Santa María, Madre de Dios (B)

1-1-2012 SANTA MARIA, MADRE DE DIOS (B)

Núm. 6, 22-27; Sal. 66; Gál. 4, 4-7; Lc. 2, 16-21


Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

- En el evangelio se nos habla de unos pastores. Estos estaban pasando la noche en las inmediaciones de Belén y les sucedió que unos ángeles se les aparecieron y les hablaron de un niño que acababa de nacer. Este niño sería el salvador de Israel y de todos los hombres.

¿Conocéis algo del oficio de pastor de ovejas? Yo conozco muy pocas cosas. En el evangelio se nos dice que los pastores de Belén hacían turnos por la noche para cuidar el rebaño. Parece que es una vida bastante dura. Creo que sabéis que nací en León y allí paso algunos días en los veranos. Tienen mis padres una casa en los alrededores de la Virgen del Camino y varias veces a la semana pasa por allí un pastor con su rebaño de unas 100 ó 150 ovejas. Le acompañan 2 ó 3 perros. Cuando el sol está en lo más alto y no hay ningún árbol ni ninguna sombra en la cual guardarse, por allí está el pastor y su rebaño. Cuando hay tormentas con abundante lluvia y aparato eléctrico, allí está el pastor con su rebaño. El pastor tiene que tener cuidado de que las ovejas no entren en algunos terrenos con siembra. Sólo cuando se la cosechado el terrero, puede permitir el pastor que las ovejas entren en aquel sitio a pastar. En otras ocasiones el pastor tiene que tener cuidado de que las ovejas no coman de las plantas que salen por encima de las tapias de las casas de campo, pues a veces las señoras protestan por ello. En invierno también sale el pastor con el rebaño. Podría dejarlas en el establo y darles de comer pienso, pero éste está tan caro…, y lo más barato es sacarlas, aunque a costa de estar tiritando de frío y soportando mojadura tras mojadura. Además, el pastor ha de soportar el ataque de los perros asilvestrados contra las ovejas o de algunos lobos, según las zonas, y ha de tener cuidado de las enfermas, de las preñadas y de las que paren en cualquier momento. No hay día de descanso para el pastor. Trabaja los 365 días del año y casi las 24 horas del día. Un pastor no puede ponerse enfermo. ¿Quién atenderá el rebaño si él enferma? Pues las ovejas y los perros no reconocerán a un extraño que venga a hacer una sustitución de un día o de una semana.

¿Por qué digo todo esto? Simplemente para que caigamos en la cuenta que los pastores, de que nos habla el evangelio de hoy, no eran gentes ingenuas o débiles. Eran personas endurecidas por la vida y seguramente desconfiadas. Tampoco creo que estuvieran bien pagados. Ser pastor debía ser, lo mismo que hoy, un oficio de los menos apetecidos: mucho trabajo, muy duro, mal pagado, mucho tiempo fuera de casa, lo cual impedía una convivencia familiar normal y habitual.

Pues bien, ante estos pastores: endurecidos, desconfiados y mal valorados en la sociedad de Israel, se presentan los ángeles de Dios a anunciarles el nacimiento de su Hijo y los pastores creyeron en aquel anuncio que se les hizo[1]. Como dice una poesía, al nacimiento de Jesús no fueron invitados ni Herodes, ni los fariseos, ni los grandes de este mundo, sino los pastores, lo más bajo de la sociedad. Herodes supo del nacimiento de Jesús, nos dice el evangelio, por boca de los magos de oriente. También supieron del nacimiento de Jesús los sabios del palacio de Herodes y los sabios de Jerusalén, pero ninguno de ellos quiso acudir a Belén a ver al Mesías de Dios, y eso que hacía ya siglos que los profetas de Dios habían anunciado su venida.

¿En qué grupo me encuentro yo? Está claro que Dios anuncia su evangelio a todos los hombres. Dios habla con todos los hombres. Unos le hacen caso y otros no. Unos alaban y dan gloria a Dios y otros lo desprecian o pasan de Él. ¿En qué grupo me encuentro yo?

- Hoy quisiera terminar esta homilía con una referencia a otro tipo de pastores. También se nos llama pastores a los sacerdotes. Dios nos ha enviado un día a sus santos ángeles; ellos, en nombre de Él, nos han anunciado el nacimiento del Hijo de Dios para que vayamos a adorarlo y demos la enhorabuena a San José y a la Virgen María, y luego contemos a los demás los que hemos visto y oído (“Todos los que lo oían se admiraban de lo que les decían los pastores”).

Quiero hoy orar y pedir al Niño Dios por todos los sacerdotes, mis compañeros. Aquellos que tienen dudas de fe; aquellos que están ya cansados y desalentados; aquellos que corren peligro en Irak o Nigeria y les matan junto con sus feligreses con bombas en sus parroquias; aquellos que soportan la extorsión, secuestro y muerte violenta de sus feligreses en Veracruz y en otras partes de México; aquellos que siguen por pura inercia en su sacerdocio y que aconsejan a jóvenes y niños que no se metan en el Seminario, como ellos hicieron un día; aquellos que siguen ilusionados y con alegría en su tarea pastoral; aquellos que, pudiendo llevar una vida más fácil, renuncian a ello por amor a ese Niño Jesús que un día se les apareció en su corazón; aquellos que, como la Virgen María, siguen conservando en su espíritu “todas estas cosas, meditándolas en su corazón”.



[1] “En aquel tiempo, los pastores fueron corriendo a Belén y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que les habían dicho de aquel niño […] Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho”.