Domingo XXV del Tiempo Ordinario (B)

20-9-2009 DOMINGO XXV TIEMPO ORDINARIO (B)
Sb. 2, 12.17-20; Sal. 53; Sant. 3, 16-4, 3; Mc. 9, 30-37

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Queridos hermanos:
- Al inicio del evangelio de hoy hemos escuchado cómo Jesús decía a sus discípulos: “El Hijo del Hombre será entregado en manos de los hombres; le matarán y a los tres días de haber muerto resucitará”. Con estas palabras Jesús anuncia lo que va a pasar con él y lo que le van a hacer. Asimismo en la primera lectura se dice: “Sometamos al justo al ultraje y al tormento para conocer su temple y probar su entereza. Condenémosle a una muerte afrentosa, pues, según él, Dios le visitará”. El martes pasado celebrábamos Nuestra Señora de los Dolores; en la Liturgia de las Horas, concretamente en el oficio de lectura de ese día leíamos unas palabras de san Bernardo: “El martirio de la Virgen queda atestiguado por la profecía de Simeón y por la misma historia de la pasión del Señor. ‘Éste –dice el santo anciano, refiriéndose al niño Jesús– está puesto como una bandera discutida; y a ti –añade, dirigiéndose a María– una espada te traspasará el alma’. En verdad, Madre santa, una espada traspasó tu alma. Por lo demás, esta espada no hubiera penetrado en la carne de tu Hijo sin atravesar tu alma. En efecto, después que aquel Jesús hubo expirado, la cruel espada que abrió su costado no llegó a tocar su alma, pero sí atravesó la tuya. Porque el alma de Jesús ya no estaba allí, en cambio la tuya no podía ser arrancada de aquel lugar. Por tanto, la punzada del dolor atravesó tu alma, y, por esto, con toda razón, te llamamos más que mártir, ya que tus sentimientos de compasión superaron las sensaciones del dolor corporal”.
Recuerdo haber escuchado hace tiempo la siguiente anécdota del Papa Pío XII. Sucedió que hacia 1956 hubo en el Vaticano una concentración de jóvenes de Acción Católica. Tuvieron una audiencia con el Papa y en un determinado momento los jóvenes empezaron a gritar que estarían dispuestos a dar su sangre por la fe en Cristo. A lo que el Papa les respondió que el martirio de sangre estaba destinado para muy pocos, pero que se conformaba que todos ellos fueron “mártires de la perseverancia”. Es decir, que con el transcurrir de los años, con los achaques de la edad y los problemas de la vida, ellos siguieran siendo fieles a Cristo Jesús. Esto es lo que significaba ser “mártir de la perseverancia”. ¿Cuántos de aquellos jóvenes que gritaban enfervorizados al Papa en 1956 habrán perseverado en su fe? Esta realidad la experimentamos en nuestras propias carnes. En un determinado momentos somos capaces de decir o hacer cualquier cosa por Dios y por la Iglesia. Lo difícil es mantener eso a lo largo de los años y de la vida, y en toda clase de circunstancias.
- Las palabras anteriores me sirven para hablaros hoy del martirio. El término “mártir” originariamente significaba “testigo”. Pero en la terminología teológico-cristiana este mismo término, ya desde los SS. II-III, designaba a una persona que había dado testimonio en favor de Cristo y de su doctrina con el sacrificio de su vida. Este uso está ya atestiguado en el NT (Hch. 22, 20; Ap. 2, 13; 6, 9; 17, 6). Es decir, en la Iglesia se dio una restricción del significado de “mártir”. En el S. IV se distingue entre confesor de la fe y mártir de la fe: los primeros son los que han sufrido por la fe, pero sin llegar a la muerte y lo segundos son aquellos que han dado su vida por la fe hasta la muerte. En el Catecismo de la Iglesia se dice: "El martirio es el supremo testimonio de la verdad de la fe; designa el testimonio que llega hasta la muerte. El mártir da testimonio de Cristo, muerto y resucitado, al cual está unido por la caridad. Da testimonio de la verdad de la fe y de la doctrina cristiana. Soporta la muerte mediante un acto de fortaleza".
Algunas características del martirio:
1) “Martirio” designa la muerte de un cristiano sufrida por la fe.
2) Cuando se dice “morir por la fe”, se puede tratar de la fe en toda la Revelación, en un dogma particular, o también por negarse a faltar contra un mandamiento (por ejemplo, contra la justicia o contra la castidad [carmelitas de Guadalajara en la guerra civil española]).
3) El martirio de los cristianos está enteramente basado en la muerte de Cristo y en su significado. El martirio es don de Dios antes que acción del cristiano. Nadie puede ser mártir, dar la vida por Dios y por su fe, si El no se lo concede. La fe y todo lo que ella conlleva no se basa en nuestras propias fuerzas, sino en Dios.
- Después de dicho todo esto, quisiera decir algunas palabras sobre la idea expresada por Pío XII. Efectivamente, muy pocos de nosotros vamos a dar nuestra vida física, nuestra sangre por la fe en un martirio como se ha descrito más arriba, pero lo que Dios nos pide ahora a todos nosotros es el “martirio de la perseverancia”. Recordad que mártir significa testigo. Por tanto, hemos de estar dispuestos a dar testimonio de Cristo con nuestra muerte y con nuestra vida, con nuestras palabras y con nuestras acciones. Veamos esto de un modo más claro:
- Ante tanta desidia y abandono de la fe y del amor a Cristo y a su Iglesia, nosotros hemos de ser fieles por encima de perezas, cansancios, ridículos, apatías, incomprensiones… Cristo siempre es fiel con nosotros. Unos ejemplos sencillos: ¿Por qué, cuando se va de vacaciones con amigos o se sale un fin de semana, si hay alguno no creyente, se pierde por parte de los creyentes la Misa o no se dice nada de ir a Misa en domingo? ¿Por qué, cuando se casa un joven creyente con uno no creyente o no practicante, el primero deja su práctica religiosa y tiene más fuerza el segundo, por qué arrastra más el segundo?
- Ante tanta cobardía y egoísmo donde cada uno va a lo suyo, un cristiano debe ser valiente para defender a Dios, a su Iglesia y a los más débiles… sin importarle las consecuencias negativas para sí de sus actos.
- Ante tanta falta de honestidad, un cristiano ha de ser honrado con lo suyo y con lo de los demás, en la calle y en la empresa en donde trabaja. Recuerdo que hace tiempo a un cristiano le propusieron para que se pusiera como encargado al frente de un supermercado de la empresa. Enseguida le vinieron a ofrecer comisiones sustanciosas, si compraba tales productos y no otros. A lo que el cristiano contestó que la comisión que iban a darle a él, lo rebajaran del precio del producto y, por supuesto, no aceptó dicha propuesta.
- Ante tanta ira y falta de perdón, un cristiano debe ser un hombre de paz y de perdón constante. Esto se debe dar en las relaciones familiares, laborales, a la hora de repartir los bienes de una herencia, etc.
Tener este tipo de actuaciones y por amor a Cristo y conforme a lo que pide la conciencia supone para mucha gente un sufrimiento, un perder fama, dinero, tiempo, sueño, etc. Recordemos lo que os leía al principio de la homilía del evangelio y de la primera lectura. Quien hace en su vida todo lo que acabo de decir y otras cosas, se convierte en un mártir o testigo de la fe en Jesucristo. Y necesitamos en el día de hoy a muchos testigos. Además, hemos de recordar las palabras de Tertuliano, cristiano de los primeros siglos: "Cada vez que nos matan nos hacemos más numerosos; la sangre de los cristianos es una semilla de nuevos cristianos".

Santina de Covadonga (Natividad de la Virgen)

8-9-2009 SANTINA DE COVADONGA (B)
Miqueas 5, 1-4a ó Romanos 8, 28-30 / Mateo 1, 1-16.18-23
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Queridos hermanos:
En este año 2009 se cumplen veinte años de la estancia del Papa Juan Pablo II en el santuario de Covadonga. En efecto, aquel verano de 1989 el Papa estuvo en Asturias y quiso visitar la casa de María, la cueva de Covadonga. Entonces Juan Pablo II en la Misa que celebró allí predicó unas palabras, que están de plena actualidad. Voy a ir destacando varias frases de su homilía que a mí me han llegado al espíritu y pienso que también os pueden servir a vosotros:
- Me parece que ya os conté en varias ocasiones que a mí me costó conseguir el regalo de la fe, la devoción y el amor a la Virgen María, Madre de mi Señor Jesucristo. Este regalo lo obtuve de parte de Dios casi al mismo tiempo que mi ordenación sacerdotal. Por eso, porque a mí me costó tanto el descubrir la fe y el amor a la Virgen, sufro cuando alguna persona de fe me dice que tiene a la María un poco alejada de su corazón y de su devoción. Por eso mismo me llegaron al corazón las palabras del Papa cuando, hace 20 años, dijo: “la presencia de María es garantía de la autenticidad de una Iglesia en la que no puede estar ausente la Madre de Jesús”. En verdad yo creo que una persona que no ha descubierto la importancia de María en su vida de fe es que aún tiene en la penumbra parcelas importantes del evangelio. Yo no he visto a ningún santo que no ame a María, pero esto, como todo, es don de Dios. Por ello entiendo perfectamente cuando el Papa dice que la Madre de Jesús no puede estar ausente de la Iglesia y de los creyentes.
- En otro momento de su homilía dijo Juan Pablo II: “Para poder anunciar esta verdad acerca de la Madre del Redentor es necesario recorrer el admirable ‘itinerario de la fe’ […] En el Concilio Vaticano II, la Iglesia ha declarado que la Virgen, Santa Madre de Dios, admirablemente presente en la misión de su Hijo Jesucristo, “precedió” a toda la Iglesia en el camino de la fe, de la esperanza y de la perfecta unión con Cristo (cf. Lumen gentium, 58)”. El sábado celebré la boda de unos amigos. En el banquete comí al lado de un jesuita, también invitado a la boda, que está de director en un colegio mayor de aniversarios en Santiago de Compostela. Nos contaba este jesuita las experiencias tan ricas que ha vivido y escuchado de jóvenes y no tan jóvenes que han hecho el Camino de Santiago. El mismo ha hecho el Camino en 5 ocasiones y, además, acompañado de jóvenes; este jesuita ha sido testigo de vivencias maravillosas: decía que una cosa es convivir con jóvenes en un colegio durante un curso y otra muy distinta estar 15 ó 20 días caminando, soportando frío y calor, sed, cansancios, agujetas, dolores, dormir poco y mal, comer de cualquier manera… Particularmente nos contaba la experiencia de una chica danesa, protestante, que al acabar el Camino de Santiago quería confesarse con toda urgencia y lo hizo con este jesuita. Ella hablaba danés e inglés. El jesuita no hablaba inglés. Total, que tuvo que estar otro chico presente haciendo de intérprete de lo que decía la chica y traduciéndoselo al jesuita. Tiempo después este chico aún comentaba el “schock” que le produjo aquella confesión y la experiencia de cambio y de conversión a la fe que narró la chica.
Os cuento todo esto, porque a mucha gente le está ayudando en su encuentro con Dios hacer el Camino de Santiago. No es un acto de gimnasia, no es turismo; es una auténtica peregrinación. El Papa nos decía que la Virgen María también hizo su itinerario de fe, su camino de fe, su peregrinaje de fe, que no es otra cosa que ir detrás de Jesucristo dejando de lado todo lo que no es Jesús. Ella fue la primera que hizo este camino de fe. Ella nos precedió a nosotros, la Iglesia, en este caminar tras su Hijo Jesús. Veamos el peregrinaje de María: 1) Su Hijo la llevó a visitar a Isabel su prima y tuvo que ir dejando atrás sus miedos a atravesar montañas y caminos solitarios con una criatura a su vientre. 2) Su Hijo la llevó a Belén para dar a luz en un lugar insano y expuesta a la furia asesina de Herodes. 3) Su Hijo la llevó a Egipto, a un lugar desconocido y con una lengua desconocida. 4) Su Hijo la llevó a estar angustiada por Jerusalén buscándolo, cuando él se quedó allá con los doctores de la Ley sin haber avisado a sus padres. 5) Su Hijo la llevó durante 3 años por todo Israel cuando él predicaba y curaba. 6) Su Hijo la llevó al monte Calvario para verlo sufrir torturado y morir como un perro, solo y abandonado… Este fue el “Camino de Santiago” que María hizo en su vida. ¿Cuál es el nuestro? También nosotros tenemos un camino y un peregrinaje de fe, como nos dijo el Papa Juan Pablo II. Repasemos un poco nuestra vida: ¡Cuántos tumbos, cuántas caídas, cuántas pérdidas de tiempo en cosas inútiles, cuántos momentos felices con Dios y con otros hermanos! Todo ello forma parte de nuestro “Camino de Santiago”. La Virgen lo hizo antes que nosotros, pero también lo hace ahora con nosotros. ¿No lo notáis?
- No me resisto a terminar esta homilía sin las palabras finales del Papa en su homilía de hace 20 años. Unas palabras preciosas: “Covadonga, a través de los siglos, ha sido como el corazón de la Iglesia de Asturias. Cada asturiano siente muy dentro de sí el amor a la Virgen de Covadonga […] Por eso, si queréis construir una Asturias más unida y solidaria no podéis prescindir de esa nueva vida, fuente de espiritual energía, que hace más de doce siglos brotó en estas montañas a impulsos de la Cruz de Cristo y de la presencia materna de María. ¡Cuántas generaciones de hijos e hijas de esta tierra han rezado ante la imagen de la Madre y han experimentado su protección! ¡Cuántos enfermos han subido hasta este santuario para dar gracias a Dios por los favores recibidos mediante la intercesión de la Santina! La Virgen de Covadonga es como un imán que atrae misteriosamente las miradas y los corazones de tantos emigrantes salidos de esta tierra y esparcidos hoy por lugares lejanos. ¡Cuántos peregrinos han encontrado aquí la paz del corazón, la alegría de la reconciliación, el perdón de los pecados y la gracia de la renovación interior! De esta manera la devoción a la Virgen se convierte en auténtica vida cristiana, en experiencia de la Iglesia como sacramento de salvación, en propósitos eficaces de renovación de vida”.

Domingo XXIII del Tiempo Ordinario (B)

6-9-2009 DOMINGO XXIII TIEMPO ORDINARIO (B)
Is. 35, 4-7a; Sal. 145; Sant. 2, 1-5; Mc. 7, 31-37

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Queridos hermanos:
Como siempre, después de haber escuchado atentamente las lecturas que Dios, a través de su Iglesia, nos regala hoy, vamos a profundizar y a sacar consecuencias de la Palabra divina:
- El último sábado de agosto bauticé a la hija de unos amigos, Carolina. Al ir realizando los ritos sacramentales explicaba el significado de los mismos (ya una vez lo hice aquí también). El último rito prescrito en el libro litúrgico del Bautismo se llama “Effetá”, y está tomado del evangelio de hoy. En efecto, el rito consiste en que el sacerdote toque con su dedo pulgar los oídos y la boca del niño, mientras dice: “El Señor Jesús, que hizo oír a los sordos y hablar a los mudos, te conceda, a su tiempo, escuchar su Palabra y proclamar la fe, para alabanza y gloria de Dios Padre. Amén”. Es decir, se pide a Dios que los niños recién bautizados vayan escuchando a través de sus oídos cosas de Dios y la Palabra de Dios de labios en primer lugar de sus padres, pero también de sacerdotes y de otros cristianos. Recuerdo que un cura amigo me decía que su madre le cantaba a él y a sus hermanos, cuando muy pequeños, a modo de nana la canción de Santa Teresa de Jesús: “Véante mis ojos, dulce Jesús bueno; véante mis ojos, muérame yo luego…” Asimismo, con la oración litúrgica del “Effetá” en el rito bautismal se pide a Dios que el niño recién bautizado pueda hablar más adelante de las maravillas de Dios. Creo que recordáis cómo hace tiempo os leía algunas cosas maravillosas que Dios ponía en labios de los niños sobre el amor y sobre Él mismo. Esto es efecto de la acción de Dios sobre la mente, el corazón y la lengua de esos niños a través del “Effetá”. Os refresco la memoria con dos ejemplos: “Cuando mi abuela se enfermó de artritis, ella no se podía agachar para pintarse las unas de los pies; mi abuelo, desde entonces, pinta las uñas de ella, aunque él también tiene artritis.” Rebeca, 8 años. “Dios debería haber dicho algunas palabras mágicas para que los clavos se cayeran de la cruz, mas El no lo hizo. Esto es amor.” Max, 5 años.
Pero este “Effetá” no tiene efecto sólo sobre los niños bautizados, sino también sobre todos los bautizados. Del mismo modo Dios a nosotros, a través de su Iglesia, nos abrió y nos abre los oídos y la boca para escuchar su Palabra y para proclamar su fe. Por tanto, en la Misa de hoy digámosle a Jesús que deseamos que nuestros oídos escuchen más sus Palabras, su Voluntad y menos las cosas de este mundo. Digamos a Jesús que deseamos que nuestra boca confiese más sus maravillas al mundo entero y que no nos callemos por vergüenza y por cobardía.
- Bien, es legítimo dar una explicación espiritual del evangelio que acabamos de escuchar, porque, además, es cierto, pero… no podemos dejar de lado el sentido primero y originario que tiene el evangelio y las lecturas de hoy. En el evangelio se nos muestra a un Jesús que se cuida y se preocupa de una persona que tiene problemas físicos, y no sólo espirituales y psicológicos: de un sordomudo. En las lecturas y en el salmo se nos muestra también a un Dios que se preocupa de los ciegos, los sordos, los mudos, los cojos, los sedientos, los huérfanos, las viudas, en definitiva, de los que padecen cualquier clase de pobreza.
Si Dios se preocupa de ellos, también nosotros debemos preocuparnos de ellos.
Dios nos puso a nosotros, sus hijos y sus discípulos en la fe, para que hagamos sobre ellos el “Effetá”. Supongo que ya sabéis que llevo la dirección espiritual de bastante gente. Pues bien, siempre a principio de curso una de las cosas que hago con las personas que vienen conmigo es el plantearles que piensen ante Dios una tarea o tareas para realizar durante dicho curso. Puede ser una tarea de tipo pastoral y eclesial: catequista, ayuda en Caritas, atención de ancianos en una residencia de monjas, estudio y formación en las cosas de Dios, pastoral de matrimonios y parejas jóvenes, etc. Puede ser una tarea meramente humana a favor los necesitados, aunque no sea en el ámbito de la Iglesia católica. Y hoy os llamo la atención a todos vosotros para que, en la medida de vuestras posibilidades reales, seáis capaces de ser “Effetá” en el nombre de Jesús para la gente que os rodea.
- No quisiera terminar sin hacer un comentario a la segunda lectura. Santiago nos plantea un caso muy sangrante, que a todos nos toca el corazón, pero en el que todos caemos de una forma u otra. Dice Santiago que, si a una Misa se acercan dos personas y uno va mal vestido y otro bien vestido, no nos dejemos llevar por las apariencias y hagamos más caso al que tiene mejor presencia y dejemos de lado al otro. Profundizando un poco vemos que lo que Santiago quiere decirnos es que tenemos que mirar a los demás con los ojos de Dios y no con los ojos del mundo o de esta sociedad. Y para explicar esto voy a poner un ejemplo que me pasó ayer mismo: resulta que ayer por la noche vi en la televisión una noticia, según la cual en un accidente de tráfico murieron 6 personas y 3 quedaron malheridas. Estaban estas 9 personas dentro de una furgoneta mal aparcada en un arcén en la curva de una carretera. Vino por detrás un camión que no la vio, no pudo hacer nada y la embistió violentamente con el resultado arriba mencionado. En un primer momento a mi mente y a mi corazón vino una pena tremenda por esas personas y por sus familias ante la pérdida de sus seres queridos. Pero enseguida el periodista dijo que los fallecidos y heridos eran rumanos, que estaban trabajando en España de temporeros. Y en mi mente apareció este mensaje: “Ah bueno, son rumanos”. Como que su muerte era menos atroz por no ser españoles y por ser rumanos. Enseguida reaccionó el Señor en mí y me dijo que eran hijos suyos, aunque fuesen rumanos. Su muerte era tan dolorosa para El como la de cualquier otro y el dolor de sus familias era igual a la de cualquier otra. ¿Por qué os cuento este caso? Pues para que veáis, como yo lo experimenté en mis propias carnes, que el modo de ver del mundo y de la sociedad se mete dentro de nosotros y tenemos que luchar una y otra vez para ver las cosas y las personas con los ojos de Dios. Por eso, Santiago me avisa hoy a mí, nos avisa hoy a todos nosotros para que no juzguemos “con criterios malos”, que son los de este mundo y que son contrarios a los de Dios.

Agosto

Queridos amigos:
Mañana salgo de vacaciones y me va a ser dificil acceder a Internet para "colgar" las homilías de este mes. Por tanto, me despido de vosotros hasta septiembre.
¡Qué tengáis un buen descanso también y que Dios os bendiga!
Un abrazo

Andrés Pérez

Domingo XVII del Tiempo Ordinario (B)

26-7-2009 DOMINGO XVII TIEMPO ORDINARIO (B)
2 Re. 4, 42-44; Sal. 144; Ef. 4, 1-6; Jn. 6, 1-15
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Queridos hermanos:
El otro día os hablaba del Sacramento de la Penitencia en base a un artículo periodístico y a los comentarios, positivos y negativos, que hacían varias personas. En el día de hoy quisiera daros algunas pinceladas sobre la confesión. Veámoslas:
- Nadie puede comprender este sacramento si antes no ha tenido una experiencia de encuentro personal con Dios, con el Dios de Jesucristo. Lo he dicho en otras ocasiones: uno de los problemas más graves que tiene la Iglesia Católica en España es que imparte sacramentos y da catequesis a gente que está sin evangelizar y sin fe en el Dios que nos muestra la Biblia. Hay mucha gente que se casa, se bautiza, hace la primera comunión, se entierra…, pero no tienen fe o, al menos, no es la fe de Jesucristo. Y nadie puede tener fe si antes no ha tenido ese encuentro personal con Dios. A veces hay personas que me piden que intervenga ante sus hijos para que se casen por la Iglesia y yo, al ver que son jóvenes que “pasan” de la Misa, de confesarse, de orar, de leer la Biblia…, les digo a esos padres: ‘¿Para qué queréis que se casen por la Iglesia, si ellos no tienen una experiencia de Cristo resucitado? Busquemos que ellos se encuentren cara a cara con El y después de esto tendremos ya a jóvenes que se casan por la Iglesia, que van a Misa, que…’ Para mí casarse por la Iglesia sin tener fe en el Cristo del evangelio es… “comenzar la casa por el tejado”. Pues lo mismo pasa con la confesión. Nadie puede entender este sacramento si no tiene antes una experiencia de encuentro personal, no en la cabeza, sino en lo más íntimo de su ser con Jesucristo. Zaqueo, María Magdalena, la adúltera y tantos otros vieron sus pecados, se arrepintieron de ellos, se confesaron y cambiaron de vida… gracias a haber tenido ese encuentro personal con Jesús (nunca me cansaré de repetir esto). Confesarse sin fe en ese Jesús que me muestra todos mis pecados y que percibo que me perdona todos mis pecados, es “empezar la casa por el tejado”.
Sin embargo, cuando una persona tiene este encuentro personal con Dios, enseguida percibe, con la luz que da la cercanía de Dios, la santidad, la pureza, la blancura inmaculada de Dios y, como contraste, percibe también la propia miseria, debilidad y pecado. Así S. Juan nos dice: “Si decimos: no tenemos pecados, nos enga­ñamos y la verdad no está en nosotros” (1 Jn. 1, 10).
- La Iglesia y los sacramentos surgen con la muerte y resurrección de Jesucristo. La Iglesia y los sacramentos son acción de Dios en este mundo para la salvación de todos los hombres. Mas el hecho de que Dios actúe a través de su Iglesia y de sus sacramentos no quiere decir que Dios no pueda actuar fuera de la Iglesia y de sus sacramentos, porque Dios es más grande que éstos. En efecto, Dios ha perdonado, alimentado espiritualmente y salvado a los hombres antes de la Encarnación del Hijo de Dios en el vientre de María Virgen[1] y ha hecho lo mismo, una vez fundada la Iglesia e instituidos los sacramentos, en aquellos hombres que no conocían la Iglesia ni los sacramentos, por ejemplo, pensad en tantas personas que no tuvieron acceso a la predicación del evangelio hasta siglos después (América, Japón…).
Sin embargo, estas afirmaciones anteriores no quieren decir que la gracia y el perdón de Dios sea transmitidas a modo de supermercado, o sea, en nuestro mundo cada uno elige a qué tienda desea ir (Alimerka, Carrefour, Hipercor, Eroski…) y aquí uno coge el producto que desea, cuando lo desea y como lo desea. Es decir, el hecho de que el perdón de Dios pueda llegar al hombre a través del Sacramento de la Penitencia o extrasacramentalmente (directamente de Dios) no significa que es el hombre quien decide cómo hace suyo ese perdón divino. Para los católicos el modo ordinario, habitual y querido por Dios para perdonarnos es a través del sacramento de la confesión impartido por su Iglesia. No es Dios quien se tiene que adaptar a nuestra voluntad, deseos o caprichos, sino que somos nosotros quienes tenemos que adaptarnos a la voluntad de Dios. Y dicha voluntad, en cuanto al Sacramento de la Penitencia, viene expresada en la Biblia por las palabras del mismo Jesús, la segunda persona de la Santísima Trinidad, cuando dice a los apóstoles: “Recibid el Espíritu Santo: a quienes les perdonéis los pecados les quedarán perdonados; a quienes se los retengáis les quedarán retenidos” (Jn 20, 23; 2 Co 5, 18). El encargo de Dios para el perdón sacramental les es entregado a los apóstoles, cuyos sucesores son los obispos y los sacerdotes.
Muchos católicos experimentan en ocasiones, cuando pecan y se arrepienten de sus pecados, que la paz y el perdón de Dios les alcanza incluso antes de confesarse. Luego se acercan al sacerdote, confiesan sus faltas y la absolución confirma lo sentido antes. Esto se percibe únicamente a nivel de la fe.
- El último apunte que voy a dar hoy sobre este sacramento y que nos puede ayudar a entenderlo un poco mejor se refiere a la forma que tenemos los seres humanos de ser y de relacionarnos. El hombre no surge nunca por generación espontánea, sino que necesita el concurso de un varón y de una mujer para poder ser engendrado. Una vez que nace, el recién nacido sigue necesitando de los cuidados y atenciones de sus padres y de otras personas. Es más, incluso cuando somos ya adultos, el hombre no se desarrolla bien si vive en soledad y aislamiento total. La ropa que vestimos, la casa en que habitamos, la comida que ingerimos y todo lo que tenemos a nuestro alcance está hecho por personas que, en muchas ocasiones, no conocemos. El mismo lenguaje que utilizamos no lo hemos inventado nosotros, sino que nos ha sido dado, y podiamos seguir diciendo en más cosas. ¿Para qué digo todo esto? Pues para demostrar que el hombre no puede surgir solo, vivir solo, ni estar solo. Pues, si esto lo vemos normal y lógico, no entiendo por qué mucha gente se empeña en vivir la fe en soledad y quiere tener “hilo directo” con Dios sin la participación de otras personas.
Cualquiera que lea la Biblia o el evangelio verá cómo Jesús estaba siempre rodeado de gente; El formó enseguida una comunidad y se puso a sí mismo como mediador entre Dios y los hombres, y este mismo encargo de mediación lo entregó a sus discípulos para los que vinieran después de que El ya no estuviera entre nosotros. Basado en este principio vemos cómo los sacramentos (Bautismo, Confirmación, Misa, etc.), la catequesis, la Biblia… nos son entregados por mediadores de Dios. Pues el Sacramento de la Penitencia, según hemos visto más arriba, también nos ha sido entregado a través de los sacerdotes, que fueron elegidos como mediadores entre Dios y los hombres para el perdón de los pecados.
- Quedan muchas cosas por decir. Quizás durante el curso que empieza dedique unas cuantas homilías a profundizar en este tema y en diversos aspectos: conversión, clases de pecados, ministro del sacramento, partes de la confesión, cómo confesarse bien, diversos ritos de la confesión, etc. Quisiera terminar con una experiencia de una persona que se confiesa habitualmente y cómo lo vive: “Me he educado en una familia y colegio católicos, quiere esto decir que he tenido contacto con sacerdotes, con los que me he confesado. No sé si fui yo o ellos, los que lograron crear en mí la idea de: sacerdote = juez. Esto hizo que temiera y mitificase la confesión; no era para mí “un plato de gusto”, con lo que la frecuencia se iba haciendo cada vez más esporádica. Siempre creí conveniente, cuando fui más madura, la confesión con una misma persona, pues el conocimiento me parecía fundamental, ya que intuía que la confesión en sí no se podía presentar como – que también – una enumeración de pecados (delito), y después de una “reprimenda”, la penitencia (pena). Así planteado, lo hacía frío y poco apetecible para mí, aún cuando siempre salía mejor que entraba, todo hay que decirlo.
Un día Dios puso a un sacerdote en mi camino con el que inicié una dirección espiritual. Con su buen hacer se ha desmoronado la idea que había tenido, tanto del sacerdote, como de la confesión. He ido profundizando en la fe y he logrado hacer las confesiones que siempre había idealizado… Además, la penitencia es un sacramento “a tres”: Nuestro Señor, el sacerdote y el penitente.
Después fui notando que mí espíritu se reconfortaba grandemente al confesar; era casi algo físico o, sin casi. Claramente experimentaba un bienestar espiritual que hacía que “toda” yo se sintiera bien. Así, lo que primero temía, fui añorándolo mes a mes. Confesar, empezó a ser una necesidad. Mi conciencia fue cada vez más crítica y escudriñadora, pero sin perder la serenidad. En resumen, era como si me quitara un peso de encima y partiera de cero otra vez; esto me hacía sentirme relajada y alegre. Pero desde hace un tiempo a esta parte he notado una mayor profundidad. He notado que acercarme a confesar ejerce sobre mí un poder indescriptible. Ahora siento que, aún sin que me preocupe “algo” en concreto, en el intervalo entre dirección y dirección, oír al sacerdote decir:”…tus pecados te son perdonados, puedes ir en paz”, y recibir la bendición, se va convirtiendo en una necesidad para mí alma, aunque -como dije- nada haya enturbiado mi tranquilidad de conciencia. ¡Qué fácil es ahora confesar¡
Espero que esta humilde experiencia, pueda ayudar a quien, como yo antes, se sienta temeroso ante el sacramento de la penitencia. No hay miedo ni vergüenza… El Señor conoce hasta el mínimo pliegue de nuestra alma y las intenciones de nuestro corazón… Nos hizo hijos suyos y el Padre, ante el arrepentimiento, siempre perdona y nos devuelve la paz”.

[1] Bien es verdad que la salvación de Dios la realiza sólo a través de su Hijo y, cuando lo hizo antes de su venida a este mundo, se hizo en previsión de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo.