Domingo II de Navidad (A)

2-1-2011 DOMINGO SEGUNDO DESPUES DE NAVIDAD (A)

Eclo. 24,1-4.12-16; Sal. 147; Ef. 1, 3-6.15-18; Jn. 1, 1-18



Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

En estos días recibimos muchas felicitaciones de Navidad. Unas contienen los mensajes tradicionales y otras con algo no demasiado habitual. Yo he recibido una de estas últimas felicitaciones con una poesía de un autor anónimo. La poesía te titula: “Navidad es...”. Os leo la poesía:

“Si tienes enemigos, reconcíliate con ellos.

Navidad es Paz.

Si en tu corazón tienes soberbia, sepúltala.

Navidad es Humildad.

Si tienes deudas, págalas antes de gastar todo.

Navidad es Justicia.

Si tienes pecados, arrepiéntete y conviértete.

Navidad es nacer al Espíritu.

Si tienes pobres a tu lado, ayúdalos.

Navidad es un Don.

Si en tu mente tienes sombras y dudas, ilumina tus pensamientos.

Navidad es Luz.

Si tienes errores, piensa y reflexiona.

Navidad es Verdad.

Si tienes tristezas y preocupaciones, alégrate.

Navidad es Gozo.

Y si sientes odio y resentimiento, arrepiéntete, perdona a todos,

y perdónate a ti mismo, porque entonces Dios ya te ha perdonado.

Navidad es Amor”

¿Os acordáis que ayer os animaba a elaborar una oración para el nuevo año 2011 que estamos estrenando? Pues una manera de hacer esta oración consiste en tomar como base esta poesía y trabajarla durante unos cuantos días. Ciertamente la Navidad es sobre todo don y regalo de Dios. La Navidad nos es ofrecida completamente gratis. Pero también es verdad que la Navidad ha de ser “trabajada” por nosotros y tener una serie de frutos dentro de nosotros y a nuestro alrededor, pues de lo contrario quedaría reducida a una mera parafernalia o a una celebración vacía de contenido.

Por lo tanto, si la Navidad es paz, tendré que pensar quiénes son mis enemigos y para quién soy yo enemigo, y buscaré la paz y la reconciliación con todos ellos, al menos en lo que de mí dependa.

Si la Navidad es humildad, procuraré esconder mi enorme y gran ego detrás de los demás y de Dios. Buscaré que no se me vea tanto, que no se me oiga tanto, no presumir tanto, no hacerme tanto la víctima, no vanagloriarme tanto de mis virtudes y de mis éxitos. Desapareceré yo para que aparezcan Dios y lo demás.

Si la Navidad es justicia y don, buscaré reconocer lo bueno de los demás y disculpar lo malo ajeno, pues del mismo modo Dios hace siempre conmigo. Procuraré devolver las cosas prestadas que están meses y meses en mi casa. Haré lo posible por compartir mis bienes, pues son primero de Dios que míos, y Él quiere que también los entregue (al menos parte de ellos) a otras personas mucho más necesitadas que yo.

Si la Navidad es nacer al Espíritu, procuraré ir dejando atrás mis pecados sempiternos, mis vicios y defectos omnipresentes (con la ayuda de Dios, de su Santo Espíritu). Empezaré este mes de enero por uno solo de ellos; por el más fácil, y haré como el Papa Juan XXIII, “sólo por hoy procuraré…”

Si la Navidad es luz, aunque yo no pueda disipar mis propias dudas e incertidumbres, procuraré ser luz, certeza, compañía y comprensión para quien está a mi lado y duda. Quizás no logre ahuyentar mis dudas, pero habrá un poco más de luz en el mundo, si logro despejar una sola duda del que está cerca de mí, aunque sólo sea para decirle: ‘No sé darte ninguna razón de por qué te suceden esas cosas; sólo sé que estoy a tu lado y que te quiero’.

Si la Navidad es verdad, procuraré no vivir en la mentira, no mentir a lo tonto o para justificarme o para sobresalir o por cobardía. Soy como soy, y Dios me ama así. Vivir en verdad significa aceptarse tal y como soy, presentarme tal y como soy ante los demás. Si los demás nos aceptan así, ¡enhorabuena! Si no nos aceptan como somos, mejor así… que estar siempre sobreactuando para caer bien al otro y estar roto por dentro entre lo que soy y lo que aparento ser.

Si la Navidad es gozo, buscaré dicho gozo en lo profundo de mi vida, de la vida de los demás y en Dios. No dejaré que mi alegría dependa sólo y exclusivamente de las cosas externas a mí o de las circunstancias que me rodean. No maldeciré la oscuridad, sino que encenderé una vela; no pondré gestos oscos, sino que mostraré la sonrisa que Dios me ha dado.

Si la Navidad es amor, procuraré que el odio, el resentimiento, el egoísmo y la distancia respecto a los demás no ahogue mi espíritu, mi ser más íntimo. No dejaré que la amargura y el egocentrismo aniquilen la semilla del amor que Dios ha sembrado en mí al crearme. Si un hombre no ama o tiene el corazón endurecido como una piedra, no es hombre; es un monstruo. El hombre está hecho para ser amado, pero también está hecho para amar. El hombre es el ser para el amor: amor que se da y amor que se recibe.

La Navidad es una realidad y es posible porque nos lo dice Dios a través de la Sagrada Escritura: “Y la Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria”. En esta frase está resumido el significado más hondo de la Navidad.