Ascensión

20-5-2007 ASCENSION (C)
Hch. 1, 1-11; Slm. 46; Ef. 1, 17-23; Lc. 24, 46-53
Queridos hermanos:
* En la homilía de hoy os voy a dar, si me lo permitís, otra clase de teología.
En esta semana hablaba con una persona y surgió la conversación sobre la fe y los distintos modos de creer en la existencia de Dios o de un dios. Cuando alguien dice que cree en Dios, yo siempre me pregunto en qué Dios cree esa persona. Porque al oírles hablar acerca de su fe, me doy cuenta que, a veces, su Dios no es mi Dios, su fe no es mi fe. Asimismo, le explicaba a esta persona que la fe en Dios puede dividirse en una fe teísta, en una fe deísta, en una fe monoteísta, en una fe politeísta, en una fe panteísta y en una fe henoteísta. De un modo rápido voy a describir cada una de estas creencias:
- La fe panteísta acepta y sostiene que el universo y todo lo que contiene son dioses. No sólo dios está en el aire, en el mar, en la montaña, en las flores, en las estrellas…, sino que el aire es dios, el mar es dios, la montaña es dios, las flores son dios, las estrellas son dios… Aquí estarían, entre otras, las religiones primitivas. También he escuchado a gente aquí, en Asturias, que ésta es su fe.
- La fe politeísta asegura que existen varios dioses en el universo. Por ejemplo, las religiones romana, griega…
- La fe monoteísta nada más acepta la existencia de un único Dios: vg. el Islam, el cristianismo, el judaísmo.
- La fe henoteísta es la creencia religiosa según la cual se reconoce la existencia de varios dioses, pero sólo uno de ellos es suficientemente digno de adoración por parte del fiel. El caso de henoteísmo más famoso es el de los primitivos hebreos. En las partes más antiguas de la Biblia han quedado múltiples rastros de que los hebreos, en una fase inicial de su desarrollo religioso, creían en la existencia de varios dioses. Esta fe pensaba que los dioses eran territoriales, es decir, su poder cubría un territorio determinado[1]. El concepto de un único Dios que con su poder alcanza a todo el universo es bastante posterior, de la época de los profetas, quienes denostaron a los otros dioses como ídolos que "tienen ojos y no ven, tienen boca y no comen", etc. En ese período, el primitivo henoteísmo hebreo se transformó en el riguroso monoteísmo judío actual.
- La fe deísta es aquella que admite la existencia de un Dios creador, pero que, una vez creado el universo y habiéndolo dotado de leyes propias (leyes de la naturaleza), ésta sigue su camino al margen e independiente de ese Dios. El está a lo suyo, y los hombres y las demás criaturas también van a lo suyo. Recuerdo que un chico en Alemania me decía que Dios estaba en su chalé de verano y que no intervenía para nada en la vida de los hombres, los cuales se las tenía que apañar como pudieran.
- Finalmente, la fe teísta es la que admite y cree en la existencia de un Dios Creador, pero que también interviene en la historia de los hombres y de cada hombre. El Dios de la fe teísta es un Dios personal. Ejemplo de esta fe es la cristiana: Dios Padre envía a su Hijo para que salve a todos los hombres y a cada hombre, para que perdone a todos los hombres y a cada hombre. Dios Hijo comparte la condición humana en todo, menos en el pecado.
¿Cuál es mi fe? ¿En qué Dios o en qué dioses creo yo? ¿Soy panteísta; soy politeísta; soy deísta; soy teísta? El cristiano, el que confiesa a Jesús como el Hijo de Dios, como el Salvador del mundo, como un Dios Creador y personal, que interviene en la vida de los hombres, tiene la fe teísta. "Mirad las aves del cielo que ni siembran, ni siegan, ni recogen cosechas en graneros; y, sin embargo, vuestro Padre Celestial las alimenta" (Mt. 6, 26). Dios se interesa tanto por nosotros y por nuestras cosas, que "hasta los pelos de la cabeza los tiene contados".
* Alguien puede preguntarse a qué vino la clase de teología anterior. Pues “viene” ante la celebración que realiza la Iglesia Católica en el día de hoy. Hoy celebramos la Ascensión de Jesús a los cielos: en la primera lectura leíamos que Jesús, mientras hablaba con sus discípulos se fue levantando del suelo hacia el cielo, “hasta que una nube se lo quitó de la vista”; en el evangelio leíamos que Jesús “levantando las manos, los bendijo (a los apóstoles). Y mientras los bendecía se separó de ellos, subiendo hacia el cielo.” Es decir, Jesús se marchó al cielo. ¿Quiere esto decir que Dios nos dejó solos y a solas? ¿Quiere esto decir que tenía y tiene razón el chico de Alemania, cuando afirma que Dios está en su chalé de verano y que nosotros, aquí en la tierra, nos las tenemos que apañar como podamos? NO. Nuestra fe monoteísta (creemos en un solo Dios) y a la vez nuestra fe teísta (creemos en un Dios que nos ha creado y que está en nuestra historia general y particular, de todos y de cada uno de nosotros, desde antes de ser concebidos en el vientre materno y para toda la eternidad) confiesa que Jesús, el Hijo de Dios Padre, nos ha dejado una tarea a realizar: predicar la necesidad de la conversión, del cambio de vida de los hombres, y también la de anunciar que Dios perdona nuestros pecados y enjuga nuestras lágrimas, sana nuestras heridas, acompaña nuestras soledades y ama nuestro corazón necesitado de amor y comprensión.
Asimismo, nuestra fe monoteísta y teísta confiesa que, lo mismo que Jesús ascendió al Reino de Dios, tras haber cumplido su tarea y su misión, también nosotros seremos llevados por El a su Reino de vida, de justicia, de amor, de verdad, de gracia, de santidad y de paz. Así se nos dice en la segunda lectura: “Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo […] ilumine los ojos de vuestro corazón, para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos.”
[1] Narra la Biblia cómo Naamán, general sirio, viene a ser limpiado de la lepra por un profeta hebreo. Al marcharse curado se lleva consigo tierra de Israel para poder adorar a Yahvé en su país, pues en la tierra estaba Yahvé. Cuando en el año 722 es arrasado el reino de Israel (10 tribus y media) por los asirios, a los supervivientes los sacan de aquella tierra y los mandan a otros lugares del imperio asirio para desvincularlos de su Dios. Y el rey asirio trae a otras gentes y las instala allí, al norte del actual Israel. Estas gentes piensan que deben adorar al Dios que está en esa tierra, a Yahvé, pero son rechazados por los judíos. Estas gentes son los samaritanos.