Domingo II de Pascua (A)

30-3-08 DOMINGO II DE PASCUA (domingo de la Misericordia) (A)

Hch. 2, 42-47; Slm. 117; 1 Pe. 1, 3-9; Jn. 20, 19-31




Queridos hermanos:
El domingo de Pascua os decía que hemos de luchar, suplicar y orar para que tengamos una experiencia personal de Cristo resucitado, lo mismo que la tuvieron María Magdalena, S. Pedro, S. Pablo, Sto. Tomás, Julio Figar,
Manuel García Morente y tantos otros. Acababa la homilía de ese domingo diciéndoos que hoy os daría unas claves para lograr ese encuentro con el Jesús vivo. La verdad es que esta afirmación ha sido muy pretenciosa,… demasiado. Lo que sí quería lograr con mis palabras era “abriros boca” para que vuestro espíritu sintiera la curiosidad por saber más acerca de ese encuentro personal con Cristo vivo. Pero sobre todo quería que tuvierais necesidad de ello. No obstante, no me desdigo de lo dicho entonces y hoy apuntaré algunas claves sacadas de la Palabra de Dios y de la experiencia de otras personas de fe que sí han tenido un encuentro personal con El[1].
¿Cómo hemos de hacer para tener esa experiencia personal de Cristo resucitado y vivo en nuestras vidas? Lo que diré a continuación va encaminado para los cristianos creyentes y practicantes. Para otras personas (ateos, agnósticos, creyentes no practicantes, etc.) daría otras claves, aunque muchas de éstas también les son perfectamente válidas.
- Primera clave: Lo primero que hemos de saber es que el encuentro con Cristo resucitado es un don y un regalo de Dios, y que El nos lo concede cuando quiere, donde quiere y como quiere, pero…. ¡tranquilos! que Dios lo quiere conceder a todos, sea de un modo o de otro. Por lo tanto, esta experiencia no depende principalmente de nosotros, sino que depende de El. Cuando dicho encuentro sucede, entonces el fiel entiende las palabras del salmo 117, que hoy hemos cantado:
Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia. El Señor me ayudó; el Señor es mi fuerza y mi energía, él es mi salvación. Éste es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo.”
- Segunda clave: En
la Vigilia Pascual el profeta Isaías nos decía: “Oíd, sedientos todos, acudid por agua, también los que no tenéis dinero: venid, comprad trigo, comed sin pagar, vino y leche de balde. ¿Por qué gastáis dinero en algo que no alimenta y vuestras ganancias, en algo que no sacia? Hacedme caso [...] prestad atención y venid a mí, escuchad bien y viviréis” (Is. 55, 1-3). Tengamos total confianza en Dios, por favor. En esto consiste esta segunda clave: en tener confianza absoluta en Dios. En estos días pasados estuve en Madrid con un amigo. Un día pensamos en ir a comer el plato del día a un restaurante. Nos paramos ante la puerta de uno para leer el menú, y mi amigo me decía que el local era nuevo, que no sabía cómo sería la comida… Un chico que entraba nos dijo que la comida era buena, que entráramos. Yo intuí que él trabajaba en el restaurante y que en su voz había cierta ansia. Ansia porque funcione el negocio, ansia para saldar las deudas del crédito que pidieron al banco para pagar alquileres, arreglo del local, compra de mesas, platos, cubertería, vinos, Seguridad Social… ¿Qué quiero decir con este episodio? Pues que las necesidades materiales nos agobian y sí que hemos de esforzarnos en cubrirlas, pero no podemos dejar por ello al Señor de lado. Temo que estemos tan preocupados por lo material, por las deudas e hipotecas, por lo perecedero…, que dejemos pasar a nuestro lado lo que importa de veras, lo que vale para siempre: Dios, nuestro Señor.
- Tercera clave: La encontramos en una lectura que escuchamos también en la Vigilia Pascual: “Buscad al Señor mientras se le encuentra […] que el malvado abandone su camino, y el criminal sus planes; que regrese al Señor, y él tendrá piedad […] mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos” (Is. 55, 6-8). Mientras hay un hálito de vida, siempre se puede encontrar al Señor (o permitir que El nos encuentre), pero es necesario que dejemos el mal fuera de nosotros. Debemos intentarlo. No me refiero ahora al mal que nos hacen o que hay a nuestro alrededor; me refiero sobre todo al mal que hay en nosotros mismos y que sale a la superficie a lo largo del día. Si estamos atentos, lo notaremos: este mal nuestro sale en la ira, en la lengua de víbora, en la envidia, en la falta de perdón y de comprensión, en la dureza de nuestro corazón… Recordemos las palabras del libro de la Sabiduría: Porque Dios se deja encontrar por los que no lo tientan, y se manifiesta a los que no desconfían de Él. Los pensamientos tortuosos apartan de Dios […] la Sabiduría no entra en un alma que hace el mal ni habita en un cuerpo sometido al pecado (Sb. 1, 2-4). O también lo que nos dice S. Pedro: “Los ojos del Señor se fijan en los justos y sus oídos atienden a sus ruegos; pero el Señor hace frente a los que practican el mal” (1 Pe. 3, 12).
- Cuarta clave: También la primera lectura de hoy nos da pistas para prepararnos a tener este encuentro con Cristo resucitado. Se nos presenta una imagen de los primeros cristianos que ya quisiéramos hoy para nosotros en toda
la Iglesia. Los hermanos eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones [...] Los creyentes vivían todos unidos y lo tenían todo en común […] a diario acudían al templo todos unidos, celebraban la fracción del pan en las casas y comían juntos, alabando a Dios con alegría y de todo corazón.” Por tanto, 1) ser constantes en la lectura de la Palabra y en la escucha de la enseñanza de nuestros pastores; 2) ser constantes en la oración, personal y comunitaria; 3) ser constantes en vivir unidos, que nos significa ser fotocopias o clones unos de otros. Cada uno de nosotros tenemos unos carismas que Dios nos ha dado, pero no para nuestro provecho personal, sino para el servicio de la comunidad y del resto de los hombres; 4) ser constantes en compartir nuestros bienes con los demás, ya que no son nuestros, sino que son de Dios y nosotros sólo somos meros administradores de ellos y hemos de administrarlos según el pensamiento y la voluntad de su auténtico y eterno dueño: Dios.
Estoy completamente seguro que, si tenemos en cuenta estas claves y las procuramos poner en práctica, el encuentro personal y vivificante con Cristo resucitado se producirá. Si vivimos así, sería un milagro que no tuviéramos el encuentro. Si no vivimos así, el milagro sería que tuviéramos dicho encuentro.


[1] He de añadir, por otra parte, que esta experiencia personal es necesaria para poder ser testigos de la fe. Testigo es el que ha visto y ha oído. ¿De qué o de quién vamos a hablar a los otros, si nosotros mismos no sabemos de ello más que a través de libros o por terceras personas?