Exaltación de la Santa Cruz



14-9-2014                               EXALTACIÓN DE LA SANTA CRUZ

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Queridos hermanos:
            Con relativa frecuencia se escucha decir más o menos lo siguiente ante una desgracia que nos sucede: “¿Por qué me ha tenido que suceder esto a mí? ¿Qué mal he hecho para que ahora tenga un cáncer, se me haya muerto un hijo, me echen de mi casa...? Yo, que siempre he rezado, que voy a Covadonga todos los años, que no hago mal a nadie… ¿Por qué me ha tenido que pasar esto?”
            Cuando alguien dice esto, lo hace desde lo hondo de su dolor, como un grito de angustia. Y por eso se ha de comprender, pero... hablando desde el evangelio todas estas preguntas tienen una respuesta muy clara para los cristianos:
            ¿Cuál es la señal de cristiano?, se preguntaba en el cate­cismo. Y se respondía: la señal del cristiano es la santa cruz. ¿Cómo comienza cada Misa? Con la señal de la cruz (“En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”). ¿Cómo termina cada Misa? Con la señal de la cruz (“Y la bendición de Dios Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”).
            Se podrían decir multitud de textos bíblicos en los cuales, de una forma u otra, se nos habla de la importancia de la cruz o del camino de cruz en la vida de un cristiano. Aquí va una pequeña muestra: “Quien no carga con su cruz y se viene detrás de mí, no puede ser discípulo mío” (Lc. 14, 27). “Nosotros predi­camos un Cristo crucificado; para los judíos, un escándalo; para los paganos, una locura; en cambio, para los llamados un Cristo que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios: porque la locura de Dios es más sabia que los hombres, y la debilidad de Dios es más potente que los hombres” (1 Co 1, 23-25). Y el último texto es de Sta. Rosa de Lima, cuya fiesta celebrábamos el 23 de agosto: “Sin la cruz no se encuentra el camino del cielo”.
            De todo esto se pueden sacar una serie de consecuencias, que sólo serán comprensibles para aquellos que han sido distinguidos con la fe y que Dios les concede el don de la sabiduría divina:
            * El cristiano no ama la cruz por la cruz. Eso es masoquis­mo. El cristiano no busca el sufrimiento, sino que lo acepta. Cristo no buscó su muerte en la cruz, sino que la aceptó. Todos sufrimos a lo largo de nuestra vida: sufre el niño y el anciano, el rico y el pobre, el ateo y el creyente, el europeo y el africano, el de izquierdas y el de derechas, el alto y el bajo, el que vive en Oviedo y el que vive en Acevedo (pueblo de Tapia de Casariego)… La aceptación no supone resignación o aguantar masoquistamente. La aceptación significa saber que el sufrimiento no es bueno en su origen, pero, una vez que lo tenemos en nosotros, lo asumimos con la paz de Dios y puede producir frutos en nosotros: humildad, mansedumbre, comprensión de los sufrimientos de otras personas, crecimiento y madurez personal, acercamiento a Dios y a los hombres…
            * Dios no quiere el sufrimiento de nadie, no castiga a nadie con cruces ni con muertes ni con enfermedades. Desde la Biblia, el mal en el mundo es consecuencia del pecado: de nuestro pecado, del pecado de los otros.
            * Todos los hombres y mujeres en esta vida, en un momento u otro, vamos a tener algún tipo de sufrimiento. Nadie está vacunado contra ello, no hay ningún seguro a todo riesgo. Quien se haga cristiano o tenga fe sólo para que no le suceda nada malo, está muy equivocado. Mueren los ateos como los creyen­tes, tienen cáncer los ateos como los creyentes, suspenden los exámenes los ateos como los creyentes, pierden el trabajo los ateos como los creyentes, etc. La única diferencia está, o debe de estar, en que los creyentes se enfrentan ante la cruz de cada día, ante el sufrimiento, ante la muerte de otro modo: con espe­ranza. Sabiendo que Cristo pasó primero por ello y ahora pasa, con nosotros, por ello otra vez.
            * La cruz de Cristo nos ayuda a llevar la nuestra. Yo sé de gente que –en Oviedo- en S. Juan el Real, en la capilla del Santísimo del Corazón de María, en otras iglesias en donde hay un crucifijo, se paran y en silencio contemplan al Cristo crucificado que les alienta y les anima en sus dolores. Y salen de allí más reconfor­tados. Porque perciben que Él está con ellos, que Él no les deja solos... No nos deja solos. Hace pocos días estaba sentado en el confesionario de Tapia de Casariego; eran las 19,45 horas, salía del confesionario para celebrar la Misa y me fijé en un hombre joven arrodillado ante el crucifijo grande que está en una pared lateral de la iglesia. El hombre oraba y ponía sus preocupaciones ante ese Cristo, ante esa cruz.


(Cristo de Velarde que está en la Catedral de Oviedo)
            * La cruz, que nos conduce a la muerte, sólo tiene sentido como camino para llegar a la resurrección, a la vida.
                                                                     AMEN