Domingo de Pascua (A)

23-3-08 DOMINGO DE PASCUA (A)

Hch. 10, 34a.37-43; Slm. 117; Col. 3, 1-4; Jn. 20, 1-9



Queridos hermanos:
¡¡Felices Pascuas de Resurrección para vosotros y para vuestras familias!! ¡¡Cristo Jesús padeció, murió, fue enterrado, ha estado en el sepulcro y con los muertos durante tres días, pero Dios Padre lo ha resucitado!! Este es el resumen de nuestra fe. En esto creemos y en esto nos alegramos con una alegría eterna y perpetua.
Las lecturas de la Vigilia Pascual nos recuerdan los grandes acontecimientos e intervenciones de Dios en la historia humana: 1) Se nos narra en el libro del Génesis cómo Dios creó el mundo: creó la luz, separó el cielo de la tierra, separó las aguas de la tierra, creo semillas, árboles y frutos, creó el sol, la luna y las estrellas del firmamento, creó las criaturas de los mares, creó las criaturas de tierra firme y creó al hombre a su imagen y semejanza. Y todo esto lo hizo Dios, bien en 7 días de 24 horas, bien según la teoría de la evolución de Darwin. ¡Qué más da! Fue Dios quien lo hizo. 2) Se nos narra otra vez en el libro del Génesis que Dios eligió a Abrahán y que le dio un hijo en la vejez, que se lo pidió para sacrificarlo y que se lo devolvió en vida. 3) Se nos narra en el libro del Éxodo que Dios liberó al pueblo de Israel de los egipcios a través del mar Rojo con el portento de abrir sus aguas. 4) Se nos narra a través del profeta Isaías que Dios ha cuidado al pueblo de Israel y se ha casado con él con un matrimonio perpetuo. 5) Se nos narra a través del profeta Ezequiel cómo Dios recoge a sus hijos y los lava y los purifica de sus suciedades, cómo Dios les arranca el corazón de piedra y les da un corazón de carne, cómo Dios les da un espíritu nuevo para siempre. 6) En el evangelio se nos dice que un ángel anunció a las mujeres que Jesús había resucitado y éste se apareció resucitado y vivo a dichas mujeres. do al pueblo de Israel y se ha casado con con el portento de abrir sus aguas. egrandes acontecimientos e intervenciones de Dios en la historia humana: 1)
Pero estos relatos de hechos históricos, más o menos creíbles para unos, más o menos increíbles para otros, pueden dejarnos fríos a muchos de nosotros. ¿Realmente tengo una experiencia personal de que el mismo Dios me ha creado a mí y ha creado todo el universo para mí, o soy simplemente fruto del amor de mis padres o de una casualidad de la naturaleza? ¿He tenido la experiencia personal de haber sido liberado de esclavitudes por medio de portentos maravillosos? ¿Siento personal e íntimamente cómo Dios me ha cuidado y me cuida, se ha casado conmigo en matrimonio perpetuo y me es fiel? ¿He tenido la experiencia personal de cómo Dios me ha lavado y purificado, me ha dado un corazón de carne y me ha dado su espíritu divino en lo más íntimo de mi ser? ¿Ha resucitado realmente Jesús para mí y en mí? ¿Mi Dios es un Dios de vivos o de mis abuelos muertos, es un Dios de la historia pasada o de mi historia y vida presentes, aquí y ahora? Sí, Jesús se ha aparecido hace casi 2000 años a la Magdalena, a Pedro, a los apóstoles. Jesús ha dejado que Tomás le tocara las llagas de las manos y del costado. Jesús ha comido con los discípulos de Emaús y les ha explicado las Escrituras. Jesús ha tirado del caballo a Pablo y se ha hecho presente a tantos hombres y a tantas mujeres, pero ¿y a mí?
Toda esta fiesta de la Pascua de Resurrección puede ser una broma pesada, o puede quedarse en unas costumbres religioso-culturales-turísticas, si no hay una experiencia personal de ese Cristo vivo en mí, es decir, de un Jesús que me da vida a mí y que da sentido a esta vida mía, tantas veces sin sentido, y que corre día tras día a no se sabe dónde.

¿Dónde estás Jesús? ¿Realmente vives? ¿Realmente eres el presente o eres simplemente un pasado bonito, maravilloso, pero pasado, al fin y al cabo?
Voy a transcribiros a continuación tres experiencias personales de encuentros con Jesús vivo y resucitado: 1) Julio Figar, sacerdote dominico y asturiano, muerto en accidente de tráfico en 1987: “El Señor se valió de un retiro carismático para salvar la vocación de Julio como dominico y sacerdote. Estaba en 2º curso de filosofía. El era un joven agresivo, duro, con continuas protestas, todo le parecía mal. Junto con otros cinco compañeros de curso hacía continuas huelgas por parecerles las clases y los profesores anticuados y abstractos. Todos los detalles de la vida del convento de Alcobendas eran inaguantables para ellos. Se decidieron entonces a pedir permiso para vivir algunos años fuera del convento. Con este motivo alquilaron un piso donde quería ellos fundar una comunidad alternativa para demostrar a todos cómo se podía y se debía vivir en auténtica comunidad de fraternidad y trabajo.
Pocos días antes de pasarse al piso un compañero le invitó a un retiro carismático. Iba por la calle haciendo una ‘oración’ que era también un desafío: ‘Señor, ésta es la última oportunidad que te doy’. En una carta de 1976 Julio cuenta esta experiencia diciendo que en aquel momento puso toda su confianza en aquel Dios que tantas maravillas hacía en los demás. Desde lo hondo de su corazón solamente tenía una palabra para ese Dios desconocido: ‘¡Ayúdame, Señor!’ Y el Señor le escuchó. El viernes por la noche se acercó con toda la humildad de que era capaz a que un grupo de hermanos carismáticos oraran por él. En pocas palabras les resumió su problema y puso en las manos de Dios su angustia. Lo que luego sucedió nunca se podrá explicar, pues no hay palabras para explicar el amor de Dios. Julio sólo pudo decir que sintió cómo el Señor se acercó a él suavemente llenándole con su amor. De algún modo a Julio le parecía estar tocando a Dios. Luego una paz profunda que nunca jamás había experimentado estaba en él. En el convento todo se tornó diferente. La gracia y el amor de Dios le hicieron libre para decidir. Se puso en manos de Dios para que se cumpliera su voluntad plenamente. Es curioso que constataba los problemas de antes, pero de un modo diferente. Era los mismos, pero diferentes, pues los contemplaba desde la paz profunda. El Señor le hizo ver muy pronto que no había razón alguna para irse del convento. Estaba curado. Cuando se lo fue a decir a sus compañeros, fue duro. Tuvo que oír de todo: que si estaba loco, que qué iba a hacer él solo allí. Para ellos era insoportable ya el quedarse. Para él comenzaba una etapa de gozo.” Con el tiempo sus compañeros dejaron a los dominicos y el sacerdocio. Sólo él siguió.
2) Manuel García Morente, catedrático de Etica y ateo convicto y confeso. Nació en 1886 y huyó por la guerra civil a París. El 29 de abril de 1937, a medianoche se puso a oír música clásica. Escuchó “L’enface de Jesús”, de Berlioz. Narra él en su diario: “No puedo decir exactamente lo que sentí: miedo, angustia, aprensión, turbación, presentimiento de algo inmenso, formidable, inenarrable que iba a suceder ya mismo, en el mismo momento, sin tardar. Me puse en pie, todo tembloroso, y abrí de par en par la ventana. Una bocanada de aire fresco me azotó el rostro. Volví la cara hacia el interior de la habitación y me quedé petrificado. Allí estaba El. Yo no lo veía, yo no lo oía, yo no lo tocaba. Pero El estaba allí. Yo permanecía inmóvil, agarrotado por la emoción. Y la percibía. Percibía su presencia con la misma claridad con que percibo el papel en que estoy escribiendo y las letras –negro y blanco- que estoy trazando.
Pero no tenía ninguna sensación, ni en la vista, ni en el oído, ni en el tacto, ni en el olfato, ni en el gusto. Sin embargo, le percibía allí presente, con entera claridad. Y no podía caberme la menor duda de que era El, puesto que le percibía aunque sin sensaciones. ¿Cómo es posible? Yo no lo sé. Pero sé que El estaba allí presente, y que yo, sin ver, ni oír, ni oler, ni gustar, ni tocar nada le percibía con absoluta e indubitable evidencia. Si se me demuestra que no era El o que yo deliraba, podré no tener nada que contestar a la demostración, pero tan pronto como en mi memoria se actualice el recuerdo, resurgirá en mí la convicción inquebrantable de que era El, porque yo le he percibido.
No sé cuánto tiempo permanecía inmóvil y como hipnotizado ante su presencia. Sí sé que no me atrevía a moverme y que hubiera deseado que todo aquello –El allí- hubiera durado eternamente, porque su presencia me inunda de tal y tal íntimo gozo que nada es comparable al deleite sobrehumano que yo sentía.
¿Cómo terminó la estancia de El allí? Tampoco lo sé. Terminó. En un instante desapareció. Una milésima de segundo antes estaba El allí y yo lo percibía y me sentía inundado de ese gozo sobrehumano que he dicho. Una milésima de segundo después ya no estaba El allí, ya no había nadie en la habitación, ya estaba yo pesadamente gravitando sobre el suelo y sentía mis miembros y mi cuerpo sosteniéndose por el esfuerzo natural de los músculos.”
Enseguida regresó a España y se hizo sacerdote.
3) Pascal nos narra su encuentro con Dios: "Año de gracia de 1564. Lunes 23 de no­viem­bre, día de san Clemente.... Desde alrededor de las diez y media de la noche hasta más o menos las doce y media. Fuego. Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob, no de los filósofos ni de los sabios. Certidumbre, certidumbre, sentimiento, alegría, paz. (Dios de Jesucristo). 'Deum meum et Deum Vestrum'. Tu Dios será mi Dios. Olvido del mundo y de todo menos de Dios. No se le halla más que a través de los caminos señalados por el evange­lio... Alegría, alegría, alegría, lágrimas de alegría".
Alguno preguntará: ¿Qué tengo yo que hacer para tener este encuentro personal con Cristo vivo y resucitado? Algo diré en la próxima homilía, la del II domingo de Pascua, el domingo de la Misericordia.