Domingo XXIII del Tiempo Ordinario (A)

7-9-08 DOMINGO XXIII TIEMPO ORDINARIO (A)
Ez. 33, 7-9; Slm. 94; Rm. 13, 8-10; Mt. 18, 15-20

Homilía de audio en MP3
Homilía de audio en WAV
Queridos hermanos:
El evangelio que acabamos de escuchar es conocido como el de la CORRECCION FRATERNA. O sea, Jesús nos plantea hoy la posibilidad de que percibamos errores, fallos o pecados en las personas que nos rodean y nos da una serie de claves para proceder ante semejantes casos. Esto puede suceder en la convivencia que se tiene normalmente en un matrimonio, entre amigos, entre familiares, entre compañeros de trabajo o de estudio, en una comunidad de vecinos, en una parroquia o en un grupo eclesial.
En ningún momento Jesús habla de “poner verde” (por delante o por detrás) o de murmurar de la persona que actúa mal, sino que propone otro modo de actuación.
En efecto, Jesús plantea tres posibilidades y las aborda directamente: 1) “Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. Si te hace caso, has salvado a tu hermano”. Jesús no quiere que se humille a nadie (El nunca lo hace con nosotros a causa de nuestros fallos), sino que dice claramente que se aborde a solas a dicha persona y se le trate de hacer ver su deficiencia. 2) Pero muchas veces esta persona no nos hace caso, se burla de nosotros o se enfada con nosotros y nos dice que son apreciaciones nuestras. En este supuesto, Jesús da otra indicación: “Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos”. Es decir, hemos de hablar con otras personas sensatas y equilibradas para comentarles el caso, pues puede ser que los equivocados seamos nosotros y no la otra persona. Si estos testigos confirman nuestra visión, entonces sí que podremos los dos o tres acercarnos a la persona que cometió el fallo para manifestarle que realmente lo hizo mal y que tiene que modificar su conducta. 3) Mas ¿qué pasa si esta persona sigue sosteniendo ante todos los testigos que tiene razón en lo que hace o dice? Jesús dice que “si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un gentil o un publicano”.
Expuesto así el evangelio, pueden surgir bastantes interrogantes y es que yo creo que hay que matizar las cosas un poco más. Para ello la Iglesia nos aporta las lecturas que acompañan el evangelio.
a) En la primera lectura se nos dice: “Así dice el Señor: ‘A ti, hijo de Adán, te he puesto de atalaya en la casa de Israel; cuando escuches palabra de mi boca, les darás la alarma de mi parte. Si yo digo al malvado: "¡Malvado, eres reo de muerte!", y tú no hablas, poniendo en guardia al malvado para que cambie de conducta, el malvado morirá por su culpa, pero a ti te pediré cuenta de su sangre; pero si tú pones en guardia al malvado para que cambie de conducta, si no cambia de conducta, él morirá por su culpa, pero tú has salvado la vida.’” Como veis, por esta lectura sabemos o debemos de saber que el ver un fallo o pecado en una persona no debe ser simplemente porque nos parece así, o porque es nuestra idea, sino porque es el mismo Señor Dios el que ve el fallo o pecado, y nos avisa en nuestro interior. Además, Dios nos dice que hemos de informar a esa persona y, si no lo hacemos (por comodidad, por cobardía, por evitarnos problemas…), el pecado de esa persona recaerá también sobre nosotros como cómplices: “y (si) tú no hablas, poniendo en guardia al malvado para que cambie de conducta, el malvado morirá por su culpa, pero a ti te pediré cuenta de su sangre.”
b) La segunda lectura nos dice que “uno que ama a su prójimo no le hace daño; por eso amar es cumplir la ley entera”. Sólo podré hacer la corrección fraterna desde el amor por la otra persona. Le corrijo porque le amo y deseo su bien. Nunca se debe corregir –desde Dios- por tener razón, por vencer, por soberbia, con ira, por venganza… Sólo se puede corregir por amor y desde el amor (“uno que ama a su prójimo no le hace daño; por eso amar es cumplir la ley entera”). En varias ocasiones algunas personas me pedían consejo para poder corregir a alguien que lo estaba haciendo mal o que lo había hecho mal y se lo prohibí. ¿Por qué? Porque no veía amor en su corazón ni había recta intención en su obrar.
c) Hace un tiempo una persona me decía que siempre tenía muchos problemas en las relaciones interpersonales, porque era muy sincero y, al “cantar las cuarenta” a otra gente, esto le acarreaba problemas. Aprovechando esta anécdota voy a entrar en la última condición que hoy quiero resaltar para efectuar la corrección fraterna: Hemos de estar dispuestos a corregir, sean cuales sean las consecuencias para nosotros mismos, pues antes hemos de obedecer a Dios que a los hombres, incluso que a nosotros mismos; SI. Pero TAMBIEN HEMOS DE ESTAR DISPUESTOS A QUE NOS CORRIJAN. ¡Cuántas veces me he encontrado con personas que dicen ser muy sinceras y con este “pasaporte” pueden poner “pingando” o “cantar las cuarenta” a quien sea, pero a ellos no se les puede “tocar” en nada! Hace falta una corrección fraterna DE IDA, pero también DE VUELTA. Desde Dios, tengo que estar dispuesto "a decir", pero sobre todo tengo que estar dispuesto "a que me digan".

Por tanto, cualquiera de nosotros que desee hacer una corrección fraterna ha de practicar primero durante mucho tiempo el examen de conciencia sobre sí mismo a la luz del evangelio de Cristo. Sólo quien se ha acusado a sí mismo con frecuencia diaria, en un examen de conciencia general y en exámenes de conciencia en particular (o sea, sobre una virtud concreta o sobre un defecto concreto), estará en la mejor situación para ser atalaya del Señor Dios, para escuchar al Señor Dios y para hablar a los demás en nombre del Señor Dios. Está sí que será la verdadera corrección fraterna.