Domingo XIV del Tiempo Ordinario (B)

5-7-2009 DOMINGO XIV TIEMPO ORDINARIO (B)
Ez. 2, 2-5; Sal. 122; 2 Co. 12, 7b-10; Mc. 6, 1-6

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Queridos hermanos:
- Muchos ríos de tinta se han escrito con esta segunda lectura que acabamos de escuchar. Dice San Pablo: “Para que no tenga soberbia me han metido una espina en la carne: un ángel de Satanás que me apalea, para que no sea soberbio. Tres veces he pedido al Señor verme libre de él; y me ha respondido: ‘Te basta mi gracia; la fuerza se realiza en la debilidad’”. No saben los estudiosos de San Pablo a qué se puede referir él con esta espina: unos dicen que se trataba de una enfermedad que lo dejaba postrado y sin fuerzas. Otros hablan de un defecto de carácter que le jugaba malas pasadas, como, por ejemplo, su genio. Y otros sostienen que se refería a un problema moral, es decir, a un defecto o pecado, que tantas veces se ha identificado con las tentaciones sexuales y de las cuales no era San Pablo capaz de librarse. Lo cierto es que no lo sabemos, pero lo cierto también es que esa “espina” le causaba unos dolores horrorosos a San Pablo. Es más, él la veía como un acto personal de Satanás, el cual lo apaleaba y le hacía sufrir muchísimo con ello.
Sobre este hecho San Pablo, que ve la mano de Dios en todo lo que le pasa y en todo lo que sucede a su alrededor, nos anota tres datos de índole espiritual:
1) San Pablo sabe que el fin último de esta “espina” no es machacarlo. Si Dios permite esta “espina”, es para que no se ensoberbezca, pues, ante tanto éxito como tenía su predicación, sus milagros y las revelaciones místicas de Dios en él, San Pablo tenía el peligro de creerse más que nadie y mejor que nadie. Por ello, dicha “espina” le hacía poner los pies en el suelo y lo transformaba en un hombre más humilde, más necesitado de la misericordia divina. Y es que tantas veces, cuando todo nos va bien, ¿para qué necesitamos a Dios? Siempre os recuerdo aquella entrevista que salió hace unos años en un periódico de Asturias en que se le preguntaba a Fernando Alonso si creía en Dios, a lo que él replicaba que para qué lo necesitaba: era joven, estaba sano, era famoso, era rico… ¿para qué necesitaba él a Dios? Para nada. Así nos pasa a nosotros tantas veces: “Nos acordamos de Santa Bárbara sólo cuando truena”. O sea, nos acordamos de Dios sólo cuando lo necesitamos. El martes me llamaba una señora española que vive en Francia. Su hijo se casó con una chica francesa; a ésta sus padres no la educaron en una fe religiosa y ella pasaba de Dios, pero hace pocos meses tuvo una enfermedad muy grave, la operaron y, al despertar de la anestesia, sus primeras palabras fueron: “Gracias, Dios mío”. Luego confesaría ante su suegra estas palabras y la necesidad que tuvo de Dios cuando se vio tan mal.
Por lo tanto, hemos de reconocer que la enfermedad y los males de la vida nos hacen más humildes y más necesitados de Dios. Así lo confiesa el apóstol en sus propias carnes.
2) Como segundo dato diré que, a pesar de que San Pablo ve claramente que la “espina” le hace más humilde, menos soberbio, hay veces en que no puede soportar tanto sufrimiento y desvalimiento. San Pablo no aguantaba más aquello y en tres ocasiones le pidió a Dios en su oración que lo librara de aquel dolor. Él, que resucitó a un muerto y curó a un cojo de nacimiento; él, que expulsaba demonios y tocaba a Dios con sus dedos, pensó que podía pedir a Dios un pequeño favor para sí mismo: “Por favor, quítame esto; no lo aguanto”. ¡Cuánto sufrimiento debió pasar San Pablo para sucumbir en tres ocasiones ante la tentación de escapar y pedir algo para sí!
3) Vamos ahora al tercer dato que nos aporta San Pablo sobre su “espina”. Y es que la respuesta de Dios a las tres súplicas de San Pablo es sorprendente: “Te basta mi gracia; la fuerza se realiza en la debilidad”. Y la reflexión que hace el apóstol de estas palabras de Dios es el tema central de este trozo que acabamos de escuchar: “Por eso, muy a gusto presumo de mis debilidades, porque así residirá en mí la fuerza de Cristo.Por eso, vivo contento en medio de mis debilidades, de los insultos, las privaciones, las persecuciones y las dificultades sufridas por Cristo. Porque, cuando soy débil, entonces soy fuerte”. Y es que la respuesta de Dios le sirve a San Pablo para iluminar toda su vida, y no sólo lo referente a su “espina”. Tantas veces hacemos las cosas o queremos hacerlas apoyándonos en nuestras propias fuerzas, en nuestra sabiduría, títulos, seguridades, riquezas…, pero así no funcionan las cosas de Dios. No somos nosotros los que predicamos, oramos, conseguimos convertir a alguien o a nosotros mismos. No somos nosotros quienes podemos cambiar nuestro carácter o quitar nuestros defectos y pecados. No somos nosotros quienes vamos al cielo o nos hacemos santos. Es sólo Dios y, cuánto más pequeños y débiles seamos, Dios actuará más libre y palpablemente. Fijaros qué bien lo comprendió María, pues ella decía: “Se ha fijado Dios en la humillación de su sierva”. Sí, cuánto más débiles seamos, más resalta la acción maravillosa de Dios en nosotros y a nuestro alrededor. Veamos cómo también doce apóstoles incultos y temerosos fueron capaces de anunciar a Cristo por todo el mundo. ¿Por qué? Porque no fueron ellos quienes lo hicieron, sino Dios a través de ellos. Fijaros igualmente en quién es el patrón universal de todos los sacerdotes y nos es propuesto por el Papa Benedicto XVI como ejemplo para este Año Sacerdotal: El Santo Cura de Ars: un hombre muy corto, académicamente hablando; casi es expulsado del seminario y no admitido a la ordenación por no entrarle los latines en la cabeza; finalmente fue ordenado y nombrado párroco de un pueblo perdido (Ars); pero en medio de su inutilidad y cortedad atrajo multitudes a toda Francia a su confesionario y a oír sus predicaciones. Incluso, cuando estaba empezando el tren en Francia, una de las primeras líneas que se instaló fue hasta Ars, pues tal era la afluencia de gente… Y todo esto lo hizo Dios: en la debilidad humana sobresalió y resaltó la fuerza de Dios.
- Para terminar esta homilía quisiera fijarme un momento en el evangelio: Vemos cómo Jesús no es reconocido como profeta en su pueblo, entre sus gentes de toda la vida. También hoy pasa lo mismo. Jesús no es reconocido como el Hijo de Dios en nuestra Asturias, en nuestra España, y en nuestra Europa, la patria de Jesús de tantos siglos.
El evangelio nos dice que allí, entre su gente, no pudo hacer ningún milagro y se extrañó de su falta de fe. Jesús se sintió despreciado entre sus gentes, entre sus parientes y conocidos. Aquí despreciamos la oración ante Cristo, la riqueza de los grandes místicos cristianos y de las riquezas del cristianismo. Y mientras nosotros corremos hacia el budismo, hacia la filosofía Zen y hacia los tesoros religiosos de la India, en Asia sigue creciendo el cristianismo. En China, en donde son más de mil millones de personas, me decía esta semana un sacerdote irlandés que allá los cristianos ya son unos cien millones y... subiendo. Los del partido comunista chino se dan cuenta que Mao no puede dar una moral, una ética, un sentido a la vida y se están planteando favorecer y/o tolerar el cristianismo por lo que aporta a los seres humanos, aunque, eso sí, quieren controlarlo ellos.
Hoy Jesús está aquí, entre nosotros. ¿Lo reconocemos como el Hijo de Dios, o somos como los de Nazaret?