Epifanía (A)

6-1-2008 EPIFANIA (A)
Is. 60, 1-6; Slm. 71; Ef. 3, 2-3a.5-6; Mt. 2, 1-12


Queridos hermanos:
En el evangelio de hoy veo dos grupos de personas, que de manera distinta se sitúan ante el nacimiento de Jesús: por una parte están los judíos y por otra los magos de oriente.
- Los judíos, con el rey Herodes a la cabeza, son los herederos de las promesas de salvación que Dios hizo un día. Dios prometió a Abraham que de él vendría un gran pueblo y la salvación para los judíos y después para todos los hombres. Esta promesa fue renovada por Dios ante Isaac, ante Jacob, ante Moisés y ante todos los profetas. Los judíos eran conocedores de esta promesa y esperaban con ansia la salvación que vendría de mano del Mesías. Veíamos estos días de atrás como el profeta Isaías anunciaba, cientos de años antes de que sucediera, que el Mesías iba a nacer de una doncella y que el niño sería Dios mismo: “la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa ‘Dios-con-nosotros’” (Is. 7, 14). Asimismo, cuando el rey Herodes preguntó a los sumos sacerdotes y escribas dónde iba a nacer este Mesías, ellos supieron decírselo inmediatamente, pues leyeron la Biblia y en ella estaba escrito que “en Belén de Judea, porque así lo ha escrito el profeta: ‘Y tú, Belén, tierra de Judea, no eres ni mucho menos la última de las ciudades de Judea, pues de ti saldrá un jefe que será el pastor de mi pueblo Israel’” (Mt. 2, 5-6). Pero también resulta sorprendente que el profeta Isaías, una vez más cientos de años antes de suceder, incluso profetizó la venida de los magos de oriente guiados por una luz para adorar al Mesías. Mirad la primera lectura: “¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti! […] Y caminarán los pueblos a tu luz, los reyes al resplandor de tu aurora […] Te inundará una multitud de camellos, de dromedarios de Madián y de Efá. Vienen todos de Saba, trayendo incienso y oro, y proclamando las alabanzas del Señor.”
Resulta muy extraño que muchos de los judíos del tiempo de Jesús, que esperaban la venida del Mesías de Dios, que sabían que éste nacería de una virgen, que sería Dios mismo, que nacería en Belén, que habría una estrella que guiaría a unos extranjeros trayendo oro, incienso y otros regalos para este Mesías no hubieran sabido antes que nadie de su nacimiento y no hubieran ido corriendo a Belén. Todo lo más que hicieron, nos dice el evangelio, fue sobresaltarse y querer que fueran los extranjeros a cerciorarse de la noticia. Herodes quiso matar al Mesías, porque podía hacerle sombra, pero el resto de judíos que había en Jerusalén se quedaron muy a gusto en sus casas y en su ciudad sin desplazarse hasta el poblado de Belén, que distaba entre 15 y 20 Km.
- El segundo grupo del que hablamos hoy es el de los magos de oriente, es decir, unos extranjeros y paganos. Hay unas palabras muy fuertes que usaban algunos judíos –según mis noticias- cuando oraban a Dios: ‘Te doy gracias, Señor, porque no me has creado ni mujer, ni animal, ni pagano.’ Ser pagano era muy negativo para los judíos. Significaba estar condenado en vida, puesto que desconocía la fe verdadera y no sabía el camino para encontrar a Dios y para salvarse. De hecho, los judíos fervorosos no querían entrar en casa de los paganos para no ensuciarse ni perder su pureza. ¿No recordáis cómo los judíos no quisieron entrar en la casa de Poncio Pilatos, cuando iban a crucificar a Jesús, para no incurrir en impureza y tuvo aquel que salir fuera para hablar con ellos? Por eso, los judíos procuraban vivir aparte en las ciudades paganas y no dar a sus hijas en matrimonios a jóvenes paganos, o viceversa, salvo que los paganos se convirtieran al judaísmo.
Pues bien, son unos magos de oriente quienes, estudiando el firmamento y sus constelaciones de estrellas, descubrieron una muy particular y se pusieron en camino para seguirla. Esta estrella les llevó a Jesús, el Mesías salvador. “Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y de pronto la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño. Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra.”
- ¿Por qué los judíos, que eran los depositarios de las promesas de Dios y descendientes del mismo Abraham, no reconocieron a Jesús como el Hijo de Dios, el Emmanuel, el Mesías salvador? ¿Por qué los judíos que conocían todas las profecías y todos los detalles de la venida y del nacimiento del Mesías no lo reconocieron como tal? ¿Por qué unos magos paganos, sin saber nada de las Sagradas Escrituras, sin ser depositarios de las promesas divinas y sólo guiándose por una criatura de Dios (la estrella) y no por la Palabra de Dios fueron capaces de reconocer y adorar al Mesías? ¿Por qué?
Estas son preguntas que me hago y que ahora os hago a vosotros. Alguna de las respuestas que me doy es que no importan tanto la raza, ni la historia de un pueblo determinado. No importa tanto la Biblia ni el estar cerca del milagro o del acontecimiento. Lo que realmente importa es tener un corazón abierto a Dios y a las cosas de Dios. ¿Recordáis aquel refrán que dice que da Dios guantes a quien no tiene manos? Muchas veces, cuando estuve de cura por la zona de Taramundi, veía las ganas que tenían tantos feligreses míos de las aldeas más remotas de poder acudir a las Misas, y a Cursillos de Cristiandad, y a ejercicios espirituales, y a charlas formativas…, pero no podían por el trabajo con el ganado, por ser demasiado ancianos, por las obligaciones familiares... Y otras personas en Oviedo o en Gijón o en otras zonas tenían esta oportunidad y no las aprovechaban. (Ejemplo: Querer más a las vacas que a la propia mujer).
Para mí esta fiesta de hoy, de la Epifanía (manifestación) del Señor a todos los pueblos, me habla de las oportunidades que Dios nos da a todos los hombres para que lo conozcamos, para que nos acerquemos a El. Esta fiesta me habla del peligro de creer que lo tengo tan cerca, pero mi corazón duro y egoísta y cómodo me hace ser como los habitantes de Jerusalén, quienes tuvieron al salvador del mundo a 15 miserables Km. y dejaron pasar la oportunidad de acercarse a El. Los magos de oriente, los paganos, los perdidos y condenados a los ojos de los judíos, sí que aprovecharon esta oportunidad.
Pido a Dios para mí, para todos vosotros que, aunque tercos “judíos” como somos, nos pase un día lo que a S. Agustín y podamos decir como él: “¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y ver que tú estabas dentro de mí y yo estaba fuera, y por fuera te buscaba; y deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no lo estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no serían. Llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; ex­ha­laste tu perfume y respiré, y suspiro por ti; gusté de ti, y siento hambre y sed; me tocaste, y abráseme en tu paz” (S. Agus­tín, Confesiones, Libro X, Cp. XXVII, 38).