Domingo del Corpus Christi (B)

14-6-2009 CORPUS CHRISTI (B)
Ex. 24, 3-8; Slm. 115; Hb. 9, 11-15 ; Mc. 14, 12-16.22-26
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Queridos hermanos:
Celebramos hoy la festividad del Cuerpo y Sangre de Jesús. Nunca podremos agotar la riqueza que se encierra en este tesoro. Cada año os comento algún aspecto de la Eucaristía y hoy quisiera hablaros sobre la Adoración que debemos y podemos tributar al Santísimo Sacramento del altar, es decir, a Jesús mismo, que realmente está presente bajo las especies de pan y vino.
La adoración eucarística es el acto por el cual los católicos, antes de la Misa o después de ésta o en otros momentos, nos situamos ante el sagrario y establecemos una comunicación de amor con Jesús, el cual padeció, murió y resucitó por todos y cada uno de nosotros. Esta “comunicación” se realiza mediante la petición y la acción de gracias a Jesús Eucaristía, pero sobre todo mediante la escucha atenta y la contemplación del Amado: Contemplando a Jesús, el Amado, podemos contemplar también al Padre y al Espíritu Santo. Escuchando a Jesús, el Amado, podemos escuchar también al Padre, al Espíritu Santo, a María, a la Iglesia y a todos los hombres de todos los lugares y de todos los tiempos. En efecto, el sagrario es la puerta cósmica que nos pone en contacto con Dios y con todos los hombres: presentes, pasados y futuros, y también con toda la creación.
Esta contemplación y adoración se ha de realizar en el mayor silencio posible, tanto exterior como interior. El silencio es el esposo de la adoración
. Contemplar y adorar es establecerse intuitivamente en la realidad divina y gozar de su presencia. En la meditación prevalece la búsqueda de la verdad; en la contemplación y en la adoración, en cambio, el goce la Verdad encontrada. Un buen ejemplo de esta adoración eucarística la tenía aquel campesino de la parroquia de Ars, que pasaba horas y horas inmóvil, en la iglesia, con su mirada fija en el sagrario y cuando el santo cura de Ars le preguntó que qué hacía así todo el día, respondió: ‘Nada, yo lo miro a él y él me mira a mí’. Ante el sagrario son siempre dos miradas las que se encuentran: nuestra mirada sobre Dios y la mirada de Dios sobre nosotros. Si a veces se baja nuestra mirada o desaparece, nunca ocurre lo mismo con la mirada de Dios. La contemplación eucarística es reducida, en alguna ocasión, a hacerle compañía a Jesús simplemente, a estar bajo su mirada, dándole la alegría de contemplarnos a nosotros que, a pesar de ser criaturas insignificantes y pecadoras, somos, sin embargo, el fruto de su pasión, aquellos por los que dio su vida.
La adoración eucarística no es impedida de por sí por la aridez que a veces se puede experimentar, ya sea debido a nuestra disipación o sea en cambio permitida por Dios para nuestra purificación. Basta darle a ésta un sentido, renunciando también a nuestra satisfacción derivante del fervor, para hacerle feliz a Él y decir, con palabras de Charles de Foucauld: ‘Tu felicidad, Jesús, me basta’; es decir, me basta que tú seas feliz. A veces nuestra adoración eucarística puede parecer una pérdida de tiempo pura y simplemente, un mirar sin ver, pero, en cambio, ¡cuánto testimonio encierra! Jesús sabe que podríamos marcharnos y hacer cientos de cosas mucho más gratificantes, mientras permanecemos allí quemando nuestro tiempo, perdiéndolo ‘miserablemente’.
La adoración es anticipo de lo que haremos por siempre en el cielo. Al final de los tiempos ya cesará la consagración y la comunión eucarísticas; pero nunca se acabará la contemplación del Cordero inmolado por nosotros. Esto, en efecto, es lo que hacen los santos en el cielo (Ap.5, 1ss.). Cuando estamos ante el sagrario, formamos ya un único coro con la Iglesia de lo alto: ellos delante y nosotros, por decirlo así, detrás del altar; ellos en la visión, nosotros en la fe. En el libro del Éxodo leemos que cuando Moisés bajó del monte Sinaí no sabía que la piel de su rostro se había vuelto radiante, por haber hablado con Él (Ex 34,29). Quizás nos suceda también a nosotros que, volviendo entre los hermanos después de esos momentos, alguien vea que nuestro rostro se ha hecho radiante, porque hemos contemplado al Señor. Y éste será el más hermoso don que nosotros podremos ofrecerles.
A continuación quisiera apuntaros aquí algunos testimonios de personas que adoran a Jesús ante el sagrario y lo que sucede:
- Una madre de tres niños pequeños que adora a Jesús ante el sagrario le preguntaros si no era lo mismo rezar en su casa que llegarse hasta el Santísimo expuesto, respondió: ‘No, no es lo mismo; realmente no es lo mismo. Es verdad que el Señor está en todas partes, que le podemos descubrir en el rostro de todos los que nos rodean, que vemos su mano en todo lo que nos pasa, nos acontece y lo que vemos, pero el ponerse delante de su presencia es algo realmente especial. En este mundo en que vivimos, me parece escuchar a Jesús como dijo entonces: las raposas tienen su madriguera y las aves del campo sus nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar, donde reclinar su cabeza. Pues creo que eso es la Adoración. El decir, pues, aquí estoy yo: reclina tu cabeza sobre mí’.
- Un matrimonio que hace la adoración conjuntamente dice que ‘estábamos alejados de nuestra fe por el ajetreo de la vida. La adoración nos está sirviendo para unirnos más, retomar la fe que teníamos adormecida, centrar nuestra oración y sobre todo es una experiencia de recogimiento muy intensa con el Señor’.
- Una señora nos dice: ‘Soy creyente y practicante de toda la vida, pero las visitas a la capilla me ha hecho ver que lo era por costumbre, por tradición, pero que no había experimentado la ternura y el amor misericordioso de Dios en mí. Yo no le había dejado; me había limitado a cumplir sus normas. Ahora desde que hago adoración diaria ante el sagrario, mi fe se ha enardecido. Sobre todo para mí ver siempre la capilla con gente, me llena de gozo. ¡¡¡Gracias por este regalo, Señor!!!’
- ‘Soy empresaria; tengo 38 años y una vida siempre muy ocupada. Muchas veces no tengo tiempo de hacer todo lo que querría hacer y, sin embargo, una hora semanal de adoración para el Señor me la he regalado. Mi fe era vacilante, sino inexistente. Desde cuando comencé a participar en la hora de adoración eucarística algo ha cambiado, yo misma he cambiado y en torno a mí muchos han cambiado. No puedo expresar en pocas palabras lo que pruebo permaneciendo en silencio sola con el Señor. He elegido mi hora en la noche tarde, y la alegría y la paz que encuentro estando ante su Presencia no tienen parangón. La luz que he encontrado así, siento que es importante y necesaria en mi vida de cristiana y estoy convencida que no podría dejarla más’.
Alguien puede preguntar: ¿Cómo hay que hacer para adorar? Esto es tema de otro día, pero hoy apunto dos cosas muy breves: 1) A adorar se aprende adorando. 2) Es necesaria la constancia. Todos los días un poco. El Espíritu os irá enseñando.

Domingo de la Santísima Trinidad (B)

7-6-2009 SANTISIMA TRINIDAD (B)
Dt. 4, 32-34.39-40; Slm. 32; Rm. 8, 14-17; Mt. 28, 16-20
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Queridos hermanos:
Celebramos en el día de hoy la festividad de la Santísima Trinidad. Es la celebración que sigue siempre al domingo de Pentecostés y la Iglesia dedica este día a orar y a tener presente a todas las vocaciones a la vida contemplativa: monjes y monjas.
Carlos de Foucauld fue un noble francés que murió el siglo pasado. En la adolescencia perdió la fe. Siguió la carrera militar y estando en el norte de África se encuentra con la fe en Alá. El testimonio de fe de los musulmanes despierta en él un cuestionamiento sobre Dios: “Dios mío, si existes, haz que te conozca”. En efecto, Carlos de Foucauld buscaba la Verdad de su vida y no sabía dónde hallarla. Durante un tiempo se sintió atraído hacia el islamismo. Incluso llegó a estudiar árabe y a leer el Corán. “El islamismo me agrada mucho por su sencillez: sencillez de dogma, sencillez de jerarquía, sencillez de moral”. Sin embargo, Carlos se fue dando cuenta que no estaba allí la Verdad plena que él buscaba. ¿Por qué? Porque no había hombres y mujeres, jóvenes o adultos, dedicados totalmente a Dios. Es decir, no había vida consagrada. No había contemplativos. “Yo veía claramente que el Islam carece de fundamento y que la verdad no está en él. ¿Por qué? Porque el fundamento del amor, de la adoración, es perderse, abismarse en lo que se ama y mirar todo lo demás como nada… Cuando se ama apasionadamente, se separa uno de todo lo que pueda distraer, siquiera un minuto del ser amado, y se arroja y se pierde totalmente en él”. ¿Es posible que no haya nadie, absolutamente nadie, que se entregue al Señor totalmente, en cuerpo y alma? Y Carlos resolvió seguir buscando. Un día encontró esos hombres y mujeres en la Iglesia Católica.
Este fue el camino de fe, a grandes rasgos, recorrido por Carlos de Foucauld[1]. También una religiosa contemplativa nos cuenta algo de su camino de fe. Vamos a escucharla: “Es verdad que, en el origen, en el camino y en la meta de mi vocación contemplativa, está Dios solo. Él con su fuerza arrolladora, que nunca nadie ha podido ejercer en mi corazón. Él ha hecho que todo lo demás sea, para mí, pequeño, pasajero y de menor valor, pues Él es ¡mi Perla de gran valor!
Era costoso decir a mis padres que quería dejar los estudios y entrar en un Monasterio. También conocí la humillación ante mis compañeros de clase cuando me ridiculizaban o hacían el vacío porque me veían entrar o salir de la Capilla. Yo no era valiente para ir mar adentro en los caminos de Dios. Pero Él sí lo era y lo es. El espíritu que me concedía no era para recaer en el temor (Rm. 8, 15), sino el Espíritu Santo para sufrir y salir victoriosa con Jesús, por amor a Jesús. Pienso que si todo hubiese sido más difícil, más contrario y más largo, también Él hubiese vencido en mi debilidad.
Ante Dios, día y noche me arrodillo. Él es el Señor, el único Señor y Dueño de mi vida. En sus manos de Padre transcurre mi existencia; Él me ha desposado con su Hijo, mi Señor Jesucristo, y al regalarme el Espíritu Santo me ha abierto un camino de esperanza, de vida eterna, un camino de amor para el amor.
Y, precisamente, porque mi vida le pertenece con exclusividad, Él va llenando mis manos y mi corazón de nombres y rostros. Unos conocidos y otros que nunca conoceré. Las manos y los rostros de todos los hombres, mis hermanos, a quien yo debo cuidar y curar; por quienes debo orar y ofrecer mi vida.
Cuando me siento cansada o atravieso dificultades, sufrimientos o pruebas inevitables, sé que ese cansancio, ese dolor o dificultad, esos sufrimientos breves o prolongados, son necesarios a alguien en el mundo. Alguno de esos rostros que Dios me confía, acaso tú mismo o tú misma; algún sacerdote o seminarista, el Santo Padre (el Papa) o el obispo… lo necesitan para descansar; necesitan de mis pruebas y sufrimientos vividos con Jesús y por su amor para tener fortaleza, esperanza, consuelo. Y me siento feliz de poder acercarme a sus vidas, abrazarlos en mi corazón y besar las heridas de todos mis hermanos, dejando en ellos el consuelo y la esperanza del Señor.
Así es como, la Palabra más grande, la Voz de fuego: voz ardiente que hacía y hace arder mi corazón, como a los discípulos de Emaús. Esta Palabra y esta Voz son signos y señales de amor, de cariño, de elección, de la fortaleza de su Mano que me guía, del Brazo poderoso que me sostiene (Dt. 4, 32ss.). El Padre me entrega esa Vida en Jesús, su Hijo, para que yo os la entregue y tengáis vida; pero no cualquier clase de vida ni sólo calidad de vida, sino que tengáis ya ahora Vida eterna, perdurable, Vida de Dios, y por lo mismo sentido, esperanza, y amor. Para que todos pongamos nuestros ojos en Dios y en la Patria del Cielo, pues estamos de camino y pronto nos llamará a encontrarnos con Él. Debemos prepararnos a ese encuentro definitivo.
En mi vida sencilla y sin relieve, Jesús sigue sosteniendo a su Iglesia y, poniendo ante vuestros ojos la eternidad.
Hoy quisiera deciros con las palabras de Jesús (Mt. 28, 19): ‘Yo estoy con vosotros, los hermanos y hermanas contemplativos estamos con vosotros, todos los días. Siempre habrá por ti una oración ante Dios, por ti una plegaria en su Corazón, por ti alguien ofrece su sacrificio; alguien se arrodilla y suplica por ti’.
Orad para que nuestra vida sea una ininterrumpida adoración, una intercesión constante por el mundo, para que seamos reflejo del amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; ese amor eterno, gratuito, pero con entrañas. Ése es el amor que tiene pleno poder (Mt. 28, 18) para cambiar el mundo y la historia, para enderezar las vidas de los hombres y llenar de sentido la existencia.
A Él os confío y rezo por vosotros. ¡¡Prometido!!”
[1] Os aconsejo que os hagáis con las obras de Carlos Carreto, un sacerdote italiano que siguió las huellas de Carlos de Foucauld y lo siguió al desierto.

Domingo de Pentecostés (B)

31-5-2009 PENTECOSTES (B)
Hch. 2, 1-11; Slm. 103; 1 Co. 12, 3b-7.12-13; Jn. 20, 19-23
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Queridos hermanos:
En el día de hoy concurren varias celebraciones: 1) Termina el mes de mayo, dedicado a la Virgen María, y lo hace la Iglesia situando en este día (31 de mayo) la festividad de la Visitación de María a su prima Santa Isabel. 2) La Cofradía de Ntra. Sra. del Cébrano recibe en este santuario a sus Cofradías hermanas: del Viso y de Torazo. 3) Finalmente, celebramos hoy también la festividad de Pentecostés: 50 días después de haber resucitado Jesús, 10 días después de haber ascendido al cielo Jesús es cuando sucede el hecho extraordinario de Pentecostés: el Espíritu Santo en forma de lenguas de fuego desciende sobre los apóstoles y sobre la Virgen María y les cambia totalmente. De timoratos los convierte en valientes, de tristes en alegres, de gente con dudas los convierte en gente entregada y confiada totalmente en Dios y en su Hijo Jesucristo, de gente sin instrucción los convierte en gente con una sabiduría y con unas palabras que no son de este mundo…
Por cierto, ¿vosotros oráis al Espíritu Santo? ¿Tenéis fe y devoción en el Espíritu Santo? Se cuenta que hace ya unos cuantos años una señora se acercó al cura de su parroquia y le preguntó: “Señor cura, ¿me puede dar algunas oraciones del Espíritu Santo? Es que le tengo mucha devoción”. A lo que el cura contestó: “¡Señora, déjese de devociones raras y rece a San Antonio como todo el mundo!” A lo que yo replico: si el cura está así, cómo estarán los feligreses… Y es que el Espíritu Santo es el gran desconocido entre muchos cristianos, curas incluidos, o al menos, entre los católicos en muchas partes de España.
Por eso hoy quisiera hablaros un poco del Espíritu Santo y lo haré de la mano de la Secuencia que hemos escuchado antes del evangelio. La Secuencia es una bellísima oración de la época medieval en donde los cristianos pedimos que el Espíritu de Dios nos asista. Voy a releer trozos de esta oración y vamos a tratar de profundizar un poco en ella.
Ven, Espíritu divino, anda tu luz desde el cielo…
Ven, dulce huésped del alma.
Sí, el Espíritu Santo entra en nuestra alma sólo si es invitado. Cuando Dios nos creó puso en nuestro corazón y en nuestra alma una puerta. En dicha puerta puso también una cerradura. Se trata de una cerradura extraña, porque está por el interior y sólo se abre desde el interior. Esta cerradura tiene una sola llave, y esa llave nos la ha entregado Dios a cada uno de nosotros. Somos nosotros quienes abrimos o cerramos esa cerradura y esa puerta para que entren unos u otros, o para que no entre nadie. Hace un tiempo me vinieron a ver dos personas distintas para contarme dos casos muy similares: resulta que sus jóvenes hijos, por decisión propia, están encerrados en casa y no quieren salir ni tener contacto con nadie. Sus padres son los “suministradores” de la comida y de la ropa, pero no quieren nada más de ellos ni con ellos. Si sus padres hacen algún esfuerzo para que vean especialistas en psicología o para que salgan o tengan contacto con alguien, entonces estos jóvenes reaccionan con ira y/o encerrándose más todavía en su mundo. Y estos, por desgracia, no son casos aislados. Se están dando con relativa frecuencia.
Aunque no sean casos tan extremos, igualmente me he encontrado con mucha frecuencia en mi tarea sacerdotal con personas que tienen reacciones de ira o de hosquedad, y en realidad no es más que una especie de cercado que ponen a su alrededor a modo de defensa. Se saben frágiles y débiles. Han comunicado sus secretos e ilusiones a los demás en varias ocasiones y se han sentido traicionadas o no comprendidas. Por eso, pueden ser personas que hablan y hablan, pero de cosas externas a ellas (el Barça ganó la Copa de Europa, qué frío hace, te sienta bien esa ropa, qué mal está el mundo…), pero todo eso no son más que cortinas de humo para que nadie entre en su interior y les haga daño una vez más. Pues bien, esto mismo, que sucede a nivel humano o de relaciones humanas, también sucede en nuestras relaciones espirituales, con Dios. Dios nos ha entregado, al crearnos, una llave de nuestro interior y, si nosotros queremos, ahí no entra nadie, ni Dios tampoco.
En efecto, Dios respeta tanto nuestra libertad que, si nosotros se lo impedimos, El no puede entrar. Ciertamente Dios es todopoderoso, pero su límite es nuestra libertad. Somos nosotros quienes ponemos a Dios el límite a la hora de entrar y quienes lo podemos echar de nuestro interior. Por todas estas razones esta oración de hoy (Ven, dulce huésped del alma) quiere ser una invitación al Espíritu Santo para que ablande nuestro corazón y nos haga salir de nuestro castillo, de nuestro aislamiento y para que permitamos al Espíritu de Dios entrar en nuestro ser más profundo.
Sigue la oración-poesía:
Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego,gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos.
Cuando el Espíritu Santo es invitado y está ya dentro de nuestra alma, no hay nada comparable a El. Todo se vuelve dulce como la miel; las lágrimas de dolor y sufrimiento que caen por nuestras mejillas en tantas ocasiones se vuelven por la acción maravillosa del Espíritu en lágrimas de consuelo, de saberse acompañados, de alegría. Son lágrimas de sentirnos comprendidos, amados y consolados. ¡Cuántas personas me han dicho tener problemas muy graves y volverse a Dios y, sin haber cambiado nada y seguir todo igual, cómo la paz y la fortaleza los inundaba para seguir en la vida! Recuerdo el caso de una señora de Vegadeo que fue abandonada por su marido. La dejó a ella y a tres hijos pequeños. Esta mujer se vio sola y perdida, y fue ante una imagen de la Virgen y lloró allí desconsoladamente. Me contó que en un determinado momento sintió cómo si la Virgen la arropara a ella y a sus hijos con su manto. Salió de allí con el mismo problema con el que había entrado, pero con serenidad, paz y fuerza para luchar por sus hijos. En verdad, no hay nada creado en este mundo comparable a la dulzura, al descanso, a la brisa, al gozo, a la felicidad que nos proporciona el Espíritu Santo. Es mejor que cualquier lotería, trabajo, crucero de placer, coche, salud, tierras, dineros, amigos que hayamos tenido, que tengamos o que podamos imaginar. Quien lo haya probado, aunque sólo sea una sola vez en su vida, sabe de qué estoy hablando y sabe que es cierto lo que digo. De hecho, quien escribió está oración-poesía hablaba desde su experiencia.
Termino leyendo lo que queda de la Secuencia del Espíritu Santo, aunque no explique más por hoy:
Entra hasta el fondo del alma, divina luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre, si tú le faltas por dentro; mira el poder del pecado, cuando no envías tu aliento.
Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo, lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo,doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus siete dones, según la fe de tus siervos;por tu bondad y tu gracia, dale al esfuerzo su mérito; salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno.
AMEN

Domingo de la Ascensión del Señor (B)

24-5-2009 DOMINGO DE LA ASCENSION (B)
Hch. 1, 1-11; Sal. 46; Ef. 1, 17-23; Mc. 16, 15-20
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Queridos hermanos:
En este domingo celebramos la Ascensión de Jesús a los cielos. Pasados 40 días desde su resurrección y habiendo estado durante esos días apareciéndose y animando a sus discípulos a seguir sus pasos hacia Dios, Jesús asciende al cielo para ocupar un lugar al lado de su Padre. Como sabéis este Misterio es uno de los dogmas de la fe cristiana. Lo que pasa es que para mucha gente, incluso para bastantes católicos, los dogmas son algo frío y teórico, que tiene muy poco que ver con nuestra vida ordinaria. Pues bien, en la homilía de hoy voy a procurar acercar este dogma, este misterio de la Ascensión de Jesús a los cielos a nuestra vida concreta, y con ello a nuestro espíritu para que nos ayude en nuestro caminar de fe hacia Dios Padre.
En muchas ocasiones me he encontrado con gente que me dice no creer en la existencia del infierno. Dicen que el infierno ya está aquí, en la Tierra con tantos sufrimientos, guerras, enfermedades, paro, pobreza y hambre por los que pasamos. A lo que yo contesto que, efectivamente, el infierno ya está aquí con nosotros, pues lo fabricamos nosotros mismos y del mismo modo el cielo ya está aquí con nosotros, pues también lo fabricamos nosotros mismos. Allá tendremos lo que hayamos vivido y fabricado nosotros aquí. Si uno vive en el infierno del egoísmo para sí mismo y a costa de los demás, ALLA tendrá ese mismo infierno que se ha fabricado aquí. Si uno viven en el cielo del desprendimiento, de la generosidad, del cariño… hacia los demás, ALLA tendrá ese mismo cielo que ha fabricado aquí. Ese infierno lo fabricamos nosotros mismos de espaldas a Dios. Y ese cielo lo fabricamos nosotros mismos EN UNIÓN CON DIOS.
Hace poco, el 14 de abril de 2009, en el diario de La Razón vi una noticia testimonio de un sacerdote asturiano: Manuel Viego. Se ordenó presbítero en 2005 y atiende ahora mismo la parroquia de Castropol (en el oriente asturiano, rayando con Galicia). En sus palabras narra con toda crudeza el infierno que él mismo se iba fabricando, y también narra con toda sinceridad cómo Dios le ayudó a ASCENDER de ese infierno que lo estaba aniquilando para vivir, ya aquí, en el cielo: “Mi familia era católica, pero yo tuve una mala experiencia con la Iglesia en mi infancia y me alejé de Dios. A partir de los 16 años yo ya trabajaba y tenía dinero. Me dieron a probar porros, me hacía sentirme bien, me evadía. Fui comercial, trabajé en la construcción, ponía música y copas en discotecas... Ganaba mucho dinero y durante años lo gasté en fiestas. Fui a más, me metía de todo, muchos ácidos, a veces esnifaba coca. Como muchos, buscaba ser feliz en el placer. Estuve con una chica, luego con otra... Al cabo de unos años, me fui de fiesta a Tenerife en la Semana Santa de 1992. Solo vi el Teide y el mar de lejos. Me junté con unos conocidos en un apartamento. Toda la noche estábamos de juerga, y de día dormíamos, o estábamos de jacuzzi y sauna. La noche de Viernes Santo nos pusimos hasta arriba, sobre todo de ácidos. Me sentí muy mal. Me di cuenta que nada de aquello me hacía feliz. Pensé que iba a perder la razón, que nada en la vida tenía sentido. Entonces vi una iglesia cerrada y pensé que a lo mejor mi madre tenía razón y Dios existía. Me dio por hablar con Dios. ‘Si existes este es tu momento’, le dije, ‘he hecho de todo y no consigo ser feliz’. Pensé rezar, pero no me sabía el Padrenuestro porque lo habían cambiado cuando lo aprendí. Pero sí recordaba el ‘Ave María’, así que recé a la Virgen. Y resultó que Dios existía. Sentí que Dios estaba a mi lado, que me acompañaba y me decía ‘levántate y anda’. Esa experiencia me cambió. Al día siguiente, Sábado Santo, fui a una iglesia, consulté los horarios de misa, hablé con un sacerdote. Y me pareció que todo eran mensajes de Dios para mí. Poco después tuve otra experiencia fuerte de cercanía de Dios haciendo un cursillo de Cristiandad en Covadonga. Allí descubrí a la Iglesia, y que Dios no juega con las personas, que nunca me dejó. Cambiar de vida fue un proceso lento. Intenté vivir en cristiano, desde la fe, la relación con mi pareja. Hubo ruptura, claro. Más adelante fui a pasar una semana en un retiro de la Comunidad de Bienaventuranzas en Toledo... y me quedé tres años. Allí entendí que quiero transmitir lo que he vivido, evitar que otros sufran lo que yo he sufrido. Empecé a estudiar en el seminario de Sigüenza, luego en el de Oviedo”. Su casa, que es grande, siempre está llena de gente y siente la llamada de decir a los jóvenes que ‘se acaba antes el picador que la mina’, es decir, que los goces no llenan, que sólo Dios llena al hombre”.
En Manuel Viego se hace vida y realidad el dogma que hoy celebramos y el evangelio de hoy: El ha subido y ha ascendido del infierno de su vida… al cielo de la vida con Dios. El ha experimentado la muerte de Cristo en su muerte poco a poco, y sobre todo experimentó la resurrección de Cristo en sus propias carnes aquel día de Viernes Santo en Tenerife. Finalmente, Manuel ha escuchado la palabra de Jesús de anunciar a todo el mundo que Jesús vive, que ama, que cura, que acoge, que da vida. Manuel, como tantos otros, es demostración palpable de que la Ascensión del Señor no es un dogma frío y teórico, sino que es una realidad concreta y cercana.
¡Señor, te pedimos que nos saques de nuestro infierno de cada día!
¡Señor, asciéndenos y súbenos al cielo, junto a ti y junto a tu Padre Dios!
¡Señor, haznos anunciadores de tu Buena Noticia para que la gente crea, se bautice y se salve, como nos dice Jesús en el evangelio!

Domingo VI de Pascua (B)

17-5-2009 DOMINGO VI DE PASCUA (B)
Hch. 10, 25-26.34-35.44-48; Sal. 97; 1 Jn. 4, 7-10; Jn. 15, 9-17
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Queridos hermanos:
El evangelio de hoy y también la segunda lectura nos hablan del amor. Además, el evangelio menciona en tres ocasiones la palabra “amigos”. Pues bien, hoy quisiera reflexionar en la homilía sobre una de las formas de amor entre los seres humanos: la AMISTAD.
¿Tenéis vosotros amigos? No hablo simplemente conocidos, sino personas a las que consideráis amigos de verdad. ¿Cuántos amigos tenéis? Hagamos ahora la pregunta desde la perspectiva del otro. ¿Alguien os considera realmente amigo suyo?
En el libro del Eclesiástico hay unos cuantos capítulos que tratan sobre la amistad. Fijaros lo que dicen: “Amigo fiel refugio seguro, el que lo encuentra, encuentra un tesoro; un amigo fiel no tiene precio ni se puede pagar su valor” (Eclo. 6, 14s). Realmente esto es así y lo saben quienes lo experimentan o lo han experimentado. En efecto, “aunque hayas empuñado la espada contra el amigo, no pierdas la esperanza, que aún hay remedio; aunque hayas abierto la boca contra el amigo, no temas, puedes reconciliarte [...] No me avergüenzo de saludar a un amigo ni me escondo de su vista” (Eclo. 22, 21-22.25). Sin embargo, la amistad hay que cuidarla y no podemos maltratarla o herirla, pues “el que descubre secretos destruye la confianza y no encontrará amigo íntimo [...] se puede vendar una herida, se puede remediar un insulto; el que revela un secreto no tiene esperanza” (Eclo. 27, 16-21). Asimismo el libro sagrado nos advierte contra las falsas amistades: “Hay amigos de un momento que no duran en tiempo de peligro; hay amigos que se vuelven enemigos y descubren tu pleito vergonzoso; hay amigos que acompañan en la mesa y no aparecen a la hora de la desgracia; cuando te va bien, están contigo; cuando te va mal, huyen de ti” (Eclo. 6, 8-11).
En el Antiguo Testamento se nos narra la historia de dos amigos: Jonatan y David. Jonatan, el hijo de Saúl (primer rey de Israel), quería a David como a sí mismo. Se nos dice en una ocasión que aquél se quitó el manto, la espada, la ropa, el arco, el cinturón y se lo dio a David (1 Sam. 18, 4). Jonatan quería a David con toda su alma (1 Sam. 20, 18). Saúl, que tenía miedo que David le quitara el reino, quiere meter cizaña en el corazón de su hijo Jonatan: lo insulta, lo quiere avergonzar y le dice que, mientras David esté vivo, ni él ni su reino estarán a salvo. Saúl le habla a Jonatan de la posibilidad de perder su vida, su riqueza y el poder, si continúa su relación con David. ¿Quién no hubiera temblado y dudado? Pero Jonatan sigue defendiendo a su amigo David, incluso ante su padre Saúl. Cuando se separan David y Jonatan lo hacen llorando. Este sabe que Dios ha elegido a David para ser rey y Jonatan está dispuesto a renunciar a todo, porque quiere ser fiel a Dios y a su amistad con David. Os aconsejo que leáis el capítulo 20 del libro primero de Samuel, en el Antiguo Testamento, y veréis cómo es una amistad auténtica, la cual no puede ser deshecha ni por la ira, ni por la riqueza, ni por la cizaña, ni por la intervención de las familias.
De igual modo contamos con el bello texto del amor de S. Pablo en la primera carta a los corintios y que se lee mucho en las bodas, pero que, por supuesto, también vale para ilustrar cómo debe de ser el amor y la relación entre los amigos. El verdadero amigo es paciente con los errores y defectos de su amigo; es amable con él y no se muestra grosero o irónico; no busca lo suyo y su interés, sino que busca el del amigo (como hacía Jonatan con David); no se irrita, ni lleva cuenta del mal, ni de los agravios, ni se los restriega por la cara una y otra vez; el verdadero amigo disculpa siempre, confía siempre, espera siempre, aguanta siempre.
De la misma manera Jesús nos habla de la amistad y nos muestra cómo debe de ser ésta. De hecho, San Pablo llama a Jesús “amigo de los hombres” (Tit. 3,4). En efecto, Jesús aparece en el evangelio como un verdadero amigo: con Lázaro y sus hermanas (Jn. 11) a los que quiere, por los que llora cuando mueren, a los que llama la atención como a Marta; con los apóstoles cuando dice que no les llama siervos, sino amigos ; cuando comparte con ellos sus secretos, como en el monte Tabor, o cuando los lleva consigo en Getsemaní, o cuando confía a su madre a uno de sus amigos.
Después de este breve repaso a algunos datos aportados por la Palabra de Dios, me atrevo a apuntar algunas características que ha de tener la verdadera amistad:
- La amistad es un tesoro, es un don y regalo de Dios y del otro.
- La amistad significa estar dispuesto a perder la vida por el otro, pues “amistad” viene de AMOR. Permitidme que os narre una historia que ilustra esta afirmación: “-Mi amigo no ha regresado del campo de batalla, señor. Solicito permiso para salir a buscarlo. -Permiso denegado, replicó el oficial.- No quiero que arriesgue usted su vida por un hombre que probablemente ha muerto. El soldado, haciendo caso omiso de la prohibición, salió y una hora más tarde regresó mortalmente herido, transportando el cadáver de su amigo. El oficial estaba furioso: ‘¡Ya le dije yo que había muerto¡ Ahora he perdido a dos hombres. Dígame, ¿merecía la pena salir allá para traer un cadáver?’ Y el soldado, moribundo, respondió: ‘¡Claro que sí, señor¡ Cuando lo encontré, todavía estaba vivo y pudo decirme: Jack... estaba seguro de que vendrías.’”
- El amigo respeta al otro y no trata de dominarlo, ni de imponerle sus ideas.
- Y es que la verdadera amistad se basa en la libertad. El amor es siempre en libertad: Libertad para decir las cosas, para escuchar, para callar…
- La verdadera amistad es fiel ante todo y ante todos. El amigo lo es para todas las ocasiones (para lo bueno y para lo malo) y ante todas las personas, por eso nunca se avergüenza del amigo, ni éste se avergüenza del otro. Existe una confianza total y este sentimiento es recíproco.
- Los amigos conocen todo lo del otro, pues no hay secretos entre ellos. En efecto, sus ilusiones, temores, dudas, anhelos, esperanzas, sucesos pasados y presentes…, todo es conocido por el amigo y esto de un modo mutuo.
- La amistad verdadera está a salvo de cizañas, y pasa por encima de la propia vida, de la riqueza, pues la amistad está entre lo más valioso que posee el hombre.
- La amistad debe ser cuidada y hemos de procurar no herirla. No obstante, somos humanos y fallamos, por eso el perdón tiene que estar siempre presente en toda amistad. Siempre herimos o somos heridos, y el perdón es bálsamo para renovar el amor entre los amigos.
Lo que digo sobre la amistad vale, con sus distinciones y peculiaridades propias, para cualquier tipo de relación humana: esposo-esposa, novio-novia, compañeros de trabajo, jefe-subordinado, párroco-feligrés, etc.