Inmaculada Concepción (B)

8-12-2011 INMACULADA CONCEPCION (B)

Gn. 3, 9-15.20; Slm. 97; Ef. 1, 3-6.11-12; Lc. 1, 26-38


Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

Celebramos hoy la festividad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María

Cuando preparaba la homilía que ahora estoy predicando, empecé primero a leer las lecturas del día y, al llegar al evangelio, en el que se narra el encuentro del ángel con la Virgen María, me di cuenta que en este texto se contiene perfectamente los pasos de toda vocación o llamada por parte de Dios. En este caso concreto se nos describe la vocación de la Virgen María, pero también es aplicable a cada uno de nosotros:

* Se dice en el texto que “el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen” llamada María. Es Dios siempre quien primero se acerca a nosotros, quien toma la iniciativa. No somos nosotros quienes queremos ser la Virgen María, o quienes queremos ser sacerdotes, monjas, casados, solteros, cristianos…, sino que es El quien nos llama para sí como Virgen María, sacerdotes, monjas, casados, solteros, cristianos… Se dice que Dios envió a su ángel a Nazaret, “una ciudad de Galilea”; mas Nazaret debía de ser una aldea perdida, pues no aparece en ningún mapa de la época. ¿Por qué digo esto? Porque Dios no viaja simplemente por lugares famosos y conocidos, sino que busca a personas concretas, estén donde estén. Nosotros no éramos los más listos, los más buenos, los más habilidosos de nuestras familias y de nuestros entornos, pero Dios nos eligió para sí. Dios nos elige porque sí, porque nos ama. Y es que el amor no tiene razones. El se enamoró de nosotros y nos cortejó para sí y quiere desposarse con nosotros en matrimonio perpetuo.

* En el evangelio se nos narra el diálogo que hubo entre María y el ángel de Dios: “Alégrate, llena de gracia, el Señor esta contigo […] Has encontrado gracia ante Dios […] El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra”. En toda vocación existe un diálogo entre Dios y la persona elegida. También hubo un diálogo entre Dios y la Virgen María, entre Dios y nosotros; nosotros hemos sido cortejados por Dios. Dios nos fue dando durante años luz y fuerza ante nuestras dudas e incertidumbres. Nosotros, en algún momento de nuestra vida, nos sentimos elegidos y queridos por Dios. Él tenía y tiene una misión para María, para nosotros: “Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús”. Y esta misión concreta: de concebir en nuestro espíritu y de dar a luz a Jesús, se ha de hacer realidad sobre todo en este tiempo de Adviento. A esto se resume todo plan de Adviento, que año tras año os propongo: Hemos de quedar “embarazados”, no en nuestro vientre, sino en nuestro espíritu, en nuestro ser más íntimo del Hijo de Dios, de Jesús.

Pero este diálogo entre Dios y la criatura, entre el Novio y la novia, entre el Esposo y la esposa no termina una vez que La Virgen María dio a luz en Belén, o cuando nosotros nos hacemos curas, o entramos en un convento, o nos casamos, o nos bautizamos, o decimos que no al matrimonio… Ese diálogo se sigue prolongando a lo largo de toda la vida terrena y a lo largo de toda la VIDA ETERNA. Cuando era joven, veía cómo amigos míos dejaban la pandilla para empezar a salir con una chica en una relación de noviazgo. Después se casaban y pasado un tiempo el amigo regresaba a la pandilla dejando a la mujer en casa. Recuerdo una imagen que se me quedó grabada teniendo yo unos 15 años: iba un matrimonio de paseo; él con el transistor pegado a la oreja para escuchar los partidos de fútbol y sin hacer caso de su mujer, y ésta mirando para el paisaje sin nada que decirse. No sucede esto con Dios. El siempre tiene cosas que decirnos y El siempre nos escucha.

* Nos dice el evangelio de hoy que, una vez que María escuchó lo que el ángel le dijo, ella “contestó: ‘Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra’”. En toda vocación hay un acercamiento de Dios, hay un diálogo entre el Creador y la criatura, y ha de existir una respuesta clara por parte nuestra. Pero esta respuesta no se ha de dar una vez en la vida, sino que la hemos de ir dando cada día, cada minuto de nuestra existencia: “Hágase en mí según tu palabra”.

Voy a poneros un ejemplo concreto de ese diálogo permanente entre Dios y sus hijos queridos. Este caso me lo comentó una persona hace tiempo; le pedí permiso para compartirlo con más gente y me lo dio. Ahí va: “En una reunión con los carismáticos en Santiago de Compostela, había una señora de otra provincia que cantaba muy mal; era una mujer alta y grande y tenía un vozarrón imposible de aguantar, pero ella se llenaba de júbilo cantando al Señor y, aunque lo descomponía todo, no se reprimía y gritaba y gritaba ante el asombro de todos. Por un momento sentí que quería entrarme por aquí una fuerte tentación de juicio hacia ella por su protagonismo y su falta de prudencia; la cosa empeoró cuando durante la Misa se puso a mi lado y la tentación me rondaba acechándome más intensamente, queriendo inquietar mi alma a través de lo que oían mis oídos. Mas en aquel momento vino el Señor a comunicarle a mi alma que tenía que escuchar su canto como Él lo escuchaba, y si a Él le sonaba a canto de ángeles, así debería de sonarme a mí. Y así lo hice: cerré los ojos y me imaginé al coro de los ángeles dando gloria y alabanza Dios y, ante el cambio de actitud por mi parte, el canto de la señora dejó de molestarme para hacérseme pura armonía celestial, y es que para entonces ya no escucha sus gritos; entonces yo escuchaba el amor y la sinfonía que producía el sonido del amor al irse elevando como aromático incienso.

Cuando fuimos a comer, en la mesa, cerca de mí, algunas personas del grupo hacían un juicio sobre esta señora por su falta de prudencia y su querer sobresalir, (porque, de verdad, padre, que cantaba mal). Yo no estaba en aquella conversación y ni siquiera le prestaba atención, pero en un momento estas personas se dirigieron a mí comentándome lo mal que tuve que haberlo pasado teniendo aquel griterío a mi lado; pero, padre, les respondí lo que había vivido; les dije que no me molestó su canto, pues cerré los ojos, lo interioricé y lo escuché como Dios lo escuchaba, y como Dios lo escuchaba: como suave sonido de amor; a Él aquel canto de la señora le sonaba a ángeles y a mí también. Entonces estas personas me respondieron: ‘viéndolo así, cambia la cosa’.

Domingo II de Adviento (B)

4-12-2011 2º DOMINGO ADVIENTO (B)

Is. 40, 1-5.9-11; Slm. 84; 2 Pe. 3, 8-14; Mc. 1, 1-8


Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

Celebramos hoy el 2º Domingo de Adviento; y el evangelio nos habla de cuatro personajes: primero, del profeta Isaías; segundo, de Juan el Bau­tista, tercero, de las gentes de Judea y de Jerusalén, y cuarto, del Señor. Éste último está todavía en la penumbra. Todo converge en Él, pero aquí sólo está indicada su presencia próxima.

- El primer personaje es el profeta Isaías. Él anuncia al Señor y al mensajero del Señor. Supo con claridad que los dos vendrían, aunque nos sabía cuándo ocurriría esto. No lo vio en vida y seguramente en muchas ocasiones pensó que aquello que sentía en su interior podía ser una imaginación suya. Sin embargo, sin miedo a ser tomado por un loco o por un iluminado, Isaías dijo a todos de parte de Dios: “Yo envío mi mensajero delante de ti para que te prepare el camino. Una voz grita en el desierto: ‘Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos’”. Aquí, Isaías anunciaba la venida de Jesús y la existencia de un hombre que le precedería poco antes.

- Juan el Bautista es el segundo personaje y, además, el personaje central (salvo Jesús) del evangelio de hoy. Juan nació en un pueblecito de las montañas de Judea. Su padre era un sacerdote judío. Juan, de joven, se marchó de su casa y se fue al desierto. Allí aprendió a vivir entre alacranes, serpientes y fieras salvajes. Creció y maduró teniendo sed, calor y frío. Juan llevó una vida dura, austera y pobre: En efecto, el evangelio nos dice de él: “Juan iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre”. Juan se dedicaba a la oración; había algo que dentro de él le impulsaba a vivir así[1]. Un día Juan descubrió -Dios se lo debió de decir en su interior- que estaba a punto de llegar el Salvador de Israel, del mundo ente­ro. Juan vio a la gente de Israel que estaba despistada, distraída con otras cosas y él tenía que anunciarles que se preparasen para recibir al Mesías. Y así Juan se convirtió en el mensajero de Dios y se cumplió en él lo que había dicho el profeta Isaías 500 años antes de que sucediera. Juan era el mensajero del Hijo de Dios, y decía a la gente que se arrepintiera de sus pecados, pues el Señor estaba llegando a este mundo.

- El tercer personaje eran las gentes de Judea y de Jerusalén. Ellas escucharon las palabras de Juan el Bautista, y sus palabras, que les hablaban de conversión, de la necesidad de un cambio de vida, de una esperanza, de la venida del Mesías…, les llegaron al corazón y, dejando sus cosas, se acercaron a recibir un bautismo de perdón, de purificación de los pecados, de cambio de vida.

- ¿Qué hubiera pasado si el profeta Isaías, por vergüenza, por cobardía, por comodidad… no hubiera escrito ni predicado lo que Dios ponía en su corazón? ¿Qué hubiera pasado si Juan el Bautista no hubiera escuchado esa llamada interior desde su juventud para seguir a Dios al desierto, para vivir en oración y en pobreza; qué hubiera pasado si él no hubiera predicado la necesidad de preparar el camino del Mesías, de cambiar de vida, de arrepentirse de los pecados…? ¿Qué hubiera pasado si las gentes de Judea y de Jerusalén no hubieran escuchado las palabras de Juan y hubieran seguido instalados en sus egoísmos y en sus cosas? Gracias al profeta Isaías hubo Juan Bautista. Gracias a Juan Bautista hubo gentes de Judea y de Jerusalén que se prepararon para recibir al Mesías de Dios. Los primeros son necesarios para que existan los siguientes.

También hoy nosotros somos llamados por Dios a ser unos el profeta Isaías, otros Juan Bautista y otros las gentes de Judea y de Jerusalén, que escuchen la voz de Dios y que reciban a Dios. Si aquellos no hubieran sido dóciles, se hubiera roto la cadena de salvación querida por Dios. ¿Soy yo hoy día eslabón que sigue haciendo que la cadena de Dios continúe o en mí se acaba la cadena de Dios? Esta pregunta puede ser orada durante esta semana.


[1] Hace un tiempo oí hablar de un joven que vivía en Gijón. Trabajaba como carpintero y no cobraba nunca dinero por sus trabajos, sólo comida. En su humilde vivienda compartía lo que tenía con otras personas que aparecían por allí y les daba también techo y cobijo. En ocasiones fue robado por esos mismos a los que había alimentado y acogido, pero a él no le importaba y continuaba actuando del mismo modo. Su tiempo durante el día lo dedica a trabajar, a acoger a la gente que se acerca a él y, sobre todo, a orar con Dios.

Domingo I de Adviento (B)

27-11-2011 1º DOMINGO ADVIENTO (B)http://www.blogger.com/img/blank.gif
Is. 63, 16b-17; 64, 1.3b-8; Slm. 79; 1ª Co. 1, 3-9; Mc. 13, 33-37

Homilía de audio en MP3
Queridos hermanos:
Iniciamos hoy el año litúrgico nuevo. En este tiempo leeremos los domingos preferentemente el evangelio de San Marcos. Asimismo, en el día de hoy iniciamos el tiempo de Adviento como preparación para el nacimiento del Hijo de Dios: Jesús.
Se nos propone hoy por parte de Jesús una nueva parábola: se la conoce como la parábola del portero. La función de éste es estar de modo perenne ante la puerta esperando a que llamen. La gente viene a la puerta cuando le parece, o cuando puede, o cuando quiere. Cada uno tiene su vida y sus horarios, pero el portero ha de estar siempre ahí dispuesto a abrir al que llama, sea la hora que sea. Jesús quiere que nosotros seamos como esos porteros. A cualquier hora del día o de la noche, de la mañana o de la tarde, puede presentarse Jesús a nuestra puerta. Nosotros hemos de estar atentos y vigilantes para escuchar a Jesús y su llamada, y para abrirle la puerta de nuestro espíritu y de nuestro cuerpo: de nuestro ser. Así lo dice el evangelio de un modo insistente: “Mirad, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento […] Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa […]; no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos. Lo que os digo a vosotros lo digo a todos: ¡Velad!”
¿De qué manera podemos estar vigilantes y atentos a esa llamada de Dios a nuestra puerta, a ese paso de Dios por nuestra vida? Van aquí algunos modos y maneras de estar en vela:
- Vigilancia que implica un trato asiduo con Dios. Sin Él no tiene sentido nuestra vida de fe… y la otra tampoco. Hace algunos días hablaba con un amigo no creyente, y me preguntaba por mis padres. Yo le contestaba: “Están bien, gracias a Dios”. Y él me replicaba: “Será gracias a ti que los cuidas, será gracias a los médicos que los examinan y les dan medicinas; será gracias a tus hermanos que también los atienden… ¡Estos curas dicen que todo es ‘gracias a Dios’!” En un primer momento me quedé sorprendido de esta respuesta de mi amigo, pues en mí había surgido de modo natural y espontáneo lo de “gracias a Dios”, pero lo cierto es que para nosotros, los cristianos, todo es “GRACIAS A DIOS”, pues a Él se lo debemos todo, aunque sabemos que nosotros somos colaboradores suyos. También sabemos que nada podemos sin Él y sabemos igualmente que todo lo podemos con Él y todo lo esperamos de Él. Quien tiene fe, entiende lo que estoy diciendo; quien no la tiene, entonces… estará de acuerdo con mi amigo. En definitiva, buscar y procurar el trato frecuente con Dios es una de las maneras privilegiadas de estar vigilantes y atentos a la llamada de Dios a nuestras puertas.
- Vigilancia en la doctrina. En la sociedad de hoy estamos instalados en el relativismo: no hay verdades absolutas, y lo que hoy vale, mañana puede no valer. De aquí se siguen consecuencias como que la verdad está en la mayoría o lo de aquella expresión: “lo políticamente correcto”. Este tema de la doctrina, de lo que es relativo o permanente, etc., es un tema complejo y en unas pocas líneas no se puede exponer o aclarar todo lo que ello conlleva, pero sí que quiero llamar la atención en lo siguiente: los católicos hemos de estar vigilantes para ser fieles al credo de nuestra fe, el cual contiene el evangelio de Cristo y la doctrina de la Iglesia, resumida y comprendida en el Catecismo promulgado por el Beato Juan Pablo II. Recuerdo haber escuchado hace años cómo algunos cristianos anglicanos votaron si el adulterio era pecado o no. Ganó el no, o sea que rechazaron que el adulterio fuera pecado; con otras cuestiones del evangelio hicieron lo mismo. Pues bien, es Cristo quien nos expone y propone la verdad de Dios para creerla y vivir según ella, y no las televisiones o los libros de última moda (por ejemplo, el Código Da Vinci), ni tampoco las votaciones de los hombres. A este respecto recuerdo unas palabras de Casiano sobre este tema. Decía él refiriéndose a algunos cristianos: “Se dejaron seducir por el brillo de un lenguaje acicalado y por ciertas máximas de los filósofos. Éstas, a primera vista, no parecían estar en pugna con nuestros sentimientos religiosos ni en desacuerdo con nuestra santa fe. Tenían el brillo del oro; pero en realidad era un brillo falso, postizo. Por eso, después de haberse dejado engañar con esta apariencia de doctrina que, en la superficie, parecía inocua y verdadera, se encontraron de pronto en la miseria más absoluta, como quienes se han provisto sólo de moneda falsa”. En este caso concreto, la vigilancia en la doctrina significa lectura espiritual frecuente y formación permanente. Caso de no estar aquí vigilantes, cualquiera nos puede hacer callar o nos puede envolver con las doctrinas de moda, que no son las de Cristo y de su Santa Iglesia.
Ya no debo extenderme más en la homilía de hoy, pero os dejo de modo sumario otras ideas que había pensado para explicar. Quizás otro día…

- Vigilancia en las virtudes. Sabemos que ellas son don de Dios, pero también sabemos que “para con Dios hay que tirar por el carro”.
- A la vigilancia se opone la negligencia y la falta de prudencia en el actuar.
- Con la falta de vigilancia la voluntad se va debilitando, y nos volvemos flojos y perezosos. Los impulsos y las pasiones toman presa de nosotros y la tristeza nos cubre como la niebla. Al final, el pecado o determinados pecados ocupan nuestro corazón.

Domingo de Jesucristo, Rey del Universo (A)

20-11-11 JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO (A)

Ez. 34,http://www.blogger.com/img/blank.gif 11-12.15-17; Slm. 22; 1 Co. 15, 20-26a.28; Mt. 25, 31-46


Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

Celebramos hoy el último domingo del año litúrgico: Cristo Jesús: Rey del Universo entero; Rey del Cielo y de la Tierra; Rey de nuestro corazón.

Todo el evangelio que acabamos de escuchar es precioso, pero sólo voy a fijarme en un aspecto del texto. Hay dos grupos de personas ante Jesús: aquellos que han sido misericordiosos durante su vida con las personas que han pasado o estado a su lado, y aquellos otros que han sido egoístas y no han tenido misericordia con los demás. A los primeros, “el rey les dirá: ‘Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis’”. Y poco más tarde dice a los segundos, a los que no atendieron las necesidades de comida, de vestido, de sed, de hospitalidad, de visita en la enfermedad o en la cárcel, lo siguiente: “Os aseguro que cada vez que no lo hicisteis con uno de éstos, los humildes, tampoco lo hicisteis conmigo”.

- Pienso que para Jesús lo fundamental no es hacer el bien, ni siquiera llevar una lista completa de las obras buenas realizadas: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, hospedar al forastero, vestir al desnudo, visitar al enfermo y al que está preso, y otras muchas cosas buenas que pueden hacerse. Porque, al final, si uno pone el acento en hacer cosas buenas, lo que importaría realmente sería: 1) uno mismo que hace eso bueno y 2) las cosas buenas que se hacen. En esta misma línea está el fariseo, que ante Dios enumera sus virtudes y méritos, pero desprecia al publicano que está detrás de él. Es decir, lo que le importa al fariseo es: 1) lo bueno que él hace y 2) quien es el autor de las cosas buenas, o sea, él mismo… Pero no importa nada de esto. O al menos, no le importa a Jesús. A Jesús lo que le importa de verdad es el hombre necesitado: el que tiene hambre y sed, el que es forastero y no conoce a nadie, el que está desnudo o solo en un ambiente hostil, como es la enfermedad y el dolor o la misma cárcel. Importa el hombre concreto: sus ilusiones, sus anhelos, sus necesidades materiales y morales, su soledad y su compañía… Y en el evangelio de hoy, y a fin de animarnos a ejercer ese bien sobre los hombres dolientes, Jesús se identifica con ellos. Quien le hace algo bueno a un hombre, se lo hace al mismo Jesús. Quien le hace algo malo a un hombre, se lo hace al mismo Jesús. Quien no hace nada bueno a un hombre, es al mismo Jesús a quien deja de hacérselo.

Por lo tanto, lo importante no es qué se hace, ni quién lo hace, sino A QUIÉN SE HACE: AL HOMBRE CONCRETO, QUE ES EL MISMO JESUCRISTO. Algunos, por Jesucristo, llegan al hombre doliente. Otros, por el hombre doliente, llegan a Jesucristo. Uno (Jesús) nos lleva al otro (hombre), o el otro (hombre) nos lleva al uno (Jesús). Pero, al final, los dos están juntos. Para mí, está aquí lo fundamental de la parábola de hoy, y no tanto en si el destino de los hombres es el Reino de Dios o la condenación eterna. Estos destinos no dejan de ser consecuencia del amor o del desamor por el prójimo.

- Por otra parte, como ya se ha dicho más arriba y con las palabras del fariseo, cuando busco hacer el bien, en realidad me puedo estar buscando a mí mismo. Sin embargo, cuando pienso en el hombre que tengo junto a mí al modo de Jesús, entonces me importa él y sólo él. Vamos a ver un ejemplo concreto de preocupación por el hombre y no tanto por hacer simplemente el bien:

“Dos hermanos, el uno soltero y el otro casado, poseían una granja cuyo fértil suelo producía abundante grano, que los dos hermanos se repartían a partes iguales. Al principio todo iba perfectamente. Pero llegó un día en que el hermano casado empezó a despertarse sobresaltado todas las noches, pensando: ‘No es justo. Mi hermano no está casado y se lleva la mitad de la cosecha; pero yo tengo mujer y cinco hijos, de modo que en mi ancianidad tendré cuanto necesite. ¿Quién cuidará de mi pobre hermano cuando sea viejo? Necesita ahorrar para el futuro mucho más de lo que actualmente ahorra, porque su necesidad es, evidentemente, mayor que la mía’. Entonces se levantaba de la cama, acudía sigilosamente adonde su hermano y vertía en el granero de éste un saco de grano. También el hermano soltero empezó a despertarse por las noches y a decirse a sí mismo: ‘Esto es una injusticia. Mi hermano tiene mujer y cinco hijos y se lleva la mitad de la cosecha. Pero yo no tengo que mantener a nadie más que a mí mismo. ¿Es justo, acaso, que mi pobre hermano, cuya necesidad es mayor que la mía, reciba lo mismo que yo?’ Entonces se levantaba de la cama y llevaba un saco de grano al granero de su hermano. Un día, se levantaron de la cama al mismo tiempo y tropezaron uno con otro, cada cual con un saco de grano a la espalda. Muchos años más tarde, cuando ya habían muerto los dos, el hecho se divulgó. Y cuando los ciudadanos decidieron erigir un templo, escogieron para ello el lugar en el que ambos hermanos se habían encontrado, porque no creían que hubiera en toda la ciudad un lugar más santo que aquél”.

¡Ojalá nunca se hubieran encontrado los hermanos, y así hubiera pasado desapercibido el hecho, pues es mejor hacer y que no se sepa! Esto es lo más perfecto.

¡Venga a nosotros tu Reino, Señor!

Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario (A)

13-11-11 DOMINGO XXXIII TIEMPO ORDINARIO (A)

Prov. 31, 10-13.19-20; Slm. 127; 1 Tes. 5, 1-6; Mt. 25, 14-30


Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

Hace un tiempo hablaba con una mujer que se preguntaba en voz alta: “¿Qué he hecho mal para que mis hijos de 28, 26 y 23 años no practiquen la fe, esa fe en que yo les he educado, esa fe de la que he querido ser y quiero ser testigo cada día de mi vida?” Aunque con diferentes palabras y en otros aspectos de la vida, esta misma pregunta la he oído formular a otras personas: “¿En qué me he equivocado para que mi hijo haya caído en la droga, o nos maltrate a nosotros sus padres (de palabra y de obra), o haya salido un vago al que hay que levantar de la cama a las 2 de la tarde y luego darle unos euros para salir y volver a las tantas de la madrugada y no haya acabado ninguna carrera ni le dure más de un mes un trabajo? ¿En dónde han quedado aquellos proyectos e ilusiones que de novios nos hacíamos mi mujer (o mi marido) y yo, pues ahora estamos convertidos en dos perfectos extraños, que dormimos bajo el mismo techo, comemos en la misma mesa, pero que llevamos dos vidas paralelas?”

Creo que en diversas ocasiones es conveniente hacer un alto en el camino para repasar y reflexionar sobre la vida que estamos llevando en los ámbitos familiar, laboral, personal, de amistades, etc. ¿Ha merecido la pena nuestra vida hasta ahora y como hasta ahora? Aún estamos a tiempo para cambiar algunas o muchas cosas.... Pero también es conveniente que hagamos un alto para meditar sobre nuestra trayectoria espiritual, pues, si no lo hacemos, corremos el riesgo de seguir languideciendo y en la mediocridad, y dentro de 10 años estaremos como ahora, sólo que 10 años más viejos. Vamos hoy a pensar un poco en ello de la mano del evangelio que acabamos de escuchar.

- Dos ideas a destacar en la parábola:

1) El evangelio empieza diciendo que un hombre dejó a tres empleados suyos todo el dinero y toda la riqueza que tenía (“los dejó encargados de sus bienes”). El hombre del que habla la parábola es Dios y no deja simplemente cosas a sus “empleados”, a sus hijos, que somos nosotros, sino que nos deja todos sus bienes, toda su riqueza. Pone la creación entera en nuestras manos; pone a su Hijo Jesús en nuestras manos; pone todas las cualidades divinas en nuestras manos. 2) Sí, a nuestro nacimiento, nos dice el evangelio de hoy, Dios nos ha entregado a cada uno de nosotros una serie de talentos, de cualidades, de carismas, de misiones a realizar. Dios nos ha dado una tarea a desempeñar en este mundo. Los talentos de uno no son mejores o peores que los talentos de otros. Son talentos simplemente distintos, pero, además, son los talentos adecuados para la misión, para la vocación, para la tarea a la que Dios nos ha llamado.

- Reflexiones y consecuencias personales de esta parábola:

Mirando para atrás y contestando sinceramente: ¿Cuál ha sido el uso que hemos hecho hasta hoy de esos talentos que un día Dios puso en nuestras manos? ¿Nos parecemos más a aquellos dos primeros empleados que recibieron cinco o dos talentos y los pusieron a producir, o nos parecemos más a aquel otro que recibió un único talento y lo enterró bien hondo y ha vivido una vida casi totalmente para sí?

Ha habido mucha gente en el mundo, y la hay, que han puesto y ponen a producir sus talentos y su vocación según la voluntad de Dios: como la M. Teresa de Calcuta, como tantos hombres que se esfuerzan en vivir con el evangelio en la mano. Veamos un ejemplo: Hace poco murió en accidente de circulación una chica joven. Y el día anterior al terrible accidente que le costó a vida, había escrito en su diario estas palabras, que ella se esforzaba por vivir (como veréis son cosas que están al alcance de todos nosotros):

"Bienaventurados los dulces, los que no se irritan, los que acogen la crítica propia en silencio, los que saber corregir sin hacer daño, los que devuelven bien por mal, los que saben descu­brir a Dios en los demás.

Bienaventurados los que tienen la valentía de defender a una persona que es criticada injustamente, los que se arriesgan a decir la verdad delante de quien sea, los misioneros que son expulsados de un país, los fieles a un compromiso.

Bienaventurados los que saben definirse como personas de fe, aunque con ello pierdan el aprecio de los demás". A través de estas palabras podemos percibir cuáles eran los talentos que Dios había entregado a esta chica: Los talentos de la paciencia, de la amabilidad, de la mansedumbre, de la comprensión, del perdón, de la fe, de la valentía, de la justicia, de la fortaleza, del compromiso, del amor a Dios por encima de todo…

Ojalá que al presentarnos un día delante de Dios no oigamos esas palabras terribles con las que finaliza el evangelio: “Eres un empleado negligente y holgazán... A ese empleado inútil echadlo fuera, a las tinieblas; allí será el llanto y el rechinar de dientes”. Más bien pidamos poder escuchar las otras palabras del evangelio. “Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor”.