Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario (C)

10-10-2010 DOMINGO XXVIII TIEMPO ORDINARIO (C)

2 Re. 5, 14-17; Slm. 97; 2 Tim. 2, 8-13; Lc. 17, 11-19



Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

1) Existe un texto del evangelio de San Juan que dice así: “En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: -No perdáis la calma; creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas estancias, y me voy a prepararos sitio” (Jn 14, 1-2). Si en la casa de Dios Padre hay muchas estancias, eso significa que cada estancia tiene una puerta, por lo menos, y, como hay muchas estancias, también hay muchas puertas. Y, si existen muchas puertas, es que igualmente existen muchas maneras de entrar en la casa de Dios.

A medida que transcurre nuestra vida, pasamos ante distintas puertas de la casa de Dios. Conozco a personas que han entrado por una puerta a la casa de Dios a una edad muy temprana; otros también, pero luego se salieron y retornaron muchos años más tarde. Unos entraron en unas circunstancias y otros en otras. Unos entraron por una puerta y otros por otra, pero todos, de un modo u otro, en un momento u otro, han entrado en la casa de Dios y están en una de sus muchas estancias.

No perdamos esto que acabo de decir de vista, pues luego tendremos que volver sobre ello a fin de averiguar si cada uno de nosotros ha entrado ya en la casa de Dios o está entrando, y por qué puerta ha entrado o está entrando.

2) Una de las puertas para entrar en la casa de Dios es la de la enfermedad y la del sufrimiento. En la primera lectura de hoy y en el evangelio se nos presentan los casos de los leprosos. Ya alguna vez he hablado aquí de esta terrible enfermedad y lo que suponía en tiempos de Jesús contraer la lepra.

* En la primera lectura se nos habla de Naamán, un general sirio enfermo de lepra. Había oído decir que en Israel existía un profeta que curaba en el nombre de Dios todo tipo de enfermedades. Para allá fue Naamán con una carta de recomendación de su rey para el rey de Israel. Naamán fue cargado de oro y de riquezas para pagar el “trabajo” del profeta. Eliseo, el profeta, le dijo desde la puerta de su casa, sin verlo ni recibirlo ni hacer los honores a un general del reino más poderoso de aquella zona y de aquella época, que se fuera a lavar a un río de allá cerca. Naamán se enfadó muchísimo y se quiso marchar para su país por donde había venido. Pero sus sirvientes le convencieron para que obedeciese al profeta. Finalmente cedió “y se bañó siete veces en el (río) Jordán […] y su carne quedó limpia de lepra, como la de un niño”. En aquel momento Naamán regresó a casa de Eliseo y le dijo: “Ahora reconozco que no hay dios en toda la tierra más que el de Israel […] En adelante tu servidor no ofrecerá holocaustos ni sacrificios de comunión a otro dios que no sea el Señor”.

Para Naamán la puerta de entrada a una de las estancias a la casa de Dios fue su lepra, su enfermedad. Seguramente Dios le había invitado muchas veces, a lo largo de su vida, a entrar en su casa, pero la soberbia que tenía Naamán en su corazón le impidió reconocer la puerta de la casa de Dios y la llamada de éste, y atravesar dicha entrada. Cuando estuvo enfermo de lepra, Naamán seguía lleno de soberbia; hasta que no se desprendió de esa soberbia no pudo reconocer esa puerta de Dios y entrar a través de ella. Naamán tuvo que ser purificado por Dios y por la enfermedad de su soberbia y de sus seguridades para poder entrar en la casa de Dios.

* En el evangelio se nos narra el caso de diez leprosos. Cada uno de estos tendría su historia personal. Nada de esto nos es dicho por el evangelio. Seguramente tendrían su profesión, su familia, sus amistades…, pero todo esto quedó en nada al aparecer la lepra en sus cuerpos. En cada uno de ellos hubo un proceso de deterioro físico y psicológico. Seguro que hubo momentos de maldecir y blasfemar contra Dios, hasta que los diez ya agotados y derrotados, hundidos bajo su miseria y bajo su enfermedad, que les acercaba a la muerte de día en día y con gran rapidez, clamaron a Dios a través de su Hijo: “Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros”.

Con esta súplica y con la consiguiente curación de Jesús, los diez entraron un poco en la casa de Dios, pero nueve se quedaron en la estancia más cercana a la salida. Se conformaron con una curación física y… hasta la próxima vez. Mas hubo uno que quiso entrar más profundamente en la casa de Dios, en otra estancia; quiso atravesar otra puerta. Por eso, éste regresó a dar gracias y se echaba a los pies de Jesús con humildad. Por eso, Jesús certifica que está curado de la lepra, pero que su fe, su ansia de un Dios más pleno y verdadero le ha salvado. Y este hombre entró en otra estancia de la casa de Dios.

3) Y ahora sí; ahora es momento de ver nuestra propia historia personal y recordar las veces que Dios nos ha salido al encuentro, nos ha invitado a entrar en su casa. Hemos de examinarnos si hemos entrado, cuándo hemos entrado y cómo hemos entrado. O si todavía estamos, más o menos, cercanos a la puerta y con ganas o no de entrar.

Hemos de darnos cuenta que todos nosotros evolucionamos. La vida y las circunstancias nos hacen cambiar: + Un libro que ahora no lo soportamos, más adelante nos parece de lo mejor. + Una persona que nos parece aburrida o indiferente, al cabo de unos años la encontramos de lo más interesante y pasa a ser uno de nuestros mejores amigos. + Unas palabras que hace años nos resbalaron, hoy nos hacen un gran bien o nos hacen cambiar nuestra vida. + Una religión y un Dios enemigo o que no nos decían nada, hoy son el centro de nuestra vida y lo que nos hace vivir. (Todo esto que os digo no son meras suposiciones, sino realidades que yo he ido encontrando a lo largo de mi vida, en mi mismo o en otras personas).

Dios sabe todo esto y sabe que necesitamos un tiempo para madurar, para crecer, para ver las cosas al modo de Dios. El otro día me decía una persona que hace unos años estaba resentida contra sus padres, contra la vida por el daño que le habían hecho. Hoy, sin embargo, gracias a la acción de Dios en su espíritu está en paz con sus padres, con tantas personas que se han cruzado en su camino y sabe que todo eso era necesario para su crecimiento espiritual y para su acercamiento a Dios.

* ¿Qué hubiera sido de Naamán si no hubiera tenido la lepra, si no le hubieran hablado de un profeta israelita que curaba las enfermedades, si no hubiera hecho caso a sus sirvientes y obedecido al profeta, si no hubiera entrado en la humildad? Pues que seguramente no hubiera entrado por la puerta a la casa de Dios, a una de sus estancias.

* ¿Qué hubiera sido de los diez leprosos si la enfermedad no les hubiera transformado hasta suplicar la curación del único que podía dársela: Jesús?

* ¿Qué sería de nosotros si Dios no nos hubiera ido transformando (y lo que nos queda) hasta reconocerlo y querer entrar a su casa por la puerta que ponía a nuestro lado?