Domingo III de Adviento (A)

16-12-2007 3º DOMINGO ADVIENTO (A)
Is. 35, 1-6a.10; Slm. 145; Sant. 5, 7-10; Mt. 11, 2-11
Queridos hermanos:
- Nos cuenta el evangelio de hoy que S. Juan Bautista estaba en la cárcel. Él, que era un hombre de desiertos y de amplios horizontes, estaba entre cuatro paredes húmedas y malolientes. Juan oyó en la cárcel hablar de Jesús y de las obras que éste hacía, pero no sabía si Jesús era el Mesías esperado o no. Ciertamente, cuando lo bautizó en el Jordán, pensaba que era él, pero ahora parece que no estaba del todo seguro. Esto mismo nos pasa a nosotros: ¡Cuántas veces hemos tenido la certeza de la presencia de Dios en nuestras vidas, cuántas veces le hemos dicho que no le fallaremos nunca…, pero las dudas nos asaltan en determinados momentos o etapas de nuestra vida!: ‘Parece que ahora estoy más frío en la fe’, ‘antes rezaba más’, ‘no avanzo nada y siempre confieso los mismos pecados’, ‘¿tendrán razón aquellos que dicen que Dios no existe?, ‘y es que el mal triunfa siempre’…
Por todo esto digo que es normal que dudemos, pues lo mismo le pudo suceder a S. Juan Bautista. De hecho, él envió a unos discípulos suyos a preguntar a Jesús: “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?” Es decir, se le pregunta a Jesús si realmente es él el Mesías esperado, el salvador de los hombres. Si no es Jesús, entonces habrá que buscar en otra parte…
El jueves me enseñaban unas hojas firmadas, en donde una persona pedía su baja de la Iglesia Católica y quería que le borrasen de todos los archivos de la parroquia, por ejemplo, del libro de bautismos. Esto está siendo bastante habitual últimamente en España. En los años que estuve en Alemania, de capellán de españoles emigrados o ayudando en una parroquia alemana, observé cómo bastante gente, sobre todos jóvenes, pedía su baja de la Iglesia Católica. También he de decir que de igual modo muchas personas se daban de baja de las iglesias protestantes. Y pienso que todas estas personas se dan de baja, porque no esperan que la Iglesia Católica sea su salvadora ni su ayuda; tampoco lo esperan de las iglesias protestantes ni de otras religiones. Pero se me plantea una pregunta: De acuerdo, la Iglesia Católica y las iglesias protestantes y otras religiones no les ayudan ni les dan sentido a sus vidas, pero estas personas, ¿esperan que Dios, y sólo El, fuera de cualquier religión organizada, les salve y dé sentido a su vida? La impresión que tengo es que se rechazan las religiones organizadas, pero también se rechaza a Dios y, si esto no se hace teóricamente, sí que se hace en la práctica. Quizás mucha gente esté hoy en un sálvese el que pueda, en un individualismo muy fuerte, y viva sólo de lo material (ansiando lo material y apoyándose sólo en lo material): un buen empleo, un buen sueldo, buena salud, buena casa… y no se plantee nada más.
Pero ahora voy a circunscribir la pregunta a quienes estamos hoy aquí y ahora: En este tiempo de Adviento, ¿creemos y esperamos realmente que sea Jesús nuestro salvador, nuestro Mesías, nuestro Dios? ¿En qué se nota esto? ¿Esperamos en otro lado lo que no recibimos de Jesús?
- Veamos qué contesta Jesús a la pregunta[1] que le hacen de parte de S. Juan Bautista: "Los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan lim­pios y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia". Y en la primera lectura se nos dice qué les pasa a aquellos que ven a Dios: "Ellos verán la gloria del Señor, la belleza de nuestro Dios... Pena y aflicción se alejarán".
Sí, hemos de contestarnos a nosotros mismos, pero también a todos aquellos que nos pregunten y nos vean, que realmente es sólo Jesús quien nos hace ver y nos quita la ceguera de nuestro ser; es sólo Jesús quien nos hace caminar y nos da fuerzas para seguir adelante en nuestra vida diaria; es sólo Jesús quien nos hace oír las palabras de Dios y las necesidades de los hombres que tenemos a nuestro alrededor; es sólo Jesús quien nos resucita cada día y nos da realmente vida; y es sólo Jesús quien nos da la alegría de vivir el día de hoy.
Si me permitís, voy a transcribiros una vez más palabras de esta mujer enferma, de la que ya os hablé el primer domingo de Adviento y a la que fui otra vez a ver este lunes pasado. Repito lo ya dicho: hay que estar a su lado con una grabadora, pues no tiene desperdicio nada de lo que dice, y ver su rostro transido de paz y de serenidad es una gozada. Lo dicho; ahí van más perlas de esta mujer:
* Me decía que la otra vez, cuando recibió la unción de enfermos, no notó el efecto en aquel instante, pero al día siguiente se sentía más fuerte, físicamente hablando, y más animosa. Y esto lo achacaba al sacramento recibido.
* Decía que se encontraba algo mejor y que, si finalmente se curaba, sería gracias a Dios. Pero si Dios la llevaba con Él, entonces también era gracias a Dios. “Yo siento paz y, mientras la sienta, quiere decir que Dios me lleva con El.”
* Decía: “Noto que nada de lo que me hacen o me dicen me parece mal. Sin ningún esfuerzo por mi parte, todo lo disculpo. También es verdad que todos me tratan muy bien y son muy buenos conmigo.”
* “¡Cuánto noto la oración que hacen por mí! ¡Qué poder tiene la oración!”
* “¡Qué alegría poder recibir otra vez los tres sacramentos (penitencia, unción y comunión)!”, dijo esta mujer al llegar yo este lunes.
Yo creo que en esta mujer se ha cumplido perfectamente el evangelio de hoy, pues ella siente y vive cómo Jesús le anuncia la Buena Nueva. También se cumple en ella la profecía de Isaías: "Ellos verán la gloria del Señor, la belleza de nuestro Dios... Pena y aflicción se alejarán". En efecto, ella, desde el lecho del dolor, ve la gloria de Dios y la belleza de Dios. Ella, desde el lecho del dolor, siente cómo la pena y la aflicción se alejan de sí. Esta mujer no espera por otro Mesías ni por otro salvador distinto de Jesús, el Hijo de Dios. Para ella el Adviento, la preparación de la venida de Jesús, está siendo este mes de diciembre de 2007 una hermosa realidad.
¡Señor Jesús, nosotros también esperamos por ti y no por ningún otro! ¡Abre nuestros ojos, nuestros oídos, limpia nuestro ser lleno de lepra, haznos andar, danos vida y anúncianos la Buena Noticia!
[1] “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?”