Domingo XXIII del Tiempo Ordinario (A)



7-9-14                        DOMINGO XXIII TIEMPO ORDINARIO (A)

Homilía en vídeo. HAY QUE PINCHAR EN EL ENLACE ANTERIOR PARA VER EL VIDEO. Homilía de audio en MP3
Queridos hermanos:
            El pecado en el hombre y, por lo tanto, en la Iglesia es una realidad. La Iglesia no es un grupo de seres angelicales, sino de hombres y mujeres que, en medio de sus limitaciones y de sus flaquezas humanas, caminan unidos como hermanos hacia Dios. Jesús sabe esto y nos indica que la CORRECCIÓN FRATERNA es un medio de conversión. Jesús en el evangelio de hoy nos da unas normas prácticas para realizar la conversión. Ésta significa pasar del pecado a la Gracia, de la oscuridad a la Luz, de lo malo a lo Bueno, del no Dios a Dios, de la no fe o poca fe ‘a la más fe’…
- En o con la corrección fraterna lo más importante no es que el otro llegue a la verdad y salga del error. Lo importante es que el hermano se salve: “Si te hace caso, has salvado a tu hermano”.
Los pasos y condiciones para efectuar la corrección fraterna son los siguientes: 1) Jesús nos dice que utilicemos el amor y no sólo la verdad, ya que ésta sin amor no es la verdad de Cristo. 2) Así, Jesús nos dice que, cuando vemos a un hermano en un error o en un pecado, lo que tenemos que hacer no es murmurar de él a sus espaldas, no es anunciarlo a los cuatro vientos a sus espaldas, aunque él actúe así con nosotros o con otros, sino que lo que tenemos que hacer es decírselo a él, a solas. 3) Si no nos hace caso (a lo mejor los equivocados somos nosotros), entonces busquemos algún testigo o testigos (personas de peso para el hermano que está en pecado y que amen al hermano que está en pecado –no se trata de avergonzarlo-) y ya se lo diremos ante estos testigos “para que todo el asunto quede confirmado por boca” de ellos.
            Fijémonos ahora en dos casos de corrección fraterna. Veremos cómo se debe hacer y los podemos comparar con nosotros mismos y con nuestro modo de actuar. El primero se refiere a la adúltera (Jn. 8, 11). Únicamente Jesús empieza a hablar con ella para ‘reprenderla’ cuando están sólamente ellos dos. Entonces le pregunta si alguien la ha  condenado. Nadie lo ha hecho, contesta ella. Jesús le dice que tampoco Él la condena. Le dice que se puede ir, y sólo al final le indica que no peque más. Jesús no quiere humillar ni avergonzar a la mujer; Él quiere a la mujer y busca su bien. Estas dos condiciones son indispensables para reprender al modo de Jesús: amar al que se reprende y buscar su bien. Si no tenemos esto, es mejor que nos callemos, porque heriremos y causaremos más mal que el que haya ya. (Con relativa frecuencia asisto a discusiones entre los esposos, y uno y otro tratan de empujarme a que les dé la razón a ellos delante de su cónyuge. Esto nunca me gusta hacerlo. Si tengo algo negativo que decir de uno u otro, prefiero hacerlo a solas con cada uno en particular. Dios nunca humilla; no tenemos nosotros por qué hacerlo tampoco).
            El segundo caso de corrección es éste: “Se cuenta que el discípulo de un sabio filósofo llegó a casa y le dijo: -Querido maestro, se dice que un amigo tuyo ha estado hablando mal de ti. –Espera –lo interrumpió el filósofo-. ¿Has hecho pasar por los tres filtros lo que ahora me vas a explicar? - ¿Los tres filtros? –preguntó el discípulo. –Sí. El primer filtro es la verdad. ¿Estás seguro de que lo que me vas a decir es absolutamente cierto? –Bien, no lo sé directamente. Me lo han dicho unos vecinos. –Por lo menos –dijo el sabio-, lo habrás pasado por el segundo filtro que es la bondad. A ver, ¿esto que me vas a decir es bueno para alguien? – No, realmente, no. Más bien lo contrario. –Ah,… entonces miremos el último filtro. El último filtro es la necesidad, ¿crees que es realmente necesario hacerme saber esto que tanto te inquieta? – De hecho, no.  -Entonces –dijo el sabio sonriente- si no es verdad, ni es bueno, ni es necesario, mejor lo enterramos en el olvido”. En esta ocasión, como observamos, el sabio buscó más enseñar a su discípulo que defenderse a sí mismo o atacar al que pudo haber murmurado contra él.
            4) Hay un caso extremo que pone Jesús y es cuando el hermano pecador no hace caso ni siquiera a los dos o tres testigos. En este caso Jesús nos manda decírselo “a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un pagano o un publicano”, es decir, como si ya no perteneciera a la comunidad, a la Iglesia. Estos casos se refieren a comportamientos tan graves que ocasionan un grave escándalo a los hermanos y el pecador no quiere salir de su cerrazón y de su pecado. Además, su comportamiento no le afecta sólo a él, sino y sobre todo a los que están a su alrededor.
- Por otra parte y para profundizar más en este tema, tenemos que ser conscientes que en muchas ocasiones de nuestra vida intentamos cambiar a la gente… para que sean como nosotros o como creemos que deben ser. Esto es un gran error, aunque es comprensible, porque uno desea el bien (o lo que creemos que es el bien) para los demás. De todas formas, a la hora de cambiar a las gentes por dentro, he aprendido de Dios lo siguiente:
1) Hay que contar con la libertad humana. Nada es posible, ni siquiera para Dios, si uno mismo no quiere.
2) Todos tenemos nuestro momento. Mirémonos a nosotros mismos. ¡Cuántas veces Dios estuvo detrás de nosotros para que cambiáramos y no le hicimos caso! Por eso, hay que esperar el momento de cada uno, que no es cuando nosotros queramos.
3) Todos tenemos nuestro ritmo. Hace falta tener paciencia y saber esperar por la gente.
4) Para llegar a Dios hay muchos caminos. No es el mío el único camino posible; se puede llegar a Dios de otros modos y maneras. Hemos de respetar las distintas sensibilidades y circunstancias. Dios sabe, nosotros no sabemos.
5) No podremos ayudar a los demás a que cambien si antes no les amamos y les aceptamos tal y como son. Y amar y aceptar a una persona no significa decir que lo que hace y dice está bien. No. Amar y aceptar a una persona significa que le miramos a él mismo y no tanto lo que hace o dice. En definitiva, tenemos que actuar al modo de Dios. Dios nos ama tal y como somos. No nos ama más porque seamos más buenos, ni nos ama menos porque seamos más malos.