Domingo XI del Tiempo Ordinario (C)



16-6-2013                               DOMINGO XI TIEMPO ORDINARIO (C)
                         2Sam. 12, 7-10.13; Slm. 31; Gal. 2, 16.19-21; Lc. 7, 36-8, 3

Homilía del Domingo XI del Tiempo Ordinario (C) from gerardoperezdiaz on GodTube.

Queridos hermanos:
            En 2010, al predicar sobre estas mismas lecturas, me detenía en la figura de la mujer que bañó los pies de Jesús con sus lágrimas, que los secó con sus cabellos, que los ungió con perfume y que los besó con sus labios. En aquella homilía, que os invito a repasar en el blog, terminaba de la siguiente manera: Sería muy interesante profundizar en el personaje de Simón, el fariseo que invitó a comer a Jesús en su casa y que juzgó a María Magdalena, pero hoy no nos da tiempo. Hacedlo vosotros. A ver qué os dice Dios de él. Pues bien, vamos a fijarnos en la homilía de hoy en el fariseo llamado Simón.
            - Fue Simón quien rogó “a Jesús que fuera a comer con él”. ¿Por qué? ¿Cuáles son los motivos por lo que alguien invita a otro a comer en su propia casa? 1) Principalmente puede ser por amistad y por cariño. 2) También puede ser por gratitud hacia esa persona ante algún bien recibido de la persona invitada. 3) Asimismo puede ser para conseguir algo del invitado o de un conocido del invitado; es decir, en este último caso se le invita por interés.
De estas tres razones que he apuntado, ¿cuál pensáis que es la más correcta en el caso de Simón, el fariseo? Está claro que Jesús no era para Simón su amigo ni le tenía un cariño especial. Se puede concluir esto de las mismas palabras de Jesús al contar el recibimiento que le dio Simón al entrar en su casa: “Cuando yo entré en tu casa, no me pusiste agua para los pies; ella, en cambio, me ha lavado los pies con sus lágrimas y me los ha enjugado con su pelo. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con ungüento; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume”. Tampoco creo que Simón hubiera invitado a Jesús para agradecerle algo, pues su recibimiento, como acabamos de escuchar, fue más bien correcto, pero frío y distante.
            Entonces sólo nos queda la última razón: Simón invitó a comer a Jesús por algún interés personal, para sacar algo. ¡Vamos a ver si lo averiguamos! Si leemos los capítulos anteriores del evangelio de San Lucas, vemos cómo Jesús se había convertido en un hombre famoso por sus curaciones, por sus milagros y por sus predicaciones. Una gran cantidad de gente lo seguía. De Jesús se hablaba por todo el país e incluso fuera de él. Las razones interesadas o ‘bastardas’ por las que Simón pudo haber invitado a Jesús a comer podían muy bien ser éstas: a) Para presumir en el pueblo en que vivía de que el famoso ‘profeta’ Jesús había estado en su casa. Lo mismo que hay gente hoy que colecciona autógrafos de famosos o se hace fotos con famosos[1], también Simón quería su momento de gloria… a costa de Jesús. De hecho, el evangelio alude a otros invitados a la comida para que fueran testigos del momento de gloria de Simón. Estos invitados serían, por un lado, ‘de la cuerda’ de Simón y, por otro, serían también ‘las fuerzas vivas del lugar’. b) Otra razón podía ser el que Simón lograra adquirir información de primera mano de Jesús para luego transmitirla a otros fariseos. ‘Aquel galileo atraía a demasiada gente y no era de los nuestros’. Había que tratar de controlar y espiar a Jesús. Él no era manejable ni sobornable y eso traía nerviosa a mucha gente, como se puede comprobar en la lectura de los evangelios.
            - Yo me quedo más con la última de estas dos razones que acabo de decir, aunque sin descartar la primera. ¿Por qué digo esto? Pues por lo que sucede durante la comida: al entrar la mujer pecadora y lavar los pies a Jesús y tocarlo, en Simón se produce el siguiente pensamiento: “Al ver esto, el fariseo que lo había invitado se dijo: ‘Si éste fuera profeta, sabría quién es esta mujer que lo está tocando y lo que es: una pecadora’. Jesús tomó la palabra y le dijo: ‘Simón, tengo algo que decirte’. Él respondió: ‘Dímelo, maestro’”. Fijaros en la respuesta de Simón: “Dímelo, maestro”. Interiormente Simón está juzgando a Jesús, pero por fuera se muestra sumiso y complaciente con Jesús. En sus palabras parece entenderse: ‘Dime lo que quieras, Jesús, que yo estoy aquí para escucharte. Además, reconozco que tú eres mi maestro y yo con gusto aprenderé de lo que me digas’. Nada de esto era verdad; por eso Simón actuaba y hablaba como un fariseo, en el sentido más peyorativo, es decir, con hipocresía, con fingimiento y con falsedad[2].
            - El retrato que nos queda de Simón no es demasiado agraciado: 1) un hombre que actuaba por el propio interés y el de su grupo fariseo, 2) que usaba a los demás para sus fines y egoísmos, 3) que juzgaba a los otros y les miraba por encima del hombro, 4) que hablaba y actuaba con doblez y simulación. En definitiva, fue un hombre que estaba cerrado a la gracia de Dios. Pasó por su casa el Hijo de Dios y no lo acogió. El Hijo de Dios pudo perdonarle, salvarle, amarle…, pero no aceptó nada de esto. Simón creía no necesitar nada de ese Jesús, que embaucaba a los ignorantes y paletos del país, pero… a él NO. Simón ya sabía todo lo que debía saber y nadie podía enseñarle nada nuevo, ni siquiera ‘ese Jesús’.
            Simón, el fariseo, por desgracia, no es muy diferente de nosotros y de nuestras palabras y actuaciones en tantas ocasiones. Sí, muchas veces nosotros, de cara a Dios y de cara a los demás, hablamos y actuamos buscando nuestros intereses, usamos a los demás, somos egoístas con Dios y con los demás, utilizamos la falsedad y la hipocresía y no queremos ser enseñados-perdonados-salvados por el mismo Jesús.
La homilía de este mismo domingo del año 2010 la terminaba con una frase, que vendría bien repetir ahora: “¿A quién me parezco yo más en mi vida ordinaria en la relación con Dios y con los demás: a Simón, el fariseo, o a la mujer pecadora?



[1] En varias ocasiones he entrado en algún bar o restaurante en donde figuran en las paredes fotografías de famosos artistas, o de toreros, o de políticos, o de deportistas… con el dueño del local.
[2] A este respecto vienen muy bien unas palabras del Papa Francisco de principios de este mes. Dijo que la hipocresía es la lengua de los corruptos y que un verdadero cristiano no usa un lenguaje “socialmente educado”, sino que habla de manera sencilla, con amor, “con la misma transparencia que los niños, que no son hipócritas porque no son corruptos”. Denunció el Papa a aquellos que, “con palabras suaves, bonitas, demasiado dulzonas intentan presentarse como amigos, pero todo es falso, ya que esa gente no ama la verdad, sólo a sí mismos, e intentan engañar, implicar al otro en su mentira. Tienen un corazón mentiroso y no pueden decir la verdad”. El Papa advirtió a los cristianos sobre la vanidad y dijo que, aunque “nos gusta que se digan cosas bonitas de nosotros”, hay que tener cuidado, “ya que los corruptos lo saben y con ese lenguaje intentan debilitarnos”. El Papa pidió a los fieles que piensen bien qué lenguaje usan y si hablan con amor “o con ese lenguaje social con el que se dicen cosas bonitas, pero que no sentimos”. “Que nuestro lenguaje sea evangélico. Los hipócritas comienzan con la lisonja, la adulación y acaban acusando a los que han adulado. Pidamos al Señor que nuestro lenguaje sea sencillo, que hablemos como los niños, como hijos de Dios, con verdad y amor”.