Santina de Covadonga

8-9-2008 SANTINA DE COVADONGA (A)
Cant. 2, 10-14; Lc. 1, 46-55; Ap. 11, 19a; 12, 1.3-6a.10ab; Lc. 1, 39-47


Homilía de audio en MP3
Homilía de audio en WAV

Queridos hermanos:
- Quisiera que esta primera parte de la homilía fuera más testimonial que teológica. En cierta ocasión una persona, a la cual le resultaba lejana y extraña la devoción a la Virgen María, y observaba que yo sí la tenía, me preguntó que cómo la había yo adquirido. Y le dije, más o menos, lo siguiente:
* Mi amor y mi fe fueron primero para Dios Padre y para su Hijo Jesús. La Virgen María era para mí una extraña y una figura meramente decorativa, a la que le rezaba un “Ave María”, pero sin demasiado sentido. A esto contribuía el hecho de que existieran tantas advocaciones diversas (la Virgen del Rosario, la del Rocío, la del Carmen, la de Covadonga, la de Guadalupe, la de Lourdes, la de…) y me parecía más bien un folclore que estaba muy lejos de María, la Madre de Jesús, la mujer de que nos hablan los evangelios. Por otra parte, el hecho que veía en algunos devotos de la Virgen María, que tenían más devoción y fe en ella que en su Hijo; el hecho de que hicieran kilómetros y kilómetros por ver una imagen de madera la Virgen y no hicieran el esfuerzo de ir a la Misa de los domingos; el hecho de que devotos de la Virgen María se gastaran millones en comprarle una corona de oro o un manto carísimo para la imagen de su devoción particular…; todo esto hizo que mi mente, mi sensibilidad y mi espíritu rechazara, más o menos conscientemente, la devoción a la Virgen María.
* Todo esto me sucedió durante los años que estuve en el Seminario, pero… poco antes de ser ordenado sacerdote, sin que yo hiciera nada en especial por modificar estos sentimientos, percibí un cambio en mi fe y en mi corazón con respecto a la Virgen María. En efecto, cierto día noté cómo en lo más profundo de mi ser nacía un amor y una inclinación profunda hacia María. Me di cuenta que la Madre de Jesús, la mujer del evangelio era la misma que la Virgen del Rosario, que la del Rocío, que la del Carmen, que la de Covadonga, que la de Guadalupe, que la de Lourdes, que la de… Fue Jesús, su Hijo, quien me enseñó esto y lo hizo sin que yo me diera cuenta. Cuando se ama (o se intenta de amar) de verdad a Jesús, he notado que El entonces nos lleva a sus amores: los sacramentos, la Palabra de Dios, la Iglesia, los pobres, la humildad…, y a María. Esto es indicio de que se nos va por el buen camino de la fe. Se da aquel refrán de que “los amigos de mis amigos, son también mis amigos”. Y este amor y esta devoción por la Virgen María, que Jesús me ha dado, ya me acompañó (y me acompaña) todos los años de mi sacerdocio.
* Cuando me ordené sacerdote, hubo una religiosa dominica de la Anunciata, la Hna. Violeta, que me regaló un cuadro de la Virgen. En el cuadro se ve nada más el rostro de María. Es un rostro precioso y me acompaña allá a donde yo vaya, según los destinos que me dé mi arzobispo. Lo primero que hago al levantarme, antes de asearme, antes de hacer mi tabla de gimnasia, antes de desayunar o de beber un vaso de agua, es besar con mis labios dos de mis dedos y aplicar dichos dedos en el rostro y/o en los labios de María, en ese cuadro. Mi saludo primero es para ella. Otras veces aplico mis dos dedos a sus labios y luego llevo los dos dedos a mis labios. Ella me besa y yo la beso. Esto, al principio, era por la mañana. Ahora puede ser a cualquier hora del día o de la noche, para ir a acostarme.
* La devoción y la fe en María me ha hecho ser más humano, más tierno, más humilde, más capaz de descubrir el lado femenino de la fe y de Dios. Cuando miro sus ojos en el cuadro, veo claramente mi pecado y el perdón de Dios; veo mis infidelidades y la paciencia que me transmite María de parte de Dios para conmigo.
Ahora, cuando descubro a una persona que quiere, ama y tiene fe en la Virgen María, me siento más unido a esta persona. ¿Por qué? Porque ama a mi Madre. Quien tiene devoción en la Virgen María está muy protegido por ella. De hecho, tantas y tantas personas que dudan de los curas y de la Iglesia, y a veces hasta de Dios, se mantienen en la fe católica por su devoción a la Virgen María. Me lo decían hace tiempo: en Méjico avanzan mucho las sectas protestantes, pero un freno importante es la devoción en la Virgen de Guadalupe. En cuanto los protestantes u otras religiones les dicen a las gentes a las que predican que tienen que abandonar su devoción a la Virgen de Guadalupe…, esto les echa para atrás.
* Por último diré que la devoción a la Virgen María es un gran regalo de Dios; sólo El puede darla. Al menos, a mí me lo ha dado El y no quiero perder esta devoción y este amor a María por nada del mundo. Sí, hoy 24 ó 25 años después de que la Madre de Dios visitara mi corazón, como a su prima Sta. Isabel, puedo y debo decir como ella exclamó en el evangelio que acabamos de escuchar: “¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?” Y es que María no se quedó conmigo simplemente 3 meses, como hizo con su prima, sino que lleva ya todos esos años y sé que nunca me dejará.
- Y aquí quisiera enlazar con el principio del evangelio que hemos escuchado. Nos dice S. Lucas que, en cuanto María supo que Isabel estaba encinta, “se puso en camino y fue aprisa a la montaña”. María acude a cualquier lugar y ante cualquier persona que la necesiten. Acudió a ayudar a su prima anciana y embarazada. Acudió hace tantos años a las montañas de Covadonga para proteger a sus hijos a punto de perecer. Acude a todos nosotros ante tantas necesidades. ¡Cuántas lágrimas han sido derramadas ante ella, bajo cualquier advocación! ¡Cuántos agradecimientos se le han dado, pues ella nunca nos deja solos!
Es María quien se pone en camino, quien nos sigue y cuida, quien va a los montes, a los mares, a las ciudades, a las soledades, a los hospitales… Y nosotros hemos de decir una y otra vez: “¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?”
Termino esta homilía con los piropos que Dios dedica a María en la primera lectura del Cantar de los Cantares: “Levántate, amada mía, hermosa mía. Ven a mí […] Paloma mía, déjame ver tu figura, déjame oír tu voz: tu voz es dulce, tu figura es hermosa”. Pues bien, también nosotros decimos estas palabras a María en el día de hoy.
QUE ASI SEA