Domingo IV de Adviento (A)



22-12-2013                             DOMINGO IV ADVIENTO (A)
Homilía en video. HAY QUE PINCHAR EN EL ENLACE ANTERIOR PARA VER EL VIDEO. Homilía de audio en MP3
Queridos hermanos:
            - El domingo pasado terminaba la homilía proponiéndoos unos compromisos para la semana. Eran éstos:
            * Saber ver el lado bueno de las personas, de las cosas y de los acontecimientos.
            * Saber decir cosas buenas y agradables a los demás.
            * Sonreír a todos.
            ¿Los habéis intentando llevar a cabo? Sí ha sido así, seguro que habéis hecho la vida más agradable a los que os rodeaban; seguro que os habéis sentido mejor con vosotros mismos; y seguro que Dios ha estado mucho más a gusto dentro de vuestro ser. ¡Ha merecido la pena! También estoy seguro que habéis aprendido a conoceros un poco mejor y habréis observado en estos días lo que cuesta tener una visión positiva de los demás y de lo que nos rodea, ya que (en general) nos es más fácil ver lo malo que lo bueno.
            - En la primera lectura se nos presenta la figura del rey Acaz de Israel. Él es un hombre religioso, que reza, que da culto a Dios, que practica sus leyes, pero… que no cree ni confía en Él. Su fe llega sólo a la mente y a los labios, pero no al corazón ni a su espíritu. Acaz reza, pero no se fía y no pone su vida en manos de Dios. “Cuentan que un alpinista se preparó durante varios años para conquistar el Aconcagua. Inició su travesía sin compañeros, en busca de la gloria sólo para él. Empezó a subir y el día fue avanzando; se fue haciendo tarde y más tarde, y no se preparó para acampar, sino que decidió seguir subiendo para llegar a la cima ese mismo día. Pronto oscureció. La noche cayó con gran pesadez en la altura de la montaña y ya no se podía ver absolutamente nada. Subiendo por un acantilado, a unos cien metros de la cima, se resbaló y se desplomó por los aires. Caía a una velocidad vertiginosa; sólo podía ver veloces manchas más oscuras que pasaban en la misma oscuridad. Seguía cayendo...y en esos angustiantes momentos, pasaron por su mente todos los gratos y no tan gratos momentos de su vida. Pensaba que iba a morir, pero de repente sintió un tirón muy fuerte que casi lo parte en dos... Como todo alpinista experimentado, había clavado estacas de seguridad con candados a una larguísima soga que lo amarraba de la cintura. En esos momentos de quietud, suspendido por los aires sin ver absolutamente nada en medio de la terrible oscuridad, no le quedó más que gritar: ‘¡Ayúdame, Dios mío; ayúdame, Dios mío!’ De repente una voz grave y profunda desde los cielos le contestó: ‘¿Qué quieres que haga?’ Él respondió: ‘Sálvame, Dios mío’. Dios le preguntó: ‘¿Realmente crees que yo te puedo salvar?’ ‘Por supuesto, Dios mío’. Y Dios le respondió: ‘Entonces, corta la cuerda que te sostiene’. Siguió un momento de silencio y quietud. El hombre se aferró más a la cuerda... Al día siguiente, el equipo de rescate que llegó en su búsqueda; lo encontró muerto: congelado, agarrado con fuerza, con las dos manos a la cuerda, y colgado a sólo DOS METROS DEL SUELO... El alpinista no fue capaz de cortar la cuerda y simplemente confiar en Dios”.
            Este alpinista, como Acaz, era religioso y rezaba a Dios, pero no confiaba en Dios ni se fiaba de Él; por eso, hemos de decir que el alpinista no creía en Dios. Su fe alcanzaba sólo su cabeza y sus labios, pero no llegaba ni a su corazón ni a su espíritu. Cuando llegaban situaciones en las que había que cortar la cuerda (las seguridades que todos tenemos: una casa, unos bienes materiales, unas razones, una fama…), entonces no lo hacía. Por eso, por no haber confiado en Dios, por no haberle escuchado, por no haber cortado la cuerda…, aquel hombre murió congelado a sólo dos metros del suelo.
            En contrapartida tenemos el caso de San José, que nos presenta el evangelio que acabamos de escuchar:
* San José era el novio de María.
* A él no le fue anunciado el embarazo de su novia por obra del Espíritu Santo.
* Lo tuvo que descubrir él solo. Debió de ser un golpe muy duro para San José: él que estaba totalmente enamorado de su novia; él que siempre había confiado en María; él que habría puesto la mano en el fuego por María…, y ahora se veía traicionado por ella.
* Pero, en medio de esta tremenda desilusión y de este gran sufrimiento, San José no actuó con precipitación ni despecho. La semana pasada, el 13 de diciembre, celebrábamos a Santa Lucía. Ella fue comprometida en matrimonio por su madre con un chico. Cuando Lucía logró que su madre deshiciera aquel compromiso, pues quería dedicarse por entero a Dios, el novio fallido la denunció ante las autoridades romanas por ser cristiana[1], y Lucía fue martirizada: la intentaron quemar viva, le arrancaron los ojos, y la decapitaron, finalmente. Sin embargo, San José no quiso reaccionar contra María con despecho ni con venganza. Dice el evangelio que José era justo y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto.
* Cuando todo se aclara, San José acepta la nueva situación de María y confía en Dios y en su novia. San José ya no se queja ni duda. Simplemente dice SÍ.
* Desde ese momento San José ya no vivirá más para sí mismo, sino que vivirá para María y para su Hijo, para Dios y para los hombres.
* San José ha descubierto su misión en la vida y está dispuesto a llevarla a cabo.
* San José cortó la cuerda que le sustentaba en el precipicio de la vida, porque confió en Dios, y vivió y nos hizo vivir a nosotros por medio del Niño nacido en Belén.


[1] Este novio contaba con administrar la gran dote de Lucía, pues era muy rica, pero, al deshacerse el compromiso, se quedaba sin ese dinero, sin esas tierras, sin esas posesiones, y reaccionó con rencor.