Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario (C)

18-11-2007 DOMINGO XXXIII TIEMPO ORDINARIO (C)
Mlq. 4, 1-2a; 3, 19-20; Slm. 97; 2 Ts. 3, 7-12; Lc. 21, 5-19
Queridos hermanos:
Estamos ante el penúltimo domingo del este año litúrgico. El siguiente domingo será ya el de Cristo Rey y con él terminaremos el año. Habitualmente en este mes de noviembre la Iglesia nos propone lecturas y evangelios que nos hablan de muerte, de resurrección, del fin del mundo y de persecuciones. En efecto, en el evangelio de hoy se nos dice por parte de Jesucristo: “Os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores, por causa mía. Así tendréis ocasión de dar testimonio […] Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os traicionarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa mía. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.” Jesús nos habla a sus discípulos y nos anuncia que, por seguirlo a él, por ser discípulos suyos seremos perseguidos de un modo u otro: nos arrastrarán a la cárcel, nos quitarán los bienes, nos quitarán la fama, nos quitarán el trabajo, seremos traicionados por nuestros propios amigos y familiares más íntimos, nos odiarán, se burlarán de nosotros. Nos pondrán en la disyuntiva de decidirnos por conservar nuestros bienes materiales o nuestra fe, por conservar nuestra fama ante los demás o nuestra fe, por conservar nuestro trabajo o nuestra fe, por conservar nuestros amigos o nuestra fe, por conservar nuestros familiares más íntimos o nuestra fe… ¡¡Qué duro resulta caminar contra corriente y en la más espantosa de las soledades cuando queremos ser fieles a Dios!! Pero Jesús nos dice que, si perseveramos en nuestra fe y en nuestro amor a Dios Padre, salvaremos nuestras almas.
Desde la experiencia de la Iglesia y de tantos y tantos cristianos sabemos que hay persecuciones cruentas, es decir, con derramamiento de sangre. Un caso que cuento con mucha frecuencia se refiere a una niña que vivía en El Salvador hacia 1980. Tenía unos 12 años. En su aldea no estaba habitualmente el sacerdote, sino que éste iba por allí cada 3 ó 4 meses. Había en la aldea una capilla en donde se reunía cada domingo la comunidad de creyentes, leían la Palabra de Dios, oraban y cantaban a Dios. En aquellos momentos existía en el país una confrontación entre el ejército y los guerrilleros. Pues bien, un domingo llegó una patrulla del ejército al poblado y entró en la capilla. Casi toda la gente de la aldea estaba en aquel recinto. El capitán con una pistola en la mano les acusó a todos de ser guerrilleros y la gente lo negaba. El capitán cogió el crucifijo que estaba sobre el altar, lo tiró al suelo y ordenó que fueran saliendo todos, pero, antes de salir, debían de escupir al crucifijo. Quien no lo hiciera así, sería fusilado. Hubo un silencio muy tenso y, al cabo de unos minutos interminables, salió primero un hombre de la aldea y escupió al Cristo. El escupitajo le cayó en pleno rostro a Jesús. Inmediatamente se adelantó la niña de 12 años, se arrodilló ante el crucifijo y aplicó sus labios en donde había caído el escupitajo y besó a su Amado Jesús. El capitán, al ver aquello, aplicó la pistola a la cabeza de la niña, le pegó un tiro y la mató. El padre de la niña se tiró a su hija y la abrazaba llorando. El capitán se quedó cortado y ordenó a sus hombres retirarse del poblado. Esta niña murió por Jesús y salvó su alma. Yo me pregunto en muchas ocasiones qué habrá sido del hombre que salvó su vida al escupir el crucifijo, y rezo por él y por mí, porque yo soy él en muchas ocasiones.
En otras ocasiones hay también persecuciones incruentas, es decir, sin derramamiento de sangre. Estas últimas son las que más, estadísticamente hablando, nos pueden tocar a nosotros. Como dice el Papa Benedicto XVI en su libro de Jesús de Nazaret, para esta sociedad moderna y occidental la fe en Dios debe de estar circunscrita únicamente al ámbito privado e íntimo de la persona y no debe de salir al exterior (pg. 60). Si sale al exterior, entonces se pueden producir burlas y desprecios. Voy a contaros algún ejemplo de esto: 1) Recuerdo el caso de un soldado, cuando existía el servicio militar en España, que, a la hora de acostarse en el pabellón de literas, él se arrodilló, como hacía habitualmente en su casa antes de acostarse, y se pudo a orar. Sus compañeros reclutas que lo vieron en esta postura se arremolinaros a su alrededor y comenzaron a mofarse de él. Un capitán que pasaba por allí, al ver el tumulto y pensando que podía ser una broma pesada que gastaran a un novato, se acercó para poner orden. De un vistazo se dio cuenta de la situación y les dijo a todos que aquel chaval tenía más “coj…” que todos los demás juntos, pues estaba rezando a Dios independientemente de lo que pensaran o dijeran el resto, mientras que ellos nunca se atreverían a mofarse de este chico de uno en uno. 2) Hace un tiempo leí en un libro, que se titula “Ligar con Dios” en donde unas chicas, que se metieron a monjas de clausura, cuentan alguna experiencia de burla por defender su fe: “Me acuerdo ahora de un desprecio que sufrí. Conocía a un chico al que intentaba “convertir”; discutía con él sobre la existencia de Dios o la virginidad de María. Yo no sé de dónde me salían las palabras, pero tenía un celo infatigable por la gloria de Dios. Un día, en que vi a ese chico hablando con sus amigos –había mucha gente alrededor- noté que no cesaban de mirarme y se reían entre sí. De pronto, se me acerca y me dice: ‘Oye, tú que tanto defiendes a Cristo y sigues el Evangelio, si te abofeteo en una mejilla, ¿pones la otra?’ Yo me quedé parada unos instantes, sin saber qué responderle. Veía a los amigos riéndose y a tanta gente a nuestro alrededor… Si decía que sí, me iba a llevar unos cuantos tortazos; y si decía que no en ese momento, era para mí traicionar a Jesús, siguiéndole con palabras y no con obras. Entera y serena le dije: ‘Sí, la pongo’ En décimas de segundo me arreó un tortazo en una mejilla y me dijo: ‘¿Pones la otra?’ Yo, con los ojos en el suelo y colorada de vergüenza, le dije: ‘Sí’. Y me pegó una y otra y otra vez… De repente, se quedó confundido, y paró. La gente no me sacaba ojo; los amigos se quedaron corridos y él aún más. Yo le miré y le dije: ‘¿No sigues?’ Hubo un silencio y continué: ‘Yo seguiré siempre a Cristo, aunque tenga que poner mil veces la mejilla’. Y viendo que no me decía nada, me fui ‘alegre de haber merecido aquel ultraje por el nombre de Jesús.’” 3) Teniendo yo 16 años y estando cursando 6º de bachiller en el Instituto de Virgen de la Luz de Avilés se me acercó un compañero y me preguntó si era cierto que yo iba a ir para el Seminario el curso siguiente. Esto sí que era cierto, pues COU ya lo cursé en Oviedo. Pensé que, si decía que sí, iba a ser la rechifla de todos mis compañeros el resto del curso escolar y entonces dije que no al que me preguntaba, le dije que no era cierto. Aquella negativa mía por miedo a la burla me acompaña en muchas ocasiones. Le pedí perdón a Dios por ello muchas veces y sé que, a pesar de todo lo que Jesús hizo por mí siempre, yo soy capaz de volver a hacerlo, es decir, soy capaz negarle una vez más como Pedro, o de traicionarle como Judas.
¡¡Señor, concédenos ser siempre fieles a ti y a tu santo evangelio en medio de las persecuciones cruentas e incruentas, y nunca te separes de nosotros para que así podamos SALVAR NUESTRAS ALMAS. Amén!!