Domingo IV de Cuaresma (C)

18-3-2007 DOMINGO IV CUARESMA (C)
Jos. 5, 9ª.10-12; Slm. 33; 2ª Cor. 5, 17-21; Lc. 15, 1-3.11-32
Queridos hermanos:
- En el evangelio de hoy se nos narra la parábola del hijo pródigo. Tantas veces oída, tantas veces orada, tantas veces meditada y, sin embargo, con tanto por descubrir en ella aún. Y es que nadie puede agotar nunca la riqueza de la Palabra divina. Vamos a dar algunas pinceladas sobre este texto:
a) El hijo pródigo. Es la imagen de tantos hombres y mujeres autosuficientes, que no necesitan de nadie, que buscan el placer y la liber­tad a cualquier precio y sin darse cuenta caen en la esclavitud del consumo. Todos estos placeres les dejan insatisfechos y vacíos. No es que Dios eche de su lado a estas personas, a estos hijos pródigos; son ellos quienes huyen de su lado, pues todas las cosas en las que Dios no está tienen un poso amargo, que, más tarde o más temprano, sale a la luz.
Hoy existen muchas personas en esta situación. Todos, cuando pecamos, lo estamos. Hemos de pararnos y darnos cuenta de nuestra penosa situación en estas circunstancias. Y hemos de decir y hacer el "sí, me levantaré, volveré junto a mi padre" que hizo el hijo pródigo al darse cuenta de cómo estaba y a dónde le había conducido su egoísmo, su soberbia y su ansia de disfrute malsano: “Cuando hubo gastado todo, sobrevino un hambre extrema en aquel país, y comenzó a pasar necesidad. Entonces, fue y se ajustó con uno de los ciudadanos de aquel país, que le envió a sus fincas a apacentar puercos. Y deseaba llenar su vientre con las algarrobas que comían los puercos, pero nadie se las daba. Y entrando en sí mismo, dijo: ‘¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, mientras que yo aquí me muero de hambre!’”.
Voy a transcribir aquí un testimonio de un sacerdote de la antigua URRS, Alexander Fix. Veréis cómo él era también un hijo pródigo y cómo encontró el camino de vuelta a la casa del Padre: “Nací en una pequeña aldea de Kazajstán en 1971. Fui educado por mis padres y abuelos. Mis abuelos, en particular mi abuela, conservaban una fe profunda y sólida a pesar de las fuertes persecuciones. Cuando era pequeño, oí hablar de Jesús a mi abuela. De ella aprendí algunas oraciones, pero al frecuentar la escuela perdí mi fe. Eran los tiempos del régimen comunista de la Unión Soviética. Los profesores normalmente me preguntaban: ‘¿Durante cuántos años ha ido tu abuela a la escuela?’ Yo contestaba: ‘Dos’. Y ellos me decían: ‘¿Ves?, tú ahora ya has frecuentado más años que tu abuela la escuela. Has aprendido mucho más y no necesitas creer en Dios’. Y la autoridad de los profesores acabó con mi fe. De este modo crecí como un ateo. Más tarde decidí frecuentar la academia militar para llegar a ser oficial. Fui aceptado en la academia militar en Siberia, en la que pasé dos años. En aquellos años vi la corrupción y la maldad del sistema, en particular en las fuerzas armadas. Los soldados se odiaban entre ellos y el odio caracterizaba también las relaciones entre soldados y oficiales. Muchos oficiales hacían carrera sin importarles los demás. Comprendí que éste no era mi camino. Con motivo de una visita a mis abuelos, le conté a mi abuela la situación y mis dificultades. Ella me dijo: ‘Hijo mío, debes rezar y el buen Dios te ayudará’. Estas palabras sencillas de mi abuela, dichas en la situación en que me encontraba, fueron para mí como un ‘golpe de gracia’. Copié el ‘Padre Nuestro’ y el ‘Ave María’ y empecé a rezar. Rezaba durante el servicio nocturno en la armada y empecé a sentir la presencia de Dios de una manera tan intensa que me dije a mí mismo: ‘¡Qué estúpido he sido al no creer en Dios!’. Conseguí terminar mi servicio militar felizmente y volví a casa. Paso a paso comencé a adentrarme cada vez más en la fe, rezando el rosario y leyendo la Biblia. Después de dos años, sentí en mi corazón la llamada al sacerdocio.”
b) El hijo mayor. Es el que ha rechazado al hermano, pero también ha rechazado al hijo de su padre, y de esta forma también ha rechazado a su padre: "Ese hijo tuyo." La huida del hermano en el fondo alegró al hijo mayor, quizás porque se quedaba solo. Solo, no tanto para recoger para sí el amor del padre, cuanto para tener únicamente para sí los cabritos y demás posesiones del padre. El hijo mayor, como el hijo pródigo, quería más las cosas de su padre, que a su propio padre. El hijo mayor no se marchó de la casa del padre, pero en el fondo estaba tan lejos como el hijo pródigo… por no comprender ni aceptar el amor del padre.
c) El padre. Ese padre, que es Dios y que Jesús lo describe tan bien, otea el horizonte con angustia para ver cuándo aparece su hijo perdido. Cuando lo ve, corre al encuentro de su hijo y no quiere oír sus disculpas; lo abraza, lo besa, lo perdona. El amor de Dios es más fuerte que la culpa del hijo perdido. Por eso, le da vestidos nuevos, joyas, banquetes y fiesta, que no son simplemente cosas, sino muestras del amor incondicional del padre. Esto es lo vivimos los cristianos. Nosotros fuimos reconciliados con Dios por Cristo, ya como hijos pródigos, ya como hijos mayores. Y ahora somos los anunciadores de la reconciliación a todos los hombres.
En esta Cuaresma en la que estamos quiero anunciaros que la conversión es tarea de todos. Tanto los que estamos fuera (hijos pródigos) como los que nos quedamos en la casa del padre (hijos mayores), pues unos y otros estamos o hemos estado al lado de un padre amoroso y no siempre nos hemos enterado ni hemos valorado todo esto.
- El lema de este año para el día del Seminario es: “Sacerdotes, Testigos del Amor de Dios”. Sí, los sacerdotes tenemos nuestras propias historias de conversión y de vocación, las cuales muchas veces están entrelazadas. Hay sacerdotes y seminaristas que en su vida han sido hijos pródigos y han descubierto a ese Dios maravilloso como Padre que les ha acogido y llamado a su lado. Hay sacerdotes y seminaristas que en su vida han sido hijos mayores y también han descubierto un día a ese Dios Padre. Es un camino que empezó un día, pero que no acabó el día que se entró en el Seminario, sino que continúa hasta llegar al Reino de Dios.
Voy a contaros dos ejemplos sencillos de cómo unos sacerdotes pueden ser testigos de ese Amor de Dios ante sí mismos o ante los demás:
a) Este viernes estaba en la reunión del Consejo Episcopal con el Sr. Arzobispo, con el Obispo auxiliar y con el resto de vicarios. Tenía el móvil en vibración y siento que, hacia las 11,30 de la mañana, me envían un mensaje. Lo abro y veo que es un mensaje de un sacerdote joven. Escribía: “Acabo de decir al Señor que soy muy feliz de ser sacerdote, y una gran paz me inundó. ¡Animo en la reunión! Lo pasé muy bien contigo en Valladolid. Te quiero mucho.” Este mensaje me alegró la mañana y el día, y me hizo dar gracias a Dios.
b) No sé si alguna vez habéis oído hablar de una “juerga mística”. Pues os voy a narrar la “juerga mística” que nos corrimos este cura joven y yo por Valladolid el domingo y lunes inmediatamente anteriores a carnaval. Veréis, lo pasamos “como los indios” yendo después de las Misas de ese domingo a un monasterio religioso cerca de Valladolid, en donde me esperaba una religiosa de clausura para hacer dirección espiritual. Lo pasamos “como los indios” hablando de nuestras cosas en el trayecto. Lo pasamos “como los indios” mientras yo hacía dirección espiritual con la religiosa y mi compañero-amigo oraba y leía un poco. Lo pasamos “como los indios” mientras cenábamos y hablábamos con tres religiosas. Lo pasamos “como los indios” cuando al día siguiente nos fuimos a Salamanca y allí atendimos a una persona que nos esperaba, y también mientras regresamos a Asturias y seguíamos hablando de los avatares del viaje y de lo acaecido en el monasterio de Valladolid y en Salamanca. Al final de viaje, éramos más felices y estábamos más llenos del Señor, porque Este había hecho el bien a través nuestro, y nosotros disfrutamos con ello.