Domingo V de Pascua

6-5-2007 DOMINGO V DE PASCUA (C)
Hch. 14, 21b-26; Slm. 144; Ap. 21, 1-5a; Jn. 13, 31-33a.34-35
Queridos hermanos:
Supongo que ya os habéis dado cuenta que, desde el domingo de Pascua, como primera lectura en los domingos, leemos trozos del libro de los Hechos de los Apóstoles. En este libro, escrito por S. Lucas, se nos narra la vida de los primeros cristianos, la vida de la Iglesia primitiva. Y es que la Iglesia de Dios surge y empieza a crecer desde la muerte y resurrección de Cristo. Veamos algunas características de esta Iglesia:
- La Iglesia es una comunidad de hombres y de mujeres. La Iglesia no está formada por ángeles, ni por gente sin pecados. En ella hay hombres y mujeres, corrientes y molientes, con sus defectos y sus virtudes, con sus luchas y con sus caídas, con sus victorias y con sus logros, con sus dolores y alegrías. En la Iglesia hay ancianos y niños, adultos y adolescentes, maduros e inmaduros… Alemanes y españoles, vascos y castellanos, andaluces y catalanes, nigerianos y estadounidenses, ricos y pobres, sanos y enfermos, casados y solteros… Yo había leído que la Iglesia era católica, es decir, universal, pero esto lo experimenté cuando fui a estudiar a Roma y veía gentes en las celebraciones con el Papa de todos los colores y culturas.
Hemos de darnos cuenta que la Iglesia no es simplemente un grupo o conjunto de hombres y mujeres. La Iglesia es una comunidad, es decir, la común-unión de hombres y mujeres entrelazados entre sí de una manera misteriosa, pero real. Fijaros en este templo: hay personas a las que no conocemos; hay personas que vienen a esta Misa, porque están de paso por Oviedo; hay personas que vivimos en la misma ciudad de Oviedo, pero no nos conocemos o no nos tratamos. Sin embargo, todos estamos unidos entre nosotros. ¿No lo percibís? ¿No percibís que los que nos reunimos en esta Misa de once formamos una comunidad, una familia? Pues esto es lo que se llama tener una experiencia de Iglesia, y de una Iglesia viva.
- La Iglesia es una comunidad unida en la fe y por la fe. ¿Qué es lo que hace que los hombres y mujeres sintamos y vivamos esta común-unión dentro de la Iglesia? Es la fe en Jesús; la fe en nuestro Amado Dios y Señor. Cuando alguien se siente alcanzado por Dios con su gracia, enseguida surge la respuesta del hombre. La respuesta del hombre es la fe. ¿Recordáis al chico del que os hablaba el domingo pasado, que quería casarse por la Iglesia por su novia creyente, pero que él no creía? Pues bien, este chico se sintió alcanzado por Dios en su corazón y la fe brotó de su interior. Ahora se siente unido a su novia de una forma que no lo estaba antes. Antes la amaba, la deseaba, tenían aficiones comunes, lo pasaban bien juntos en los mismos lugares…, pero ahora hay un aspecto más que los une: la misma fe. Y es que la fe puede unir más que la sangre, más que las aficiones, más que la profesión, más que el cariño meramente humano… La misma y única fe en Cristo Jesús hace que hombres y mujeres muy distintos entre nosotros formemos una comunidad. Es nuestra fe quien nos une, pero sobre todo es la gracia de Dios la que nos une a través de nuestra fe en El.
- La Iglesia es la esposa de Dios. Fijaros cómo describe S. Juan en el Apocalipsis a la Iglesia y lo que Dios hace con esta Iglesia, es decir, con esta comunidad de creyentes, con todos y cada uno de ellos: "Yo, Juan, vi un cielo nuevo y una tierra nueva... Vi la ciudad santa... que descendía del cielo, enviada por Dios, arreglada como una novia que se adorna para su esposo. Y escuché una voz potente que decía desde el trono: -Esta es la morada de Dios con los hombres... Enjugará las lágrimas de sus ojos. Ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor". Dios mima a su Iglesia como una madre mima a su bebe, como un novio tiene detalles de delicadeza con su novia.
- La Iglesia es una comunidad organizada. Cuando Cristo Jesús asciende al cielo y deja solos a los discípulos, surge enseguida una organización dentro de la comunidad: hay quienes predican y rigen la comunidad, como los apóstoles; hay quienes sirven y predican en la comunidad, como los diáconos (Felipe y Esteban); hay quienes hacen obras de caridad y repartía limosnas, como Tabita; hay quienes se dedican a la oración y tienen visiones de Dios, como Ananías, el que curó a Pablo de su ceguera; hay quienes están al frente de las comunidades que van surgiendo, como los episcopoi (obispos) y los presbíteros (de estos últimos se nos habla en la primera lectura de hoy);… S. Pablo ya escribía en sus cartas algunas de las cualidades que debían tener los ministros sagrados: “Es, pues, necesario que el epíscopo sea irreprensible, casado una sola vez, sobrio, sensato, educado, hospitalario, apto para enseñar, ni bebedor ni violento, sino moderado, enemigo de pendencias, desprendido del dinero, que gobierne bien su propia casa y mantenga sumisos a sus hijos con toda dignidad; pues si alguno no es capaz de gobernar su propia casa, ¿cómo podrá cuidar de la Iglesia de Dios? […] Es necesario también que tenga buena fama entre los de fuera, para que no caiga en descrédito y en las redes del Diablo. También los diáconos deben ser dignos, sin doblez, no dados a beber mucho vino ni a negocios sucios; que guarden el Misterio de la fe con una conciencia pura […] Los diáconos sean casados una sola vez y gobiernen bien a sus hijos y su propia casa” (1 Tm 3, 2-13).
- La Iglesia está impregnada de amor. Cuando la Iglesia es auténtica comunidad de fe en el mismo Dios, Creador y Salvador nuestro, surge inmediatamente el amor. Amor hacia Dios, pero amor también entre los creyentes. Por eso decía Cristo en el evangelio de hoy: "La señal por la que conocerán que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros". No amor de boquilla, sino amor concreto: que nos hace llorar con el que llora y reír con el que ríe; que nos hace compartir las penas y las alegrías, los bienes materiales y las necesidades espirituales, morales o materiales; que nos hace escuchar al que necesita hablar y acompañar al que se siente solo. Recuerdo un domingo de 1988, creo que era el 10 de junio. Estaba yo de cura en Taramundi y, después de celebrar las Misas en las parroquias, un matrimonio mayor de la villa de Taramundi me invitó a comer y en la sobremesa jugábamos a las cartas. Nos reíamos y lo estábamos pasando muy bien. En esto, hacia las 7 de la tarde, me vinieron a buscar el médico y el juez de paz. Resultó que un chico, de unos 26 años, se había ahorcado en una de mis parroquias y quisieron que los acompañara. Fuimos los tres a buscar al padre del chico y al hermano pequeño. Encontramos el cadáver aún colgado. No se podía mover nada hasta que el médico y el juez de paz dieran la orden. El chico llevaba desaparecido desde las 10 de esa mañana, le echaron de menos a la hora de comer, le salieron a buscar y le encontraron como a las 5 ó 6 de la tarde. Tenía la cuerda bien incrustada en su cuello, los labios llenos de saliva, pero ya verde y con moscas entre sus labios. Entre el padre, el hermano pequeño y yo lo descolgamos. Lo metimos en un Land Rover y las piernas sobresalían por detrás, pero no se doblaban por la rigidez de la muerte. Lo más terrible, sin embargo, fue cuando metimos al chico en la casa y la madre lo vio. Allí estaban acompañándola varias mujeres; mujeres cristianas que habíamos estado celebrando la Misa por la mañana. Acompañaban a esta madre desconsolada. Cuando regresé a Taramundi, el matrimonio mayor me esperaba para que siguiera jugando con ellos a las cartas, pues rara vez tenían visita y mucho menos al cura para que echara “unas manos” a las cartas con ellos. Amor concreto que comparte las penas y las alegrías