Domingo I de Pascua (C)

4-4-2010 DOMINGO I DE PASCUA (C)

Hch. 10, 14a.37-43; Slm. 117; Col. 3, 1-4; Jn. 20, 1-9



Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

- El evangelio de la Vigilia Pascual nos narra cómo el domingo, tres días después de la muerte de Jesucristo, de madrugada, unas mujeres, discípulas de Jesús, se acercaron al sepulcro en donde lo habían enterrado. Allí había dos ángeles que les dijeron: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. HA RESUCITADO”. Vamos a tratar de profundizar un poco en estas palabras:

* Aquellas mujeres buscaban a Jesús. Muchos hombres, a lo largo de toda la historia, han buscado a Jesús, a Dios. Ya sabéis aquella famosa frase de San Agustín: “Nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que no descanse en ti” (Confesiones, Libro I, Capítulo I, 1). ¡Cuánto importa buscar a Jesús, necesitar encontrarlo! Una persona que dice no necesitar nada, que piensa no necesitar nada, ni de nadie, pienso que está muerto en vida. Una persona que no busca nada en esta vida o que no espera nada en esta vida ni de nadie, es una persona muerta en vida. Hace poco leía esta noticia de periódico: Cada vez hay un porcentaje mayor de jóvenes, al menos en España, que ni estudian ni trabajan. Ellos responden a esa generación bautizada ya como “Nini” (ni estudian ni trabajan), y que, si tienen la suerte de encontrar un trabajo, lo abandonan en cuanto tienen derecho a prestación por desempleo. La persona que no busca, vegeta y se muere por dentro y por fuera. La persona que busca, vive. Por lo menos, las mujeres del evangelio buscaban. ¿Y nosotros?

* ¿Dónde buscamos a Jesús? Pero, no sólo es importante buscar, sino también saber dónde buscamos. Decían los ángeles a las mujeres: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?” Sí, hay personas que buscan, pero en un lugar equivocado. En muchas ocasiones, cuando estoy entre la gente, me pregunto si conocerán al verdadero Dios y al que puede hacerles felices para siempre. Estamos todos tan atareados y tan nerviosos por terminar los estudios para encontrar trabajo; estamos todos tan atareados y tan nerviosos para trabajar en un buen puesto para ganar más dinero; estamos todos tan atareados y tan nerviosos para alcanzar la prejubilación o la jubilación para dejar de trabajar; estamos todos tan atareados y tan nerviosos por dejar de trabajar para descansar…, y entonces nos morimos. Estamos todos tan atareados para ir de vacaciones aquí o allá, por probar esta comida o este restaurante, por tener esta propiedad o esta otra… Y en tantas ocasiones creo que el Señor ve que buscamos en lugar equivocado: buscamos lo que da felicidad y vida entre lo que está muerto. Hace un tiempo habló conmigo un señor, de unos 50 años, que estaba en actitud de búsqueda en su vida. Este señor buscaba a Dios. En una ocasión, hace ya bastantes años, hizo el camino de Santiago y sintió una paz como nunca la había experimentado. Supo que aquella paz procedía de Dios y era Dios. Desde entonces y, en cuanto puede, coge la mochila y se pone a caminar hacia Santiago de Compostela. Quiere volver a experimentar una vez más aquello que vivió hace ya años. Los amigos no le entienden; cree que está haciendo el idiota, pero él piensa que quienes hacen el idiota son ellos, pues buscan al que vive entre los muertos, pero él busca al que vive en donde experimenta vida, paz, esfuerzo, compañerismo, generosidad, silencio…

* En el evangelio, los ángeles dicen a las mujeres que Cristo ha resucitado y, por lo tanto, vive. Jesús, que fue perseguido, escupido, insultado, azotado, burlado, crucificado, asesinado y enterrado, está vivo, VIVE. Nosotros, los cristianos, no seguimos a un muerto, sino a uno que está vivo. Ciertamente, su vida fue un fracaso, humanamente hablando, pero Dios le ha dado la razón frente a todos los que lo tomaron por loco y frente a quienes lo mataron.

- En el evangelio del domingo de Pascua se cuenta cómo San Pedro y San Juan fueron corriendo al sepulcro, pues las mujeres les habían dicho que estaba vacío. Primero entró Pedro y luego entró Juan. Al entrar éste, dice el evangelio: “Vio y creyó”. Juan vio que el sepulcro estaba vacío y creyó que Jesús había resucitado y que estaba vivo. El lo vio morir en la cruz, pero ahora “sabía” por la fe que Él estaba vivo.

Hoy hay mucha gente que no cree en la resurrección de Jesús. Piensan que Jesús fue un hombre extraordinario, un maestro que supo enseñar muy bien cosas importantes de la vida y de los hombres, pero ha muerto; está bien muerto. En ocasiones me pregunto si sirve para algo seguir predicando el evangelio de Jesucristo o anunciando que éste ha muerto por todos los hombres y ha resucitado para todos los hombres. Y entonces me acuerdo de un cuento, que os voy a contar ahora: “Cierto día, caminando por la playa, reparé en un hombre que se agachaba a cada momento, recogía algo de la arena y lo lanzaba al mar. Hacía lo mismo una y otra vez. Tan pronto como me aproximé, me di cuenta de que lo que el hombre agarraba eran estrellas de mar que las olas depositaban en la arena, y una a una las arrojaba de nuevo al mar.

Intrigado, le pregunté sobre lo que estaba haciendo, y él me respondió:

- Estoy lanzando estas estrellas marinas nuevamente al océano. Como ves, la marea es baja, y estas estrellas han quedado en la orilla; si no las arrojo al mar, morirán aquí por falta de oxígeno.

- Entiendo –le dije-, pero debe de haber miles de estrellas del mar sobre la playa… No puedes lanzarlas todas. Son demasiadas. Y quizá no te des cuenta que esto sucede probablemente en cientos de playas a lo largo de la costa. ¿No estás haciendo algo que no tiene sentido?

El nativo sonrió, se inclinó y tomó una estrella marina, y mientras la lanzaba de vuelta al mar, me respondió:

- ¡Para ésta sí tiene sentido!”

Sí, pienso que hoy día, como siempre, sigue teniendo sentido el evangelio de Jesucristo. Tiene sentido seguir haciendo el bien y trabajar por los demás. Tiene sentido predicar la muerte y resurrección de Cristo Jesús, aunque sólo unos pocos hagan caso de ello. Jesús hubiera venido al mundo por un solo hombre que lo hubiera necesitado. Hubiera anunciado el evangelio a ese solo hombre. Hubiera muerto por ese solo hombre, y hubiera resucitado por ese solo hombre. (Caso del profesor de religión, al que sus alumnos molestaban en el aula, pero fuera le pedían, por favor, que los abrazara, pues nadie lo hacía).

Nosotros, los que hoy estamos aquí, en este templo, somos esas estrellas de mar afortunadas, a las que Jesús ha recogido de la arena, en la que moríamos por falta de oxígeno, y nos ha lanzado de nuevo al agua para que vivamos. Por eso, para nosotros sí que tiene sentido hoy día la Resurrección de Cristo. Es cierto que Jesús es más poderoso que el hombre del cuento y puede coger a todas las estrellas de mar que agonizan en todas las playas del mundo para devolverlas de nuevo al mar. Muchas no quieren; dicen que están bien donde están: en la arena, pero nosotros sí que queremos ser cogidos por Jesús y volver al agua. Nosotros queremos salir de la muerte en que estamos e ir a la vida que nos da Él en este día de Pascua.