Domingo II de Pascua (C)

11-4-2010 DOMINGO II DE PASCUA (C)

Hch. 5, 12-16; Slm. 117; Ap. 1, 9-11a.12-13.17-19; Jn. 20, 19-31



Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

Como ya sabéis el segundo domingo de Pascua está dedicado a la Misericordia Divina; por eso, a este día se le conoce como el Domingo de la Misericordia.

Después de leer las lecturas que la Iglesia nos propone hoy para nuestra reflexión y oración, vemos que la resurrección de Jesús trae consigo una serie de consecuencias. Fijémonos en algunas de ellas:

- La resurrección de Jesús trae consigo la paz. Este es el saludo con el que Cristo Jesús se presenta a sus discípulos: “Paz a vosotros […] Jesús repitió: Paz a vosotros”. El domingo de Pascua, después de celebrar la Misa de 11, entré en la sacristía de la catedral, pues debía salir inmediatamente para la parroquia de San Emeterio de Bimenes (cerca de Nava) a celebrar allí la fiesta de Pascua. En la sacristía me encontré con D. Jesús, nuestro arzobispo, y, al saludarle, le comenté que marchaba para este pueblo y me dijo: ‘Dales la paz’. Y es que D. Jesús fue franciscano y San Francisco de Asís saludaba a la gente, no con: ‘buenos días o buenas tardes’, sino diciendo: “paz y bien’. Por eso, todos los franciscanos saludan también de esta manera.

En efecto, el hombre que experimenta a Cristo vivo siente cómo la paz se va apoderando de todo su ser. Tiene paz consigo mismo, pues se acepta tal y como es, con sus virtudes y con sus defectos, con su historia particular, con sus éxitos y con sus fracasos, con su pasado, con su presente y también abierto al futuro que Dios le depare. Igualmente este hombre tiene paz con los demás. Quizás los demás no tengan paz con él o le tengan odio o resentimiento, pero la persona llena de Cristo resucitado sí que tiene la paz para con los demás. Finalmente, el hombre que experimenta a Cristo vivo tiene la paz con Dios, porque Dios mismo es el origen de toda paz. Este día me comentaba una persona que, cada vez que se confiesa, por ejemplo, siente como que se le quita un gran peso de encima y que rejuvenece unos 10 años. La paz de Dios nos hace sentirnos más ligeros, alegres y confiados.

- Otro fruto de la resurrección de Cristo es el perdón. Dice el evangelio de hoy, refiriéndose Jesús a los discípulos: “a quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos”. El perdón debe formar parte de toda convivencia humana y, por tanto, de toda persona humana. En la parroquia de La Corte (Oviedo) el párroco me llama siempre para dar una charla a los novios que van a casarse. El primer día el párroco divide una pizarra en dos partes. En una apunta todo aquello que debe tener un matrimonio y en la otra parte todo lo que no debe existir en el mismo. Para rellenar las dos partes se pregunta a los novios. En la primera escriben: amor, comprensión, diálogo, respeto, cariño…, pero nunca ponen el perdón. Antes de comenzar mi charla y al ver todo lo que está escrito en la pizarra, siempre cojo una tiza y escribo: ‘perdón’, pues nunca lo escriben, y les digo a los novios que, en toda relación humana hay errores y heridas, y el perdón es la mejor manera de superar todo eso. Perdón que se da, perdón que se recibe. Pues bien, en toda relación humana (en la sociedad o dentro de la Iglesia) y en toda relación con Dios se cometen errores, pecados… y Dios nos perdona. Para eso murió Cristo en la cruz: por nuestros pecados, para el perdón de los mismos. Y la Iglesia tiene que ser instrumento y mediadora del perdón de Dios para los hombres. Por ello, Jesús ha dejado a su Iglesia este poder: el de perdonar. Pero también Jesús dejó a la Iglesia el poder de no perdonar, o sea, de retener los pecados. Este es un tema escabroso, pero hoy me voy a detener un poco en él.

Existen varios casos en el Nuevo Testamento en los que los pecados de los hombres han sido retenidos. Voy a fijarme en tres de ellos: 1) Dice Jesús en el evangelio: “Quien hable mal del Hijo del hombre, podrá ser perdonado, pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no será perdonado” (Lc. 12, 10). No voy ahora a profundizar en qué consiste el pecado contra el Espíritu Santo; simplemente quiero subrayar el hecho de que Jesús retiene el perdón por un determinado pecado. 2) En otro momento dice también Jesús: “Si tu hermano te ofende, ve y repréndelo a solas. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano. Si no te escucha, toma contigo uno o dos, para que cualquier asunto se resuelva en presencia de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad; y si tampoco hace caso a la comunidad, considéralo como un pagano o un publicano” (Mt. 18, 15-17). Aquí se ve cómo el empecinamiento de un hombre en su pecado y el no querer arrepentirse, ni siquiera a instancias de otros hermanos de comunidad, hace que se le retenga también el perdón. 3) Finalmente, reseño aquí un texto de San Pablo, en el que éste presenta un hecho que sucede entre los cristianos de Corinto: “Es cosa pública entre vosotros un caso de lujuria de tal gravedad, que ni siquiera entre los no cristianos suele darse, pues uno de vosotros vive con su madrastra como si fuera su mujer. Y vosotros seguís tan orgullosos, cuando deberíais vestir de luto y excluir de entre vosotros al que ha cometido tal acción. Pues yo, por mi parte, aunque estoy corporalmente ausente, me siento presente en espíritu, y, como tal, he juzgado ya al que así se comporta. Reunido en espíritu con vosotros, en nombre y con el poder de nuestro Señor Jesucristo, he decidido entregar ese individuo a Satanás, para ver si, destruida su condición pecadora, él se salva el día en que el Señor se manifieste” (1 Co. 5, 1-5). Como se ve en esta explicación del apóstol, retener el perdón no es un castigo, sino que es 1) una forma de hacer presente y mostrar al pecador su situación real de cara a Dios y de cara a los demás; 2) igualmente al quedar ese pecador aislado de Dios y de la ayuda de la comunidad, y verse “en poder de Satanás”, San Pablo espera que recapacite y pueda arrepentirse, convertirse, pedir perdón, ser salvado mediante la concesión del perdón divino y ser reintegrado en la comunidad. En efecto, Dios no quiere la muerte de nadie, sino que quiere que el hombre se convierta y se salve.

Estos dos frutos los cierro con la formula que el sacerdote pronuncia al absolver al fiel que se acerca a confesar sus pecados. Fijaros que belleza:

“Dios, Padre misericordioso, que reconcilió consigo al mundo por la muerte y la resurrección de su Hijo y derramó el Espíritu Santo para la remisión de los pecados, te conceda, por el ministerio de la Iglesia, EL PERDON Y LA PAZ.

Y yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. AMEN”

- Fruto de la resurrección es la fe. Se nos presenta hoy en el evangelio el famoso caso de Santo Tomás: él sólo creería que Jesús estaba vivo si metía su mano en su costado abierto y sus dedos en el agujero hecho por los clavos en las manos de Jesús. Cuando éste le acercó su costado y sus manos para que hiciera lo que había dicho, Tomás responde con la fe: “¡Señor mío y Dios mío!” Y Jesús le responde: “¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto”.

- Hay más frutos de la resurrección de Jesucristo: por ejemplo, la Iglesia y la venida del Espíritu Santo, pero de ello ya hablaré en otra ocasión.