Domingo V de Cuaresma

25-3-2007 DOMINGO V CUARESMA (C)
Is. 43, 16-21; Slm. 125; Flp. 3, 8-14; Jn. 8, 1-11
Queridos hermanos:
Este es ya el último domingo de Cuaresma; el próximo será ya el domingo de Ramos.
- Nos decía el profeta Isaías en la 1ª lectura: "No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo; mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis?" Nos decía S. Pablo en la 2ª lectura: "Olvidándome de todo lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia la meta, para ganar el premio, al que Dios desde arriba llama en Cristo Jesús".
Entiendo que, con esta Palabra, Dios nos dice que no hemos de mirar obsesivamente el pasado, no podemos quedarnos anclados en el pasado: “Me han hecho daño, mucho daño: mis padres, mis hermanos, los vecinos. No tuve oportunidades en la vida. No aprobé aquel examen. No me dieron aquel trabajo. No me casé con aquél o con aquélla. No tuve hijos. Tuve estos hijos y no otros. Estuve enfermo y no sano…” Tampoco podemos estar pendiente de un futuro mejor, pero incierto: “Cuando apruebe las oposiciones, cuando me jubile, cuando sane, cuando me toque la quiniela, cuando me reconozcan lo que hice, cuando…” Hemos de vivir el presente, el hoy. Hay gente que, por estar encadenado al pasado o esperando el futuro, deja pasar el presente; no vive el hoy, y éste se le escapa entre los dedos, y eso ya nunca volverá. Se preguntaba Teresa de Calcuta cuál era el día más bello de nuestra vida y se contestaba a sí mismo de esta manera: Hoy. No el ayer ni el mañana, sino el hoy.
Una de las cosas que más nos esclaviza al pasado es la falta de perdón: 1) ¡Qué difícil nos es el perdonar u olvidar lo que nos han hecho otras personas! Siempre le estamos dando vueltas. “Me dejaron en ridículo; me hicieron mucho daño y yo no les había hecho nada o le había hecho bien; hablaron mal de mi sin fundamento, etc.” Nuestro evangelio nos pide no sólo ‘el perdono, pero no olvido’, sino incluso también el ‘olvido’, en el sentido de no quedarse enquistado en el daño sufrido. Voy a poneros dos ejemplos donde Dios y los que le siguen lo hacen así: *En la parábola del hijo pródigo, el padre ‘ha olvidado’ todo lo que hizo su hijo. Sólo se preocupa de que él hijo ha vuelto, no se fija en si ha derrochado todo lo que se le había entregado. No le echa en cara que su marcha lo ha dejado mal ante los vecinos y conocidos, que no cumplido las expectativas que tenía puestas en él… *Dice S. Francisco de Paula, ermitaño ita­liano del 1400, sobre el ‘estar anclados’ en el pasado de los males recibidos: "El recuerdo del mal recibido es una injuria, complemento de la cólera, conservación del pecado, odio a la justicia, flecha oxidada, veneno del alma, destrucción del bien obrar, gusano de la mente, motivo de distracciones en la oración, anulación de las peticiones que hacemos a Dios, enajenación de la caridad, espina clavada en el alma, iniquidad que nunca duer­me, pecado que nunca se acaba y muerte cotidia­na".
2) ¡Qué difícil nos es el perdonar u olvidar el mal que hemos hecho! El caso más típico es con ocasión de un aborto. ¡Qué difícilmente se perdonan a sí mismos la mujer o el hombre que han abortado! Cuando ven a niños pequeños de la edad que ya pudiera tener su hijo, cuando alguien menciona el tema en TV o en la iglesia o en periódicos..., se les revuelven las entrañas. O también otro caso: me contaban el viernes que una señora que atendió a su madre en sus últimos meses de vida, al verla sufrir tanto, le pidió a Dios que se la llevara, que se muriera. Finalmente, se murió la madre. Ahora esta hija tiene un remordimiento espantoso. Es más fácil a estas personas (que abortaron o que pidieron la muerte de sus seres queridos o que…) admitir que las perdone Dios que se perdonen ellas mismas. Así, estas personas se tienen que acusar una y otra vez de los mismos pecados. Aquí nos deben resonar una y otra vez las palabras de Jesús a la mujer del evangelio: "Mujer[1] […] Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más".
Permitidme leeros una carta de una prostituta que escribe a Dios. Fijaros cómo integra su pasado y su futuro en el presente de Dios, de su fe: “Dios mío: Aunque ya tengo 75 años y estoy a punto de juntarme contigo, sé que tú me conoces desde antes de nacer y sabes los problemas que pasó mi madre, que era una niña de quince años que, de pronto, se dio cuenta de su embarazo, y cuando se lo contó a sus padres la echaron de casa, y el novio, que era bastante mayor que ella, no quiso saber tampoco nada de mí, así que la pobrecita nada más dar a luz me tuvo que dejar en la beneficencia […] Ahí fue lo más difícil de todo, cuando yo, que era una niña, tuve que trabajar en la prostitución para poder pagarme la pensión, y tenía que hacer todas las cosas que los hombres me pedían, y se enfadaban conmigo porque era sosa, y me pegaban y me echaban y pedían que fuera otra… Así que la dueña de la pensión me enseñó que había que sonreír siempre a los clientes, que me comiera mis lágrimas, que ellos pagaban para divertirse y aprendí a no enseñar a nadie lo que tenía por dentro y a hacer cosas que nunca me atrevería a contar a nadie, pero que sólo tú, Dios, las sabes perfectamente, porque estabas siempre a mi lado, y a mí me gustaba ponerme una estampa en la ropa interior para recordarte aún en los momentos más difíciles y con los clientes más extraños. Siempre te he pedido ayuda y siempre me la has dado. Estoy segura que, cuando estaba en aquel infierno y empecé a beber para soportarlo, tú estabas a mi lado ayudándome para que no me quitara la vida, que era lo que me venía una y otra vez a la cabeza. Yo creo, Señor, que no pecaba, que pecado es hacer daño a alguien, y yo nunca se lo he hecho más que a mí misma y tú no estarás enfadado conmigo, porque ya sabes que no sabía qué otra cosa podía hacer […] También me gusta ir a una iglesia y hablar contigo, pero no comulgo, ¡que me gustaría!, porque sería un sacrilegio hacerlo sin confesar. Así que, ya sabes, te pido que me des un par de añitos más para que me dé tiempo a ponerme a bien contigo. Llevo en mi cartera tu foto, ya sabes tú bien que me gusta mucho hablarte, como esta mañana, cuando estaba en la cola de las entradas de toros, para que un señor las revenda, me he pasado el rato hablando contigo y pidiéndote por todos los borrachines y gente como yo que andaba en la misma cola. Tú nos conoces bien a todos. Tú eres el rey de los reyes y el juez de los jueces, pero sé muy bien que tú eres misericordioso, y yo creo que no nos vas a castigar. Hoy quiero darte las gracias por todo lo que me has ayudado siempre, y te pido que sigas a mi lado hasta que sea el final. No me dejes sola ni un momento, por favor, te lo pido, Dios.”
- Dice S. Pablo en la 2ª lectura: "Todo lo estimo pérdida, comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo perdí todo, y todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo y existir en él". Esto es una gran verdad. El encuentro personal con Jesús en nuestra vida hace que empecemos a cambiar nuestra escala de valores; lo que antes era importante, ahora deja de serlo. Conozco un joven que, como los demás, tener un buen puesto de trabajo, casarse y no tener hijos para vivir la vida, buen coche y remuneración. Se encontró en su vida con Dios y ahora casado, a los diez meses con un hijo, le ofrecieron un puesto mejor con más dinero, pero con más engaños a compañeros, a la empresa, y dijo que no. Podía vivir tranquilo con su familia y está trabajando en la Iglesia, en un sindicato. Y todo esto porque un día se encontró con Jesús. Todo lo estima basura en comparación con lo que Cristo le da. ¿Y tú?

[1] Jesús no la llama: “adúltera”, “mala madre”, “mala esposa”, “puta”, “gocha”, “asquerosa”… Jesús la llama “mujer”: “mujer” creada por Dios, “mujer” hecha a imagen y semejanza de Dios; “mujer” necesitada de amor y llena de amor para dar. “Mujer” equivocada, pero “mujer” de Dios. Con la palabra “mujer” Jesús HABLA de respeto, de comprensión, de cariño, de perdón, de cercanía, no juicio ni condenación.