Domingo de la Ascensión del Señor (A)

5-6-11 DOMINGO DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR (A)

Hch. 1, 1-11; Slm. 46; Ef. 1, 17-23; Mt. 28, 16-20



Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

La Ascensión del Señor no es un episodio aislado, el último, de la historia de Jesús; Tampoco podremos verlo como un hecho independiente y separado temporalmente de su misma Resurrección. La Ascensión del Señor es el punto final del evangelio y de la presencia de Cristo resucitado entre sus discípulos; y es también el inicio de la misión de la Iglesia representada en los apóstoles. Esta misión se funda en las palabras de Jesús: “Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado”.

- MIRAR AL CIELO

En la primera lectura se nos narra cómo los discípulos de Jesús se quedaron mirando para el cielo viendo cómo Él desaparecía entre las nubes delante de ellos. Los discípulos se sintieron huérfanos y abandonados al no ver más a Jesús entre ellos. Desde ese día los cristianos siempre buscamos con ansia a Jesús. Los cristianos no podemos estar solos; no podemos estar sin Él, pues nos sentimos desamparados, y por eso miramos al cielo. Pero los ángeles de Dios nos tocan el hombro y nos sacan de nuestro ensimismamiento: “¿Qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo, volverá como le habéis visto marcharse”.

- MIRAR A LA IGLESIA

Sí, Dios nos saca de nuestra comodidad, de ese estar “pasmados” en tantas ocasiones mirando para el cielo, como esperando que la solución nos venga de arriba. Sí, Dios nos recuerda una y otra vez la misión que Cristo nos confío: “Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado”. ¡Hay tanto que hacer!

MIRAR A LA IGLESIA. El sábado pasado fui hasta mis parroquias de Somiedo. En estas parroquias celebro el último sábado de mes. Si nieva y no se puede subir, ese mes se quedan sin Misa y en invierno pueden estar hasta 3 meses seguidos así. Ese sábado me acompañaron dos amigos: un chico y una chica. Llevamos la comida, pues íbamos a estar todo el día por allá. Llevamos la ropa de celebrar, los libros, las formas, el agua, el vino… Salimos de Oviedo a las 9 de la mañana. A las 11 teníamos la primera Misa. A las 10,30 entramos en una iglesia destartalada y llena de goteras. En la sacristía no me podía revestir, pues estaba desarmada y llena de cascotes; al lado de la sacristía hay una capilla y tampoco me podía revestir allí, pues ya me dijeron el primer día que llegué que el techo podía caer en cualquier momento. Una mujer mayor me dijo que había venido temprano para achicar el agua de las goteras, que estaba en el suelo. Celebré para 3 personas ancianas y para mis dos amigos. A ellos se les caía el alma a los pies. Algo parecido sucedió en las otras cuatro parroquias: Misa de 12,15 horas; Misa de 13,30 horas; Misa de 16 horas; Misa de 17,15 horas. En una de las parroquias un hombre que vive en Gijón y que iba a entrar en una de las Misas dijo a un vecino que estaba por allí trabajando: ‘¿Cómo no vienes a Misa?’ A lo que éste contestó: ‘Yo voy a la segunda’. Por supuesto, no había una segunda Misa en aquella parroquia y en ese día. Al terminar la última celebración, regresamos para Oviedo. Sé que ellos venían pensando en todo lo que habían vivido y yo en programar mi trabajo pastoral en Somiedo para el próximo curso, ahora que ya sé un poco más a qué me enfrento, si es que me dejan allí. Percibo en estas parroquias una gran pobreza, creo que humana, pero sobre todo pobreza espiritual y de fe. Les faltan medios, oportunidades y personas que les ayuden con su fe y a profundizar en ella. Así está la vida de fe y la Iglesia por allá.

MIRAR A LA IGLESIA. El lunes vino una persona desde una villa asturiana a hacer dirección espiritual y me contaba que tienen el templo cayendo. Han pedido un presupuesto para arreglarla: 300.000 € (50 millones de pesetas). Este es el presupuesto para arreglar una iglesia que está casi vacía de fieles. Me decía esta persona, que es algo mayor que yo, que ella era la más joven de los que van a los cultos, y me decía: ‘¿Arreglar la iglesia para qué? ¿Arreglar la iglesia para quién?’

MIRAR A LA IGLESIA. En estos días me encontré con un texto escrito por un fraile y hablaba de la Iglesia; no del templo de piedra o de ladrillo, sino de los templos de carne, hueso y espíritu: “Me duele la Iglesia. Veo el Cuerpo de Cristo ‘con fiebre’. En mi comunidad religiosa noto una degeneración: en conversaciones, en las formas, en las decisiones…. Va cada día decayendo más el espíritu. Es una de las consecuencias de esta cultura nuestra: amortigua las necesidades espirituales, ahoga, anestesia el mundo del espíritu dejando las personas en una vida natural, de la carne (a veces contranatural). Aquí veo esa pérdida progresiva del espíritu. Siento que ‘avanza este cáncer espiritual’, que va invadiendo terrenos y que hace insensible al Espíritu aquello que invade”.

- MIRAR A CRISTO, ESCUCHAR A CRISTO, OBEDECER A CRISTO

No tenemos mayores dificultades que tuvieron entonces los apóstoles o San Pablo u otros cristianos y santos en sus tiempos. Nuestra fe es cierta, la presencia y el amor de Dios son ciertos, el mandato del Señor es firme: “Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado”. Nosotros no hablamos en nuestro propio nombre, sino en el nombre de Cristo, el Hijo de Dios. Él nos pide que sembremos. A Él le corresponde cosechar.

Una y otra vez os repetiré las palabras de confianza absoluta del profeta Habacuc: “Aunque la higuera no eche sus brotes, ni den su fruto las viñas; aunque falle la cosecha del olivo, no produzcan nada los campos, desaparezcan las ovejas del aprisco y no haya ganado en los establos, yo me alegraré en el Señor, tendré mi gozo en Dios mi salvador. El Señor es mi señor y mi fuerza (Hab. 3, 17-19). Nada ni nadie podrá apartarnos de ese Dios, en el que creemos y al que amamos. Si la realidad de la Iglesia fuera maravillosa, tendríamos que predicar y vivir el evangelio con la misma fuerza y el mismo entusiasmo que si la realidad de esta Iglesia fuera un auténtico desastre.