o prepararse para otra ocupación. Muchos están consumiendo sus ahorros y enseguida van a tener que dejar de pagar sus hipotecas o los recibos del teléfono, de la luz, del agua… Hay personas que, como no tienen dinero “contante y sonante”, no pueden ir a comprar al Lidl, o al Dia o a los supermercados más baratos, y tienen que comprar en Hipercor con tarjeta. De momento, les dan la comida, pero aquí se la cobran más cara y además compran… con el dinero que no tienen, es decir, más deudas.
Estoy preocupado con aquellas personas, que por salir ahora mismo del paso llaman a teléfonos de créditos rápidos, pero a intereses del 25 %. Y aquí les van a “chupar” hasta la última gota de sangre de sus venas y de sus arterias.
Comprendo que la situación es muy compleja, que hay que mirar cada caso concreto. Comprendo que hubo gente que vivió demasiado “alegremente” y ahora paga las consecuencias de su poca cabeza. Pero el comprender todo esto y mucho más…, el saber que yo no he tenido la culpa de lo que les pasa, el no ser yo Bush, o Zapatero, o Angela Merkel, o Bill Gates, o el multimillonario Slim de Méjico, o un jeque árabe forrado de petrodólares o “petroeuros”… no me deja tranquilo, porque Dios dice a mi conciencia: “¿Qué estás haciendo tú ante esta situación?”
Además, miro el evangelio de hoy y veo que nunca me había parado a pensar en él desde una perspectiva económica. Siempre lo había visto desde el punto de vista espiritual, o sea, es lo mismo el momento de tu vida en que te acerques a Dios; si lo haces y trabajas en su “viña”, entonces irás al cielo. Pero hoy, 21 de septiembre de 2008, en la situación económica que estamos me fijo más en este aspecto material: “el reino de los cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña. Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo, y les dijo: ‘Id también vosotros a mi viña, y os pagaré lo debido.’ Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde e hizo lo mismo. Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo: ‘¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?’ Le respondieron: ‘Nadie nos ha contratado.’ Él les dijo: ‘Id también vosotros a mi viña.’ Cuando oscureció, el dueño de la viña dijo al capataz: ‘Llama a los jornaleros y págales el jornal’. Dios se preocupa de la gente que no tiene trabajo ni tiene dinero para llevar a sus familias al finalizar el día. Dios sale cada poco a la plaza a buscar trabajadores y, al final, les paga. Dios no les paga por el trabajo realizado, sino que Dios les da el dinero que sabe que una familia necesita diariamente para vivir.
Lo que voy a decir a continuación vale para mí. No pretendo que valga para ninguno de vosotros: 1) Desde hace unos meses procuro gastar lo mínimo posible. 2) Desde hace unos meses procuro ahorrar lo máximo posible. 3) Desde hace unos meses procuro repartir el dinero que la Iglesia me da, que Dios me da y que he ahorrado entre familias y personas que lo necesitan. Sé que no llego a todas las personas necesitadas de Oviedo, de España, del mundo. Sé que no puedo ni siquiera arreglar de manera total y permanente las necesidades de una sola familia, pero… procuro llegar a donde puedo. Es lo que Dios me pide y, si lo digo aquí y ahora, no es para que me aplaudáis, para presumir… No. Lo digo por si sirve para alguna persona y por si también alguna persona que me escucha se pone manos a la obra, en la medida de sus posibilidades.

Santa Cruz

14-9-08 EXALTACION DE LA SANTA CRUZ (A)
Num. 21, 4b-9; Slm. 77; Flp. 2, 6-11; Jn. 3, 13-17
Queridos hermanos:
- Desde el 13 de enero del 2008 hasta enero del 2009 la Archidiócesis de Oviedo quiere orientar su vida pastoral en torno a la celebración del Año Santo, un período de gracia concedido por el Papa Benedicto XVI a petición de nuestro arzobispo, con objeto de que las comunidades de la Iglesia asturiana puedan profundizar en sus valores cristianos a la sombra de la Cruz de la Victoria y de la Cruz de los Ángeles, insignias de la fe y de la historia de la región, y de las cuales se cumplen 1200 y 1100 años respectivamente. Alfonso II, "el casto", donó en el año 808 a la iglesia de San Salvador de Oviedo la Cruz de los Ángeles. Y la Cruz de la Victoria es una reliquia donada por Alfonso III en el año 908 a la iglesia de San Salvador de Oviedo, aunque previamente había estado en la iglesia de la Santa Cruz de Cangas de Onís, edificada bajo su advocación. Bien, dije estas palabras primeras a modo de introducción histórico-religiosa.
- Ahora vamos a reflexionar sobre el papel de la cruz en la vida de los cristianos. Con relativa frecuencia se escucha decir, más o menos lo siguiente, ante una desgracia que nos sucede: "¿Por qué me ha tenido que suceder esto a mí? ¿Qué mal he hecho para que ahora tenga un cáncer, se me haya muerto un hijo, me echen de casa...? Yo, que siempre he rezado, que voy al santuario de Ntra. Sra. de Covadonga … todos los años, que no hago mal a nadie, ¿por qué me ha tenido que pasar esto?"
Cuando alguien dice esto, lo hace desde lo hondo de su dolor con un grito de angustia. Y por eso se ha de comprender, pero..... hablando desde el evangelio todas estas frases tienen una respuesta muy clara para los cristianos.
¿Cuál es la señal de cristiano?, se preguntaba en el catecismo. Y se respondía: la señal del cristiano es la santa cruz. ¿Cómo comienza cada Misa? Con la señal de la cruz (hacerla). ¿Cómo termina cada Misa? Con la señal de la cruz (hacerla).
Se podrían decir multitud de textos bíblicos en los cuales, de una forma u otra, se nos habla de la importancia de la cruz o del camino de cruz en la vida de un cristiano. Aquí va una pequeña muestra: "Quien no carga con su cruz y se viene detrás de mí, no puede ser discípulo mío" (Lc. 14, 27). "Nosotros predicamos un Cristo crucificado; para los judíos, un escándalo; para los paganos, una locura; en cambio, para los llamados un Cristo que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios: porque la locura de Dios es más sabia que los hombres, y la debilidad de Dios es más potente que los hombres" (1 Co 1, 23-25). Y el último texto que citaré no está tomado de la Escritura, sino que procede de Sta. Rosa de Lima, cuya fiesta celebrábamos el 23 de agosto: "Sin la cruz no se encuentra el camino del cielo."
De todo esto se pueden sacar una serie de consecuencias:
* El cristiano no ama la cruz por la cruz. Eso es masoquismo. El cristiano no busca el sufrimiento, sino que lo acepta. Cristo no buscó su muerte en la cruz, sino que la aceptó.
* Dios no quiere el sufrimiento de nadie, no castiga a nadie con cruces ni con muertes ni con enfermedades. Desde la Biblia, el mal en el mundo es consecuencia del pecado.
* Todos los hombres y mujeres en esta vida, en un momento u otro, vamos a tener algún tipo de sufrimiento. Nadie está vacunado contra ello, no hay ningún seguro a todo riesgo. Quien se haga cristiano o tenga fe sólo para que no le suceda nada malo está muy equivocado. Mueren los ateos como los creyentes, tienen cáncer los ateos como los creyentes, suspenden los exámenes los ateos como los creyentes, pierden el trabajo los ateos como los creyentes, etc. La única diferencia está, o debe de estar en que los creyentes se enfrentan ante la cruz de cada día, ante el sufrimiento, ante la muerte de otro modo. Con esperanza. Sabiendo que Cristo pasó primero por ello y ahora pasa con nosotros por ello otra vez. En varias ocasiones he escuchado que muchos médicos ateos o agnósticos reconocen que los pacientes que están a punto de fallecer y son creyentes (en cualquier tipo de fe) llevan su situación de una manera mucho más animosa, optimista y serena que aquellos que no tienen ningún tipo de creencia. Llegados a este punto quisiera leeros un trozo de una obra de Lev Tolstói, que nació en 1828 y murió 1910. Fue un literato ruso con alguna riqueza, que, al llegar a la juventud, perdió la fe y más adelante, al no encontrar ningún sentido a su vida, volvió a encontrarla. Escribió un libro llamado “Confesión” en donde narra maravillosamente este proceso. En una parte de su libro escribe así: “Y empecé a examinar la vida y las creencias de esos hombres (la gente sencilla y sin estudios), y cuanto más profundizaba, más me convencía de que tenían la verdadera fe, de que su fe era imprescindible para ellos y que sólo ella les daba el sentido y la posibilidad de vivir. A) En oposición a lo que había visto en nuestro círculo (de conocidos), donde es posible la vida sin fe y donde de mil personas sólo una se reconocerá creyente, en su medio apenas hay un no creyente por mil personas. B) En oposición a lo que veía en nuestro círculo, donde toda la vida transcurre en la ociosidad, entre diversiones e insatisfacción vital, veía que toda la vida de esos hombres transcurría trabajando duramente, pero que estaban más satisfechos de la vida que los ricos. C) En oposición a los hombres de nuestro círculo, que se oponían y recriminaban al destino la pérdida y el sufrimiento, aquéllos aceptaban la enfermedad y el dolor sin ningún tipo de duda ni oposición, sino con una tranquila y firme seguridad en que todo esto tenía que existir y no podía ser de otro modo, que todo formaba parte del bien. D) En oposición a nosotros, que, cuanto más inteligentes somos, menos entendemos el sentido de la vida y vemos en el sufrir y el morir una burla cruel, esos hombres viven, sufren y se aproximan a la muerte con sosiego e, incluso, la mayoría de las veces, con alegría. E) En oposición a que la muerte plácida, la muerte sin horror y desesperación, es una rara excepción en nuestro círculo, la muerte desasosegada, inaceptada e infeliz es la excepción entre el pueblo. Y son gran cantidad las personas que estando privadas de todo lo que para mí es la única dicha de la vida, sin embargo, experimentan la mayor felicidad”.
* La cruz de Cristo nos ayuda a llevar la nuestra. Yo sé de gente que se paran ante un crucifijo y en silencio contemplan al Cristo crucificado que les alienta y les anima en sus dolores. Y salen de allí más reconfortados. Porque perciben que El está con ellos, El no les deja solos... No nos deja solos.
* La cruz, que nos conduce a la muerte, sólo tiene sentido como camino para llegar a la resurrección, a la vida.

Santina de Covadonga

8-9-2008 SANTINA DE COVADONGA (A)
Cant. 2, 10-14; Lc. 1, 46-55; Ap. 11, 19a; 12, 1.3-6a.10ab; Lc. 1, 39-47


Homilía de audio en MP3
Homilía de audio en WAV

Queridos hermanos:
- Quisiera que esta primera parte de la homilía fuera más testimonial que teológica. En cierta ocasión una persona, a la cual le resultaba lejana y extraña la devoción a la Virgen María, y observaba que yo sí la tenía, me preguntó que cómo la había yo adquirido. Y le dije, más o menos, lo siguiente:
* Mi amor y mi fe fueron primero para Dios Padre y para su Hijo Jesús. La Virgen María era para mí una extraña y una figura meramente decorativa, a la que le rezaba un “Ave María”, pero sin demasiado sentido. A esto contribuía el hecho de que existieran tantas advocaciones diversas (la Virgen del Rosario, la del Rocío, la del Carmen, la de Covadonga, la de Guadalupe, la de Lourdes, la de…) y me parecía más bien un folclore que estaba muy lejos de María, la Madre de Jesús, la mujer de que nos hablan los evangelios. Por otra parte, el hecho que veía en algunos devotos de la Virgen María, que tenían más devoción y fe en ella que en su Hijo; el hecho de que hicieran kilómetros y kilómetros por ver una imagen de madera la Virgen y no hicieran el esfuerzo de ir a la Misa de los domingos; el hecho de que devotos de la Virgen María se gastaran millones en comprarle una corona de oro o un manto carísimo para la imagen de su devoción particular…; todo esto hizo que mi mente, mi sensibilidad y mi espíritu rechazara, más o menos conscientemente, la devoción a la Virgen María.
* Todo esto me sucedió durante los años que estuve en el Seminario, pero… poco antes de ser ordenado sacerdote, sin que yo hiciera nada en especial por modificar estos sentimientos, percibí un cambio en mi fe y en mi corazón con respecto a la Virgen María. En efecto, cierto día noté cómo en lo más profundo de mi ser nacía un amor y una inclinación profunda hacia María. Me di cuenta que la Madre de Jesús, la mujer del evangelio era la misma que la Virgen del Rosario, que la del Rocío, que la del Carmen, que la de Covadonga, que la de Guadalupe, que la de Lourdes, que la de… Fue Jesús, su Hijo, quien me enseñó esto y lo hizo sin que yo me diera cuenta. Cuando se ama (o se intenta de amar) de verdad a Jesús, he notado que El entonces nos lleva a sus amores: los sacramentos, la Palabra de Dios, la Iglesia, los pobres, la humildad…, y a María. Esto es indicio de que se nos va por el buen camino de la fe. Se da aquel refrán de que “los amigos de mis amigos, son también mis amigos”. Y este amor y esta devoción por la Virgen María, que Jesús me ha dado, ya me acompañó (y me acompaña) todos los años de mi sacerdocio.
* Cuando me ordené sacerdote, hubo una religiosa dominica de la Anunciata, la Hna. Violeta, que me regaló un cuadro de la Virgen. En el cuadro se ve nada más el rostro de María. Es un rostro precioso y me acompaña allá a donde yo vaya, según los destinos que me dé mi arzobispo. Lo primero que hago al levantarme, antes de asearme, antes de hacer mi tabla de gimnasia, antes de desayunar o de beber un vaso de agua, es besar con mis labios dos de mis dedos y aplicar dichos dedos en el rostro y/o en los labios de María, en ese cuadro. Mi saludo primero es para ella. Otras veces aplico mis dos dedos a sus labios y luego llevo los dos dedos a mis labios. Ella me besa y yo la beso. Esto, al principio, era por la mañana. Ahora puede ser a cualquier hora del día o de la noche, para ir a acostarme.
* La devoción y la fe en María me ha hecho ser más humano, más tierno, más humilde, más capaz de descubrir el lado femenino de la fe y de Dios. Cuando miro sus ojos en el cuadro, veo claramente mi pecado y el perdón de Dios; veo mis infidelidades y la paciencia que me transmite María de parte de Dios para conmigo.
Ahora, cuando descubro a una persona que quiere, ama y tiene fe en la Virgen María, me siento más unido a esta persona. ¿Por qué? Porque ama a mi Madre. Quien tiene devoción en la Virgen María está muy protegido por ella. De hecho, tantas y tantas personas que dudan de los curas y de la Iglesia, y a veces hasta de Dios, se mantienen en la fe católica por su devoción a la Virgen María. Me lo decían hace tiempo: en Méjico avanzan mucho las sectas protestantes, pero un freno importante es la devoción en la Virgen de Guadalupe. En cuanto los protestantes u otras religiones les dicen a las gentes a las que predican que tienen que abandonar su devoción a la Virgen de Guadalupe…, esto les echa para atrás.
* Por último diré que la devoción a la Virgen María es un gran regalo de Dios; sólo El puede darla. Al menos, a mí me lo ha dado El y no quiero perder esta devoción y este amor a María por nada del mundo. Sí, hoy 24 ó 25 años después de que la Madre de Dios visitara mi corazón, como a su prima Sta. Isabel, puedo y debo decir como ella exclamó en el evangelio que acabamos de escuchar: “¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?” Y es que María no se quedó conmigo simplemente 3 meses, como hizo con su prima, sino que lleva ya todos esos años y sé que nunca me dejará.
- Y aquí quisiera enlazar con el principio del evangelio que hemos escuchado. Nos dice S. Lucas que, en cuanto María supo que Isabel estaba encinta, “se puso en camino y fue aprisa a la montaña”. María acude a cualquier lugar y ante cualquier persona que la necesiten. Acudió a ayudar a su prima anciana y embarazada. Acudió hace tantos años a las montañas de Covadonga para proteger a sus hijos a punto de perecer. Acude a todos nosotros ante tantas necesidades. ¡Cuántas lágrimas han sido derramadas ante ella, bajo cualquier advocación! ¡Cuántos agradecimientos se le han dado, pues ella nunca nos deja solos!
Es María quien se pone en camino, quien nos sigue y cuida, quien va a los montes, a los mares, a las ciudades, a las soledades, a los hospitales… Y nosotros hemos de decir una y otra vez: “¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?”
Termino esta homilía con los piropos que Dios dedica a María en la primera lectura del Cantar de los Cantares: “Levántate, amada mía, hermosa mía. Ven a mí […] Paloma mía, déjame ver tu figura, déjame oír tu voz: tu voz es dulce, tu figura es hermosa”. Pues bien, también nosotros decimos estas palabras a María en el día de hoy.
QUE ASI SEA