Domingo II del Tiempo Ordinario (B)

15-1-2012 DOMINGO II TIEMPO ORDINARIO (B)
Sam. 3, 3b-10.19; Sal. 39; 1 Co. 6, 13c-15a.17-20; Jn. 1, 35-42
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Homilía de audio en MP3
Queridos hermanos:
Al preparar esta homilía me fijé en un detalle del evangelio: cuando San Juan y San Andrés, que eran los dos discípulos que estaban con San Juan Bautista y luego siguieron a Jesús, fueron a ver dónde vivía Jesús, se nos dice que “serían las cuatro de la tarde”. Este dato no tiene importancia alguna, por lo que se ve a simple vista, en el resto del relato que se nos hace del encuentro de Jesús con sus futuros apóstoles, pero, sin embargo, San Juan Evangelista lo reseña en el texto. Por eso, a esta homilía la voy a llamar la homilía de los DETALLES.
Creo que os dais cuenta que nuestra vida está hecha de pequeños detalles, muchas veces sin importancia, pero que quedan retenidos en nuestra memoria y en nuestra retina. Estos detalles, quizás irrelevantes, pueden estar asociados para siempre a los grandes acontecimientos de nuestra vida: el primer encuentro con el ser amado (nos quedamos con el detalle de una prenda de ropa, de un lugar, de un olor…[1]), el nacimiento de un hijo, una muerte, el surgir de una vocación religiosa[2], un hecho de nuestra infancia, un tema de estudios[3], etc.
- Eran las cuatro de la tarde. Juan y Andrés se encuentran con Jesús y le preguntan dónde vive. No nos dice el evangelio dónde vivía Jesús: si era una casa, o era una posada, o era un chamizo, si era en una aldea o en una ciudad, si había muchas habitaciones o pocas. No nos dice el evangelio con quién vivía Jesús: si sólo o acompañado, si con amigos o familiares, si ellos eran los primeros discípulos o ya había otros antes. No nos dice el evangelio en qué trabajaba o de qué comía Jesús. No nos dice el evangelio qué vieron o qué hablaron Juan y Andrés con Jesús. ¡Cuánto no habría gustado que Juan y Andrés nos hubiera contado lo que Jesús les dijo entonces, qué fue lo que les encandiló para dejarlo todo por Él! Simplemente nos dice el evangelio: “Fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; serían las cuatro de la tarde”.
- Encuentra PRIMERO a su hermano Simón. Parece ser que estuvieron Juan y Andrés con Jesús hasta el anochecer y luego regresaron a sus casas. Ellos se marcharon de junto a Jesús “tocados”. ¿Por qué sabemos esto? Pues porque enseguida Andrés, al ver a su hermano Simón, le dice: “Hemos encontrado al Mesías”. Pero no le basta con habérselo dicho. El evangelio añade: “Y lo llevó a Jesús”. Sin embargo, quisiera fijarme en el detalle que escribo al principio de este párrafo: Nos dice el evangelio que el primero al que encontró Andrés al dejar a Jesús fue a su hermano Simón. Cuando se escribe este evangelio han pasado ya unos 50 ó 60 años de los hechos narrados y San Juan Evangelista recuerda, a pesar de los años transcurridos, el detalle de que el primero que encontró Andrés al volver a su casa fue a su hermano Simón. Seguro que también iban juntos Juan y Andrés, Y por eso se le quedó grabada en su memoria este detalle.
- Jesús se le quedó MIRANDO. Cuando Andrés llevó a Simón ante Jesús, Éste le dijo que, a partir de ese momento dejaría de llamarse Simón y pasaría a llamarse Cefas: piedra, Pedro. Pero antes de hablar Jesús, nos dice Juan que Él se quedó mirando a Simón. Y el detalle de la mirada de Jesús a Pedro tuvo que ser algo llamativo para Juan –seguro que él estaba igualmente presente en este encuentro-, pues se le quedó grabado en su retina cómo Jesús miró a Pedro. Jesús miró a Pedro como no le había visto mirarle a él mismo o a Andrés. Debió de ser una mirada especial, de ahí que Juan reseñe este detalle en el evangelio.
PEQUEÑOS DETALLES PARA GRANDES ACONTECIMIENTOS.
- Pensemos y oremos esta semana un poco en nuestra vida. En esos pequeños detalles que acompañan esos grandes momentos de nuestra vida. También hay pequeños detalles para los hechos más sencillos de nuestra vida ordinaria, y asimismo hay pequeños detalles que iluminan o dan fuerza al paso de Dios por nuestra vida de cada día
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[1] “Encontré a Celia, mi mujer, salida como yo de Filosofía, en la biblioteca de la facultad donde hacía poco había comenzado a trabajar. Después de una larga conversación que mantuvimos, me despedí, bajé por el ascensor, salí a la calle y, caminando lentamente, sentí una especie de estupor, mientras me decía a mí mismo: ‘he conocido a mi mujer’. Yo no la merecía y sigo sin merecerla después de cincuenta años” (H Bojorge, La casa sobre roca, Lumen, Buenos Aires, 2005, 60). (Lo que está en negrita son los “detalles”).
[2] “Mi vocación religiosa nació cuando tenía 18 años. Recuerdo aquel día, hacía sol; mamá y yo íbamos con el carrito para hacer las cosas, comprar, etc.; yo con mi cabecita pensando en chicos, ponerme más guapa… Pasamos por los Capuchinos, mi mamá entró. Es muy cristiana; yo, despistada, entré con ella. Un día como otro cualquiera. Ella se arrodilló y en su profunda oración se sumergió. Era un día como otro cualquiera, un día más. Me arrodillé por costumbre, como un día más. En ese momento una Paz inmensa, terriblemente sensible inundó todo mi ser. Allí vi a mi lado una talla de tamaño natural de Jesús crucificado derramando Amor y Misericordia. Él había dado TODO gratis sin yo merecerlo: con silencio, sin palabras, sin publicidad”.
[3] Era junio. Yo tenía casi 12 años. Había terminado 1º de bachiller e iba a recoger las notas de fin de curso. Me acompañaba un vecino, que era algo mayor que yo. Vi mis notas y había aprobado todo. ¡Mi primer curso en el Instituto haciendo bachillerato y lo había aprobado todo en junio! Sentí una gran alegría. De repente, un compañero de mi curso se me acercó y, en plan de broma, me dio una patada suave en el trasero. Yo, que estaba tan contento, le dije: “¡Gracias!” Él se rió de mis palabras y me quedó grabada la cara de sorpresa de mi vecino por mi reacción.