Domingo II del Tiempo Ordinario (A)

16-1-2011 DOMINGO II DEL TIEMPO ORDINARIO (A)

Is. 49, 3.5-6; Slm. 39; 1 Cor. 1, 1-3; Jn. 1, 29-34



Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

Pasadas las fiestas navideñas iniciamos el tiempo ordinario y en él estaremos hasta el 9 de marzo que, al ser Miércoles de Ceniza, inicia el tiempo cuaresmal.

La Iglesia nos presenta esta semana para orar y para reflexionar el evangelio que acabamos de escuchar. Juan Bautista da testimonio de Jesús y nos lo dice a nosotros para que lo sigamos. Básicamente Juan Bautista hace tres afirmaciones sobre Jesús:

- Jesús “es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”. Esta es una frase que se repite en varias ocasiones en la Misa. A la hora de profundizar en esta afirmación hay que fijarse en las dos partes de la frase. De esta frase se puede concluir, entre otras cosas, lo siguiente: 1) Jesús nos quita los pecados. Los protestantes dicen que Dios se tapa la cara para no ver nuestros pecados o los tapa con una sábana o una manta. Con esta explicación habría que decir que existe un perdón por parte de Dios hacia nuestros pecados, pero ellos siguen existiendo. Los pecados son eternos y nunca desaparecen. De este modo se haría buena esa frase de “perdono, pero no olvido”. Sin embargo, nosotros, los católicos, creemos que Dios nos perdona realmente los pecados y su perdón es tan radical que nos los quita, pero no para quedárselos Él o para guardarlos en el sótano de los pecados, sino que realmente nos los quita y los hace desaparecer para siempre. 2) Jesús quita el pecado del mundo. Jesús no sólo perdona los pecados personales de cada uno de nosotros, sino que destruye todo lo negativo, lo oscuro, lo pecaminoso y el egoísmo existente en la creación. Antes de Jesús estábamos encerrados en un hueco sin salida. Después de Jesús ese hueco se convierte en una cueva con salida al exterior. Por mucho mal que haya en el mundo, por muy negativo que sea todo, nosotros sabemos que hay esperanza para el hombre, para el mundo, para la creación entera. Cristo es la victoria sobre el pecado. Él es nuestro liberador y salvador. 3) Jesús es el Cordero de Dios. La salvación, el perdón de los pecados, la esperanza que Cristo nos trae… a Él no le sale gratis. Jesús, como Cordero, muere degollado y con su sangre nos salva a todos nosotros. Hay una imagen que sale con mucha frecuencia en la imaginería cristiana y es representar a Jesús cómo un pelícano que, no teniendo comida para dar a sus polluelos, él mismo se hace sangre con su pico y, de esa sangre que mana de su pecho, alimenta a sus crías.

- Jesús “es el que ha de bautizar con Espíritu Santo”. El domingo pasado os comentaba que el bautismo de los cristianos se hace con agua. Sí, es así, pero no sólo con agua, sino también con Espíritu Santo. El agua limpia, purifica, sacia la sed. El Espíritu Santo es representado en muchas ocasiones como una paloma, pero otras como fuego: por ejemplo, las lenguas de fuego que el día de Pentecostés se posaron sobre los apóstoles (Hch. 2, 3). En efecto, los tocados por el Espíritu de Dios son transformados: los cobardes se convierten en valientes, los ignorantes en sabios, los que tienen dudas en personas confiadas totalmente en Dios, los tibios en fervorosos, los pecadores en santos, los que siempre se andan quejando y haciéndose las víctimas en personas con fuerza interior y comprensivas para los demás, los iracundos en personas llenas de paz, los pobres en ricos y los ricos en pobres, los que murmuran de los demás en personas que ven claramente sus propios fallos y no tienen tiempo de pararse en los fallos de los demás… ¿Habéis sido bautizados alguna vez con Espíritu Santo? ¿Habéis tenido en alguna ocasión experiencia de todo esto que os estoy diciendo?

Voy a confesaros una idea que me ha venido rondado con mucha frecuencia en estos días de Navidad. De poco sirve que yo os predique un domingo, si durante la semana no tratamos (yo incluido) de llevar esto a la práctica de algún modo. De poco sirve saber y conocer toda la teología y las maravillas de Dios, si sólo nos quedan en la cabeza y no las ponemos por obra. De poco sirve que Dios sea lo más maravilloso que hay en el mundo entero, si yo no le dejo entrar en “mi casa”, o sea, en mí mismo. Y es que tengo miedo que seamos unos “cristianos patos”. ¿Sabéis que es un “cristiano pato”? Fijaros en los patos: se meten en el agua, pero tienen un plumaje predispuesto de tal manera que, al salir del agua, los patos se sacuden y ni una gota de agua les ha mojado interiormente. Sus plumas les preservan del agua. Así podemos ser nosotros: Venimos a Misa, u oramos, o Dios nos rocía con sus gracias a todas horas…, y nosotros nos sacudimos y quedamos completamente secos, como un pato recién salido del agua, el cual está tan seco como otro pato que aún no ha entrado en el agua. Por todo esto, le pido a Dios con todas mis fuerzas (que son pocas) que Dios nos bautice a todos nosotros con Espíritu Santo (al modo que acabo de describir más arriba) y que todos nosotros lo percibamos. Dios, como sabéis, pone el ciento por uno; pongamos nosotros el uno por ciento.

- Jesús “es el Hijo de Dios”. Con esta afirmación Juan Bautista confiesa la divinidad de Jesucristo. No es que Jesús quite los pecados del mundo con el poder de Dios a modo de un profeta o de cualquier sacerdote. Tampoco basta con el hecho de que Jesús bautice con Espíritu Santo, pero… en nombre de Dios. Juan bautizaba con agua en nombre de Dios y Jesús bautizaría con Espíritu Santo, pero… “en nombre de Dios”. NO. Es el mismo Jesús por sí mismo quien quita los pecados del mundo y es el mismo Jesús quien por sí mismo bautiza con el Espíritu Santo. Jesús no es un profeta, o un hombre perfecto, o un hombre santo. Jesús es el Hijo de Dios, Jesús es Dios mismo. Juan Bautista confesó la divinidad de Jesús, porque aquél se lo había oído a Dios Padre, cuando estaba bautizando a Jesús. Así lo leímos el domingo pasado: “Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrió el cielo y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él. Y vino una voz del cielo que decía: ‘Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto’.

Sí, Juan confesó a Jesús y creyó en Él como Hijo de Dios, como Dios. Y nosotros, tras estas celebraciones navideñas, confesamos y creemos en Jesús como Dios y como hombre.