Domingo II de Adviento (A)

9-12-2007 2º DOMINGO ADVIENTO (A)
Is. 11, 1-10; Slm. 71; Rm. 15, 4-9; Mt. 3, 1-12
Queridos hermanos:
¿Cómo se hace una homilía? Pues es muy sencillo: en un lado se pone el evangelio de Jesucristo y en otro la vida ordinaria. La homilía es juntar las dos cosas en una. ¿Qué me dice el evangelio para mi vida? ¿De qué manera mi vida se puede adecuar al evangelio?
Recibía el jueves un correo de una madre preocupada por uno de sus hijos. Este está casado, tiene un niño pequeño y su mujer está embarazada de varios meses. Este joven matrimonio tiene una hipoteca por pagar y hace muy pocos días que a él lo han despedido del trabajo. Aquí va el relato de la madre: “no sé aún si llevará mi hijo a juicio a la empresa por despido improcedente. La causa es desobediencia a superior, que le dijo a las 7:25 p.m. (la salida es a las 7:30, y está allí desde las 8:30 a.m.) que hiciera un inventario en un lugar al aire libre y sin luz, que le hubiera llevado unas tres horas. Mi hijo alegó para no hacer el inventario esto y, además, que tenía que llevar al niño al médico-¡cierto!-, que su mujer estaba embarazada y que al día siguiente estaría allí a primera hora. A las 4:30 a.m. estaba allí para iniciarlo y también su jefe con el finiquito en mano... que si no se iba inmediatamente llamaba ¡al guarda! Que pasase al día siguiente por el despido; así lo hizo y al entregárselo le alabó mucho su profesionalidad, interés, trabajo bien hecho..., pero con el despido en mano. ¿Qué te parece? Lo siento por su curriculum, pero quizás haya sido lo mejor, ya no lo sé. Si gana el juicio me imagino que su imagen quedará limpia…”
Hace unos días saltaba una noticia a los medios: había varios detenidos por la práctica de abortos ilegales en diversas clínicas privadas de Barcelona. Entonces leí una información en el diario ABC, en donde una chica, con el seudónimo de Sole, relataba su experiencia de abortar: “‘Fue en fin de semana para no faltar al trabajo. Acudí con mi pareja y quedé sobrecogida’, relata. Sole refiere la frialdad de estas clínicas y de algunos de sus profesionales. El centro estaba ‘de bote en bote; había muchas chicas, la mayoría iberoamericanas y solas’. En la sala ‘hay que esperar a que te llamen y, cuando eres requerida, pasas a una estancia donde te toman una muestra de sangre (para saber tu grupo y calcular el precio) y te hacen una ecografía que precise las semanas de gestación’. Una vez comprobado el tiempo de embarazo, es un psicólogo el que recibe a la paciente, y ‘me aseguró que mi decisión no tendría consecuencias psicológicas’. A los especialistas no les gusta que les interroguen y Sole lo hizo con profusión: ‘Tanto, que ya me miraban mal y llegaron a decirme que estaba a tiempo de irme’. La última consulta, a la que le permiten entrar con su novio, es con un internista que rellena un formulario sobre las enfermedades de la paciente. Pero ni palabra de los supuestos legales a los que puede acogerse: ‘Aunque yo estaba dentro de la legalidad, la información fue escasa’. Finalmente, y una vez garantizado el paso que Sole va a dar, es el momento de abonar el importe (500 €). Tras el desembolso, ha llegado el momento. La joven es trasladada a una salita con otras pacientes que esperan su turno. ‘A mí me pareció de una falta de intimidad tremenda. Abortamos de cuatro en cuatro. Fue tan frío como entrar en una fábrica de tornillos’. A Sole la condujeron a una sala, donde esperaban otras tres chicas. ‘En esa habitación, algunas lloraban’, recuerda. A las cuatro se les informó que el método que se iba a usar es el de succión. Y continúa: ‘Miré el reloj al ir al quirófano y eran las 9:55. Cuando desperté no eran las 10:10. Me sentí fatal pero todo había pasado’. Y la despedida: ‘Me pidieron que me bajara la ropa interior en medio de la sala para comprobar que no manchaba. Después, me hicieron andar por si me mareaba, me dieron un caramelo y, hala, a casa. Fue tan frío y humillante que no volvería a hacerlo. Quiero olvidar.’” Sí, fue frío y humillante para las chicas, para las mujeres, pero… PARA LOS NIÑOS MUERTOS ¿QUÉ FUE?, añado yo.
Me preguntaréis que a qué vienen estos dos relatos. Pues vienen a lo que se nos pide en el evangelio de hoy por labios de S. Juan Bautista: “Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos.” Sí, Dios nos pide en este tiempo de Adviento una conversión de nuestra vida. Decía S. Francisco de Asís que, cualquier pecado que hiciera cualquier hombre, era él mismo capaz de hacerlo. Cualquiera de nosotros puede ser el jefe de ese chico y desde la soberbia y desde la ira somos capaces de despedir a alguien y hundirlo laboral, económica, familiar y psicológicamente. Cualquiera de nosotros puede quedarse embarazada, o dejar embarazada o tener una hija o una nieta embarazada, y decidir que lo más corto, que el mejor atajo es abortar. Yo nunca me he creído que los nazis alemanes de la 2ª guerra mundial fueron muy malos… por ser nazis y por ser alemanes. NO. Para mí ESO (los crímenes cometidos entre 1930 y 1945) lo hicieron los hombres, y no simplemente los nazis alemanes. Pues también fueron hombres (seres humanos) los serbios que violaron sistemáticamente a mujeres bosnias hacia 1994; también fueron seres humanos los iraquíes que, con un destornillador, sacaban los ojos a los prisioneros kuwaitíes en el verano 1990, y un largo etcétera.
Por todo esto, la llamada a la conversión de S. Juan Bautista y, en definitiva, de Dios no va dirigida simplemente a los nazis alemanes, ni a los serbios, ni a los iraquíes, ni a los jefes de las empresas, ni a las mujeres que abortan, ni a los que trabajan en estas clínicas abortistas… Su llamada a la conversión va dirigida a todos los seres humanos, es decir, a nosotros, a quienes estamos hoy aquí, en la catedral de Oviedo, o en cualquier otro lugar y en cualquier tiempo.
Para lograr y trabajar por esta conversión hemos de mirarnos en el espejo de S. Juan Bautista: 1) Nos dice el evangelio que “Juan llevaba un vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre.” Sí, como os decía el domingo pasado, es necesario escapar del consumismo desaforado en que se no quiere meter. Juan vestía humildemente y se alimentaba sencillamente. Ninguno de nosotros podrá convertirse a Dios si antes no deja el consumismo, los gastos superfluos y no pone su corazón en las cosas materiales que tiene o que le rodean. 2) Si queremos caminar hacia la conversión, hemos de seguir leyendo el evangelio de hoy: “Y acudía a él toda la gente de Jerusalén, de Judea y del valle del Jordán; confesaban sus pecados; y él los bautizaba en el Jordán.” Sí, es necesario salir de donde estamos y caminar hacia Dios. Una vez que estemos ante Dios ya viviendo en austeridad, podremos ver nuestras faltas y pecados, y confesaremos a Dios estos pecados. Y entonces el nos bautizará con su perdón y con su paz. Mmm, ¡qué gusto sentir el perdón y la paz de Dios en nuestro corazón y en nuestro espíritu! Mmm, ¡qué gusto sentirse libre de “cacharritos”, de viejas culpas y de viejas esclavitudes, y percibir el perdón, la paz y el amor de Dios!
Si hacemos todo esto, entonces sí que se cumple en nosotros el mandato de S. Juan Bautista: “‘Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos.’” Por ello, es bueno elaborar y tratar de cumplir el plan de Adviento que os proponía el otro domingo; porque ese plan nos sirve para preparar el camino del Señor, para allanar los senderos por los que Él viene a nuestras vidas, a nuestras familias, a nuestra ciudad, a nuestra sociedad.
Pero, ¿de qué convertirnos? Del pecado profundo que anida en nuestro corazón y tiene múltiples manifestaciones: egoísmo, soberbia, agresividad, violencia, lujuria, mentira, desamor, clasismo, doblez, apatía, desesperanza… para empezar a ser altruistas, generosos, humildes, pacíficos, castos, serviciales, acogedores, sinceros y testigos de la esperanza. Ser cristiano, estar convertido al Reino de Dios, es un reto exigente, es tensión perenne, es algo siempre inacabado porque no es un título de fin de carrera. Nunca somos buenos definitivamente, pues el ideal de perfección está muy alto: sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto.