Domingo II del Tiempo Ordinario (A)

20-1-2008 DOMINGO II DEL TIEMPO ORDINARIO (A)

Is. 49, 3.5-6; Slm. 39; 1 Cor. 1, 1-3; Jn. 1, 29-34

Queridos hermanos:
- En estos últimos días hemos celebrado que Jesucristo ha nacido, ha crecido y ha sido bautizado. Estamos ya ahora en pleno Tiempo Ordinario (enseguida, el 6 de febrero será Miércoles de Ceniza y empezará la Cuaresma). En este domingo de hoy la Iglesia nos propone unos textos en donde Cristo aparece como el centro de todo y de todos.
Hace poco me vino un chico alemán diciéndome que quiere entrar en la Iglesia católica. El no sabe nada de nuestra fe. Me pidió que yo le ayudara a formarse y prepararse. Si os encontrarais vosotros ante un caso semejante, ¿qué haríais, por dónde empezaríais, que le diríais…? Os pido opinión ahora a vosotros:
* ¿Será mejor que le dé un catecismo no demasiado extenso y que lo estudie, y ya le iré explicando las dudas que tenga? Es decir, puedo pedirle que memorice una serie de textos doctrinales y de dogmas de la fe.
* ¿Le explicaré los principales ritos católicos como confesarse bien, saber asistir a las Misas y responder…?
* ¿Le enseñaré las oraciones principales, como son el Padrenuestro, el Ave María, el Credo, la Salve, el Santo Rosario, el Viacrucis…?
* ¿Le diré las principales normas morales que un católico debe saber y practicar?
Entiendo que, aunque todo esto está bien, resulta equivocado empezar por aquí. Lo que creo que hay que hacer es anunciarle a Cristo como centro de todo, a Dios como centro de todo y de todos. Cuando esta persona conozca a Dios con su propia experiencia, cuando se sienta amado por Dios y ame a Dios de Tú a tú, entonces y sólo entonces esta persona necesitará conocer las palabras de Jesús y su doctrina. También necesitará saber cómo comportarse de cara a El y de cara a las demás personas (moral). Igualmente necesitará saber cómo dirigirse ritualmente y litúrgicamente a Dios en medio de una comunidad, y este lenguaje litúrgico le ayudará a crecer y a profundizar en su fe… Todo lo que suponga no empezar por Dios mismo o por Cristo mismo es comenzar la casa por el tejado. Así tenemos a tanta gente que pide los sacramentos en la Iglesia y, sin embargo, no conoce a Dios por experiencia propia; sólo lo conoce de oídas.
S. Juan Bautista, que sabía muy bien todo esto, nos habla hoy en el evangelio, no de ritos, no de doctrinas, no de rezos, no de moral, sino de Cristo mismo. Veamos lo que nos dice de Jesucristo:
-
“Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo […] Éste es el Hijo de Dios.” ¿Por qué a Jesús se le llama “cordero” y, además, “Cordero de Dios”? Se está haciendo referencia al cordero que cogieron los israelitas al escapar de Egipto (Ex. 12). La sangre de este cordero les sirvió para embadurnar las puertas de sus casas y que ángel exterminador no les hiciera daño. Este cordero les sirvió de igual modo para alimentarse y para coger fuerzas, porque al día siguiente tenían que empezar su travesía por el desierto. Pues también ahora S. Juan Bautista nos dice que nosotros tenemos un Cordero mucho mejor que el de los mismos israelitas. Nuestro Cordero nos protege con su sangre derramada y nos alimenta con su carne triturada con nuestros dientes y digerida con nuestros estómagos.
Además de protegernos y de alimentarnos Jesús, Cordero de Dios, nos quita los pecados a todos nosotros. Recuerdo ahora una celebración, que también tienen los israelitas. Me refiero al Gran Día de la Expiación (Lev. 16). Esta fiesta consistía en que se cogían dos carneros y uno de estos se destinaba a ser sacrificado en presencia de todo el pueblo y en quemar sus entrañas y rociar con su sangre al pueblo. ¿Qué se hacía con el otro carnero? Leamos: El Sumo Sacerdote “impondrá sus dos manos sobre la cabeza del (otro) animal y confesará sobre él todas las iniquidades y transgresiones de los israelitas, cualesquiera sean los pecados que hayan cometido, cargándolas sobre la cabeza del carnero. Entonces lo enviará al desierto por medio de un hombre designado para ello. El carnero llevará sobre sí, hacia una región inaccesible, todas las iniquidades que ellos hayan cometido; y el animal será soltado en el desierto.” Allí el animal moría a manos de las fieras, puesto que se le dejaba atado a una estaca. De este modo, el carnero se llevaba los pecados del pueblo fuera del campamento, y el carnero y los pecados eran comidos por las alimañas. Pues bien, del mismo modo todos nuestros pecados, los pecados de todos los hombres y de todos los tiempos: del pasado, del presente y del futuro, son cargados sobre el Cordero de Dios y El los lleva consigo, es atado con clavos a una cruz para que no se pueda escapar y allí es devorado por la muerte. Por todo esto decimos que Jesús es “el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Hace poco vino una persona a hacer dirección espiritual conmigo y me trajo un texto de Jean Paul Sastre, que sabéis que fue un filósofo francés ateo del siglo XX. El estuvo prisionero de los nazis entre 1940 y 1941. Entonces escribió una obra de teatro (“Barioná, el hijo del trueno”), que se representó en el campo de concentración con prisioneros. Tiempo después Sartre llegó a renegar de esta obra suya. ¿Por qué? En la obra Sartre hace decir a uno de los actores: “Si un Dios se hubiese hecho hombre por mí, le amaría excluyendo a todos los demás, habría entre El y yo algo así como un lazo de sangre […] Un Dios-hombre, un Dios hecho de nuestra carne humillada, un Dios que aceptase conocer este sabor amargo que hay en el fondo de nuestra boca cuando todos nos abandonan, un Dios que aceptase por adelantado sufrir lo que yo sufro ahora.”

Pidamos a Dios que su Hijo sea el centro de nuestra fe y de nuestra experiencia de vida. Luchemos por ello y oremos por ello. Termino con esta oración preciosa, que creo que conocéis muchos de vosotros para pedir a Dios Padre que Cristo sea realmente para mí “el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”:

Alma de Cristo, santifícame.
Cuerpo de Cristo, sálvame.
Sangre de Cristo, embriágame.
Agua del costado de Cristo, lávame.
Pasión de Cristo, confórtame.
¡Oh, buen Jesús!, óyeme.
Dentro de tus llagas, escóndeme.
No permitas que me aparte de Ti.
Del maligno enemigo, defiéndeme.
En la hora de mi muerte, llámame.
Y mándame ir a Ti,
Para que con tus santos te alabe y bendiga.
Por los siglos de los siglos. AMÉN.

Bautismo del Señor (A)

13-1-2008 BAUTISMO (A)
Is. 42, 1-4.6-7; Slm. 28; Hch. 10, 34-38; Mt. 3, 13-17


Queridos hermanos:
Celebramos hoy la fiesta del Bautismo del Señor y con ella recordamos nuestro propio bautismo. Para profundizar en el significado de esta festividad y sobre todo para profundizar en nuestro propio bautismo quisiera fijarme en tres momentos del sacramento y me serviré para ello de la primera lectura:
1) Elección, formación y respuesta de fe. “Yo, el Señor, te he llamado, te he cogido de la mano y te he formado.” Ante todo hemos de tener presente que no somos nosotros quienes elegimos a Dios, sino que es El quien nos elige a nosotros. No somos nosotros quienes creemos en Dios, sino que es El quien “cree” en nosotros. No somos nosotros quienes amamos primero a Dios, sino que es El quien nos ama primero. La iniciativa siempre parte de Dios. Cuando nuestros padres se fijaron uno en el otro y enamoraron, ya Dios pensaba en nosotros y sabía de nosotros. Por tanto, ya Dios nos amó mucho antes de ser engendrados nosotros en el vientre materno. El es quien nos crea y quien nos llama a la vida. Si vivimos y si estamos aquí, es porque El lo quiere y porque El nos quiere. Con toda razón la primera lectura dice así: “Yo, el Señor, te he llamado.” Sí, el Señor es el origen de todo, también es el origen de nuestra vida.
Prosigue la primera lectura diciendo: “Yo, el Señor, te he cogido de la mano.” ¡Qué imagen más bonita! ¿Quién coge de la mano? Pues coge el padre o la madre al hijo; también el enamorado a la enamorada, o viceversa; o igualmente alguien que ayuda y conforta a otro. Por tanto, con esta imagen en la que se nos muestra a Dios cogiéndonos de la mano -o por seguir el singular del texto- en que Dios me coge a mí, con nombre y apellidos, de la mano; repito que con esta imagen se me dice que hay un amor paterno-materno de Dios para conmigo. También se me dice que hay una amor de enamoramiento de Dios para conmigo, y un amor de ayuda, de protección y de cercanía.
Se finaliza la frase arriba mencionada diciendo: “Yo, el Señor, te he formado.” Sí, el Señor ha ido tejiendo en el vientre de mi madre mis músculos, mis nervios, mis huesos, mis entrañas, mis pulmones, mi carácter, mi personalidad, mis… Soy lo que soy porque El me ha formado así, y El me ama tal y como soy. Dios me ama con mi historia personal, con mi familia, con mi físico, con mis circunstancias. ¿Cómo no va a amarme, si es El quien me formado y hecho así? ¿Qué belleza verá Dios en mí para que esté tan enamorado de mí? Porque El no está ciego, ve más que yo y me conoce mejor que yo mismo. Y es que las últimas palabras del evangelio de hoy las dice Dios Padre sobre su Hijo, Jesús, pero también las dice Dios Padre sobre todos y cada uno de nosotros: “Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto.”
Todo esto que acabo de explicar son palabras, pero para mucha gente es su experiencia de vida. Cuando descubren que Dios los ha llamado, los ha cogido de la mano y los ha formado, estas personas sienten que tienen que dar una respuesta a Dios. Esa respuesta no es otra que el amor y la entrega a Dios por parte de las personas que tienen este encuentro con el Padre. Esta respuesta es lo que conocemos con el nombre de la FE (sobre la FE no me extiendo más, pues ya he hablado de ella en una homilía anterior). Pongo algunos ejemplos concretos: En estas navidades me entrevisté con un chico alemán, que está haciendo un descubrimiento de Dios y me pidió ayuda para entrar en la Iglesia Católica. Asimismo os diré que leía el jueves en un periódico que en Francia están aumentando los bautizos entre las personas adultas. “Un diario católico francés ofrece otros datos estadísticos interesantes para descubrir cuál es el perfil de esos bautizados: por ejemplo, el 70% son mujeres y la mayor parte (59 %) y está en edades comprendidas entre los 20 y 45 años. Por lo que se refiere a la procedencia religiosa, casi la mitad viene de familias de origen cristiano, un 36 % no tenía una religión clara, mientras que el 5% procede del Islam.”
2) Los ritos sacramentales del bautismo. Una vez que uno ha hecho el camino de fe y que solicita la incorporación a la Iglesia a través del bautismo viene la preparación más próxima mediante una catequesis adecuada y, finalmente, se celebra el sacramento. Hoy no explicaré el rito, pues ya lo he hecho hace dos años dando el significado propio de cada momento de la celebración.
3) La misión de los bautizados. Uno no es bautizado porque haya alcanzado una meta y ya no tenga más que caminar. Tampoco es bautizado uno a modo de premio o para imponerle una medalla. El bautismo implica (y debe implicar) la participación en la misión que a Cristo le fue confiada al encarnarse y nacer como hombre, y la participación en la misión que El comparte con su Iglesia. Veamos lo que Dios Padre encargó a Cristo y así veremos nuestra propia misión, que no es otra que la misma de Jesús: “Yo, el Señor, te he hecho alianza de un pueblo, luz de las naciones. Para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la prisión, y de la mazmorra a los que habitan las tinieblas.” Nuestra misión, por tanto, es dar a todos los hombres la gran noticia de que Dios se ha “casado” en matrimonio perpetuo y en fidelidad perpetua con ellos. Nosotros podremos fallarle, pero El jamás lo hará. Y nuestra vida ha de ser signo y ejemplo de esto.
Nuestra misión también consiste en dar luz, la luz de Dios a la gente que nos rodea. No podremos llegar a todos; pero allá donde estemos y con quien estemos, han de vislumbrar y percibir que hay algo distinto en nosotros. Somos transmisores de paz, de perdón y somos la realidad de que se puede vivir de otro modo en esta sociedad
. El jueves leía en el periódico gratuito “20 minutos” tres viñetas a modo de cosa graciosa. En la primera viñeta se veía a un hombre que veía venir unos nubarrones en el horizonte. En la segunda viñeta se leía que en las nubes venía escrita la palabra ‘crisis’ y el hombre gritaba: ‘¡NO!’, y en la tercera viñeta en las nubes aparecía ya escrito ‘crisis de valores’, a lo que el hombre contestaba con evidente alivio: ‘¡Uf! ¡Qué susto! ¡Pensé que era la otra!’ Se refería a la crisis económica, supongo. Pues bien, para nosotros es más grave -mucho más- la crisis de valores que la crisis económica. Por ello, procuraremos vivir según los valores del evangelio.
Así, nuestra misión como cristianos no está simplemente en encerrarnos en las sacristías o en los templos, sino en estar en la calle, en nuestro trabajo, en nuestra familia y con nuestros amigos para que abramos los ojos de los ciegos, para que saquemos a los cautivos de sus prisiones de tantas cosas.
- Para todo esto Dios nos ha llamado, cogido de la mano y formado. ¿Estoy dispuesto? El domingo de la Sagrada Familia preguntaba en la homilía a las personas casadas que si, sabiendo lo que sabían ahora, se casarían con su marido o con su mujer. También les preguntaba que si, sabiendo lo que sabían ahora, se habrían casado o se habrían quedado solteros. Pues bien, parafraseando estas mismas preguntas os planteo y me planteo a mí mismo ahora: Sabiendo lo que sé ahora, viendo lo que veo ahora en mi mismo, en la sociedad y en esta Iglesia concreta en la que estoy, ¿me bautizaría hoy aceptando a Cristo como Señor de mi vida? ¿Me bautizaría hoy aceptando a la Iglesia Católica como madre mía? ¿Me bautizaría y aceptaría hoy, por lo tanto, la misión que Dios Padre y su Hijo me confió?

Epifanía (A)

6-1-2008 EPIFANIA (A)
Is. 60, 1-6; Slm. 71; Ef. 3, 2-3a.5-6; Mt. 2, 1-12


Queridos hermanos:
En el evangelio de hoy veo dos grupos de personas, que de manera distinta se sitúan ante el nacimiento de Jesús: por una parte están los judíos y por otra los magos de oriente.
- Los judíos, con el rey Herodes a la cabeza, son los herederos de las promesas de salvación que Dios hizo un día. Dios prometió a Abraham que de él vendría un gran pueblo y la salvación para los judíos y después para todos los hombres. Esta promesa fue renovada por Dios ante Isaac, ante Jacob, ante Moisés y ante todos los profetas. Los judíos eran conocedores de esta promesa y esperaban con ansia la salvación que vendría de mano del Mesías. Veíamos estos días de atrás como el profeta Isaías anunciaba, cientos de años antes de que sucediera, que el Mesías iba a nacer de una doncella y que el niño sería Dios mismo: “la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa ‘Dios-con-nosotros’” (Is. 7, 14). Asimismo, cuando el rey Herodes preguntó a los sumos sacerdotes y escribas dónde iba a nacer este Mesías, ellos supieron decírselo inmediatamente, pues leyeron la Biblia y en ella estaba escrito que “en Belén de Judea, porque así lo ha escrito el profeta: ‘Y tú, Belén, tierra de Judea, no eres ni mucho menos la última de las ciudades de Judea, pues de ti saldrá un jefe que será el pastor de mi pueblo Israel’” (Mt. 2, 5-6). Pero también resulta sorprendente que el profeta Isaías, una vez más cientos de años antes de suceder, incluso profetizó la venida de los magos de oriente guiados por una luz para adorar al Mesías. Mirad la primera lectura: “¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti! […] Y caminarán los pueblos a tu luz, los reyes al resplandor de tu aurora […] Te inundará una multitud de camellos, de dromedarios de Madián y de Efá. Vienen todos de Saba, trayendo incienso y oro, y proclamando las alabanzas del Señor.”
Resulta muy extraño que muchos de los judíos del tiempo de Jesús, que esperaban la venida del Mesías de Dios, que sabían que éste nacería de una virgen, que sería Dios mismo, que nacería en Belén, que habría una estrella que guiaría a unos extranjeros trayendo oro, incienso y otros regalos para este Mesías no hubieran sabido antes que nadie de su nacimiento y no hubieran ido corriendo a Belén. Todo lo más que hicieron, nos dice el evangelio, fue sobresaltarse y querer que fueran los extranjeros a cerciorarse de la noticia. Herodes quiso matar al Mesías, porque podía hacerle sombra, pero el resto de judíos que había en Jerusalén se quedaron muy a gusto en sus casas y en su ciudad sin desplazarse hasta el poblado de Belén, que distaba entre 15 y 20 Km.
- El segundo grupo del que hablamos hoy es el de los magos de oriente, es decir, unos extranjeros y paganos. Hay unas palabras muy fuertes que usaban algunos judíos –según mis noticias- cuando oraban a Dios: ‘Te doy gracias, Señor, porque no me has creado ni mujer, ni animal, ni pagano.’ Ser pagano era muy negativo para los judíos. Significaba estar condenado en vida, puesto que desconocía la fe verdadera y no sabía el camino para encontrar a Dios y para salvarse. De hecho, los judíos fervorosos no querían entrar en casa de los paganos para no ensuciarse ni perder su pureza. ¿No recordáis cómo los judíos no quisieron entrar en la casa de Poncio Pilatos, cuando iban a crucificar a Jesús, para no incurrir en impureza y tuvo aquel que salir fuera para hablar con ellos? Por eso, los judíos procuraban vivir aparte en las ciudades paganas y no dar a sus hijas en matrimonios a jóvenes paganos, o viceversa, salvo que los paganos se convirtieran al judaísmo.
Pues bien, son unos magos de oriente quienes, estudiando el firmamento y sus constelaciones de estrellas, descubrieron una muy particular y se pusieron en camino para seguirla. Esta estrella les llevó a Jesús, el Mesías salvador. “Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y de pronto la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño. Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra.”
- ¿Por qué los judíos, que eran los depositarios de las promesas de Dios y descendientes del mismo Abraham, no reconocieron a Jesús como el Hijo de Dios, el Emmanuel, el Mesías salvador? ¿Por qué los judíos que conocían todas las profecías y todos los detalles de la venida y del nacimiento del Mesías no lo reconocieron como tal? ¿Por qué unos magos paganos, sin saber nada de las Sagradas Escrituras, sin ser depositarios de las promesas divinas y sólo guiándose por una criatura de Dios (la estrella) y no por la Palabra de Dios fueron capaces de reconocer y adorar al Mesías? ¿Por qué?
Estas son preguntas que me hago y que ahora os hago a vosotros. Alguna de las respuestas que me doy es que no importan tanto la raza, ni la historia de un pueblo determinado. No importa tanto la Biblia ni el estar cerca del milagro o del acontecimiento. Lo que realmente importa es tener un corazón abierto a Dios y a las cosas de Dios. ¿Recordáis aquel refrán que dice que da Dios guantes a quien no tiene manos? Muchas veces, cuando estuve de cura por la zona de Taramundi, veía las ganas que tenían tantos feligreses míos de las aldeas más remotas de poder acudir a las Misas, y a Cursillos de Cristiandad, y a ejercicios espirituales, y a charlas formativas…, pero no podían por el trabajo con el ganado, por ser demasiado ancianos, por las obligaciones familiares... Y otras personas en Oviedo o en Gijón o en otras zonas tenían esta oportunidad y no las aprovechaban. (Ejemplo: Querer más a las vacas que a la propia mujer).
Para mí esta fiesta de hoy, de la Epifanía (manifestación) del Señor a todos los pueblos, me habla de las oportunidades que Dios nos da a todos los hombres para que lo conozcamos, para que nos acerquemos a El. Esta fiesta me habla del peligro de creer que lo tengo tan cerca, pero mi corazón duro y egoísta y cómodo me hace ser como los habitantes de Jerusalén, quienes tuvieron al salvador del mundo a 15 miserables Km. y dejaron pasar la oportunidad de acercarse a El. Los magos de oriente, los paganos, los perdidos y condenados a los ojos de los judíos, sí que aprovecharon esta oportunidad.
Pido a Dios para mí, para todos vosotros que, aunque tercos “judíos” como somos, nos pase un día lo que a S. Agustín y podamos decir como él: “¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y ver que tú estabas dentro de mí y yo estaba fuera, y por fuera te buscaba; y deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no lo estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no serían. Llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; ex­ha­laste tu perfume y respiré, y suspiro por ti; gusté de ti, y siento hambre y sed; me tocaste, y abráseme en tu paz” (S. Agus­tín, Confesiones, Libro X, Cp. XXVII, 38).

Santa María, Madre de Dios (A)

1-1-2008 SANTA MARIA, MADRE DE DIOS (A)
LA EDUCACION CRISTIANA (II)
Núm. 6, 22-27; Slm. 66; Gal. 4, 4-7; Lc. 2, 16-21
Queridos hermanos:
Seguimos con el mismo tema del domingo pasado, es decir, con los valores que deben de estar presentes en la educación que ha de existir en las familias. El primer valor al que aludí fue el del amor y el cariño. Continuamos…
* Libertad y responsabilidad. Educar en libertad no puede separarse nunca de educar en responsabilidad. Libre no es aquel que siempre puede hacer lo que quiere, sino aquel que, sopesando las circunstancias y lo que desea alcanzar, opta por emprender un determinado camino, y procura ser fiel y constante con la decisión adoptada. Vivir en libertad y educar en libertad es difícil, pues implica -por ejemplo, por parte del hijo- una capacidad de escucha a lo que se le diga; también implica un decir, por parte de los padres, y permitir que los hijos se equivoquen. Uno de los frutos inmediatos de vivir en libertad es la adquisición de la responsabilidad, lo cual supone crecer como personas y asumir las consecuencias de los propios actos. Por tanto, a mí entender es una pésima educación “tapar los agujeros” que hacen los hijos, sin enseñarles a ver la gravedad de sus actos y las consecuencias de los mismos. Voy a poner un ejemplo de esto último. El ejemplo es parcial, pero puede ser ilustrativo de lo que trato de decir: un hijo, que tiene un trabajo más o menos estable y un sueldo suficiente, decide independizarse y vivir aparte de sus padres. Se va a vivir sólo o con su pareja. Entiendo que este hijo no debería venir por casa de sus padres de modo sistemático para comer, o llevar la compra que le hace y le paga su madre, o para dejar la ropa sucia y llevársela limpia y planchada… Cuando uno toma una decisión libremente, ha de asumir las consecuencias y responsabilidades propias de su decisión, y de este modo podrá crecer como persona.
* Otro de los valores en que se ha de educar en la familia es en la laboriosidad. En la familia cada uno tiene sus propias tareas, adecuadas a la edad y a las circunstancias propias de cada miembro. No podemos educar ni permitir que haya vagos en nuestras familias. No podemos permitir que las tareas recaigan sobre una sola persona y los demás se dejen “servir”. En la casa cada uno ha de recoger sus propias cosas (zapatillas, libros, papeles, ropas…); cada uno ha de hacer su propia cama y habitación; cada uno ha de recoger sus propios platos, tazas y vasos una vez que ha terminado y posarlos en el fregadero y lavarlos; cada uno ha de hacer su propia tarea de estudiar, de atender el hogar, de llevar la administración económica…
* Hay que educar en la honestidad. Ser honrado con los de casa, pero también con los de fuera sin buscar el provecho personal por encima de cualquiera y a cualquier precio. Recuerdo que, cuando mi hermano tenía unos 11 años, cogió dos o tres cosas de un quiosco. En cuanto mi padre lo supo, le cogió de la mano con aquellas cosas y le acompañó hasta el quiosco para que las devolviera. Creo que nunca más se le ocurrió coger nada que no fuera suyo, que no se lo dieran, o que no lo comprara.
* Otro valor es la servicialidad. Esto significa estar pendiente de los demás y de sus necesidades. Aprende uno esto cuando ve a sus padres que se vuelcan con los demás para ayudarles a atender a los niños, para acompañarlos al hospital, para hacerles la compra o la comida. En este sentido –perdonad que os cuente cosas que yo he vivido en mi casa- he visto cómo mi padre, después de venir reventado de trabajar, se iba a ayudar a construir una casa a un vecino (mi padre era albañil); he visto cómo mi madre, al ir al economato de la ENSIDESA, aprovechaba las ofertas y traía dichas ofertas para sí y para una vecina, y venía “cargada como una burra”. Por cierto, en el tiempo de Navidad una vez vio una oferta de cava, a 13 pts. la botella, y trajo para nosotros y para la vecina. Luego se extrañó del enorme coste al ir a pagar y revisando en casa el tique cayó en la cuenta que la oferta del cava no era de 13 pts., sino de 130 pts. Quiso mi madre ir a devolver las botellas: las que había comprado para nosotros y las que había comprado para la vecina, pero el marido de la vecina no la dejó. Dijo que nosotros también podíamos beber como los demás de ese cava.
* Evitar la murmuración es otro valor que se ha de cultivar en la familia. Como dice un refrán indio, para comprender a una persona hay que andar con sus propias zapatillas, es decir, hay que estar en las mismas circunstancias que esa persona. Quizás, si nosotros pasáramos por lo mismo, lo haríamos igual o peor que esa persona. Es muy importante aprender a disculpar y a no “cebarnos” sobre los errores ni las desgracias de los demás.
* En toda relación humana, y la familia lo es, existen siempre situaciones de fricción y de disputas. Si no perdonamos, es fácil que los problemas se enquisten y el resentimiento se adueñe de todos. Por ello, el perdón es un valor que hemos de practicar y que ha de ser enseñado en la familia. Conozco una persona que procura no herir en su casa, pero, cuando lo hace, pide humildemente perdón a todos, incluso a sus hijos más pequeños.
* La familia ha de enseñar también a utilizar buenas palabras. No quiero decir simplemente con esto que se han de evitar las blasfemias y los tacos, sino incluso las voces y los gritos, las palabras hirientes o despectivas. Esta semana pasada en el tribunal eclesiástico decía una chica cómo su marido la hacía de menos y se mofaba de ella constantemente delante de los amigos e invitados y, por supuesto, delante de los hijos. Así los hijos, de corta edad, han perdido el respeto a su madre. Lo que no sabe el padre es que también se lo perderán a él…, en cuanto crezcan y le dejen de tener miedo. Con buenas palabras quiero decir el respeto y la amabilidad que ha de presidir la relación familiar. Recuerdo que un amigo mío decía que en su casa le enseñaron enseguida tres palabras: ‘gracias’, ‘perdón’ y ‘por favor’.
(Tengo que ir ya más rápido, pues se está esto alargando demasiado).
* De igual modo en la familia se ha de educar a vivir en la austeridad. Pienso que no es nada bueno poseer tantas cosas como tenemos, ni para mayores ni para pequeños. Ya nos decía Jesús que “no sólo de pan vive el hombre…” Con esto se refería Jesús a las cosas materiales. Recuerdo que una vez habló conmigo un chico de unos 35 años con novia, con empleo fijo, con 1.800 € de ingresos mensuales, con un buen coche, con una moto de gran cilindrada, con un piso a su nombre, con vacaciones a sus espaldas en sitios paradisíacos…, pero no era feliz. Algo le faltaba.
* Una familia ha de educar en el compartir y no aferrarse a lo de aquí. Sin ello vinimos a este mundo y sin ello nos marcharemos. Pienso ahora en las peleas familiares por herencias. No merece la pena. ¿No recordáis aquellas palabras de Jesús?: “Uno de la gente le dijo: ‘Maestro, di a mi hermano que reparta la herencia conmigo.’ El le respondió: ‘¡Hombre! ¿Quién me ha constituido juez o repartidor entre vosotros?’ Y les dijo: ‘Mirad y guardaos de toda codicia, porque, aun en la abundancia, la vida de uno no está asegurada por sus bienes’” (Lc. 12, 13ss).
* Una familia ha de educar en los grandes valores de la fe en Dios y en su Santa Iglesia. Como me decía una madre un día: ‘será lo más grande que puedo dar a mis hijos y les valdrá para siempre y en todas las circunstancias de la vida.’ Todos los demás valores de los que he hablado antes son preparatorios para este valor, el valor de la fe y del amor a Dios y a su Iglesia.
Esto es lo que pedimos al Señor, por intercesión de la Sagrada Familia. ¡Que así sea!

Sagrada Familia (A)

30-12-2007 SAGRADA FAMILIA (A)
LA EDUCACION CRISTIANA (I)
Eclo. 3, 2-6.12-14; Slm. 127; Col. 3, 12-21; Mt. 2, 13-15.19-23
Queridos hermanos:
- Hace unos tres años celebré la boda de unos amigos. Después de la celebración del sacramento estábamos los invitados en el aperitivo y se me acercó un matrimonio de mediana edad. Me preguntaron cosas de la homilía y me decían que había cosas, de las que yo había dicho, con las que no estaban de acuerdo. Se estableció un diálogo y en un determinado momento les pregunté: ‘Sabiendo lo que sabéis ahora, si pudierais volver atrás, ¿os casaríais de nuevo entre vosotros?’ La mujer se quedó pensativa un momento y enseguida contestó que lo había pasado bastante mal en el matrimonio, pero que sí se casaría de nuevo con su marido. Luego ella y yo miramos para el hombre y éste, de modo inmediato y firme, contestó que no se casaría en modo alguno. No se casaría ni con ella ni con ninguna mujer.
En bastantes ocasiones hay matrimonios, o maridos y/o mujeres que afirman estar pesarosos de diversas cosas sucedidas en su matrimonio, o con la educación de sus hijos, o por haber tenido menos hijos o por haber tenido de más, etc.
Sabiendo lo que sabéis ahora –os pregunto yo-, ¿os casaríais con vuestro marido o con vuestra mujer? ¿Por qué sí o por qué no? (Yo no necesito saberlo; os lo planteo para que reflexionéis y os contestéis vosotros mismos).
Sabiendo lo que sabéis ahora, ¿os habríais comportado con vuestros cónyuges como lo hicisteis? ¿Diríais lo que dijisteis? ¿Callaríais lo que callasteis?
Sabiendo lo que sabéis ahora, ¿os habríais casado u os habríais quedado solteros?
Sabiendo lo que sabéis ahora, ¿tendríais más hijos o menos hijos?
Sabiendo lo que sabéis ahora, ¿educaríais a vuestros hijos como lo habéis hecho? ¿Qué cosas cambiaríais?

- Con esta última pregunta quiero entrar propiamente en el núcleo de la homilía de hoy, es decir, quiero hablaros de la educación que se da o que se debe dar en una familia cristiana y, desde mi punto de vista, en toda familia. Pero no se ha de entender la educación simplemente como aquella que dan los padres a los hijos, sino como aquella que viven, recrean y buscan todos los miembros que forman parte de la familia, padres incluidos. Para ello la Iglesia nos propone hoy que nos miremos en el espejo de la Sagrada Familia formada por S. José, por la Virgen María y por Jesús.
Llegados a este punto creo necesario decir una palabra sobre lo que se ha de entender por educación, pues, de otro modo, podemos hablar en los mismos términos, pero de cosas muy distintas. Entiendo por educación aquello que viene contenido en el Concilio Vaticano II, concretamente en el número 1 de la Declaración “Gravissimum educationis” y que recogió posteriormente el Código de Derecho Canónico en su canon 795: “Como la verdadera educación debe procurar la formación integral de la persona humana, en orden a su fin último y, simultáneamente, al bien común de la sociedad, los niños y los jóvenes han de ser educados de manera que puedan desarrollar armónicamente sus dotes físicas, morales e intelectuales, adquieran un sentido más perfecto de la responsabilidad y un uso recto de la libertad, y se preparen a participar activamente en la vida social.” Es muy importante que la educación sea integral, no sólo en conocimientos académicos, sino también en el ámbito físico, en el moral y en el espiritual. En caso contrario tendríamos monstruos que, sabiendo mucho o siendo muy fuertes o siendo muy espiritualistas, carecerían de los otros aspectos necesarios para el correcto crecimiento de toda la persona. Además, en esta definición se destacan los fines de la educación en los hombres: 1) el bien común de toda la sociedad y 2) su objetivo último, o sea, la salvación o lo que es lo mismo la entrada en el Reino de Dios.
Para aterrizar más este tema, pienso que es muy importante que los matrimonios y las familias eduquen en valores, pero valores que nos hagan crecer como personas, como ciudadanos y como cristianos o personas de fe. Pienso que nunca es tarde para empezar a vivirlos personalmente primero, para comenzar a transmitirlos a los demás después.
* El primer valor que reseñaría es el del cariño. El amor debe estar presente en toda familia, pues de otro modo la convivencia se convierte en un infierno o aquella casa es simplemente ‘la pensión del peine’. El amor debe de ser del esposo hacia la esposa y de ésta hacia aquél. El amor debe de ser de los padres hacia los hijos y de éstos hacia aquéllos. El amor debe de ser entre los hermanos y demás familiares. Recuerdo que hace unos años una maestra de Oviedo, que ejercía en una escuela de la zona de La Tenderina, pidió a sus alumnos, de unos 8 años, que hicieran un dibujo sobre las primeras palabras que oían al despertarse. Uno de ellos se dibujó a sí mismo en la cama y a su madre entrando en la habitación para despertarlo mientras ella le decía: “O te levantas o de doy una os...” Cuando la maestra enseñó el dibujo a la madre, ésta se puso todo colorada. Signo de que debía de ser cierto.
A continuación voy a leeros una bonita historia que me vino por Internet y que refleja perfectamente lo que quiero decir en este punto: “En una junta de padres de familia de cierta escuela, la directora resaltaba el apoyo que los padres deben darle a los hijos. También pedía que se hicieran presentes el máximo de tiempo posible. Ella entendía que, aunque la mayoría de los padres y madres de aquella comunidad fueran trabajadores, deberían encontrar un poco de tiempo para dedicar y entender a los niños. Sin embargo, la directora se sorprendió cuando uno de los padres se levantó y explicó, en forma humilde, que él no tenía tiempo de hablar con su hijo durante la semana. Cuando salía para trabajar era muy temprano y su hijo todavía estaba durmiendo. Cuando regresaba del trabajo era muy tarde y el niño ya no estaba despierto. Explicó, además, que tenía que trabajar de esa forma para proveer el sustento de la familia. Dijo también que el no tener tiempo para su hijo lo angustiaba mucho e intentaba redimirse yendo a besarlo todas las noches cuando llegaba a su casa y, para que su hijo supiera de su presencia; él hacía un nudo en la punta de la sabana que lo cubría. Eso sucedía religiosamente todas las noches cuando iba a besarlo. Cuando el hijo despertaba y veía el nudo, sabía, a través de él, que su papá había estado allí y lo había besado. El nudo era el medio de comunicación entre ellos. La directora se emocionó con aquella singular historia y se sorprendió aún más cuando constató que el hijo de ese padre era uno de los mejores alumnos de la escuela. El hecho nos hace reflexionar sobre las muchas formas en que las personas pueden hacerse presentes y comunicarse entre sí. Aquel padre encontró su forma, que era simple pero eficiente. Y lo más importante es que su hijo percibía, a través del nudo afectivo, lo que su papá le estaba diciendo. Algunas veces nos preocupamos tanto con la forma de decir las cosas que nos olvidamos de lo principal, que es la comunicación a través del sentimiento. Simples detalles como un beso y un nudo en la punta de una sábana, significaban, para aquel hijo, muchísimo más que regalos o disculpas vacías.”
El próximo martes, día 1 de enero, continuaré diciendo más valores en los que se debe de basar la educación familiar.