Domingo XXIX del Tiempo Ordinario (C)

17-10-2010 DOMINGO XXIX TIEMPO ORDINARIO (C)

Ex. 17, 8-13; Slm. 120; 2 Tim. 3, 14-4, 2; Lc. 18, 1-8



Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

- La mayoría de las lecturas de hoy nos hablan de la fe y la confianza en Dios expresada a través de la oración y de la súplica a Dios. Si preguntamos a la gente que podemos encontrar por la calle si la oración sirve para algo, pienso que la inmensa mayoría nos diría que no, que la oración no sirve para nada. La oración es una pérdida de tiempo. Estas respuestas pueden resultar hasta comprensibles, ya que mucha gente es no creyente o agnóstica, pero lo terrible es que, si hacemos esta misma pregunta (‘¿sirve para algo la oración?’) a cristianos creyentes y “practicantes”, muchos también nos dirían que no. El jueves por la mañana me visitaba un señor muy creyente y que está pasando por momentos muy duros, y me decía que nada solucionaba con la oración: trabajaba mucho y no tenía casi resultado económico, les van a echar a él y a su familia en este mes del piso por embargo… Si la oración es entendida sólo como un pedir favores a Dios, ya que la mayoría no nos son concedidos, entonces habría que estar de acuerdo en que la oración no sirve para nada o para casi nada. En esta misma línea está el siguiente relato: “Una reportera de CNN escuchó hablar de un viejecito judío, que había estado yendo a orar al Muro de las Lamentaciones por mucho tiempo, todos los días, dos veces por día... Esta periodista fue hasta Jerusalén y observó al viejecito mientras oraba. Después de 45 minutos y cuando el viejito se estaba por ir, ella se acercó para hacerle una entrevista: - ‘Discúlpeme, señor. Soy Rebecca Smith, reportera de CNN. ¿Cuál es su nombre?’ – ‘Moshe Cohen’, respondió el hombre. – ‘¿Por cuanto tiempo ha venido Vd., señor, al Muro de las Lamentaciones?’ - ‘Por alrededor de 60 años’ – ‘¡60 años! ¡Es asombroso! ¿Y por quién ó por qué reza?’ – ‘Rezo por la paz entre cristianos, judíos y musulmanes. Rezo porque terminen todas las guerras y los odios entre la gente. Rezo para que los niños crezcan como adultos responsables, amando a sus semejantes’ – ‘¿Y cómo se siente Vd. tras estos 60 años?’ – ‘¡Como si le hubiera estado hablando a una pared!’” Este chiste tiene su gracia y su chispa, pero también contiene una crítica feroz contra Dios. En efecto, Dios –según esta narración- es el responsable último de la falta de entendimiento entre los cristianos, los judíos y los musulmanes. Dios es el responsable último de todas las guerras y de todos los odios que tenemos los hombres contra otros seres humanos. Dios es el responsable último de que los niños no crezcan como adultos responsables e igualmente de que no amen a sus semejantes. Y es el responsable último, porque, teniendo el poder para hacer todo eso y arreglar los problemas de la humanidad, Él no lo hace; asimismo es el responsable último, porque se le clama en oración durante años y Él no hace caso de nada.

- ¿Quién es Dios para nosotros? ¿Está Dios entre nosotros? ¿Qué lugar ocupa Dios en nuestra vida? No hablo en el plano teórico, sino en el plano práctico, en el día a día. Antes de respondernos a estas preguntas me vais a permitir que os lea dos episodios que acabo de conocer en la lectura de un libro:

1) “Hace años, leí un artículo en el que dos psiquiatras ofrecían un informe sobre los sacerdotes y religiosos a quienes habían tratado profesionalmente. Y hacían ver que, de las docenas de dichos sacerdotes y religiosos que habían acudido a ellos en busca de ayuda para sus problemas personales, únicamente dos habían llegado a mencionar el nombre de Dios a lo largo de las entrevistas; y, de esos dos, tan sólo uno había hablado de Dios como de un factor importante en su vida y en su curación. Para todos los demás, parecía como si Dios no tuviera lugar alguno en sus vidas: jamás se referían a Él al hablar de sus más íntimos problemas. ¿No es éste un indicio de hasta qué punto hemos arrumbado a Dios en nuestras vidas, de lo débil que se ha hecho nuestro sentido de la fe? Sencillamente, no esperamos que Dios intervenga profunda y directamente en nuestras vidas. Si tenemos un problema psicológico, acudimos al psiquiatra; si padecemos algún mal físico, llamamos al médico… Sin embargo, Jesús parece pensar de muy distinta manera…” (Cfr. Anthony de Mello, S.J., Contacto con Dios, Santander 19988, 71s).

2) Charles Davis fue un sacerdote católico que abandonó la Iglesia hace ya algunos años. Antes de hacerlo publicó en una revista un artículo en el que decía: “Después del concilio Vaticano II, experimenté un verdadero entusiasmo por las perspectivas de renovación, modernización y cambio de estructuras que se le ofrecían a la Iglesia. Y me dediqué a presentar ante nutridos auditorios la nueva y maravillosa teología del Vaticano II, que encerraba tan rico potencial de reforma. Pero, poco a poco, empecé a comprender que todos aquellos rostros que me miraban no buscaban una nueva teología, sino que buscaban a Dios. No veían en mí a un teólogo con un mensaje que ofrecer, sino a un sacerdote que fuera capaz de darles a Dios. Evidentemente, tenían hambre de Dios. Entonces miré en mi interior y descubrí, absolutamente desolado, que yo no podía darles a ese Dios, porque no lo tenía. Lo que tenía era un enorme vacío en mi corazón… Y, cuanto más me ocupaba en cosas como la reforma y la modernización de las estructuras de la Iglesia, o la renovación litúrgica, los estudios bíblicos y los métodos pastorales, más fácil me resultaba escapar de Dios y del vacío que había en mi corazón” (Cfr. Anthony de Mello, S.J., Contacto con Dios, Santander 19988, 35).

- Fijaros en la absoluta fe y confianza en Dios que destilan las lecturas de hoy: * En la primera se nos muestra a Dios, a través de la súplica de Moisés, salvando a su pueblo Israel. * En el salmo 120 se dice: “Levanto mis ojos a los montes; ¿de dónde me vendrá el auxilio?; el auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra […] El Señor te guarda de todo mal, él guarda tu alma; el Señor guarda tus entradas y salidas, ahora y por siempre. * Y en el evangelio se nos dice que Dios hará justicia y atenderá sin tardar a sus hijos, aquellos que le gritan día y noche. Pero este evangelio termina con una frase –para mí- terrible: “Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?”

El hombre del que hablaba más arriba me decía que, en tantas ocasiones, él había dejado padre, madre, esposa, hijos, tierras por Dios y por su evangelio. Jesús había prometido a quien hiciera esto que le daría cien veces más de esto en esta vida y luego… la Vida Eterna. Sin embargo, en este mes lo iban a echar de su casa por una deuda hipotecaria. ¿Dónde estaba el ciento por uno en esta vida, dónde? Y me contaba que una hija suya le contestaba así a su pregunta: “Papa, el ciento por uno lo tienes en tu mujer y en tus hijos, que amas y que te aman”. Sí, estoy seguro que Dios nos hace justicia y nos atiende de tantas maneras, pero nosotros estamos ciegos para reconocerlo. Escuché el viernes por la mañana que los mineros de Chile decían que, allá abajo, habían aprendido tantas cosas y que sus vidas iban a cambiar a partir de ahora. Allá abajo empezaron a valorar las cosas de otra manera.

- ¡Señor, danos la fe de que hablas en tu evangelio de hoy!

- ¡Señor, concédenos creer en ti con toda nuestra alma y nuestro ser, aún en medio de nuestros muchos pecados e infidelidades! Tú eres más grande que nosotros mismos y que nuestros pecados y miserias.

- ¡Señor, escucha nuestras voces y nuestras súplicas! ¡Escúchanos, pero no a la manera que nosotros queremos o a la manera que decimos necesitar, sino como tú consideres que es mejor para nosotros, ya que Tú sabes y nosotros no sabemos! Nosotros queremos fiarnos de ti.