Domingo II del Tiempo Ordinario (B)

18-1-2009 DOMINGO II TIEMPO ORDINARIO (B)
Sam. 3, 3b-10.19; Sal. 39; 1 Co. 6, 13c-15a.17-20; Jn. 1, 35-42
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Queridos hermanos:
Ya estamos en el tiempo Ordinario. Por eso la casulla es verde. Este tiempo se interrumpirá hacia finales de febrero en que, con el Miércoles de Ceniza, comenzará la Cuaresma.
- Tanto en la primera lectura como en el evangelio se nos habla de la vocación, es decir, de la llamada que Dios hace al hombre. En el primer caso se trata de la vocación del profeta Samuel y en el segundo de la vocación de los apóstoles Andrés, su hermano Pedro y de otro.
Sin embargo, antes de seguir adelante quisiera que desapareciera la idea que, cuando se habla de vocación, estamos pensando en un chico o una chica que quieren “meterse a cura, a monja o a fraile”. Hablar así sería reducir muchísimo el significado de la vocación de Dios. La vocación es sobre todo una llamada de Dios a su criatura. Y si Dios llama a su criatura es porque es algo más que criatura: es hijo. La vocación o llamada de Dios indica que El se ha fijado en el hijo con cierta predilección, porque tiene algo importante que decirle o pedirle.
Vemos en la primera lectura que es Dios quien toma la iniciativa de dirigirse a un niño, Samuel. Dios lo llama por el nombre. Dios lo llama de noche, cuando hay silencio, cuando callan otros ruidos. Dios lo llama hasta cuatro veces, hasta que Samuel acierta a contestar al que le habla. En tres ocasiones Samuel se dirige a otro hombre y en una dirección equivocada. Por suerte para Samuel, hay alguien que sabe interpretar correctamente lo que le está sucediendo, y le indica cómo y a quién tiene que responder: “Anda, acuéstate; y si te llama alguien, responde: ‘Habla, Señor, que tu siervo te escucha’”.
En el caso que se nos cuenta en el evangelio también es muy importante la mediación de una persona, San Juan Bautista, en la vocación-llamada de los primeros discípulos de Jesús: “En aquel tiempo, estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice: ‘Éste es el Cordero de Dios’”. Si no llega a ser por San Juan Bautista, aquellos hombres: Andrés, su hermano Pedro… no hubieran conocido entonces a Jesús. Y es que tenemos que saber que Dios llama siempre de modo personal, pero puede hacerlo directa o indirectamente, o sea, a través de otras personas. Asimismo hemos de saber que, aunque Dios llame directamente, si alguien nos ayuda a interpretar la llamada o vocación de Dios, todo puede ser más fácil.
Pero las llamadas de Dios no son cosas del pasado, ni tampoco son cosas de unos pocos o de unos privilegiados. Dios tiene una llamada o una vocación o una petición o un destino para todos y cada uno de nosotros. En efecto, también hoy Jesús sigue buscando discípulos suyos que quieran seguirle. ¿Habéis sentido en algún momento de vuestra vida la llamada de Dios? ¿Ha intervenido otra persona para ayudaros a interpretar, a escuchar y acoger dicha llamada-vocación de Dios? ¿Cuál ha sido vuestra respuesta a esa llamada de Dios?
- Sobre esta última pregunta voy a tratar de exponer algunas ideas acerca de la respuesta del hombre a la llamada de Dios. Dice la respuesta del salmo 39: "Aquí estoy, para hacer tu voluntad". Responde Samuel ante la llamada que oye: "Aquí estoy; vengo porque me has llamado". Sorprende en Samuel la rápida respuesta en mitad del sueño a las 4 llamadas del Señor. No se percibe fastidio, malos gestos, sino una rápida respuesta: "Aquí estoy; vengo porque me has llamado". No hay enfado al pensar en que Dios podría dejarlo descansar y pasar la llamada para cuando fuese de día.
En el caso de Andrés y el otro discípulo, en cuanto oyen a San Juan que Jesús es el Cordero de Dios, van tras él. En cuanto Jesús les invita a estar con él y quedarse todo el día, aceptan. Y Andrés, en cuanto regresa a su casa, le dice a su hermano Pedro a quién ha encontrado y lo lleva a Jesús para que lo conozca personalmente.
Vuelvo a repetir la pregunta final del apartado anterior: ¿Cuál ha sido nuestra respuesta a la llamada de Dios?
- Voy a entrar en el último punto de la homilía de hoy: Frutos de la relación entre Dios y el hombre. Nos dice la primera lectura que, tras seguir Samuel la llamada de Dios, éste siempre estuvo con él. Este fue el fruto de la vocación de Samuel. ¿Quién de nosotros no quisiera que, al final de nuestras vidas, se pudiera decir de nosotros que Dios siempre estuvo con nosotros y nosotros con Dios?
Voy a contaros dos casos de personas que procuran ser fieles a la vocación de Dios: el primero es el de una familia, en donde los esposos y los hijos procuran vivir fieles a la llamada de Dios, a la vocación de Dios. Y es que a estas alturas de la homilía ya tenemos claro que seguir la vocación o la llamada de Dios no es meterse a cura o a monja, sino que consiste en que la voluntad de Dios se cumpla siempre en todos nosotros. El marido es de una villa asturiana, vino hace años a estudiar a Oviedo y como cristiano se puso a trabajar en una parroquia; allí conoció a la que hoy es su mujer. Y se casaron. Cuando conocí hace años su caso, ellos tenían en aquel momento tres hijos: la mayor tenía entonces 10 años, el pequeño tuvo un accidente y casi no se puede mover. Está paralítico con pequeños movimientos. Viven esta situación según dijeron públicamente como una gracia, como un don de Dios. Ellos leen el evangelio, la doctrina de la Iglesia y trata de vivir de acuerdo con ella. Dicen: "Aquí estoy para hacer tu voluntad". Su casa es casa abierta a las necesidades, no hay gastos superfluos. Procuran que sus hijos no vean la TV por la semana. En la 1ª Comunión a todos los niños sus padres les regalaron una videoconsola de juegos, a su hija de 10 años no. Esto es una manera de vivir la fe cristiana en una familia. Lo bueno es que esposo y esposa van de acuerdo. Formas de seguir a Dios en la familia, hay tantas como familias. Lo fundamental es que cada uno de nosotros, en las circunstancias que nos ha tocado vivir, digamos: "Aquí estoy para hacer tu voluntad". El segundo caso es el de una mujer que vive sola. Estas Navidades me mandó un correo electrónico y, entre otras cosas, me decía: “Yo pasé las Navidades en Gijón en la Cocina Económica y, como ya soy de casa, cené con las monjas y dormí en comunidad. Ya es el tercer año que lo paso en el mismo sitio. Este año me emocioné mucho, pues repartí muchos besos y abrazos. ¡Qué baratos son y cuanta satisfacción dan!”.
Resumiendo: Para ser fieles a la vocación de Dios y discípulos de Jesús hacen falta unas cuantas condiciones: 1) Disponibilidad. Samuel no conocía la Palabra de Dios cuando era llamado o cuando la oía, pero la Palabra llegó a él porque estaba dispuesto a recibirla. O el caso de los discípulos de San Juan Bautista, que le dejan a él y se van con Jesús: Disponibilidad de San Juan para perder discípulos, disponibilidad de los discípulos para abandonar su vida cómoda y emprender nuevos caminos. 2) Fidelidad para seguir al auténtico maestro, sin cansarse. 3) Amor. Descubrir que Dios me ama, a pesar de mis pecados, y que yo también lo amo. 4) Anunciar este mensaje a los demás, llevarles a Jesús con amor y con respeto.

Bautismo del Señor (B)

11-1-2009 BAUTISMO DEL SEÑOR (B)
Is. 42, 1-4.6-7; Sal. 28; Hch. 10, 34-38; Mc. 1, 7-11
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Queridos hermanos:
Un año más celebramos el Bautismo del Señor, y en su Bautismo recordamos el nuestro. En todos estos años os he predicado sobre este tema desde diversos aspectos, y hoy quisiera hacerlo profundizando en los efectos que produce el Bautismo.
El día de nuestro Bautismo ha sido para nosotros el más importante de nuestra vida, al menos desde la perspectiva de Dios. Todos celebramos o sabemos el día de nuestro cumpleaños. ¿Quiénes, de los que estamos aquí, sabemos el día de nuestro Bautismo? Hace años un chico que descubrió la importancia de este sacramento fue a su parroquia y pidió al sacerdote una partida de Bautismo. El cura se la dio pensando que se iba a casar, pero lo que hizo el chaval fue enmarcar la partida y la puso a la cabecera de su cama, y desde ese día tiene el cuadro con la partida allí puesta.
Entre otros muchos efectos y frutos (el sacramento nos convierte en sacerdotes, profetas, reyes), el Bautismo produce en cada persona que lo recibe estos frutos:
1) El Bautismo nos quita el pecado original, es decir, aquel que tenemos todos los seres humanos al ser concebidos en el seno de nuestras madres. Yo me preguntaba cómo era posible que un niño que no había dicho “ni esta boca es mía” pudiera tener ya un pecado, el pecado original. Y para comprender esto me ayudó la siguiente reflexión: a) una mujer que tiene el SIDA, o que es drogadicta, o que es alcohólica, o que fuma, al quedar embarazada, su situación física y de enfermedad afecta a la criatura que lleva en su seno. Si fuma, el niño va a nacer con menos peso. Si tiene el SIDA, su hijo va a tener el SIDA. Si es alcohólica, su hijo va a necesitar alcohol en sus tomas de alimentos. ¿Qué culpa tiene el niño de las enfermedades de la madre? Y, sin embargo, la situación de la madre afectará al hijo. b) También supe que la situación anímica de la madre (depresión, euforia, sosiego, ansiedad, terror, etc.) afecta de manera muy especial al hijo en el vientre materno. Por ejemplo, un niño no deseado se sabe no deseado y, después de nacido, crea comportamientos –según dicen los expertos- conscientes o inconscientes de baja autoestima o de desamor hacia su madre o de otros problemas graves psíquicos. Recuerdo que, siendo yo seminarista, oí a un pediatra decir que una madre embarazada debe escuchar música clásica o suave y no rock duro o música muy estridente, pues la clase de música afecta positiva o negativamente al niño. c) Pues bien, si está demostrado científicamente que las enfermedades físicas, y las situaciones psíquicas de las madres afectan a los hijos, como no puedo yo aceptar que la situación de pecado de los padres, de todos nosotros no afectarán a los niños que nacen. Todos somos pecadores y este pecado “contagia” a los niños que vienen a este mundo.
Por estas razones Dios quiere purificar del pecado original a sus hijos nada más nacer a este mundo, y esta purificación la hace mediante el Bautismo. Además, este sacramento perdona, no sólo el pecado original, sino también todos los pecados personales cometidos a partir de los 7 años, que es cuando tenemos uso de razón. Cada vez más está habiendo bautizos de adultos, por ejemplo, con 30 años, y a estos se les perdonan el pecado original y los pecados personales cometidos desde los 7 años hasta los 30 años.
2) El Bautismo nos incorpora a la vida trinitaria , es decir, nos hace hijos de Dios Padre. ¿En qué sentido? En el sentido de que somos adoptados por Dios Padre (Ga. 4, 5-7). En la sociedad civil la adopción consiste en que el niño pasa a tener los apellidos de los padres, pasa a entrar en la casa y el hogar como uno más, pasa a ser heredero de los bienes materiales, pasa a disfrutar de la comida, ropa, educación, acceso al seguro médico. Es uno más de la familia. Pues del mismo modo, cuando Dios nos adopta como hijos pasamos a entrar en su casa; Dios ve en nosotros mejor esa imagen y semejanza con la que hemos sido creados (Gen. 1, 27). Pasamos a ser herederos del Reino de los Cielos. Podemos gustar y recibir los dones y gracias que Dios nos ha entregado, como los sacramentos y un largo etcétera. Y esta adopción es para siempre, por eso se dice que el Bautismo imprime carácter. ¿Qué quiere decir esto? Que uno puede casarse y luego, cuando se acaba el amor, lo deja y se separa. Quiere decir que uno puede “hacerse cura” y luego dejarlo. Quiere decir que una madre puede abandonar a su hijo. Pero Dios jamás nos dejará, ni nos abandonará, ni se separará de nosotros. Si El dice que ama al hombre, si El adopta al ser humano como hijo, todo esto lo realiza para siempre. Es lo mismo que se comporte bien o mal, es para siempre. Yo seré sacerdote hasta en el infierno, si es que mi destino final fuera éste; vosotros llevaréis la marca del bautismo hasta en el infierno, si es que vuestro destino final fuera éste. (Ejemplo de Dalí  su padre).
3) El Bautismo nos hace hermanos de Cristo Jesús. Cuando nos bautizamos, participamos de la muerte y de la resurrección de Cristo, es decir, morimos y resucitamos con él. Esto está si simbolizado en el modo de bautizar en los principios del cristianismo: uno era sumergido en un río o en un estanque por tres veces, y cada vez se hacía en el nombre de una persona de la Santísima Trinidad: en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, simbolizando, además, los tres días que Jesús había pasado en el sepulcro hasta su resurrección. Asimismo Cristo en la cruz participa de nuestra suerte humana y asume los pecados de todos los hombres. Al ser bautizados –repito- somos hechos hermanos de Cristo, es decir, participamos de su muerte, de su resurrección y, por tanto, del perdón de todos nuestros pecados. Por eso, el Bautismo en Cristo, nuestro hermano, nos perdona todos los pecados.
4) El Bautismo nos hace templos del Espíritu Santo (1 Co. 6, 19), el cual habita en nosotros comunicándonos sus siete dones: sabiduría (para saber lo que en cada momento tengo que hacer para agradar a Dios), entendimiento (para saber descubrir el sentido de las cosas y acontecimientos de mi vida), consejo (para saber orientar al que duda o se siente perdido), fortaleza (para saber superar los miedos, la cobardía, la rutina y el cansancio), piedad (para saber sentir la cercanía de Dios y vivir en continua relación con El) y temor de Dios (para saber rechazar aquello que rompe la amistad con Dios).
5) El Bautismo nos incorpora a la Iglesia de Dios. El Bautismo no es un rito de adscripción a una sociedad civil, como cuando nace un niño que el padre le hace socio del Oviedo, del Gijón, del Real Madrid o lo asienta en el ayuntamiento. El Bautismo no es una fiesta social para celebrar el naci¬miento de un hijo, ni una ocasión para reunir a la familia. El Bautismo no es un medio para obtener un certificado como en tiempo del emperador Constantino (año 313). El Bautismo no es un tranquilizante de la conciencia de los padres o de la abuela…, por si se muere el niño.
El Bautismo nos incorpora a la Iglesia y ésta no es una mera sociedad humana de los que creen en Cristo y obedecen al Papa. La Iglesia es ante todo el Pueblo Santo de Dios. La fe no puede ni debe ser vivida individualmente, sí personalmente, pero no cada uno por su lado y a su manera. Dios es una comunidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Para ser engendrados se necesitan dos personas; para ser educados de un modo armónico se necesita una familia; etc. Para vivir la fe Dios nos une a una comunidad, a su comunidad, a la Iglesia de Dios.

Epifanía (B)

6-1-2009 EPIFANIA DEL SEÑOR (B)
Is. 60, 1-6; Sal. 71; Ef. 3, 2-3a.5-6; Mt. 2, 1-12
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Queridos hermanos:
Celebramos hoy la festividad de la Epifanía (que significa “manifestación”) o popularmente conocida como la fiesta de los Reyes Magos.
Sabéis que siempre se dice que los Magos de Oriente eran 3: Melchor, Gaspar y Baltasar. Según nos cuenta el evangelio de S. Mateo, estos Magos en sus países de origen habían visto salir una extraña estrella que anunciaba la aparición de un niño que sería el Rey de los judíos y, además, estaba llamado a cumplir una misión entre los hombres. Estos Magos se pusieron en caminos desde sus lugares de residencia para conocer a este niño. Fueron guiados por la estrella hasta donde estaba el niño con sus padres. Allí lo adoraron, le ofrecieron oro, incienso y mirra, y se volvieron a sus países. Seguramente ya nunca más volvieron a ver sobre la tierra a este niño.
Pues bien, yo hoy quisiera hablaros del cuarto Rey Mago: Akín. De éste no se dice nada en el evangelio, porque él no se acercó a adorar al niño. Akín en su país también vio la estrella y le llamó mucho la atención. Aquella estrella le hizo arder su corazón, le dio ilusión y esperanza. Sin oír palabras, aquella estrella parecía que le hablaba de parte de Dios y era como la señal de algo más grande que estaba a punto de aparecer. Akín veía que la estrella no se estaba quieta, sino que caminaba en una determinada dirección y era como si le animase a seguirla. Pero… seguirla significaba dejar la tranquilidad y el sosiego de su casa; significaba hacer unos gastos de desplazamiento; significaba exponerse al peligro del camino; significaba el que tal vez fuera simplemente una imaginación suya el que aquella estrella lo invitase a seguirla y que su trayectoria no llevase a ningún sitio. Akín era vecino de Melchor y supo que éste también había visto la estrella y que se estaba preparando para seguirla. Finalmente, Akín decidió quedarse en casa, pues era lo más prudente. Melchor se marchó y cuando, al cabo de una temporada regresó, fue hasta Akín y le contó todo lo que le había pasado: como se había ido encontrado con otros dos personajes (Gaspar y Baltasar), como pasaron sed y hambre, como habían muerto algunos de sus sirvientes durante el camino a causa de las enfermedades, como estuvieron en peligro por Herodes y como un sueño les había salvado, pero lo más maravilloso –le decía Melchor- fue cuando en un establo de animales habían encontrado, gracias a la estrella, a un niño con sus padres y allí le habían adorado y ofrecido sus regalos. Enseguida tuvieron que marcharse y retornar a sus países. Akín se quedó estupefacto: todo ese viaje, todos esos peligros, toda esa estrella “maravillosa” para ver simplemente un niño recién nacido con sus padres en un establo. Para eso no hacía falta tanta molestia. Akín podía ver cuando quisiera a los niños recién nacidos de sus criadas y sin falta de salir de sus posesiones ni de gastar dinero, ni de pasar por peligros. Akín no se rió delante de las barbas de Melchor por prudencia y respeto, pero pensó que qué bien había hecho no moviéndose de casa por una simple corazonada y por una estrella un tanto extraña que había aparecido una vez en el firmamento.
¿Os ha gustado el cuento? Pues entonces vamos a sacarle la moraleja, pues ya sabéis que todos los cuentos tienen su moraleja. Este cuarto Rey Mago es la figura de muchos hombres y mujeres de nuestro tiempo. Akín es figura de las personas que no creen en Dios o viven de espaldas a Dios. El sábado 3 de enero leí la siguiente noticia en Internet: “Dos autobuses de Barcelona lucirán desde el próximo lunes, 5 de enero, y durante dos semanas, una inscripción publicitaria ateísta, que dice así: ‘Probablemente Dios no existe. Deja de preocuparte y disfruta la vida’. Esta iniciativa ha sido realizada por la Unión de Ateos y Librepensadores. Ante la llegada a Barcelona de esta campaña ateísta, que ya se ha llevado a cabo en Londres, el arzobispado de Barcelona ha emitido un comunicado en el que subraya que para los creyentes en Dios ‘la fe en la existencia de Dios no es motivo de preocupación, ni es tampoco un obstáculo para gozar honestamente de la vida, sino que es un sólido fundamento para vivir la vida con una actitud de solidaridad, de paz y un sentido de trascendencia.’” Akín es figura de los creyentes no practicantes, los cuales en ocasiones sienten en su corazón algo de fuego divino, de llamada de Dios a una mayor entrega..., pero la comodidad, la “prudencia humana”, el egoísmo les lleva a no iniciar ningún movimiento y buscar más profundamente en su vida. Akín es también figura de tantos creyentes practicantes que vegetan con su fe: total para qué exponerse a más peligros, burlas, si al final la recompensa es simplemente algo que no es tangible, que no se ve, que no se oye. Y a lo mejor es sólo un autoengaño que nos hacemos a nosotros mismos.
Sigamos con el cuento: Han pasado los años; la vejez y la muerte han alcanzado a Melchor, a Gaspar, a Baltasar (los buscadores de Dios) y también a Akín. Ahora, tras su muerte, se han encontrado con ese niño que anunciaba la estrella. Melchor, Gaspar y Baltasar vieron que mereció la pena vivir en la pura fe: oscura, pero cierta. Ellos vieron la estrella unos pocos días de su vida, vieron un niño durante unas horas y de eso vivieron en su fe el resto de sus vidas. Para ellos mereció la pena. Pero ¿qué dirá Akín ahora de su prudencia?
Nosotros podemos aún ver la estrella del niño Jesús y ser, como los 3 Magos, buscadores de Dios. Ellos nos dicen que mereció la pena.

Domingo 2º después de Navidad (B)

4-1-2009 DOMINGO SEGUNDO DESPUES DE NAVIDAD (B)
Eclo. 24, 1-4.12-16; Sal. 147; Ef. 1, 3-6.15-18; Jn. 1, 1-18
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Queridos hermanos:
El día 1 de enero prediqué sobre la paz y puse como ejemplo iluminador un hecho narrado en la vida de San Francisco de Asís. Para el día de hoy, segundo domingo del tiempo de Navidad, he pensado continuar profundizando en la vida y en las palabras de San Francisco. Para mí él fue un padre y un maestro durante mi vida del Seminario. Yo leía su doctrina y su vida, y veía cómo iba enseñando el camino de Dios a los que tenía a su alrededor. A mí me hizo mucho bien y sé que a otras personas también se lo hizo, se lo está haciendo y se lo hará.
El jueves pasado os decía que la paz y el amor sólo podía poseerlos quien los recibía de Dios. San Francisco de Asís sabía esto y por eso él procuraba estar muy unido a Dios. Pues bien, hoy quiero leeros dos hechos de cómo San Francisco enseñaba a sus hermanos, cómo su palabra era capaz de llegar al núcleo del corazón humano y cuáles los frutos de su acción.
El primer episodio nos cuenta cómo Francisco iba con Egidio, un de sus primeros discípulos, y lo que les pasaba al anunciar a Jesús por el centro de Italia: “A cuantos se le cruzaban en el camino, el hermano Egidio se abría en una ancha sonrisa, levantaba la voz y decía: ‘El Señor te dé la paz.’ Cuando veía campesinos cortando pasto o escardando maíz, desde la vereda o aproximándose a ellos, les gritaba jubilosamente: ‘El Señor te dé su paz.’ Los aldeanos se quedaban sin saber qué responder. Por primera vez oían semejante saludo. Varias veces repitió Egidio la misma escena. ‘Este está chiflado –dijeron por fin unos segadores, y sintiéndose burlados, comenzaron a replicarle con palabras gruesas. Egidio se asustó al principio. Después le dio vergüenza. Más tarde sintió desfallecer momentáneamente su entusiasmo por este género de vida. Se aproximó atemorizado a Francisco y le dijo: ‘Hermano Francisco, no entienden el saludo. Creen que estoy burlándome de ellos. ¿Por qué no me permites saludar como todo el mundo?’ En un abrir y cerrar de ojos mil pensamientos se cruzaron en la mente de Francisco: ‘Tirar por la ventana la bolsa de oro es cosa fácil. Recibir sin pestañear treinta nueve azotes es bastante fácil. Caminar hasta la otra parte del mundo a pie y descalzo, azotado por los vientos y pisando la nieve, es cosa relativamente sencilla. Y, con la ayuda del Señor, hasta es factible entregar el cuerpo a las llamas o a la espada, ofrecer la cerviz a la cimitarra, ser torturado en el potro o arrastrado por los caballos o devorado por las fieras, e incluso besar en la boca a un leproso… Pero mantenerse en calma cuando aparece el monigote del ridículo, no perturbarse cuando le arrastran a uno por el suelo la túnica del prestigio, no ruborizarse cuando se es vilipendiado, no tiritar cuando a uno lo desnudan del nombre social y de la fama…, todo eso es humanamente imposible, o es un milagro patente de la misericordia de Dios’” (I. Larrañaga, El hermano de Asís, Ed. Paulinas, Madrid 198014, 137s).
De aquí concluimos que la paz del Señor sólo la podremos alcanzar si Dios nos la regala… y cuando estamos desasidos de cualquier cosa, de cualquier persona, e incluso de nosotros mismos. En definitiva, lo que nos quiere enseñar San Francisco de Así es que sólo el que está vacío de sí mismo puede llenarse de Dios y de su paz.
Veamos ahora el segundo caso. Está tomado de las “Florecillas del hermano Francisco” y nos dice cómo se comportó Bernardo, el primero que siguió a Francisco. Advierto que es muy duro y que sólo lo pueden entender quienes tienen este don de Dios: “Sucedió en los comienzos de la Orden que San Francisco envió al hermano Bernardo a Bolonia con el fin de que lograse allí frutos para Dios. El hermano Bernardo, haciendo la señal de la cruz, se puso en camino con el mérito de la santa obediencia y llegó a Bolonia. Al verle los muchachos con el hábito raído y basto, se burlaban de él y le injuriaban, como se hace con un loco; y el hermano Bernardo todo lo soportaba con paciencia y alegría por amor de Cristo. Más aún, para recibir más escarnios, fue a colocarse de intento en la plaza de la ciudad. Cuando se hubo sentado, se agolparon en derredor suyo muchos chicuelos y mayores; unos le tiraban del capucho hacia atrás, otros hacia adelante; quién le echaba polvo, quién le arrojaba piedras; éste lo empujaba de un lado, éste del otro. Y el hermano Bernardo, inalterable en el ánimo y en la paciencia, con rostro alegre, ni se quejaba ni se inmutaba. Y durante varios días volvió al mismo lugar para soportar semejantes cosas. Y como la paciencia es obra de perfección y prueba de la virtud, no pasó inadvertida a un sabio doctor en leyes toda esa constancia y virtud del hermano Bernardo, cuya serenidad no pudo alterar ninguna molestia ni injuria; y dijo entre sí: ‘Imposible que este hombre no sea un santo.’ Y, acercándose a él, le preguntó: ‘¿Quién eres tú y por qué has venido aquí?’ El hermano Bernardo, por toda respuesta, metió la mano en el seno, sacó la Regla de San Francisco y se la dio para que la leyese. Cuando la hubo leído, considerando aquel grandísimo ideal de perfección, se volvió a sus acompañantes lleno de estupor y admiración y dijo: ‘Verdaderamente éste es el más alto estado de religión que he oído jamás. Este hombre y sus compañeros son las personas más santas de este mundo, y obra muy mal quien le injuria, siendo así que merece ser sumamente honrado, porque es un verdadero amigo de Dios.’ Y entonces, dicho juez, con gran alegría y caridad, llevó al hermano Bernardo a su casa; y en adelante se hizo padre y defensor especial del hermano Bernardo y de sus compañeros. El hermano Bernardo comenzó a ser muy honrado de la gente por su vida santa; en tal grado, que se tenía por feliz quien podía tocarle o verle. Pero él, verdadero y humilde discípulo de Cristo y del humilde Francisco, temió que la honra del mundo viniera a turbar la paz y la salud de su alma, y un buen día se marchó, y, volviendo donde San Francisco, le dijo: ‘Padre, ya está hecha la fundación en Bolonia. Manda allá otros hermanos que la mantengan y habiten, porque yo no tenía ya allí ganancia; al contrario, por causa de la demasiada honra que me daban, temía perder más de lo que ganaba’” (De las Florecillas del hermano Francisco).
¡Que, en estas fiestas del Nacimiento del Hijo de Dios, Dios Padre nos conceda aprender de Jesús, Príncipe de la Paz, y de su discípulo aventajado, Francisco de Asís, dónde está la verdadera riqueza y la verdadera paz!

Santa María, Madre de Dios (B)

1-1-2009 SANTA MARIA, MADRE DE DIOS (B)
Num. 6, 22-27; Sal. 66; Gal. 4, 4-7; Lc. 2, 16-21

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Queridos hermanos:
En el día de hoy celebramos la Jornada mundial de la paz. Debemos rezar por la paz entre Israel y los palestinos de la Franja de Gaza; paz en Afganistán, en Pakistán, en la India, en Guinea, en Georgia, en Irak, en Méjico, en Colombia, en Zimbabwe, y en tantos y tantos sitios. Hemos de orar y trabajar por la paz en los países y en las personas.
En estos días de atrás escuchábamos en las lecturas de la Misa de Navidad que el Niño que nacía sería conocido como Príncipe de la Paz, y es que los discípulos de Jesús debemos de ser portadores de paz. Por eso Jesús llamará bienaventurados a quienes son portadores de la paz o a los que trabajan por la paz, “porque ellos se llamarán hijos de Dios” (Mt. 5, 9).
Veamos a continuación un ejemplo concreto de un hombre que siempre ha trabajado por la paz: San Francisco de Asís. Entre los hechos que le sucedieron hay uno que a mí siempre me llamó la atención: un soldado, Ángel Tarlati, dejó su oficio y se hizo franciscano. El, con otros frailes, estaban en un monte llevando una vida de oración y de penitencia. Merodeaban por aquellos parajes tres bandoleros, que se dedicaban a asaltar a los transeúntes. No teniendo nadie a quien asaltar y, muertos de hambre, se presentaron con no muy buenas intenciones en la choza de los franciscanos. Al verlos Ángel Tarlati se encendió en ira y los increpó: “Asesinos y holgazanes; no contentos con robar a la gente honrada, ¿ahora queréis engullir las pocas aceitunas que nos quedan? Tenéis edad para trabajar. ¿Por qué no os contratáis como jornaleros?” Ante estas palabras los bandoleros no se inmutaron y persistían en sus intenciones. Entonces Ángel les dijo de nuevo: “Es bueno que sepáis que soy un viejo soldado y que más de una vez he partido de un tajo a canallas como vosotros. Y lo haré ahora con este garrote”. Y agarrándolo comenzó a golpearles, por lo que los forajidos escaparon precipitadamente. Los frailes se divirtieron y se rieron de buena gana con el episodio. Esta es la actuación normal de los hombres normales. Si el hermano Ángel no hubiera sido un antiguo soldado, los frailes habrían sido despojados de lo poco que tenían, pero, como él era fuerte y diestro con las armas, consiguió ahuyentarlos. Es la ley del más fuerte: es lo que imperaba en la sociedad de entonces… y de ahora.
Veamos ahora qué pasa cuando interviene un santo en este hecho. Sigo con el relato y lo tomo literalmente de un libro sobre San Francisco: “Al caer la tarde, regresó Francisco de pedir limosna, y los hermanos le contaron regocijadamente y entre risas lo ocurrido. Mientras se lo contaban, Francisco no esbozó ni la más leve sonrisa. Ellos percibieron que el chascarrillo no le hacía ninguna gracia. Entonces ellos también dejaron de reírse. Acabada la narración, Francisco no dijo ni una palabra. Se retiró en silencio y salió al bosque. Estaba agitado e intentaba calmarse. ‘¡Un soldado! –comenzó pensando-. Todos llevamos un soldado dentro; y el soldado es siempre para poner en fuga, para herir o matar. ¡Victoria militar! ¿Cuándo una victoria militar ha edificado un hogar o un poblado? La espada nunca sembró un metro cuadrado de trigo o de esperanza.’ Francisco estaba profundamente turbado. Evitaba, sin embargo, que la turbación derivara mentalmente en contra de Ángel Tarlati, porque eso sería igual o peor que descargar golpes sobre los bandidos. ‘Sácame, Dios mío, la espada de la ira y calma mi tempestad’ –dijo Francisco en voz alta. Cuando estuvo completamente calmado y decidió conversar con los hermanos, se dijo a sí mismo: ‘Francisco, recuerda: si ahora tú reprendes a los hermanos con ira y turbación, eso es peor que dar garrotazos a los asaltantes.’ Convocó a los hermanos y comenzó a hablarles con gran calma. Ellos, al principio, estaban asustados. Pero, al verlo tan sereno, se les pasó el susto. ‘Siempre pienso –comenzó diciendo- que si el ladrón del Calvario hubiese tenido un pedazo de pan cuando sintió hambre por primera vez, una túnica de lana cuando sintió frío, o un amigo cordial cuando por primera vez sintió la tentación, nunca hubiese hecho aquello por lo que le crucificaron.’ Francisco hablaba bajo, sin acusar a nadie, con la mirada en el suelo, como si se hablara a sí mismo. ‘A todos los ajusticiados –continuó- les faltó en su vida una madre. Nadie es malo. A lo sumo frágil. Lo correcto sería decir, enfermo. Hemos prometido guardar el santo Evangelio. Y el Evangelio nos dice que hemos sido enviados para los enfermos, no para los sanos. ¿Enfermos de qué? De amor. He aquí el secreto: el bandolero es un enfermo de amor. Repartid un poco de pan y un poco de cariño por el mundo, y ya podéis clausurar todas las cárceles. ¡Oh, el amor, fuego invencible, chispa divina, hijo inmortal del Dios inmortal! ¿Quién hay que resista al amor? ¿Cuáles son las vallas que no pueda saltar el amor y los males que no los pueda remediar? Y ahora –añadió despacio y bajando mucho la voz-, yo mismo iré por las montañas buscando a los bandoleros para pedirles perdón y llevarles pan y cariño.’ Al oír estas palabras, se sobresaltó el hermano Ángel y dijo: ‘Yo soy el culpable, hermano Francisco; yo soy quien debe ir.’ ‘Todos somos culpables, querido Ángel –respondió Francisco-. Pecamos en común, nos santificamos en común, nos salvamos en común.’ Ángel se puso de rodillas y dijo: ‘Por el amor de Dios permíteme esta penitencia.’ Al oír estas palabras, Francisco se conmovió, y le dijo: ‘Está bien, querido hermano, pero harás tal y como te voy a indicar. Subirás y bajarás las cumbres hasta encontrar a los bandoleros. Cuando les divises, les dirás: «Venid, hermanos, venid a comer la comida que el hermano Francisco os preparó con tanto cariño». Si ellos distinguen paz en tus ojos, enseguida se te aproximarán. Tú les suplicarás que se sienten en el suelo. Ellos te obedecerán, sin duda. Entonces, extenderás un mantel blanco sobre la tierra. Colocarás en el suelo este pan y este vino, estos huevos y este queso. Les servirás con sumo cariño y alta cortesía. Cuando ya estén hartos, les suplicarás de rodillas que no asalten a nadie. Y lo restante lo hará la infinita misericordia de Dios’ Y así sucedió. Diariamente subían los ex bandoleros al eremitorio cargando leña a hombros. Francisco les lavaba frecuentemente los pies y conversaba largamente con ellos. Una lenta y completa transformación se operó en ellos” (I. Larrañaga, El hermano de Asís, Ed. Paulinas, Madrid 198014, 234-237).
La paz de corazón está muy unida al amor, como nos enseña San Francisco de Asís, y la paz y el amor sólo pueden poseerlos quien los recibe de Dios, el cual es origen de toda paz y de todo amor. San Francisco de Asís sabía esto y por eso él procuraba estar muy unido a Dios. En Dios lo tenía todo y era un perfecto transmisor de de todo lo que Dios le daba.
Para empezar este año 2009, un año que se anuncia muy duro en el ámbito económico y social, quiero, de la mano de María y de su Hijo Jesucristo, invocar sobre todos nosotros la bendición de la primera lectura y que San Francisco tanto usaba:
“El Señor te bendiga y te proteja,
ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor.
El Señor se fije en ti y te conceda la paz.”

AMEN (Así sea)