Domingo XXX del Tiempo Ordinario (C)

28-10-2007 DOMINGO XXX TIEMPO ORDINARIO (C) Eclo. 35, 12-14.16-18; Slm. 33; 2 Tim. 4, 6-8.16-18; Lc. 18, 9-14

Queridos hermanos:
- En este domingo hemos escuchado la parábola del fariseo y del publicano.
El fariseo es un hombre fiel a las normas religiosas en grado sumo: 1) Aunque sólo estaría obligado a ayunar una vez al año, él lo hace dos veces a la semana. En estos dos días a la semana el fariseo no come ni bebe nada, ni agua siquiera. 2) El fariseo paga el diezmo de todo lo que tiene, aunque no tiene obligación de ello, pues el pago del diezmo es obligatorio para el productor y no para el consumidor. 3) Además, el fariseo no roba, no es adúltero, no comete injusticias. Realmente este fariseo es una ‘joya’ y una maravilla de ‘hombre religioso’.
El publicano, en cambio, es un traidor a su patria y a sus compatriotas por colaborar con el ejército invasor, con los romanos. Es ladrón y usurero, sanguijuela de los pobres, huérfanos y viudas, es avaro y estafador. El publicano se da cuenta que, ante Dios, tiene las manos vacías y manchadas.
Sin embargo y a pesar de todo lo dicho anteriormente, quien obtiene el favor y la salvación de Dios es el publicano y no el fariseo. ¿Por qué? ¿Qué mal ha hecho el fariseo? El no miente sobre su observancia y sobre su fidelidad a la religión. ¿Qué ha hecho, en cambio, el publicano para obtener el favor de Dios? En realidad, el fariseo no hace una oración de agradecimiento a Dios por la fe que Éste le ha dado, sino que su oración es un enunciar sus propios méritos, pues las obras que hace van más allá de los exigido por la Moisés, y Dios TIENE que recompensarle por ello. Su religiosidad se convierte en un ‘autobombo’, que le hace despreciar a los demás, porque los demás están por debajo de él. Por otra parte, cuando hablamos y actuamos los gestos son importantes. Fijaros en los gestos del fariseo: en el templo se queda muy cerca de Dios, pues tiene derecho a ello y trata a Dios casi de un igual a igual; el fariseo se planta firme ante Dios y con la cabeza bien alta y con la mirada firme; el fariseo mira a los demás por encima del hombro… En realidad, el fariseo no se reconoce culpable de nada, ni necesitado de nada ni de nadie, ni siquiera de la salvación de Dios. Y esto es precisamente lo que le cierra el corazón de Dios, al cual no necesita para nada.
Veamos qué pasa con el publicano y cómo es su postura física en el momento de orar. Éste se queda en la parte de atrás del templo, pues tiene vergüenza de acercarse a Dios; está con los ojos bajos; y se golpea el pecho constantemente. Y es que el publicano, al entrar en contacto con Dios, se siente urgido a una conversión radical de vida. Habla a Dios con humildad y de inferior a superior. Confiesa la necesidad que tiene del perdón, del amor y de la salvación de Dios: “¡Oh Dios, ten compasión de este pecador!” Y es este hombre, el publicano, quien recibe la salvación de Dios.
Al dar Dios su paz al publicano y no al fariseo, se cumplen así las palabras de la primera lectura: “Los gritos del pobre atraviesan las nubes y hasta alcanzar a Dios no descansa." Se cumplen las palabras de la Virgen María ante su prima Isabel: “Dios dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes; a los hambrientos los colma de bienes, y a los ricos los despide vacíos” (Lc. 1, 51s). Finalmente, se cumplen las palabras de Jesús en este evangelio: “Todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.”
Para alcanzar la salvación de Dios y su favor hemos de aprender del publicano:
* Ante Dios nadie hay inocente. Todos tenemos algún pecado o más bien muchos pecados. El domingo pasado iba yo hacia las 10 menos cuarto de la mañana para orar en la catedral antes de celebrar la Misa de 11. Había algunos chicos que regresaban de la juerga nocturna y uno de ellos me dice: “Cura, soy un pecador”. Y a continuación añade: “Yo no creo en Dios”. Sólo es pecador quien cree en Dios y quien tiene una relación de fe y de amor con Dios. Si esto no es así, no hay pecados; hay fallos o errores. Pecador es aquella persona que actúa contra el plan de Dios y lo hace de modo consciente, tanto porque tiene certeza de la existencia de Dios, como de su voluntad y actúa contra ella. Repito, por tanto, el hombre creyente sabe que, ante Dios, uno siempre falla, pues El es el único Santo y uno es pecador.
* Si el hombre creyente se ve pecador (como el publicano), entonces se puede reconocer necesitado del perdón de Dios, de la salvación de Dios, del amor misericordioso de Dios. El hombre creyente y pecador se sitúa siempre en humildad ante Dios.
* El hombre creyente pecador no mira por encima de los hombros a los demás hombres, porque él no es mejor que ellos. Si los demás pecan, él también. Si los demás necesitan de Dios, él también. Por ello el hombre creyente pecador no juzga ni condena.
* El hombre creyente pecador tiene actos y gestos de humildad y de confianza ante Dios. No ve denigrante arrodillarse ante un sacerdote para pedir perdón, ante un sagrario para orar a su Amado. ¡Cuánto me impresiona siempre ver a personas arrodillarse para recibir el Sacramento de la Penitencia! ¡Cuánto me impresionan las personas que hacen la genuflexión ante el sagrario o se arrodillan en el banco para orar o hacen la señal de la cruz en la calle o en el templo! Estos días estuve enfermo de gripe en la cama y vino un joven a confesarse y a hacer dirección espiritual. Al terminar y estirar yo la mano, desde la cama, para darle la absolución, el joven estiró su cabeza para que mi mano tocara su cabeza y sentir así el perdón de Dios.
- Hoy, 28 de octubre, domingo, en la Plaza de San Pedro del Vaticano, van a ser beatificados 498 mártires españoles. Dentro de esos mártires, hay un grupo numeroso de asturianos que fueron mártires aquí en nuestra tierra y otros en otros lugares de España, aunque en la celebración de hoy no están todos los fueron martirizados. Estos mártires dieron su vida, en diversos lugares de España, en 1934, 1936 y 1937. Son los obispos de Cuenca y de Ciudad Real, varios sacerdotes seculares, numerosos religiosos -agustinos, dominicos y dominicas, salesianos, hermanos de las escuelas cristianas, maristas, distintos grupos de carmelitas, franciscanos y franciscanas, adoratrices, trinitarios y trinitarias, marianistas, misioneros de los Sagrados Corazones, misioneras hijas del Corazón de María-, seminaristas y laicos, jóvenes, casados, hombres y mujeres.
Podemos destacar como rasgos comunes de estos nuevos mártires los siguientes: fueron hombres y mujeres de fe y oración, particularmente centrados en la Eucaristía y en la devoción a la Santísima Virgen; por ello, mientras les fue posible, incluso en el cautiverio, participaban en la Santa Misa, comulgaban e invocaban a María con el rezo del rosario; eran apóstoles y fueron valientes cuando tuvieron que confesar su condición de creyentes; disponibles para confortar y sostener a sus compañeros de prisión; rechazaron las propuestas que significaban minusvalorar o renunciar a su identidad cristiana; fueron fuertes cuando eran maltratados y torturados; perdonaron a sus verdugos y rezaron por ellos; a la hora del sacrificio, mostraron serenidad y profunda paz, alabaron a Dios y proclamaron a Cristo como el único Señor.
El Papa Juan Pablo II llegó a escribir de los mártires, de todos los mártires: “quiero proponer a todos, para que nunca se olvide, el gran signo de esperanza constituido por los numerosos testigos de la fe cristiana que ha habido en el último siglo, tanto en el Este como en el Oeste. Ellos han sabido vivir el Evangelio en situaciones de hostilidad y persecución, frecuentemente hasta el testimonio supremo de la sangre. Estos testigos, especialmente los que han afrontado el martirio, son un signo elocuente y grandioso que se nos pide contemplar e imitar. Ellos muestran la vitalidad de la Iglesia; son para ella y para la humanidad como una luz, porque han hecho resplandecer en las tinieblas la luz de Cristo […] Más radicalmente aún, demuestran que el martirio es la encarnación suprema del Evangelio de la esperanza”.
Y es que en los mártires se cumplen las palabras de las lecturas de hoy: “Los gritos del pobre atraviesan las nubes y hasta alcanzar a Dios no descansan; no ceja hasta que Dios le atiende, y el juez justo le hace justicia”; los mártires gritaron al Señor y clamaron por el perdón de sus ejecutores y Dios les escuchó. “El Señor seguirá librándome de todo mal, me salvará y me llevará a su reino del cielo. A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén”; Dios libró a los mártires del Maligno y los llevó a su Reino de gloria. Allí los mártires alabarán a Dios por los siglos de los siglos, e interceden por nosotros.