Domingo XXIX del Tiempo Ordinario (C) Domund

21-10-2007 DOMINGO XXIX TIEMPO ORDINARIO (C) (DOMUND) Ex. 17, 8-13; Slm. 120; 2 Tim. 3, 14-4, 2; Lc. 18, 1-8
Queridos hermanos:
- Celebramos hoy la Jornada del Domund y en España el lema que se nos propone para este año es “Dichosos los que creen”.
Llevo varios años de vicario episcopal. Todos los vicarios nos reunimos casi cada viernes del año con D. Carlos, nuestro Arzobispo, y con el Obispo auxiliar para dialogar sobre diversas situaciones de la Iglesia en Asturias y para tomar decisiones. Es normal que, desde finales de abril o primeros de mayo iniciemos en estas reuniones el asunto de los nombramientos de sacerdotes, bien porque pidan cambio, bien porque algunos hayan enfermado o se hayan jubilado… Estamos ahora en la segunda quincena de octubre y aún no hemos terminado de hacer los nombramientos, pues tenemos más parroquias y destinos que sacerdotes. Este año quedarán nuevamente algunas parroquias sin sacerdote. Cada vez hay menos sacerdotes y son cada vez más ancianos. Dice el Papa Benedicto XVI en el mensaje del Domundo a toda la Iglesia que, ante esta situación, las “Iglesias corren el peligro de encerrarse en sí mismas, de mirar con poca esperanza al futuro y de disminuir su esfuerzo misionero. Pero éste es precisamente el momento de abrirse con confianza a la Providencia de Dios, que nunca abandona a su pueblo y que, con la fuerza del Espíritu Santo, lo guía hacia el cumplimiento de su plan eterno de salvación.” Y, efectivamente, nos dice D. Carlos en su carta pastoral, con ocasión del Domund de este año, que nuestra diócesis de Oviedo no quiere encerrarse en sí misma. Por eso, un sacerdote asturiano, Luis Ricardo, que estaba de párroco en la Sagrada Familia de Las Vegas-Villalegre (Avilés) y de capellán en la cárcel de Villabona se ha ofrecido para irse de misionero a Aguarico (Ecuador). Mientras tenemos entre nosotros, en España, a tantas personas que vienen a ganarse el pan de cada día y a sacar adelante a sus familias ante tantas necesidades materiales como hay en Ecuador, Luis Ricardo deja su familia, sus amigos, su tierra natal, su país para irse… a Ecuador de misionero. También nos dice D. Carlos en su carta pastoral que hace muy pocos días despedía a un matrimonio (María y Alex), que se iban de misioneros para Chile.
¿Qué impulsa a Luis Ricardo a irse lejos de su familia y de su casa? ¿Qué impulsa a María y a Alex, que no son curas, a irse lejos de su familia y de su casa? ¿Qué impulsa a D. Carlos a dejar que Luis Ricardo, María y Alex se vayan con tanta necesidad como hay en Asturias de sacerdotes jóvenes, de matrimonios jóvenes y de cristianos jóvenes? PUES ES LA FE LO QUE LES IMPULSA A LOS CUATRO: La fe que recibieron en las aguas bautismales; la fe que creció en ellos por la catequesis y enseñanza de sus padres, de los sacerdotes y catequistas en las parroquias; la fe que se fue robusteciendo en los ratos de oración y de lectura espiritual; la fe que se afianzó ante las alegrías y los sufrimientos, pues en uno y otro momento siempre sentían de algún modo la presencia de Dios; la fe que, si les faltase, sería como si les quitasen el aire que respiran. Porque ¿qué otra cosa es la fe sino el amor de Luis Ricardo hacia Dios y sobre todo el amor de Dios hacia Luis Ricardo? ¿Qué otra cosa es la fe sino el amor de María hacia Alex y de Alex hacia María, y de ellos dos hacia Dios y sobre todo de Dios hacia ellos dos? D. Francisco, el obispo encargado en España de las Misiones nos narra esta experiencia personal: “El sacerdote de mi pueblo nos contaba a los niños la vida de Jesús con tal convicción que nos dejaba ‘con la boca abierta’. No eran narraciones bonitas como pudieran ser los cuentos o las fábulas; nos ayudaba a hacernos amigos de un Amigo que nunca habíamos conocido y del cual recuerdo que lo tuve como el mejor compañero. Creer, por lo tanto, no era saber muchas cuestiones o hacer cosas extrañas, sino vivir una amistad que vale más que ninguna otra cosa. En muchas ocasiones, a escondidas, me escapaba de casa para ir a visitarlo a la iglesia de mi pueblo, porque el sacerdote me decía que en el Sagrario –muy escondido-, allí estaba El. Era verdad, yo le sentía muy cercano. No me hablaba, pero me entendía; no jugaba, pero me divertía; no estudiaba, pero me enseñaba; no me acariciaba, pero me amaba; no le veía, pero le sentía. Yo le miraba y El me sonreía, me ayudaba y no me daba cuenta. ¡Qué feliz era cuando estaba a su lado! ¡Qué dicha la de creer!”
Y es que como fruto de la fe, que Dios nos ha regalado sin que nosotros lo merezcamos en modo alguno, surge la dicha y la alegría interior ; de la fe surge también la necesidad de compartir la certeza de ese Dios que me ama, pero que también ama a todo aquel con el que nos encontramos o con el que nos encontraremos. Quien tiene fe y es una fe auténtica, no se la guarda para sí mismo, no tiene miedo ni vergüenza, sino que habla de ella y la ofrece a los demás. Por todo esto, para el lema de este año se ha propuesto éste: “Dichosos los que creen”.
Sí, felices los que creen, porque nunca se encontrarán solos. Felices los que creen, porque tendrán la paz de Dios y la querrán compartir con los demás. Felices los que creen, porque tendrán la sonrisa en los labios y en los ojos como la niña del cartel de la propaganda de este año y tendrán la mirada limpia como ella. Os propongo para hoy o para algún día de esta semana que cojáis un folleto de la propaganda del Domund y que hagáis oración simplemente mirando el rostro luminoso y feliz de la niña, mirando también la sonrisa en los labios y en el corazón del Cristo resucitado que está detrás de la niña mientras coge la mano de Santo Tomás para ayudarle a metérsela en su costado abierto. Y mirad también, en vuestra oración, el rostro de Santo Tomás ansioso, pero aún incrédulo, y comparad ese rostro de Santo Tomás aún incrédulo y el rostro de la niña y de Jesús, que son dichosos por el Dios Padre que habita y que acogen en ellos.
- Termino con las últimas palabras del evangelio de hoy: “Cuándo venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?” Si viniera ahora mismo Jesucristo a esta catedral de Oviedo, a mi corazón… encontraría esta fe que acabamos de describir. ¿No? Pues pidámosela:
Señor, dame la alegría de tu fe, la alegría de tu presencia,
la alegría de compartirte con mis hermanos los hombres.
Señor, no me dejes, aunque te deje.
Señor, tenme siempre dentro de tu Iglesia santa y pecadora.
Señor, esto que te pido para mí, también te lo pido para los que conozco
y para los que no conozco.
Señor, te pido por todos aquellos que han dejado su familia,
sus amigos, su casa, su país
y se han ido por el mundo para anunciarte
y para compartirte con todos los hombres que encuentren.
Amén