Domingo III del Tiempo Ordinario (A)

23-1-2011 DOMINGO III DEL TIEMPO ORDINARIO (A)

Is. 9, 1-4; Slm. 26; 1 Cor. 1, 10-13.17; Mt. 4, 12-23



Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

El evangelio que acabamos de escuchar hoy termina con estas palabras de Jesús: “Convertíos, porque está cerca el Reino de los cielos”. Y quisiera fijarme hoy en la primera de las palabras dichas por Jesús: “Convertíos…”. Ya he hablado en otras ocasiones de la conversión, que ha de estar presente en todos los cristianos, pero he puesto en esos momentos más el énfasis en una conversión… personal e individualizada. Hoy, sin embargo, quisiera predicar algunas ideas sobre la conversión comunitaria.

- Pecado comunitario. Antes de hablar sobre la conversión comunitaria hemos de hacer mención del pecado colectivo o comunitario. Estamos demasiado acostumbrados a pensar en el pecado como realidad personal, pero también existe un pecado estructural o social, el cual está compuesto por los pecados personales de todos los que formamos la sociedad, pero, además, dicho pecado estructural sobrepasa y va más allá del pecado individual. Sí, existe también un pecado colectivo o social; el mal de los hombres alcanza a las empresas, a las naciones, a las instituciones, a los mercados…:

* A principios de 1980 había un chico que estaba cumpliendo el servicio militar en Oviedo, concretamente en el cuartel del Milán, hoy convertido en gran parte en centro universitario. Este chico era chapista y pintor de coches de profesión, y lo destinaron, después de la jura de bandera, al parque móvil del cuartel. Se ocupaba de la reparación de los vehículos militares, En la práctica este soldado y otros con su misma profesión arreglaban los coches particulares de los mandos con… material del ejército y con mano de obra del ejército, y todo ello le salía gratis a los mandos. Asimismo, cuando a los mandos se les acababa la gasolina, entraban en el cuartel y llenaban el depósito con la gasolina del ejército y, por supuesto, todo ello gratis. Era normal este comportamiento y no creaba mayor problema, pues estaba perfectamente asumido por todos: mandos superiores, medios y soldados. Todo el mundo “chupaba” lo que podía.

* Cosas parecidas sucedían en la ENSIDESA: un ingeniero que trabajaba en la empresa estatal montaba otra, en este caso una empresa privada. Dicho ingeniero certificaba que determinados laminados que salían de los hornos altos de ENSIDESA estaban defectuosos (cosa que era falsa) y se vendían entonces como chatarra a la empresa de su propiedad, y esta empresa revendía el laminado de nuevo a la ENSIDESA como material de primera calidad. El negocio era redondo. Y esto que hacían los de arriba, lo hacían los de abajo en otras cosas o a otros niveles: herramientas, toallas, fundas, horas no trabajadas…

* Hacia 1999 me enteré que Telefónica procuró prejubilar a empleados suyos entre 51 y 57 años de edad, que tenían buenos sueldos y quinquenios. En su lugar contrató a chicos bien preparados, pero firmando con ellos contratos basura. El negocio era redondo. Esta modalidad de la prejubilación (echar a gente para casa en pleno vigor para producir y con buenos sueldos) ha sido mayoritariamente usada, y de tal manera que Toxo (líder del sindicato obrero de CC.OO.) acaba de reconocer este lunes pasado, que la modalidad de la prejubilación ha sido usada frecuentemente y no de un modo correcto en estos años anteriores.

* Por otra parte, existen situaciones injustas a nivel mundial, como la acumulación excesiva de bienes materiales en manos de unos pocos y, por ello, otros muchos pasan hambre, desnudez, enfermedad, falta de vivien­da y trabajo. Pensemos que el 20 % de la población mundial tenemos el 80 % de la riqueza[1]. Y de ese 20 %, la mayoría somos cristia­nos, al menos de bautismo. Existe acaparamiento de poder por unos pocos que gobiernan a la mayoría: los ocho países más ricos de la tierra (sus gobiernos y empresas internacionales) deciden cómo va a ser la economía del mundo. Asimismo existe un interés de unos pocos por detener injustamente el desa­rrollo integral de los demás. Por ejemplo, mediante la expulsión de misioneros y matanzas de catequistas por ayudar y culturizar a las gentes.

Pienso que, con estos ejemplos, ha quedado un poco más claro lo que se ha de entender por pecado colectivo, o social, o estructural, o comunitario. Este modo de actuar está tan asumido por la sociedad o por gran parte de ella, que forma parte del pensamiento y del comportamiento habitual de las personas que componen dichos organismos o instituciones. Y quien no quiere seguir este modo de obrar es tachado de loco o visionario.

- Conversión comunitaria. Frente a este tipo de comportamiento y de pensamiento provocado por el pecado estructural, los cristianos no podemos estar con las manos quietas, no podemos ser unos cristianos tibios; no podemos decir: “Yo no robo ni mato”. Si yo no lucho contra ese pecado que hay en mí mismo, en mi pueblo, en mi ciudad, en España, en el mundo entero, entonces yo estoy ayudando a perpetuar en la sociedad ese pecado estructural y en alguna medida soy responsable igualmente de dicho pecado. Ya sabéis el refrán: “tanto peca el que mata, como el que tira de la pata”. Recuerdo que, teniendo yo 22 años, fui a trabajar a Suiza para pagarme los estudios del Seminario. Allí conocí a varias personas en la Misión Católica Española. Entre estas personas había una mujer de unos 40 años que no tomaba nunca Coca-cola, cuando íbamos después de la Misa a tomar algo. Recuerdo que le pregunté que por qué no tomaba esa bebida y me contestó que se lo impedía su moral. Esta mujer estaba en contra del imperialismo estadounidense y decía que no podía alimentarlo pagando una Coca-cola y bebiéndosela. A mí me extrañó entonces su postura, pero después entendí lo que quiso decir y lo que hacía, y me pareció de lo más coherente, al menos, en ese punto.

Sí, Cristo nos llama en el evangelio de hoy a la conversión: Convertíos…”. La conversión personal del cristiano tiene siempre una dimen­sión comunitaria y, por lo tanto, la conversión evangélica de cada fiel está reclamando e implicando una conversión y renovación de la humanidad, del mundo y de la Iglesia. Como hay una solidaridad en el pecado, hay también una solidaridad en la conversión. La conversión personal no puede dejar de incluir la comunitaria y estructural. La auténtica conversión interior hace necesariamente también referencia a la sociedad y a la estructuras. Es preciso, en este punto advertir con claridad sobre el peligro de ciertas tenden­cias proclives a la privatización de la conversión, así como de otras que no valoran suficientemente la conversión interior y fijan unilateralmente su atención en la transformación de las realidades estructurales. La Iglesia considera importante y urgente la edificación de estructuras más humanas, más justas, más respetuosas de los derechos de la persona; pero es consciente de que, aún las mejores estructuras, se convierten pronto en inhuma­nas, si las inclinaciones inhumanas del hombre no son saneadas, si no hay una conversión de corazón y de mente por parte de quienes viven en esas estructuras o las rigen.

Ya para terminar, si me lo permitís, os impongo la tarea (y a mí mismo también) de examinar en esta semana qué estructuras de pecado estoy yo apoyando en mi entorno con mi comportamiento, con mi pensamiento, con mis palabras, y cuáles debieran de ser los frutos que yo debería dar para hacer realidad esa conversión comunitaria, que Jesús nos pide hoy en el evangelio.



[1] Digo “tenemos”, porque nosotros, los que aquí estamos, mayormente pertenecemos a este 20 % de ricos a nivel mundial.